Saturday, May 28, 2011

CREER SIN CREENCIAS / I.

Un breve pero muy trascendental libro del estudioso y ex monje escocés Stephen Batchelor publicado en 1997, Buddhism without Beliefs (Budismo sin creencias, Gaia Ediciones, Madrid, 2005), ha puesto en circulación a partir de tal momento una nueva perspectiva, contemporánea y actualizada, sobre aquella poderosa ciencia del espíritu descubierta empíricamente hace un poco más de 2,500 años por el antes príncipe hindú y luego renunciante a dicha condición Siddharta Gautama, conocido desde entonces como el Buda, aquel que ha despertado a la verdad acerca de la naturaleza lo real.
Ese despertar, una condición también llamada iluminación, se describe como el acto de vislumbrar el universo todo en un sistema de partes interrelacionadas, compuesto de varias formas de vida que pasan de una a otra mediante un flujo incesante de energías y apariencias. El estado del Buda, la iluminación, no se puede formular ni transmitir porque trasciende las palabras y la comprensión común. Es una experiencia espiritual directa y dinámica que llega al sujeto a través de la intuición. Sólo puede comunicarse el camino que lleva a la iluminación, y no otra cosa es el mensaje del Buda, que debe ser puesto en práctica por cada quien para conocerlo y comprobar o no su objetividad. A diferencia de la de otras figuras devocionales históricas, en la iluminación del Buda no hay revelación divina o intervención de alguna esfera suprasensible. Su verdad es descubierta por el esfuerzo de un ser humano en el mundo fenoménico del aquí y el ahora, desde el cuerpo y la mente del sujeto, sin ningún espacio o entidad metafísicos de por medio.
Ya diría Dogen, maestro japonés fundador del Zen soto en el siglo XIII, en qué consiste tal descubrimiento: “Aprender el camino del Buda es aprender sobre uno mismo. Aprender sobre uno mismo es olvidarse de uno mismo. Olvidarse de uno mismo es experimentar el mundo como un objeto puro. Experimentar el mundo como un objeto puro es abandonar el propio cuerpo y mente y el cuerpo y mente del yo-otro”.
Los textos canónicos del budismo ---una designación occidental acuñada en el siglo diecinueve por estudiosos europeos para esta ciencia del espíritu--- consignan catorce cuestiones metafísicas dejadas intencionalmente sin respuesta por el Buda ante las preguntas hechas al respecto por el asceta errante Vacchagotta. Dicha renuencia a afirmar o negar tales cuestiones define su condición pragmática y terráquea, el sentido de lo útil y lo inútil para el camino budista: 1. El mundo es eterno. 2. El mundo es no eterno. 3. El mundo es a la vez eterno y no eterno. 4. El mundo no es eterno ni no eterno. 5. El mundo es finito. 6. El mundo es infinito. 7. El mundo es a la vez finito e infinito. 8. El mundo no es finito ni infinito. 9. El Thatagata (otro apelativo del Buda) existe tras su muerte. 10. El Thatagata ya no existe tras su muerte. 11. El Thatagata existe y a la vez no existe tras su muerte. 12. El Thatagata ni existe ni no existe tras su muerte. 13. El sí mismo es idéntico al cuerpo. 14. El sí mismo es diferente al cuerpo.
La legendaria réplica del Buda a estas indagaciones de la curiosidad metafísica y conceptual humana, demasiado humana, sobre el origen y el fin del universo, la identidad o diferencia entre el cuerpo y la mente, la existencia o no existencia después de la muerte, condensa la esencia operativa de un mensaje inmediato y tangible, de un curso de acción personal que también se ha definido como un ateísmo religioso porque se rehúsa a aceptar la existencia de un más allá y de una deidad determinantes para solucionar lo que la mente humana no puede esclarecer por sí misma empleando la mera racionalidad: “Considerar que el mundo es eterno o no es eterno, o aceptar cualquiera de las proposiciones que enuncias, Vachagotta, es la jungla de la teorización, el salvajismo de la teorización, la confusión de la teorización, los obstáculos y congojas de la teorización acompañados por la enfermedad, la angustia, la turbación y la fiebre; lo cual no conduce a la liberación, a la ausencia de pasión, a la calma, a la paz, al conocimiento y a la sabiduría del nirvana”.
En su libro esclarecedor, Stephen Batchelor ---quien se educó en monasterios de India, Suiza y Corea, para después dejar el monacato budista pero no la frecuentación de su práctica y el estudio reflexivo de su sustancialmente tan simple cuerpo doctrinal--- recuerda que la respuesta del Buda (o el silencio, conforme tradicionalmente se le ha llamado) alrededor de dichas interrogantes consistió además en dos parcas afirmaciones provenientes de su propia experiencia iluminativa: la enseñanza acerca de la angustia humana y el fin de la misma como síntesis de su descubrimiento, y el énfasis en el único sabor que impregnaba al dharma (el camino o doctrina) budista: la libertad.
Ese “agnosticismo existencial, terapéutico y liberador”, expresado por el Buda en un lenguaje propio de su lugar geográfico y de su época cultural, es lo que Batchelor propone reformular de nuevo para adaptarlo a nuestro momento histórico y a nuestra mentalidad actual, rescatándolo así de su institucionalización religiosa, de una devocionalidad acrítica y mecánica que desde su origen nunca fue: “un sistema revelado de creencias válido para siempre y controlado por una élite sacerdotal”. Batchelor sugiere que el budismo contemporáneo debe desechar dos de los planteamientos axiomáticos que hasta ahora lo han caracterizado: la reencarnación (o más propiamente renacimiento) y el karma. El Buda, dice, no enseñó algo en qué creer sino algo que se debe hacer.

Fernando Solana Olivares.

Monday, May 23, 2011

GUÍA DE PERPLEJOS.

Con la invocación de Maimónides y su instructivo sobre la sorpresa paralizante: una casa dividida contra sí misma, y por lo tanto, destinada a derrumbarse.

Aunque la sentencia de la ley de Manu hindú —la legislación conocida más remota de esta edad compuesta de milenios— afirma que “No hay agua lustral mejor que la del conocimiento”, hoy el conocimiento (o re-conocimiento, la aceptación de lo real) lleva a la perplejidad. Como si la psique común fuera un espacio fragmentado, mirar la vida en estos tiempos es mirar un espectáculo excepcional y sombrío que puede conducir a la desesperanza, al sinsentido, a la evasión. O por el contrario, a la afirmación del interés personal al estar aquí ahora, en esta vida episódica que nos ha sido otorgada por el karma, el destino o la casualidad.

Llama la atención cuán desmesuradas algunas, reactivas y significantes otras, han sido las varias respuestas a la multitudinaria Marcha por la Paz del domingo 8 de mayo: una telenovela orwelliana producida, y seguramente financiada, por la Secretaría de Seguridad Pública, que demencialmente pretende resolver desde las pantallas en el inconsciente del público la inseguridad y el flagelo depredador del crimen organizado; el resurgimiento, aunque nunca se ha ido, del género periodístico móndrigo (un sucio panfleto denostador del movimiento estudiantil) y de alcances canallescos, amargamente sardónico y tontamente reductivo; la condescendencia opinativa de los especialistas que le atribuye ingenuidad a las propuestas del movimiento aunque externe su buena disposición hacia quien lo encabeza; la compulsión gubernamental para mediatizar el asunto a través de reuniones privadas; la irritación de los partidos al verse corresponsables de la degradada situación nacional y al ser amenazados electoralmente en 2012; el abundante silencio de iglesias, sindicatos, organismos patronales y de otro carácter en cuanto al tema; la bipartición acrítica del problema entre su solución autoritaria y punitiva, hasta hoy fracasada pero mantenida publicitariamente como solución ideal, y cualquier otra propuesta, que será descrita como favorecedora de las mafias; la reiterada mención, a veces causa, a veces efecto, sobre la antianalítica y autoritaria terquedad presidencial, sobre su aferramiento de género masculino; etcétera.

Desobediencia civil, ha dicho Javier Sicilia, como próximo paso táctico. El término implica una genealogía que va desde Gandhi, el apóstol pacífico y político genial, simplificador supremo de las formas, hasta su alumno Lanza del Vasto, el utopista comunitario creador de El Arca, y la cual alcanza al alumno de éste, el mismo Sicilia, como se ha definido a sí mismo en alguna entrevista. La doctrina de la aparición simultánea afirma que cuando surge el mal también lo hace su remedio. Y la magnitud de la enfermedad social mexicana, la grave patología común que se padece, la violenta deshumanización idiosincrática, la insurrección del odio y el resentimiento colectivos luego de décadas neoliberales de horror económico, todo ello requiere una cura profunda y compleja, compuesta sin duda de muchas acciones. Sin embargo, un algo y un alguien imantadores, cuyo mensaje sea esencialmente sencillo y así distinto, puesto más allá de la enfermedad del lenguaje, un mal correspondiente al momento que prevalece, son necesarios para mover la rueda.

Lo único verificable por ahora es que donde está el problema está la solución. Desobediencia civil también puede ser entendida como una libertad de la mente, de la imaginación, que desobedece las formas usuales de entender lo real sustrayéndose a los tóxicos mentales masificados. Habrá quien le ponga contenido concreto a esta libertad porque el contenido debe ser provisto por cada cual. Tiene que ver con la vida interior del pensamiento y con ciertos aprendizajes simples, anticartesianos: podemos no ser lo que pensamos si aprendemos a no pensarlo más. Es una delicada y atenta autorreferencialidad (la mente serenándose a sí misma) que cuando se descubre otorga poderes personales inapreciables: el primero, liberarse del falso pensar; el segundo, saber que ese pensar viene de la época; el tercero, no ser pensado más por tales pensamientos con los cuales se diseña y refuerza la mente común: zozobra, ansiedad, miedo, angustia. O sus contrarios relativos: entretenimiento, democratización del deseo, consumo, enajenación.

Cuando la marea sube, el barco flota. Es un hecho científico el papel que la conciencia de la persona juega en la percepción y construcción de la realidad. Desobediencia civil: cambiar la conciencia de la persona, ponerla a cargo de sus pensamientos para hacer otra sociedad posible. “No tengo ni hago milagros. Hago de las leyes correctas mis milagros”, dice el credo samurái. También: “No tengo tácticas. Yo hago del vacío y de la plenitud mis tácticas.” Las leyes correctas, no las formales sino las verdaderas, la gramática de una pertenencia mayoritaria. La táctica adaptable que se amolda al surgimiento de las formas y a su desvanecimiento. Y confiesa el samurái: “No tengo armadura. Hago de la benevolencia mi armadura.” Resulta lo mismo que descansar en la Divina Providencia, aceptando con nueva confianza la precariedad.

Perplejo significa dudoso, incierto, irresoluto, confuso. Su antónimo es lo determinado, lo claro, lo firme, lo tranquilo. La guía para salir de dicho estado está allí mismo. La insurrección social ocurre cuando un grupo de personas interrumpe voluntariamente su patrón crónico mental y se deshace del pensamiento común recibido.

Fernando Solana Olivares.

Monday, May 16, 2011

DOSCIENTOS VUELTOS MILES.

¿Por qué reclamar que una marcha colectiva por la paz ---acción política por excelencia: la polis manifestándose--- se “politice”, como hacen algunos? ¿Qué tiene de anormal ---de inoportuno, incorrecto, insensato--- pedir la destitución del inepto jefe policiaco cuya gestión registra 40,000 muertos? ¿Por qué la ultraderecha se muestra histérica ante este movimiento ciudadano independiente y espontáneo, socialmente representativo e ideológicamente múltiple, moralmente tan legítimo? ¿Por qué el gobierno calderonista contesta de inmediato a la marcha con melosa vehemencia para proponer lo único que se le ocurre ante la grave dimensión del asunto: una mediatizadora reunión? ¿Por qué los conservadores, los pragmáticos y los especialistas desdeñan o condenan al movimiento y al que lo encabeza? ¿Qué tiene de equivocado hablar de la violencia, de la explosión social mexicana de odio y resentimiento y de la profunda degradación partidaria e institucional, de la abismada y abismal crisis de representación y gobierno, de la crisis del Estado, y de la urgente democratización de los medios masivos de comunicación y la reconstrucción de la justicia?
El inesperado y poderoso surgimiento de esta movilización convocada y encabezada por Javier Sicilia se sintetiza en una imagen: salieron doscientos de Cuernavaca y tres días después entraron miles al Zócalo de la ciudad de México. Solamente Francisco Villa había hecho algo igual hace tiempo al iniciar su peregrinar guerrero por el norte de México. Los paralelos históricos son imprecisos porque resultan como aquellas miradas hechas por el espejo retrovisor ---esa fatalidad humana: ver para atrás, como el ángel de la historia---. El personaje anterior a Sicilia fue Marcos, quien dejó tantas zonas inexplicadas y oscuras, sobre todo al final de su presencia escénica, con dos máscaras y un uniforme que nunca se quitó: el pasamontañas capturador de la fatigada imaginación de muchos, la filiación política militante y sectaria y el traje guerrillero.
Hiperpolítica, hemos dicho. Pero quizá mejor: suprapolítica. La legitimidad de Javier Sicilia se funda en el dolor personal y colectivo, en el derecho ciudadano a alzar la voz y exigir públicamente al gobierno y aun a los criminales el fin de la violencia depredadora. Detrás de él ---como se sabe a medias pues parte de la tragedia nacional es la impunidad, la indiferencia, la invisibilización anónima, la inducida desmemoria mediática--- están centenares de deudos, de viudas y huérfanos producto de esta guerra que parece tener tanto de artificio, tanto de interés gubernamental y fáctico por mantenerla y seguir administrándola, como de desorden nihilista general.
El conmovedor y estrujante discurso de Javier Sicilia en el Zócalo, dicho en ese corazón de la patria donde han sonado tantas otras arengas brillantes, oportunas, entrañables, lleva dos epígrafes: uno de Heidegger, filósofo terminal de esta época, y otro de san Agustín, padre de la Iglesia católica. El primero se refiere a la conservación de la esperanza humana en un tiempo de penuria y el siguiente al abandono en lo divino, al don que nos lleva, nos inflama y eleva. El texto comienza con una frase memorable: “Hemos llegado a pie, como lo hicieron los antiguos mexicanos”. Diez palabras que establecen una genealogía humana, una continuidad cíclica y una acción mítica, ancestral.
Después vendrá un texto prosístico implacable, un yo acuso que al irse oyendo se convierte en un nosotros acusamos, inscrito en la más digna tradición de la denuncia popular y democrática, de la razón crítica e ilustrada que resiste ante la irracionalidad, de la reiteración de la vida como cultura humana, de la derrota del miedo inoculado por la violencia y el crimen, cuyo piso (o tono) moral tiene aliento bíblico, según ha escrito correctamente un analista.
A pesar de su renuncia a la poesía, de su silencio poético, otra poesía (lenguaje cargado de sentido a su máxima capacidad) está siendo, escribiéndose, y ahora masivamente diciéndose, en Javier Sicilia. Vicios que tiene uno: me fascina que alguien así, doliéndome todo de su costo trágico, el pre-cristiano sacrificio del hijo, sea llamado de pronto a encabezar a muchos y a hablarle a todos. Es como recibir una designación. Otro grado mayor de la credibilidad moral, de la representatividad pública. Uno concentra lo que muchos viven.
Al final, la sustancia. El lenguaje empleado por Sicilia en ese primer discurso, en ese diagnóstico fúnebre y ácido, aunque también resurreccional, de las circunstancias, males y agravios que privan en nuestro país, puede entenderse como la corrección de las denominaciones que Confucio le propuso al emperador amarillo cuando éste le preguntó por la primera medida de curación política. La tarea que emprenden Javier Sicilia y sus compañeros. No importa ahora la precisión de las propuestas, lo prioritario es la visibilización del hartazgo ciudadano, mantener la presión suprapolítica de otro lenguaje, directo y fuera de la doxa, que le hable a la gente para despertarla, aunque no lo escuche el poder ni sus estructuras formales y fácticas. Las grietas de esta casa son profundas. O se reconstruye o se derriba. No puede ya seguir así.
Vencer es avanzar, dirían los clásicos. El aleteo de la mariposa produce un huracán a la distancia. Doscientos que se hacen miles que se pueden hacer muchísimos más. Cuando las agregaciones son espontáneas aprenden a formar un nudo de bambú: horizontal, capilar, resistente, versátil.

Fernando Solana Olivares.

Sunday, May 08, 2011

ADIÓS, SABATO.

Las primeras líneas de Hombres y engranajes, un ensayo publicado por Ernesto Sabato en 1941, parecen redactadas ayer mismo apenas: “Dice Martin Buber que la problemática del hombre se replantea cada vez que parece rescindirse el pacto primario entre el mundo y el ser humano, en tiempos en que el ser humano parece encontrarse en el mundo como un extranjero solitario y desamparado. Son tiempos en que se ha borrado una imagen del Universo, desapareciendo con ella la sensación de seguridad que se tiene ante lo familiar: el hombre se siente a la intemperie, sin hogar. Entonces se pregunta nuevamente sobre sí mismo”.
Sabato escribe que así es nuestro tiempo y que el mundo “cruje y amenaza derrumbarse”. Su interés intelectual está puesto en el análisis de una crisis que para él no solamente abarca el sistema capitalista sino todo el sistema mundo originado en Occidente. Ello lo lleva a considerar, para entenderlo, las tres paradojas que el historiador Berdiaeff encontró en el Renacimiento: un movimiento individualista que terminó en la masificación; un movimiento naturalista que terminó en la máquina; un movimiento humanista que terminó en la deshumanización. Tal síntesis lapidaria no sólo es suya, pero él también la descubre al ensayar una sola y gran paradoja: la deshumanización de la humanidad.
Este preguntarse del hombre de nuevo sobre sí mismo puede definir la obra de Sabato, doctor en física y estudiante de filosofía que trabajó en radiaciones atómicas en el Laboratorio Curie y lo abandonó para concentrarse, a partir de 1945, en la creación literaria. Esa misma pregunta del ser por sí mismo, que buscó en la ciencia y no encontró, fue derivada genialmente a la literatura de un modo empleado muy escasamente, dada su alta dificultad lingüística: el autor de una estructura narrativa que se convierte en personaje de la misma, y dentro de ella resulta contado por los personajes ficticios de la novela, por las voces que el autor ha imaginado. El autor se transforma en personaje de sus creaciones: un espejo del espejo que se refleja en otro espejo, una transmutación entre el texto que se hace vida y el autor que se vuelve literatura.
Lo anterior es denso y misterioso porque escribir es una condena y una bendición. A final de cuentas el escritor siempre es escrito: la lengua nos habla, pues. Y la de Sabato fue un mensaje estético y conceptual extraordinario transmitido por un venerable mensajero mercurial. Como otros, muy temprano leí El túnel y después Sobre héroes y tumbas y después Abdón el exterminador. La edad y lo leído. El “Informe sobre ciegos”, epopeya multiabarcante, poliédrica, profunda, materializaba un plano de lo verdadero y verosímil, harto supranormal pero aquí mismo, los muchos mundos infra-reales en el mundo rodeante, leídos aquellos días adolescentes, cuando la escritura de Sabato era sagradamente necesaria para una educación sentimental que entonces y así se iba haciendo. Soberanía del deslumbramiento precoz: leer sin soltar el objeto magnético hasta terminar de ser el mismo lector leído por lo que lee.
Leer para comprenderse, para hacerse. Y Sabato escribió la sustancia, las abundantes palabras, las epifánicas historias, la deslumbrante forma de todo ello. Hace años que lo leí suspendido durante días inolvidables, formacionales, plenamente lúcidos, ahora días escasos e inconstantes. También estaba el personaje mismo: digno, independiente, liberal, si bien desinvestido como todo escritor, autorizado éticamente justo por eso. Entre el sentimentalismo sectario de la izquierda argentina se criticó escandalosamente la inoportuna visita, referida por la prensa, de Borges y Sabato al dictador militar Videla.
Imprudencia del tacto en uno y valor político en el otro. Mientras puede imaginarse a Borges reconcentrado y distante durante el encuentro, a cargo del yerro cometido, sin nada que decir o escuchar, se afirma que Sabato abogó ante el general golpista por personas detenidas o desaparecidas cuya lista llevaba consigo.
En 1984 Sabato debió encabezar la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas que investigaría las detenciones, torturas y desapariciones cometidas por la dictadura militar entre 1976 y 1983. Fue el autorizado juez de una nación dolorida y rota que debía obtener visibilización y reparaciones. Esta dimensión personal de Sabato: obra superior y conducta moral plena, lo convirtieron en una autoridad legítima. La forma más alta de la inteligencia es la bondad, la que comprende aunque no justifica. Y ella, la bondad, es uno de los fondos del pensamiento prosístico, literario de este hombre universal y de barrio, velado en el Club Atlético Defensores, donde jugaba dominó y entraban a saludarlo los vecinos. Se van muriendo los mejores.
Durante el ensayo citado Sabato afirma que nuestra época cree, erróneamente, que basta con lograr la libertad. Él lo corrige, proponiendo lo único importante: saber qué hacer con esa libertad, encontrarle un sentido, un para qué. Sugiere entonces elaborar un individualismo no masificado, un naturalismo no mecanizado, una humanidad no deshumanizada. Un modo posible para volver a empezar. Como aquellas cosas que están a la mano.
Estoy de acuerdo: se fue el más grande. Por varias razones literarias, reflexivas, morales, como de un genio renacentista. Nadie es más que otro si no hace más que otro. Muchas gracias entonces y adiós, Sabato. El Informe de ciegos sigue activo.

Fernando Solana Olivares.