SIN COMENTARIOS.
¿Qué significa: una pasmosa frivolidad, una severa limitación, una atrofiada indiferencia, un vergonzoso oportunismo, una agobiante irresponsabilidad, o todo eso al mismo tiempo, es decir, un proyecto político gubernamental compuesto de tales contenidos? El fin de semana pasado fue el más sangriento y brutal de los últimos tiempos mexicanos, de suyo tan sangrientos y brutales. Más de cien asesinatos ocurrieron mientras el presidente Felipe Calderón se dedicaba a festejar el descomunal engaño mediático futbolístico ---convertido por las enajenantes televisoras duopólicas dueñas del negocio en una pedagogía cultural instantánea y/o en una terapia nacional súbita---, para emitir el lunes siguiente otra desafortunada y penosa declaración desde las escalinatas de la casa presidencial: “Yo estoy convencido de que México no va a ser el mismo que antes después (sic) de este campeonato del mundo”. ¿Y los muertos, cuya cifra rompió un récord? Sin comentarios.
La verdad, diría Voltaire, es lo que se hace creer. ¿Por qué se intenta hacer creer a la opinión pública que un meritorio triunfo deportivo de jóvenes todavía no intoxicados por el lucro comercial, y debido a ello tan eficaces y decididos, representa un suceso suficiente para modificar un destino colectivo mediante un escatológico antes y después? El inverosímil sentido de la declaración presidencial esconde un significante no por obvio menos revelador, donde se exhibe, de nueva cuenta, la doble moral predominante, el doble discurso vigente, las dos historias (las dos imágenes) usuales: una que es percepción inducida para el consumo común y otra que es realidad no mencionada para seguir sosteniendo un engaño generalizado: todo va bien.
Octavio Paz escribió que los pueblos tristes tienen muchas fiestas, aludiendo así a las interminables celebraciones autóctonas predominantes en el país. Hoy podría decirse que las sociedades desasosegadas tienen muchos entretenimientos narcotizantes para escapar al reconocimiento de lo real. De tal modo sobreviene una subversión en la cual lo esencial, lo permanente, se confunde con lo accesorio y lo ocasional. El campo de batalla de la modernidad ha sido el de la mentalidad humana. Y en dicha conflagración, existente pero no aceptada por el pensamiento políticamente correcto, diversos autores han mencionado la existencia de una obra “brujeril” de sugestión ideológica global hasta hoy victoriosa, la operación hegemónica de un “totalitarismo blando” que uniforma y masifica a los antes ciudadanos, ahora consumidores neuróticos que vicariamente gozan como si fuera una realización ontológica propia la intrascendente obtención de un campeonato mundial de futbol, el único acontecimiento social que aún puede conjugar un plural tan falso como imaginario: ganamos (o perdimos, que frecuentemente suele pasar).
Ese totalitarismo de la conciencia contemporánea, el cual no menciona su verdadero nombre pues actúa silenciosamente en el interior de un sistema “democrático” y de ahí su blandura, convierte en un acto de extrema dificultad aquello que parecería ser lo más sencillo: ver con nuestros ojos lo que hay delante de ellos. Hace tres siglos el filósofo francés Saint-Simon profetizó que el gobierno de los hombres sería sustituido por la administración de las cosas. Afirmar que tales cosas administradas serían después meras imágenes y luego declaraciones sobre las imágenes, sólo es un poner al día dicha premonición dramática confirmada por el tiempo actual: los seres humanos pasamos culturalmente del ser al tener, y del tener concluimos en la fantasía posmoderna del parecer.
El totalitarismo blando, definido también como una psicosis progresista volcada a la creencia de lo material como realidad única y del objeto tecnológico como su manifestación superior, necesita el complemento psicológico de un optimismo ingenuo, de una suscripción sentimental y voluntarista sobre lo real que sería risiblemente anecdótica si no proviniera de la casa presidencial.
Lo evidente no es lo determinante. El país sigue deshaciéndose en medio de lo que Robert Kaplan llama “la atmósfera del Coliseo”, donde se ofrece entretenimiento en lugar de valores, las masas se vuelven cada vez más indiferentes y las élites cada vez menos responsables de sus actos. Lo señaló Neil Postman como si hablara de nosotros: “Cuando una población se distrae con lo trivial, cuando la vida social es redefinida como una perpetua ronda de entretenimientos, cuando el discurso público se vuelve una especie de balbuceo, cuando la gente se convierte en una audiencia y su involucramiento en lo público un acto teatral, entonces una nación se halla a sí misma en riesgo: la muerte cultural es una clara posibilidad”.
Sin duda, y en mucho, ya estamos allí: adeptos a la nueva religión del consumismo, adictos a los parques de diversiones mentales televisivos, esclavos de la ideología de la industria del placer. Hemos perdido las fuentes de la vitalidad que provienen de la tradición ilustrada: el sano escepticismo racional, la creatividad individual imaginativa, la libre elección existencial. Aunque no todo está perdido, pues la historia demuestra no estar nunca escrita de antemano y otros caminos en ella siempre son probables. La elección diferenciada consiste en resistir al avasallamiento generalizado: valorar, diría el filósofo, las pequeñas verdades no pretenciosas, las cuales, todas ellas, no están ni en la retórica insulsa de los políticos ni en la crispante histeria de la televisión. Otra conciencia es necesaria, así parezca equivocadamente una marginalidad.
Fernando Solana Olivares.
La verdad, diría Voltaire, es lo que se hace creer. ¿Por qué se intenta hacer creer a la opinión pública que un meritorio triunfo deportivo de jóvenes todavía no intoxicados por el lucro comercial, y debido a ello tan eficaces y decididos, representa un suceso suficiente para modificar un destino colectivo mediante un escatológico antes y después? El inverosímil sentido de la declaración presidencial esconde un significante no por obvio menos revelador, donde se exhibe, de nueva cuenta, la doble moral predominante, el doble discurso vigente, las dos historias (las dos imágenes) usuales: una que es percepción inducida para el consumo común y otra que es realidad no mencionada para seguir sosteniendo un engaño generalizado: todo va bien.
Octavio Paz escribió que los pueblos tristes tienen muchas fiestas, aludiendo así a las interminables celebraciones autóctonas predominantes en el país. Hoy podría decirse que las sociedades desasosegadas tienen muchos entretenimientos narcotizantes para escapar al reconocimiento de lo real. De tal modo sobreviene una subversión en la cual lo esencial, lo permanente, se confunde con lo accesorio y lo ocasional. El campo de batalla de la modernidad ha sido el de la mentalidad humana. Y en dicha conflagración, existente pero no aceptada por el pensamiento políticamente correcto, diversos autores han mencionado la existencia de una obra “brujeril” de sugestión ideológica global hasta hoy victoriosa, la operación hegemónica de un “totalitarismo blando” que uniforma y masifica a los antes ciudadanos, ahora consumidores neuróticos que vicariamente gozan como si fuera una realización ontológica propia la intrascendente obtención de un campeonato mundial de futbol, el único acontecimiento social que aún puede conjugar un plural tan falso como imaginario: ganamos (o perdimos, que frecuentemente suele pasar).
Ese totalitarismo de la conciencia contemporánea, el cual no menciona su verdadero nombre pues actúa silenciosamente en el interior de un sistema “democrático” y de ahí su blandura, convierte en un acto de extrema dificultad aquello que parecería ser lo más sencillo: ver con nuestros ojos lo que hay delante de ellos. Hace tres siglos el filósofo francés Saint-Simon profetizó que el gobierno de los hombres sería sustituido por la administración de las cosas. Afirmar que tales cosas administradas serían después meras imágenes y luego declaraciones sobre las imágenes, sólo es un poner al día dicha premonición dramática confirmada por el tiempo actual: los seres humanos pasamos culturalmente del ser al tener, y del tener concluimos en la fantasía posmoderna del parecer.
El totalitarismo blando, definido también como una psicosis progresista volcada a la creencia de lo material como realidad única y del objeto tecnológico como su manifestación superior, necesita el complemento psicológico de un optimismo ingenuo, de una suscripción sentimental y voluntarista sobre lo real que sería risiblemente anecdótica si no proviniera de la casa presidencial.
Lo evidente no es lo determinante. El país sigue deshaciéndose en medio de lo que Robert Kaplan llama “la atmósfera del Coliseo”, donde se ofrece entretenimiento en lugar de valores, las masas se vuelven cada vez más indiferentes y las élites cada vez menos responsables de sus actos. Lo señaló Neil Postman como si hablara de nosotros: “Cuando una población se distrae con lo trivial, cuando la vida social es redefinida como una perpetua ronda de entretenimientos, cuando el discurso público se vuelve una especie de balbuceo, cuando la gente se convierte en una audiencia y su involucramiento en lo público un acto teatral, entonces una nación se halla a sí misma en riesgo: la muerte cultural es una clara posibilidad”.
Sin duda, y en mucho, ya estamos allí: adeptos a la nueva religión del consumismo, adictos a los parques de diversiones mentales televisivos, esclavos de la ideología de la industria del placer. Hemos perdido las fuentes de la vitalidad que provienen de la tradición ilustrada: el sano escepticismo racional, la creatividad individual imaginativa, la libre elección existencial. Aunque no todo está perdido, pues la historia demuestra no estar nunca escrita de antemano y otros caminos en ella siempre son probables. La elección diferenciada consiste en resistir al avasallamiento generalizado: valorar, diría el filósofo, las pequeñas verdades no pretenciosas, las cuales, todas ellas, no están ni en la retórica insulsa de los políticos ni en la crispante histeria de la televisión. Otra conciencia es necesaria, así parezca equivocadamente una marginalidad.
Fernando Solana Olivares.
1 Comments:
Dicen: "Quien mucho cuida la retaguardia, nunca roza la vanguardia"
Digo: El mañana es nostalgia, el ahora es...hasta un mañana.
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