Friday, February 27, 2015

CONTINUACIONES / I.

Lo que sigue es un glosario (o centón, como llamaban los antiguos a los fragmentos de obras ajenas transcritos de acuerdo a un modo personal) proveniente del simposio “La ciencia de la mente: un diálogo entre Oriente y Occidente”, auspiciado por la Facultad de Medicina de Harvard en marzo de 1991 con la participación de especialistas en medicina, psiquiatría, psicobiología, neurobiología, educación, religiones comparadas, budismo indo-tibetano y el Dalai Lama como invitado de honor. “El razonamiento era claro: si las técnicas de meditación sencillas producían cambios fisiológicos tan importantes como la reducción del metabolismo, el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y el ritmo respiratorio […] ¿cuáles serían los efectos de las técnicas de meditación superiores? ¿Podrían revelar quizá interacciones mente-cuerpo más sorprendentes?” Henry Benson, doctor en Medicina. “El historiador Arnold Toynbee predijo que uno de los sucesos más importantes del siglo XX sería la llegada del budismo a Occidente. Podría serlo en un sentido especial para la psicología moderna: estamos despertando al hecho de que hay una ciencia de la mente más antigua y quizá más sabia que la nuestra y de que su expresión más plena está en el budismo. […] El budismo plantea a la psicología moderna dos hechos: que el estudio sistemático de la mente y su funcionamiento se remonta a mucho antes de la era cristiana, y que ese estudio se halla presente en el núcleo básico de la vida espiritual. […] Todas las religiones universales importantes poseen una psicología esotérica, una ciencia de la mente, normalmente poco conocida por sus seguidores seglares. En el Islam, por ejemplo, se encontrará en el sufismo; en el judaísmo, en la cábala; en el cristianismo, en los manuales de meditación monásticos. En el budismo, la ciencia de la mente clásica se denomina abhidharma […] Como cualquier sistema psicológico completo, describe con minuciosidad el funcionamiento de la percepción, la cognición, el afecto y la motivación. Como modelo dinámico, analiza las raíces del sufrimiento humano y el camino para salir de ese sufrimiento: el mensaje principal del budismo expresado en el lenguaje técnico de una psicología”. Daniel Goleman, doctor en Filosofía. “[…] El budismo podría servir de puente entre el materialismo radical y la religión, dado que se considera que el budismo no pertenece a ninguno de los dos campos. Desde el punto de vista de los materialistas radicales, el budismo es una ideología que acepta la existencia de la mente, siendo por ello un sistema basado en la fe, como otras religiones. No obstante, dado que el budismo no acepta el concepto de un Dios Creador, sino que resalta la confianza en uno mismo y el poder y las posibilidades del individuo, las otras religiones lo consideran una especie de ateísmo. Al no aceptar ninguna de las dos partes que el budismo pertenezca a su campo, los budistas tienen la oportunidad de tender un puente entre los dos”. El Dalai Lama. “Si unos individuos tan potencialmente coléricos y codiciosos como podemos ser, inventasen, en un planeta frágil, armas químicas, nucleares y biológicas de inmensa capacidad de destrucción masiva, las pusiesen en manos de dirigentes que tampoco tuviesen la capacidad para controlarse a sí mismos y que desencadenaran luego los horrores inconcebibles de una Tercera Guerra Mundial […] si tal cosa tuviese lugar, entonces [se] diría acertadamente que la decisión grecorromana y euroamericana de manipular el entorno sin entender ni controlar el yo era una decisión fatalmente viciada, necia y monstruosa, tomada por seres humanos que pensaron trágicamente que eran, como occidentales, los más grandes e inteligentes del planeta”. Robert Thurman, doctor en Filosofía. “El diálogo entre las psicologías del budismo y de Occidente representa el encuentro de paradigmas dispares, cada uno con su visión especial de la experiencia humana. Y es precisamente este encuentro intelectual donde puede desarrollarse una síntesis completamente nueva, […] una espléndida oportunidad de fecundación cruzada. La ciencia cognitiva puede encontrar una profusión de ideas e hipótesis sobre las posibilidades de ampliar los límites de la atención. […] Las ciencias de la mente budistas han acumulado conocimientos sobre la capacidad de la mente para influir en el cuerpo que superan todo lo que se sabe en Occidente”. David M. Bear, doctor en Medicina. Fernando Solana Olivares.

Friday, February 20, 2015

CONTINUACIONES / I.

Lo que sigue es un glosario (o centón, como llamaban los antiguos a los fragmentos de obras ajenas transcritos de acuerdo a un modo personal) proveniente del simposio “La ciencia de la mente: un diálogo entre Oriente y Occidente”, auspiciado por la Facultad de Medicina de Harvard en marzo de 1991 con la participación de especialistas en medicina, psiquiatría, psicobiología, neurobiología, educación, religiones comparadas, budismo indo-tibetano y el Dalai Lama como invitado de honor. “El razonamiento era claro: si las técnicas de meditación sencillas producían cambios fisiológicos tan importantes como la reducción del metabolismo, el ritmo cardíaco, la presión sanguínea y el ritmo respiratorio […] ¿cuáles serían los efectos de las técnicas de meditación superiores? ¿Podrían revelar quizá interacciones mente-cuerpo más sorprendentes?” Henry Benson, doctor en Medicina. “El historiador Arnold Toynbee predijo que uno de los sucesos más importantes del siglo XX sería la llegada del budismo a Occidente. Podría serlo en un sentido especial para la psicología moderna: estamos despertando al hecho de que hay una ciencia de la mente más antigua y quizá más sabia que la nuestra y de que su expresión más plena está en el budismo. […] El budismo plantea a la psicología moderna dos hechos: que el estudio sistemático de la mente y su funcionamiento se remonta a mucho antes de la era cristiana, y que ese estudio se halla presente en el núcleo básico de la vida espiritual. […] Todas las religiones universales importantes poseen una psicología esotérica, una ciencia de la mente, normalmente poco conocida por sus seguidores seglares. En el Islam, por ejemplo, se encontrará en el sufismo; en el judaísmo, en la cábala; en el cristianismo, en los manuales de meditación monásticos. En el budismo, la ciencia de la mente clásica se denomina abhidharma […] Como cualquier sistema psicológico completo, describe con minuciosidad el funcionamiento de la percepción, la cognición, el afecto y la motivación. Como modelo dinámico, analiza las raíces del sufrimiento humano y el camino para salir de ese sufrimiento: el mensaje principal del budismo expresado en el lenguaje técnico de una psicología”. Daniel Goleman, doctor en Filosofía. “[…] El budismo podría servir de puente entre el materialismo radical y la religión, dado que se considera que el budismo no pertenece a ninguno de los dos campos. Desde el punto de vista de los materialistas radicales, el budismo es una ideología que acepta la existencia de la mente, siendo por ello un sistema basado en la fe, como otras religiones. No obstante, dado que el budismo no acepta el concepto de un Dios Creador, sino que resalta la confianza en uno mismo y el poder y las posibilidades del individuo, las otras religiones lo consideran una especie de ateísmo. Al no aceptar ninguna de las dos partes que el budismo pertenezca a su campo, los budistas tienen la oportunidad de tender un puente entre los dos”. El Dalai Lama. “Si unos individuos tan potencialmente coléricos y codiciosos como podemos ser, inventasen, en un planeta frágil, armas químicas, nucleares y biológicas de inmensa capacidad de destrucción masiva, las pusiesen en manos de dirigentes que tampoco tuviesen la capacidad para controlarse a sí mismos y que desencadenaran luego los horrores inconcebibles de una Tercera Guerra Mundial […] si tal cosa tuviese lugar, entonces [se] diría acertadamente que la decisión grecorromana y euroamericana de manipular el entorno sin entender ni controlar el yo era una decisión fatalmente viciada, necia y monstruosa, tomada por seres humanos que pensaron trágicamente que eran, como occidentales, los más grandes e inteligentes del planeta”. Robert Thurman, doctor en Filosofía. “El diálogo entre las psicologías del budismo y de Occidente representa el encuentro de paradigmas dispares, cada uno con su visión especial de la experiencia humana. Y es precisamente este encuentro intelectual donde puede desarrollarse una síntesis completamente nueva, […] una espléndida oportunidad de fecundación cruzada. La ciencia cognitiva puede encontrar una profusión de ideas e hipótesis sobre las posibilidades de ampliar los límites de la atención. […] Las ciencias de la mente budistas han acumulado conocimientos sobre la capacidad de la mente para influir en el cuerpo que superan todo lo que se sabe en Occidente”. David M. Bear, doctor en Medicina. Fernando Solana Olivares

Tuesday, February 17, 2015

MISCELÁNEA DEL YO.

1. En su libro Contra el yo (Kairós, Barcelona, 1999) el psiquiatra budista Mark Epstein cuenta una historia de la tradición zen acerca de un profesor universitario que visitó a un viejo maestro con la intención de solicitar sus enseñanzas. El maestro le ofreció té y al servir la bebida desbordó la taza del visitante. Cuando éste comedidamente se lo hizo notar, el maestro le dijo: ---En una mente llena no cabe nada nuevo. Al igual que esta taza, usted está lleno de opiniones y prejuicios. Si quiere encontrar la realización lo primero que debe hacer es vaciar su mente. Sólo entonces podrá aprender. 2. Uno de los dominios mentales que formula Howard Gardner, indispensables en una era como la actual donde la noción de inteligencia ha cambiado radicalmente, es el de la mente creativa, definida como aquella que permite olvidar los conocimientos y las creencias adquiridos, las síntesis sobre la realidad elaboradas a lo largo de la existencia, para desaprender todo ello y elaborar nuevas preguntas cuyo valor no está del todo en la respuesta sino en la propia interrogación, para desafiar los géneros establecidos y reducir o superar los procesos lógicos buscando así crear nuevos significados. 3. La verdad psicológica esencial del budismo es el concepto de vacuidad, la ausencia de identidad inherente a las personas y las cosas. El yo, desde esta perspectiva, es solamente una combinación de fuerzas o energías psicofísicas efímeras y en perpetuo cambio, sin ninguna identidad sustancial, que se dividen en cinco grupos o agregados: la materia (la forma corporal), las sensaciones, las percepciones, las formaciones mentales, la conciencia. No hay un espíritu permanente o inmutable, y la conciencia depende, para existir, de la materia, la sensación, la percepción y las formaciones mentales. El yo es un rótulo para designar la combinación de estos cinco agregados que en forma conjunta integran el llamado “ser” y detrás de los cuales no existe ninguna otra entidad. Una conocida fórmula pali así lo expresa: “Todo lo que tenga por naturaleza el surgimiento, todo eso, tiene por naturaleza la cesación”. 4. El ser es una combinación pasajera y relativa de energías físicas y mentales. Cuando esa combinación de cinco agregados termina, sobreviene la detención total del cuerpo, su muerte. Pero la voluntad, la volición, el deseo, la sed de existir ---que según el budismo es la fuerza más grande, la energía más poderosa que existe--- no cesa con la muerte sino que continúa manifestándose bajo otra forma y da origen a una nueva existencia denominada renacimiento, no reencarnación, porque no hay una entidad permanente que transmigre. La vida es un constante fluir, una corriente, y cada existencia es una manifestación específica de ese fluir. La muerte perturba este patrón pero no suspende la corriente, el Samsara, donde vuelve a ocurrir el proceso una y otra vez: nacimiento, pensamiento, muerte, “como un enmarañado ovillo de hilo” que sólo la iluminación desenreda y cesa. 5. Diversos budistas contemporáneos, el Dalai Lama entre ellos, se han referido al materialismo psicológico predominante en Occidente y a su consecuente búsqueda de la felicidad personal a través de la acumulación de bienes materiales, de experiencias o creencias. La acumulación, como señala Mark Epstein, jamás podrá proporcionar plenitud, pues ésta no se deriva de la adición sino del abandono de las ideas preconcebidas acerca del significado de la felicidad en la vida, de la perfección existencial. La psicoterapia occidental se ha centrado sobre todo en el desarrollo de la sensación de identidad personal. El budismo, una tradición mucho más antigua poseedora de una psicología mucho más profunda, subraya la importancia de desmantelar el yo, “de disgregarnos sin desmoronarnos”. 6. Epstein cuenta que en cierta ocasión algunos discípulos occidentales, sorprendidos por el planteamiento budista acerca de la ausencia de identidad del ego, preguntaron a un lama tibetano: “Si no hay un yo, ¿qué es entonces lo que en el Samsara renace?” “La neurosis”, contestó sonriendo el renunciante. Lo mismo señalan los cuáqueros al afirmar que lo único que se quema en el infierno es el yo. 7. Así entonces se experimenta la libertad derivada del hecho de aceptar la perentoriedad inherente a todo lo que es. La mente es la base universal de la experiencia humana, la creadora de la felicidad y el sufrimiento, de la vida y la muerte que no están en ningún otro lugar. Aceptarlo es abrir “la primera brecha en la armadura”. Fernando Solana Olivares.

LOS POLOS EQUIDISTANTES.

Mansur, un sufí español de origen y convertido al Islam, dice en una reciente entrevista: “Todos los días le pido a Alá que me ayude a convertir mi ego en mi alfombra de rezo”. Su mansedumbre mística es una de las varias corrientes e interpretaciones islámicas que existen, y ésta es ajena a las limitaciones de aquellas visiones egocéntricas que nos infectan a todos, según afirmaba Edward W. Said, el intelectual palestino autor de Orientalismo, ese gran desmontaje crítico de los estereotipos musulmanes construidos por la cultura occidental para justificar la conquista y dominación europea del mundo árabe y establecer al respecto un consenso fabricado. En este mainstream posmoderno de la capitulación generalizada, con los saberes puestos al servicio de la reiteración de las cosas como mediáticamente se nos presenta que son ---“La acción policiaca de límites discursivos sobre lo que está y no está permitido es muy fuerte”, escribe Said---, el filósofo francés Yves Michaud argumenta (El País, 18.01.15) que los valores de las culturas islámicas son incompatibles con los occidentales, entre ellos la libertad de expresión, la cual rechazan categóricamente. Michaud cuenta a Joseba Elola, su entrevistador, que años atrás dio una clase de filosofía en Niza donde criticó los argumentos de Santo Tomás de Aquino. Un amable joven musulmán se le acercó durante el receso para decirle que no comprendía cómo, siendo el escolástico un santo, él se atrevía a criticarlo. Después refiere, razonando que la libertad da miedo (“Es el tema del último libro de Houellebecq, de hecho”), lo que el otro día le dijo un taxista: “Lo bueno que tiene la ‘verdadera’ religión es que hay reglas para todo: para comportarse en familia, con los amigos, con los enemigos; hay plegarias antes de comer, antes de entrar al baño; es una vida enmarcada, uno está a gusto de esa manera”. Así los jóvenes buscan reglas en el fundamentalismo, señala el filósofo, porque la libertad les provoca miedo. En tal modelo de sociedades incompatibles, que Michaud equipara con la polarización política entre el marxismo y el capitalismo, sus pronósticos son pesimistas porque en una última visita a Argel constató que la generación árabe cosmopolita e ilustrada de 50 años dio lugar a las nuevas generaciones que son islamistas, “no necesariamente de manera agresiva”. Las estructuras reglamentadas ganan así un valor incomprensible para la evanescente y multiforme identidad flotante, como la llama Michaud, propia de las sociedades occidentales y del individuo de atención dispersa y emociones difusas que habita en ellas. El consenso occidental construido establece que una vida normada, “enmarcada” en todos sus eventos y en el proceso mismo que llamamos existencia, cancela la libertad esencial de la persona, su capacidad de elección. Pero esto es una verdad parcial y, como siempre, está sujeta a interpretación. La existencia reglamentada sucede en los espacios dirigidos a restringir la desatención. La misma obediencia que el Islam pide ---otra virtud o condición negada con histeria por la revuelta moderna contra la autoridad--- es la que se practica en un retiro budista o en un retiro cristiano. En tales situaciones se entiende que debe desarrollarse la autoconciencia, el etiquetamiento mental y la organización sistemática del tiempo para focalizar la conciencia y desarrollar su poderosa atención. Sin distracciones, otra virtud excluyente entre la sociedad del entretenimiento y el Islam. De nueva cuenta, además, Occidente actúa con su doble moral característica. La organización francesa La Cuadrature du Net denunció que “el gobierno responde a un ataque contra los derechos civiles con nuevas restricciones a la libertad de expresión” (Proceso 1994). Said hizo hincapié en el epígrafe de una novela del escritor inglés E. M. Forster, Howard’s End: “Sólo relaciona”. Es importante relacionar las cosas entre sí, decía. Dicha operación también supondría establecer zonas culturales neutras y tolerantes donde pudiera suceder el encuentro entre Occidente y el Islam. En las dos partes hay fuerzas empeñadas en la colisión del choque de civilizaciones, una profecía autocumplida de la geopolítica occidental capitalista. Todos los problemas nacen de la falta de atención. A saber qué es moralmente más habitable: una pertenencia integral y acrítica a un credo o una desesperada y solitaria lucha por mantener la identidad personal. Fernando Solana Olivares

Monday, February 16, 2015

VIRUTAS DE ACERO / y II.

La escena es tétrica y luminosa a la vez. Representa la eterna derrota humana ante la necesidad y al mismo tiempo significa la victoria de la libertad de la conciencia ---el salto, diría Federico Engels, del reino de la necesidad al reino de la libertad. Aquella noche de 1912, Paul Lafargue y su esposa Laura, de soltera Marx, terminaron con su vida inyectándose una sobredosis de morfina. Habían llegado a su fin las 7.000 libras que Federico Engels heredara años atrás a la mujer, hija de su entrañable mentor intelectual, de su dependiente económico y compañero político, Carlos Marx. Una herencia que ella, de acuerdo con su marido, dividiera en diez partes para vivir. Los dos estaban cerca de los setenta años, habían perdido todos los hijos ---razón posible, según Wilson, de la desmoralización que se apoderara de ellos en la etapa postrera de su vida---, Lafargue había dejado años atrás la medicina y también el papel de lugarteniente político de su brillante y volcánico suegro. Mal sobrevivía de un estudio fotográfico en los últimos tiempos, y los camaradas socialistas, conociendo su tacañería, le llamaban El pequeño tendero. Seguramente esa noche no fue tal, sino un hombre de espíritu audaz que con pulso firme inyectó la morfina a Laura y luego a él mismo. Eleanor Marx, la hija más parecida a Marx y la más querida, la poliédrica Tussy, jugó un destacado papel en la causa socialista. Publicó los escritos póstumos de su padre y la traducción de Madame Bovary al inglés junto con obras de Ibsen, y un año después de la muerte del fundador del marxismo comenzó una relación con Edward Aveling, un profesor casado cuya sorprendente y repulsiva fealdad quedaba desvanecida ante su gran elocuencia y encanto. Se decía que esas virtudes eran tan grandes que sólo requería media hora para fascinar a cualquier mujer, un poder que utilizaba sin escrúpulos como haría con Eleanor, a quien sus infidelidades, la última de las cuales sería el matrimonio secreto con una joven actriz, la llevaron a envenenarse. Apenas la mañana de su muerte, Eleanor recibiría una carta donde le contaban el engaño. La nota suicida, que Aveling trató de destruir sin lograrlo, solamente decía nueve palabras: “Qué triste ha sido la vida todos estos años”. Este peso del dolor humano, este afán de la pasión moral, en palabras de Edmund Wilson, es parte de esa condena que en el caso de Marx supuso sufrir y hacer sufrir a quienes amaba, así el desenlace fatal de sus hijos no fuera su directa responsabilidad. Es el costo, diría el autor, de un empeño contra el curso de la actividad humana, contra la marea de la historia misma, de “una victoria (la del socialismo) que también sería una tragedia”. Los destinos apacibles no están inscritos en la historia política de la izquierda marxista. Wilson señala que a pesar de todo su entusiasmo por lo humano (“Nada humano me es ajeno”, era su divisa clásica), Marx es oscuro y sombrío de una forma inhumana o brillante de una manera sobrehumana. En esta cruenta guerra, que según Walter Benjamin, otro genio triste y atribulado, viene sucediendo desde la rebelión de los esclavos dirigidos por Espartaco hasta las últimas insurrecciones opositoras, no ha cesado de imponerse una añeja “filosofía del éxito y la victoria” que legitima la razón trascendente de quienes ejercen el poder y triunfan reprimiendo a las masas, a los desposeídos. Según un documento presentado en el Foro Económico de Davos por Oxfam, una organización internacional creada para combatir la pobreza, en 2016 el 1 por ciento más rico de la población mundial será aún más rico que el otro 99 por ciento. La acumulación plutocrática de la riqueza no cesa, la miseria económica y la desigualdad tampoco. ¿Ha servido de algo, entonces, la trágica historia que se consigna en Hacia la Estación de Finlandia para mejorar el mundo, ahogado ahora todo en aquellas “aguas heladas del cálculo egoísta” tan vívidamente descritas por el todavía vigente y actual Manifiesto Comunista? Los sufíes hablan del arte del fracaso, donde se aprende a fluir con la vida y a pensar con el corazón. Un asunto inherente al tiempo mismo, no a la cuenta corta de las coyunturas de época sino a la cuenta larga de las transformaciones humanas profundas. Acaso por ello el poeta Rilke escribió: “¿Quién habla de victorias? Sobreponerse es todo”. Otras horas sonarán en el reloj de la historia que va y viene como las mareas: entonces la negativa y la oposición serán virtudes. Fernando Solana Olivares