THINK TANK.
“¿Cuáles son los riesgos más grandes en el mundo actual según afirma un estudio reciente? ¿Pandemias, crisis financieras, secuelas de ataques cibernéticos, tormentas geomagnéticas monstruosas, descontento social y revoluciones?” No lo dije, sólo lo pensé, porque me pareció demasiado abstracto y bastante intangible para los interlocutores. Muy lejano a ellos.
Érase una tarde y una comida. Yo estaba atrapado en un agujero del cual tiene la llave Flaubert: sus filisteos. Los Homais de Madame Bovary me rodeaban como si también fuera uno de ellos. Cuatro señores extraños se habían presentado a la comida mensual del grupo de habituales para exponer el descubrimiento de algo importantísimo y bien extraordinario: el tinktank. Un invento hecho apenas en la Segunda Guerra Mundial y ahora usado en todas partes y en todos lados, por ejemplo, en León, de donde procedía la mitad de ellos: quien daba la explicación reveladora e informaba de la buena nueva, y quien a su lado sostenía un largo papel arrugado donde se anotaban ciertas frases ancla sobre el tema, escritas con profusas faltas de ortografía. Los otros dos eran alteños de cepa, barrigones y con gorra de beis, que en su silencio admirativo compartían el mysterium tremendus de ese santo grial: el tinktank.
“¿San’qué? Ahora mismo estamos en el círculo del infierno correspondiente al power point antes de la corriente eléctrica”. Iba a decirlo pero me reservé el comentario, pues el entusiasmo del ponente era manifiesto y cualquier imbécil resulta fascinante después de diez minutos de observarlo. Éste llevaba quince de estar hablando. Todo era como un equívoco: la comida, los asistentes, el discurso, la dimensión desconocida a la que acabábamos de entrar. Y yo atrapado ahí, como a menudo me suele suceder: fuera de lugar.
Cuando por fin terminó el tropezón ponente, quien daba la palabra y era anfitrión de la comida, alto personaje del pueblo, llamó al atril a un local para contestarle al extraño. Y éste dijo que no, que no y que no. Que ellos eran diferentes y harto autosuficientes. Enarboló al revés el lema humano del lugar: godos todos, parientes todos, enemigos todos. Y ustedes tampoco, ni sus dudosas propuestas. Cómo que de León, y qué carajos nos importa su pinche tinktank.
Luego me tocó hablar. Comencé por el oriundo negativista. La cortesía es un encuentro nutricio con los demás para el cuidado de uno mismo. Reclamé cortésmente su descortesía. Entendía que había sido un brote del síndrome de las fronteras puras, pueblerina y defensiva reacción neurótica ante el mundo planetario y las inmensas superficies que lo constituyen. O el encierro en lo particular, el gusto fatal por hacerse desdichado antes de tiempo. Así que le externé mis condolencias. Al proto powerpointiano le dije que pensar estaba bien, que los centros del pensamiento organizado eran tan viejos como la especie humana y habían aparecido mucho más antes de todas las guerras, que fundara su instituto tinktanknesco y convocara adherentes, que mantuviera el nivel de su nuevo evangelio, que él valía mil, que nunca cambiara, que le echara ganas. Que mejorara su ortografía.
Todo lo último, salvo lo mero último, fue una mentira entre piadosa, irónica y compensatoria. Se fundaba en la extrañeza del momento, en su no pertenencia. Daba igual decir lo que se dijera. Pero si se ve con detalle, la mera llegada de un mensajero intelectualmente harapiento que proponía pensar ya era un signo de los tiempos. Hablemos de esa perturbadora expresión bíblica nosotros, pues con ellos, los comensales y sus visitas, no se puede.
¿Qué está pasando? Lo mismo, pero más. El crimen organizado avanza en todas sus modalidades y ramificaciones, impone una semiótica del miedo y del encierro colectivos, de la zozobra, perpetra actos terroristas en lugares de concentración masiva ---estadios de futbol ahora---, desata balaceras, realiza masacres y asesinatos escenográficamente crueles, comete asaltos a plena luz del día. Y enfrente está un Estado pasmado y un gobierno ineficaz que sostiene una guerra perdidosa contra causas sociales generadas hace tres décadas neoliberales, causas que toma por efectos y no sabe cómo dominar.
Leí hace días el conmovedor “Inventario” de José Emilio Pacheco en Proceso, donde cuenta la profecía de Marshall McLuhan en 1975 cuando volvió a Canadá después de estar en México y advirtió que una sociedad tan brutalmente desigual como ésa, donde la publicidad consumista de objetos suntuarios ocupaba los ojos, administraba las mentes y dirigía los deseos de todos, tarde que temprano estallará.
Hemos entrado a la zona de lo impensable, de lo imprevisible: sociedad del riesgo permanente. La clase política mexicana y sus derivados, institutos, magistrados, consejeros, partidos, se comportan titánicamente (del Titanic) autistas ante la grave situación, presos en la burbuja donde predomina una narrativa distinta de las cosas nacionales, del deterioro de la república, del sacrificio de la nación, que parecería determinada por criminales y saqueadores. El imperio estadounidense está iniciando su diseño de conflicto armado en México, cumpliendo la fatalidad de los imperios declinantes cuya guerra final se da en las fronteras. Hierve el caldero. A saber a dónde nos llevará. Mientras tanto trataré de hacer en mis términos aquello que propuso el evangelista: ponerme a pensar, tal vez para ir más allá del espejo del sujeto histórico, sin dejar somáticamente de serlo. Es como decirse con valor a uno mismo: “¿Sas’qué?”
Fernando Solana Olivares.
Érase una tarde y una comida. Yo estaba atrapado en un agujero del cual tiene la llave Flaubert: sus filisteos. Los Homais de Madame Bovary me rodeaban como si también fuera uno de ellos. Cuatro señores extraños se habían presentado a la comida mensual del grupo de habituales para exponer el descubrimiento de algo importantísimo y bien extraordinario: el tinktank. Un invento hecho apenas en la Segunda Guerra Mundial y ahora usado en todas partes y en todos lados, por ejemplo, en León, de donde procedía la mitad de ellos: quien daba la explicación reveladora e informaba de la buena nueva, y quien a su lado sostenía un largo papel arrugado donde se anotaban ciertas frases ancla sobre el tema, escritas con profusas faltas de ortografía. Los otros dos eran alteños de cepa, barrigones y con gorra de beis, que en su silencio admirativo compartían el mysterium tremendus de ese santo grial: el tinktank.
“¿San’qué? Ahora mismo estamos en el círculo del infierno correspondiente al power point antes de la corriente eléctrica”. Iba a decirlo pero me reservé el comentario, pues el entusiasmo del ponente era manifiesto y cualquier imbécil resulta fascinante después de diez minutos de observarlo. Éste llevaba quince de estar hablando. Todo era como un equívoco: la comida, los asistentes, el discurso, la dimensión desconocida a la que acabábamos de entrar. Y yo atrapado ahí, como a menudo me suele suceder: fuera de lugar.
Cuando por fin terminó el tropezón ponente, quien daba la palabra y era anfitrión de la comida, alto personaje del pueblo, llamó al atril a un local para contestarle al extraño. Y éste dijo que no, que no y que no. Que ellos eran diferentes y harto autosuficientes. Enarboló al revés el lema humano del lugar: godos todos, parientes todos, enemigos todos. Y ustedes tampoco, ni sus dudosas propuestas. Cómo que de León, y qué carajos nos importa su pinche tinktank.
Luego me tocó hablar. Comencé por el oriundo negativista. La cortesía es un encuentro nutricio con los demás para el cuidado de uno mismo. Reclamé cortésmente su descortesía. Entendía que había sido un brote del síndrome de las fronteras puras, pueblerina y defensiva reacción neurótica ante el mundo planetario y las inmensas superficies que lo constituyen. O el encierro en lo particular, el gusto fatal por hacerse desdichado antes de tiempo. Así que le externé mis condolencias. Al proto powerpointiano le dije que pensar estaba bien, que los centros del pensamiento organizado eran tan viejos como la especie humana y habían aparecido mucho más antes de todas las guerras, que fundara su instituto tinktanknesco y convocara adherentes, que mantuviera el nivel de su nuevo evangelio, que él valía mil, que nunca cambiara, que le echara ganas. Que mejorara su ortografía.
Todo lo último, salvo lo mero último, fue una mentira entre piadosa, irónica y compensatoria. Se fundaba en la extrañeza del momento, en su no pertenencia. Daba igual decir lo que se dijera. Pero si se ve con detalle, la mera llegada de un mensajero intelectualmente harapiento que proponía pensar ya era un signo de los tiempos. Hablemos de esa perturbadora expresión bíblica nosotros, pues con ellos, los comensales y sus visitas, no se puede.
¿Qué está pasando? Lo mismo, pero más. El crimen organizado avanza en todas sus modalidades y ramificaciones, impone una semiótica del miedo y del encierro colectivos, de la zozobra, perpetra actos terroristas en lugares de concentración masiva ---estadios de futbol ahora---, desata balaceras, realiza masacres y asesinatos escenográficamente crueles, comete asaltos a plena luz del día. Y enfrente está un Estado pasmado y un gobierno ineficaz que sostiene una guerra perdidosa contra causas sociales generadas hace tres décadas neoliberales, causas que toma por efectos y no sabe cómo dominar.
Leí hace días el conmovedor “Inventario” de José Emilio Pacheco en Proceso, donde cuenta la profecía de Marshall McLuhan en 1975 cuando volvió a Canadá después de estar en México y advirtió que una sociedad tan brutalmente desigual como ésa, donde la publicidad consumista de objetos suntuarios ocupaba los ojos, administraba las mentes y dirigía los deseos de todos, tarde que temprano estallará.
Hemos entrado a la zona de lo impensable, de lo imprevisible: sociedad del riesgo permanente. La clase política mexicana y sus derivados, institutos, magistrados, consejeros, partidos, se comportan titánicamente (del Titanic) autistas ante la grave situación, presos en la burbuja donde predomina una narrativa distinta de las cosas nacionales, del deterioro de la república, del sacrificio de la nación, que parecería determinada por criminales y saqueadores. El imperio estadounidense está iniciando su diseño de conflicto armado en México, cumpliendo la fatalidad de los imperios declinantes cuya guerra final se da en las fronteras. Hierve el caldero. A saber a dónde nos llevará. Mientras tanto trataré de hacer en mis términos aquello que propuso el evangelista: ponerme a pensar, tal vez para ir más allá del espejo del sujeto histórico, sin dejar somáticamente de serlo. Es como decirse con valor a uno mismo: “¿Sas’qué?”
Fernando Solana Olivares.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home