Saturday, January 30, 2016

YA ES LA UNA / y II

Las pasiones siguen viviendo en la mente, pero pueden ser encadenadas, afirmaban los eremitas, aquellos que habitaron en soledad los desiertos egipcios y después formaron los primeros grupos de renunciantes, desde el monacato primitivo hasta las comunidades denominadas “lauras” en Palestina. En alguna de ellas habitó Sinclética, una asceta de la que se conocen enseñanzas cuya pertinencia todavía suena intemporal: “Es posible, viviendo en medio de la multitud, estar solo a través del pensamiento y, viviendo solo, estar en medio de la multitud con el pensamiento.” Esa mujer sabia advertía que los practicantes de la transformación síquica radical ---atletas del espíritu, los llamaba--- afrontaban un adversario cuya fuerza iría resultando proporcional a sus mismos progresos. Prudentes como serpientes y simples como palomas, conforme el consejo evangélico que desde entonces observaban, renunciantes de todo tipo habitan aún en el tiempo actual posmoderno, el cual parece ser radicalmente contrario a cualquier tipo de abstención voluntaria, de restricción intencionada, de decir enfáticamente no a las solicitaciones usuales, porque en él rigen la patología del placer obsesivo como aparente fin último del individuo y una diabólica democratización del deseo como atmósfera planetaria de supuesta realización social. A lo largo del tiempo una cultura paralela y de resistencia ha congregado las estrategias indispensables para permitirnos saber, diría Italo Calvino, qué y quién no es infierno, para hacerlo durar y darle espacio. La frugalidad representa uno de los componentes de esta libertad profunda que siendo interior es exterior y viceversa, en un término dual y compuesto como el de cuerpo/mente, pues quien cognitivamente despierta ---empleando para ello cualquier técnica psicofisiológica de la atención, ya que no otra cosa es la tarea del renunciante, su ascesis--- a una realidad que va más allá de la realidad aparente, advertirá muy pronto que como es síquicamente adentro resulta ser objetivamente afuera. A la manera de dos fases complementarias del fenómeno fundamental de interpretación humana, en nuestro origen civilizacional griego se encuentran el misticismo, una ciencia de la comprensión que también se denomina sabiduría, tan mal entendida en la modernidad materialista por la ignorancia “ilustrada”, y el racionalismo, una ciencia de la manipulación que conduce al poder, cuyo valor de origen ahora se ha vuelto negativo debido a su autoritaria unilateralidad y a su nihilismo, el cual destruye más recursos físicos y posibilidades humanas de los que construye. Para salir de ese laberinto al que los seres humanos hemos sido arrojados, según la alusión platónica, es necesario poner en curso, de nuevo, la reducción drástica de la necesidad imaginaria, la deconstrucción del deseo esclavizante, la liberación del estado inducido de contingencia permanente por esta posmodernidad líquida y mediática que se presenta sin asideros sociales, sin referencias históricas, sin sentido existencial trascendente. No hay experiencias, auténticos encuentros con los otros, sino vivencias, meros reflejos tristes de uno mismo. Sólo hay peripecias, acciones virtuales, mediáticas o vicarias, y no hay reconocimientos, es decir, contemplaciones inteligentes de lo vivido, aquellas tareas del sabio que no se deja engañar porque se indaga a sí mismo. La raíz del mal es la desatención del ensueño, asentó Simone Weil, una filósofa contemporánea interesada en la atención como virtud capital de la conciencia humana. Sólo se ama lo que se conoce y sólo se conoce aquello que recibe nuestra atención, uno mismo incluido. Entonces el arte de la libertad es el arte de la atención. El método supone la ascesis de una atención plena al momento presente. El camino es conocerse a uno mismo, conocerse a uno mismo es olvidarse de uno mismo, olvidarse de uno mismo es estar atento a todo. Quizá entonces los términos deban corregirse: ya no se dirá misticismo o renuncia sino curación, se hablará de una existencialidad terapéutica cuyo centro radicará en la atención, una perspectiva desde la que el mundo por fin se podrá apreciar. A diferencia del Ulises de Joyce que culmina con aquel legendario “si yo dije quiero sí” de Molly quedándose dormida, la novela de esta época concluirá con la emblemática negativa de un personaje que al despertar va enunciando: “no yo dije quiero no”. En el reloj histórico ya es la una de la madrugada… Fernando Solana Olivares

YA ES LA UNA / I

A veces debe hacerse teoría literaria: escribir “no sé qué escribir” es tener algo sobre lo cual escribir. E incorporar al texto otra, cualquier cosa. Obviar esta vez las esperpénticas obviedades: El Chapo y los interminables artículos laudatorios en su paradójica épica al revés; la reciente captura en el extranjero de un corrupto narciso como Humberto Moreira y el fúnebre silencio impune ante ello de la presidencia y el priísmo cómplices; el burlón y paródico hashtag de la policía española: “#misióncumplida”, para difundir la noticia de la detención; la violencia criminal sistémica que no cesa y va creciendo hasta un cuándo y un cómo que hoy parecen social y culturalmente inalcanzables; el país que oligárquicamente se deshace y su casta política que se pudre; la sociedad cada vez más insensibilizada e indiferente y los aparatos hegemónicos de opinión que la avasallan; el problema de seguridad nacional que representa la pandemia de obesidad mexicana y sus consecuencias; la indiferente parálisis del Estado ante éste y otros enormes temas colectivos; la inepcia crónica y los provincianos viajes de costoso oropel de Los Pinos; el aberrante otorgamiento de la Orden del Águila Azteca al medieval y sanguinario rey de Arabia Saudita; la falta de brújula presidencial que va siendo cada vez más penosa. Nada de todo eso, pues otros lo dirán de modo sobresaliente. Mejor traer a la página los desiertos de Egipto de los siglos IV y V, históricamente ayer apenas, donde las doctrinas ascéticas del monacato primitivo podían reducirse a tres puntos fundamentales, tan arcaicos y ajenos a la mentalidad posmoderna como lo sería una retaguardia obsoleta que contiene las vanguardias insospechadas de mañana, la infrecuente originalidad de volver a los orígenes: el combate espiritual, las armas para ello y los frutos de la victoria. La lucha espiritual significaba un combate contra los vicios como estados mentales y los demonios entendidos como tentaciones, una acción sobre los sentidos internos, o como obsesiones, una acción contra los sentidos externos. Evagrio, agudo tratadista de la época, reduce los centenares de sugestiones a lo que llamaba los ocho vicios principales, es decir, “pensamientos genéricos que comprenden todos los pensamientos”. Los dos primeros son pasiones corporales cuyo origen es somático y representan una desviación de los instintos primordiales de conservación de la persona y de conservación de la especie: la glotonería y la lujuria. Los otros son la avaricia, la tristeza, la cólera, la acedía, la vanagloria y el orgullo, estos dos últimos los más difíciles de desarraigar. En alguna de las notas de Italo Svevo está la pregunta de qué es un asceta, luego de que un editor mezquino se negara a la impresión de una de sus obras diciéndole que él nada necesitaba, que él era un asceta. Supo que el término venía del griego y designaba al ejercitante de una práctica, de un culto o de una gimnasia. Lo aceptó como un elogio involuntario y desde entonces así se refirió a sí mismo: un asceta de la literatura, cuyo sostén se establecía en las restas, en las desagregaciones, más que en la abundancia incontrolable de los contenidos mentales. No solamente por aquel consenso unánime que recibiera a sus primeros libros cuando aparecieron, el silencio de sus contemporáneos, sino acaso por una operación personal literaria de altas exigencias: el arte de la restricción. Las armas propias de la condición ascética fueron la oración, el trabajo y el ayuno. De un modo primario, la oración se entiende como el pronunciar algo específico, una petición expresa o una frase de adoración. Una forma más compleja (compuesta de muchas cosas) define a la oración ---la cual puede ser cualquier decir sincero--- como aquella ocasión cuando la mente se da cuenta que está dentro de algo que lo abarca todo y es consciente de “una doble dimensión de ausencia y presencia”, cuando asume que participa en algo ---“un más”, le llama el teólogo y filósofo Raimon Panikkar --- en lo que se puede confiar. La oración, el mantra, es entonces una purificación mental operativa, un hacer limpieza y dejar fuera de la conciencia la basura de la subjetividad. Contiene fuerza y no debilidad. El trabajo, yoga de lo cotidiano, representa una acción independiente, así se efectúe para terceros. Hacer bien lo que se hace, sin esperar consecuencias y solamente por el valor del mismo hacer. Sigue siendo el “hacer como si” de los antiguos Vedas. Fernando Solana Olivares

EL MAL EN VANO

La historia, afirmó Hannah Arendt, ha pasado por varios períodos donde el reino público (cuya función es generar luz sobre los sucesos del hombre, proporcionando un espacio común donde tales sucesos se muestren para conocerse y comprenderse) se va oscureciendo y el mundo se torna tan dudoso que la gente deja de pedirle a la esfera política otra cosa que no sea mostrar una mínima consideración por sus intereses vitales y su libertad personal. Tiempos de oscuridad cuando surgen “lagunas de legitimidad” y “gobiernos invisibles”, todo ello debido a un discurso (producido por los representantes oficiales, postulaba Arendt hace años, a los cuales habría que añadir ahora a los medios masivos de comunicación) que no revela lo que es ni lo que de verdad sucede, tampoco sus causas primarias y sus auténticos efectos, sino que lo esconde y degrada a través de una trivialidad sin sentido. Experiencia de estas épocas y descripción conceptual, centro mismo del asunto dominante y resumen sucinto de las condiciones existentes, sarcástica y perversa declaración, según la filósofa que documentó la banalidad contemporánea del mal: “La luz del público todo lo oscurece”. Pues lo que así ocurre no es visible sustancialmente aunque se muestre a la vista de todos, y no es fácil de percibir en cuanto a su verdadera naturaleza porque está velado por los discursos que lo comunican, lo valoran y lo comentan. Lo anterior puede servir para entender en otro plano la socialmente aberrante y sin embargo celebratoria narrativa sobre Joaquín “El Chapo” Guzmán, ese poderoso criminal de quien el autor de Gomorra, Roberto Saviano, citado por José Reveles en su libro sobre el capo, escribió en febrero y marzo de 2014 a través de Twitter que, siendo líder mundial del narcotráfico, poseía “la autoridad mística del Papa, la autoridad de Obama y el genio de Steve Jobs”. El colapso moral propio de la época actual, la desintegración del mundo o la disolución de los valores, conforme la llamó uno de sus analistas más perspicaces, Hermann Broch, se expresa a la manera de un fenómeno estético en el cual reside la verdadera seducción del mal. No es solamente la fascinación materialista que el mal radical trae consigo ---desde la venta masiva del modelo de camisa de seda narca que llevaba “El Chapo” en su encuentro con Sean Penn hasta el reverencial y tácitamente admirativo trato que éste le prodiga en su periodísticamente pobre crónica del encuentro, desde la ignorante estupidez interesada de Kate del Castillo hacia el opulento fascineroso hasta la infaltable reiteración en informes y testimonios de la “gran inteligencia” que lo caracteriza---, sino la consonancia que los hacedores del mal encuentran en su propio sistema, en cadenas de pensamiento como “los negocios son los negocios” o “la guerra es la guerra” o “todo lo que hago es defenderme de mis enemigos.” Esa consonancia los convierte en estetas dispuestos al asesinato y a la destrucción de no importa cuánto y cuántos para defender la “hermosa” coherencia de sus intereses, cuya magnitud se entiende como un valor en sí, una causa legítima que no requiere preguntarse por sus espantosas consecuencias individuales y colectivas: “Suministro más heroína, metanfetamina, cocaína y mariguana que cualquier otra persona en el mundo. Tengo una flota de submarinos, aviones, camiones y barcos.”¡Oh, admirable vanidad!: tanto mal en vano para vivir a salto de mata, de fuga en fuga, de muerte en muerte, tanto tiempo crispado, tanta sangre y dolor derramados. Una persona se define por sus actos. Para la axiomática de ellos no importa cómo los considere: “hicimos un juramento y seguíamos órdenes”, explicaron los verdugos nazis; “si yo no lo hago otro lo hará”, dirá el sangriento y despiadado capo. Pero pensar es tomar en cuenta la naturaleza moral de los actos, todo lo demás es una astucia instrumental, no una razón suficiente ni establecida. Si el pensamiento es lenguaje, las respuestas del entrevistado en la mala entrevista de Penn lo revelan todo. El mal posmoderno, aquel que cosifica en bloque, ni siquiera está a la altura (o en el abismo) de su iniquidad. “El Chapo” Guzmán, igual que el depredador nazi Eichman se le mostró a Hannah Arendt, es nada más que un pobre diablo, un burócrata de su propia malignidad. Y lo es no por su humilde origen o por ser solamente un encumbrado gerente del crimen, sino por su desenlace: una celda de zoológico o una extradición imperial para traicionar. Fernando Solana Olivares

Friday, January 08, 2016

CIERTAS CONSIDERACIONES

El privilegio del género. La novela, afirmó Hermann Broch, es la impaciencia del conocimiento. En septiembre de 1848 Gustave Flaubert leyó a un pequeño grupo de amigos el manuscrito de La tentación de san Antonio, su “gran prosa romántica” en la que, según el crítico literario Bardèche citado por Kundera, había depositado todo su corazón y sus ambiciones, “su gran pensamiento”. El rechazo fue tajante y los amigos le aconsejaron deshacerse de sus visajes y efluvios narrativos, de sus “grandes movimientos líricos”. Flaubert hizo caso de las críticas y tiempo después se dedicó a escribir Madame Bovary, pero sin sentir ningún placer estético y viviéndola como un castigo del cual se lamentaría en sus cartas: “Bovary me amodorra, Bovary me aburre, la vulgaridad del tema me da náuseas.” Para Kundera dicha historia no es la de una autodestrucción sino al contrario, la de una conversión: “Flaubert rompe su crisálida lírica”, escribe al elogiar esa operación condicionada, esa positiva frugalidad. Los pecados capitales. Así los llama Franz Kafka en sus consideraciones, quien señala que son dos de ellos los que engendran todos los demás, la impaciencia y la indolencia. Los hombres fueron expulsados del paraíso a causa de la impaciencia y no pueden volver a él debido a la indolencia. Pero acaba concluyendo que quizá sólo existe un pecado capital: la impaciencia. Por ella ocurrió la expulsión, por ella queda impedido el regreso. De ser cierto lo que el autor de La metamorfosis afirma, Broch promulga la novela como una manifestación del pecado del conocimiento. El mismo que llevó a la pareja adánica a desobedecer las órdenes de la divinidad. El divino no. Y con todo, en esto solamente hay virtud. Flaubert purga de sentimentalismos su prosa, concluye con la lírica expresiva y encuentra, según la bella frase de Kundera, la pasión del arte de la novela y su campo de exploración, la prosa de la vida. La supresión de Flaubert ---un sacrificio voluntario--- significa abandonar el mundo interior como materia de la escritura (el contenido de la poesía lírica es el propio poeta, enseña Hegel) para esforzarse “por llegar al alma de las cosas”, como años después responderá a George Sand cuando ella le pida que dé a sus lectores consuelo y no desolación. El alma de las cosas. Ninguna otra es la lucha de Cioran cuando confiesa que su vida sólo se cifra en la aspiración de superar la lírica y alcanzar la prosa alguna vez. La divisa augusta. “Piadosa prosa española”, dice un autor, para llamar pan al pan y vino al vino. Ese adjetivo abarca una voluntad de exactitud cuya analogía es similar a la diferencia entre describir y relatar. La tentación de san Antonio era un relato en el cual la emoción subjetiva del autor contaba la historia e intentaba producir un efecto: era kitsch. Madame Bovary nada más aspiraba a contar bien una historia, transmitirla mediante una mirada ceñida y lacónica, una estrategia de la suprensión condensada donde no decir en exceso se convierte en un decir icástico, imborrable, suficiente, que obliga al tercero involucrado a imaginarlo volviéndolo propio. Así Emma Bovary será siempre la Emma de quien la leyó y no de aquel genio literario que la describió. El origen de este autodominio radica en la divisa augusta del emperador Adriano: Patientia. El antónimo del pecado capital advertido por Kafka. Acéptese una paradoja, una contradicción superior: la novela verdadera, aquella impaciencia del conocimiento, se logra con la paciencia de la escritura, con la contención del yo lírico del escritor. Lo mismo la vida: o entre impulsos automáticos o desde la fuerza de la restricción. Los libres y los presos. El habla nos habla, afirma el filósofo. Usamos el lenguaje o somos usados por él. El maestro camina hacia el aula y escucha un estrépito. Al entrar pregunta qué ha pasado. Uno de los alumnos involucrados en el incidente lo sintetiza: él y yo nos peleamos. El otro naufraga en una dilatada representación dramatúrgica: él me dijo, yo le dije, él me dijo, yo le dije, y así. El primero es libre, el segundo no. Debiéramos ir a las cosas mismas, pero la subjetividad psíquica es adicta a los epifenómenos. De ahí que Byung-Chul Han describa como “pornográfica” toda imagen mediática que invade los sentidos y llega a ellos sin ninguna mediación. “Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es intentar comprenderla. Ésta es la razón de ser del arte de la novela”. Kundera acierta: sólo el lenguaje pleno lleva a la comprensión. Fernando Solana Olivares

Friday, January 01, 2016

ESTANQUILLO

Lección inaugural. Al ingresar al Colegio de Francia hace casi medio siglo, Michel Foucault habló de cómo la producción del discurso estaba controlada por procedimientos de exclusión dirigidos a conjurar sus poderes y peligros. El primero de ellos era lo prohibido: no se tiene derecho a decirlo todo, no se puede hablar de todo y tampoco de cualquier cosa. Las regiones en que la malla estaba “más apretada” eran la sexualidad y la política, y acaso la metafísica, el orden de lo invisible. El segundo procedimiento significaba una separación y un rechazo: la antítesis entre razón y locura. El tercero contenía la oposición entre lo verdadero y lo falso, entendida la verdad como una voluntad sustentada por un soporte institucional y su densa suma de prácticas pedagógicas y mediáticas. Foucault recordó entonces, “a título simbólico únicamente”, el viejo principio griego: que la aritmética puede ser objeto de las sociedades democráticas, pues enseña las relaciones de igualdad, pero que la geometría sólo debe ser enseñada entre las oligarquías, ya que demuestra las proporciones de la desigualdad. La razón de Ulises. El método literario de James Joyce está dicho en uno de los aforismos más citados proveniente del Retrato del artista adolescente: “¡Vivir, errar, caer, triunfar, recrear la vida a partir de la vida!” La continuidad de pensamiento en toda su obra se debe a su condición autobiográfica ---desde las tribulaciones de la infancia, señalan los críticos, hasta la epopeya personal y después la epopeya de la historia del mundo---, y su elección de Ulises como el personaje más completo de la literatura no contradice esa poderosa y constante autoutilización. Éste no podía ser Fausto, explicó Joyce, porque no tiene edad, casa o familia: “No puede ser completo porque nunca está solo. Hamlet, a diferencia de Fausto, es un ser humano, pero es solamente un hijo.” Ulises, en cambio, además de ser hijo es padre, esposo, amante, responsable de otros y compañero de armas. Tal suma de condiciones lo vuelve un hombre completo. Alguien que vivió y experimentó la compañía de los demás, pero sobre todo la soledad personal. Ya enseñaba el sabio que en ello consistía la sabiduría: en saber ser pobre, saber ser viejo, saber ser solo. En saber ser. Schopenhauer iconoclasta. Las fuentes de este filósofo cuya obra quiso entenderse, empleando un símil que él mismo volvió célebre, como “la Tebas de las cien puertas”, pudiéndose acceder a ella a partir de múltiples lugares y perspectivas, resultan igual de variopintas: desde grandes filósofos como Platón y Kant hasta nigromantes como Paracelso; desde sublimes plumas como Schiller y Goethe, Byron o Shakespeare hasta los redactores del Times londinense de mediados del siglo diecinueve; desde los pioneros del hipnotismo hasta Herodoto o el profeta Jeremías; desde Aristóteles hasta los informes de fenómenos paranormales. “Una cita de Séneca ---escribe Roberto Aramayo--- vale tanto como un cuadro de Tischbein, los libros esotéricos pueden rivalizar con un relato de Walter Scott y la sabiduría conservada durante milenios en los libros védicos no desprecia verse actualizada con una página del periódico.” Tal sincretismo para algunos, tal mescolanza para otros, muestra una completa falta de prejuicios en la búsqueda de la verdad. Por ello el filósofo misántropo pudo reunir Oriente y Occidente: multiplicó para sintetizar. ¿Su lema? Uno todavía vigente: “Sólo relaciona”. La neohabla y el doblepensar. En 1984, novela política atrozmente anticipatoria, Georges Orwell narra el papel del lenguaje en el proceso social del control de la realidad. Sus características son, conforme a la lingüística orwelliana estudiada por Hodge y Fowler, aquellas que los estudiosos modernos llaman un código restringido: la complejidad del lenguaje se ve reducida, la abstracción está limitada, la valorización y la crítica resultan prácticamente eliminadas. La neohabla orwelliana, sostén del doblepensar (saber y no saber, ser veraz mientras se dicen mentiras, sostener simultáneamente opiniones contradictorias y creer en ambas, utilizar la lógica contra la lógica, repudiar la moralidad mientras se la reivindica, etcétera), requiere supresiones de artículos, preposiciones, conjunciones, de figuras de modo y tiempo, puntuación, de juicios de valor y también reordenamientos de palabras. Su propósito no es proporcionar un instrumento de expresión sino hacer “imposibles todos los otros modos de pensamiento”. El lenguaje como política neoliberal. Fernando Solana Olivares

LA APARICIÓN SIMULTÁNEA

Para Alberto Vital, quien lo hará con excelencia En alguna parte no axiomática del pensamiento budista existe la noción de la doctrina de la aparición simultánea, que se entiende como el surgimiento dialéctico de una oposición complementaria: la tesis y la antítesis, la enfermedad y la cura, la pregunta y la respuesta, la plaga y el antídoto, el problema y la solución, el encargo y la persona. Es en el peligro donde se encuentra la salvación, afirma el poeta Hölderlin, comprendiendo así tal postulación de relaciones de doble vía. Vienen a la mente algunos ejemplos entre tantos, inagotables, que sin duda se pueden evocar: la cualidad “saturnina” de Herman Melville, como la llama Elizabeth Hardwick, que acepta fríamente su destino de oficinista mal pagado y mantiene el orgullo en el fracaso, al cual considera como una suerte de deidad. O la conducta de Sísifo contada por Camus, quien sólo vence su castigo divino al amar la piedra que incesantemente tiene que empujar. O la terca capacidad de las sociedades humanas para encontrar solución a los problemas que deban resolver, como les atribuye Carlos Marx. O el “centro-raíz” de la mente humana vislumbrado por Withman, aquel hilo oculto que sujeta todas las cosas, toda la historia y el tiempo, todos los sucesos triviales o trascendentes, una intuición de equilibrio absoluto que existe en nosotros aun en medio de “esta increíble simulación e intranquilidad que llamamos mundo”. De la fusión entre la filosofía helenista y el pensamiento cristiano surgió, según afirma Ralph Metzner, una categoría que puede corresponder al orden de la aparición simultánea: la metanoia, que literalmente significa “más allá de la mente”, más allá de la mente racional, y que en los escritos cristianos se entiende como arrepentimiento: “sentirlo de nuevo” o, con más exactitud semántica, “cambio en la mente”, “metamorfosis intelectual”. De ahí que si la mente humana es metafórica, y la mente es el patrón que conecta cualquier fenómeno entre sí, toda realidad contiene su enunciado y su enunciación, los cuales surgen al mismo tiempo aunque la percepción de uno predomine, por razones culturales o ideológicas (uno de los tres irritantes síquicos esenciales del budismo: la ignorancia acerca de la naturaleza dual de lo real), sobre la existencia concurrente de la otra. La doctrina de la aparición simultánea fue descrita por el Buda en el llamado Sermón del Nudo, donde explicó que para desatar un nudo primero debe descubrirse cómo fue atado, “porque el que conoce los orígenes de las cosas, también conoce su disolución”. Algo parecido aconseja el legendario libro del Kama Sutra: si quieren saberse las causas deben observarse los efectos, si quieren saberse los efectos deben atenderse las causas. Los unos siempre están en las otras y viceversa, en simultaneidad. El budismo tibetano utiliza el término bardo para designar una “transición” o un intervalo entre la conclusión de una situación y el comienzo de la siguiente. La existencia se divide en cuatro bardos durante los cuales la posibilidad del despertar está en activo: el bardo de la vida, el de la muerte, el de la experiencia inmediata de la posmuerte y el del devenir desde la muerte a una nueva vida. No sólo al vivir o morir se experimentan tales intervalos porque son una continua oscilación entre pares de opuestos que casi todo el tiempo determinan a la mente común del ser: claridad y confusión, perplejidad y revelación, certidumbre e incertidumbre, sabiduría y confusión, estados que surgen simultáneamente, que son “coemergentes” entre sí. A cada sed se le da su propia agua y las cosas no suceden porque sí: el azar no existe y antes que casualidades hay causalidades. Por ejemplo ahora, cuando el neoliberalismo hegemónico considera todo como una mercancía cuyo único valor es el lucro, la rentabilidad, y mediáticamente se desechan como un estorbo mental porque se perciben como un peligro político el arte, la sensibilidad, la reflexión crítica sobre la realidad y el conocimiento por el conocimiento mismo, aquellas herencias humanistas esenciales del Occidente, cuando el odio a la cultura se vuelve cultural en sí mismo, es nombrado Coordinador de Humanidades de la UNAM, último reducto nacional de la cultura verdadera, uno de los más brillantes y capaces hombres de letras de nuestra generación. Doctrina de la aparición simultánea: la sensibilidad vasconcelista surge cuando se necesita. Fernando Solana Olivares

EL POLEN DEL UNIVERSO

Miró la definición y recordó su procedencia milenaria, el Mahabharata hindú: “El tiempo es el polen del universo”. No había podido, en cambio, recordar el término “sobriedad” cuando horas atrás lo buscó en su mente. La edad dificultaba sinapsis que a últimas fechas iban apareciendo con retraso. Eso era la vejez: retrasos. O apresuramientos hacia el final. Pensó en las estrategias de sustitución vinculadas a un placer delicado y en construcción que requería irse probando mediante pequeños sorbos, como se muestra la belleza verdadera o se domina la auténtica plenitud. No de inmediato sino poco a poco hasta establecerse en una rotunda condición: la sobriedad, droga de todas las drogas. Como el poeta, ahora amaba las mañanas, el centro, la claridad. Sin ser convocado vino a su recuerdo un hermoso cuento de un escritor amigo, admirado y talentoso, cuyo protagonista era un niño que nombraba a sus canicas con nombres planetarios: Tierra, Luna, Sol, los únicos tres que escolarmente conocía, y llamaba a las otras Neón, Centella, Bengala o Gato. El misterio de los nombres, el enigma lingüístico del nombrar. El ser y el enunciado, la summa de las palabras y la realidad. Todo acto cognitivo, afirman los sabios, es básicamente un acto de lenguaje. Así entonces ningún metafísico es mudo y toda epistemología representa un acto del habla. De tal manera que postular al tiempo como el polen del universo era todo un reconocimiento vivencial y un ejercicio de la conciencia: avances verbales del ir viviendo para al fin terminar. La memoria, entidad tan arbitraria, le hizo considerar una historia antigua: la de un tal señor Aldaco, quien desnudo entraba en una cueva y ahí se quedaba durante días para indagar sobre el origen del lenguaje. Nunca lo encontró, pues dicho comienzo es trascendente, adviene de más allá y no obedece a razones funcionales como el empleo de herramientas, la ingesta de proteínas o la socialización. Sonrió ante la imagen mental de aquel ingenuo y aterido explorador de la casa de la conciencia buscando lo que no puede encontrarse, como si un pez indagara por el agua donde existe. El lenguaje es el polen de la conciencia, la fecunda y la articula, la elabora y la multiplica. El lenguaje es la casa del ser. De golpe recordó tres referencias. La primera, que un escolástico del siglo XI explicó el paganismo panteísta como un error gramatical tenebroso provocado por el plural de la palabra “divinidad”. La segunda, que la historia del pensamiento era la historia del lenguaje. La tercera, que cuando el poema fundacional del Cid el término “recordar” todavía significaba “volver en sí”. Volvió en sí mediante el recuerdo, volvió a sí. Especuló que habría una gramática de la verdad en la memoria, así ella se hiciera de palabras justas o verdaderas o imaginarias o ideales o posibles o deseables o múltiples, estratificadas una y otra vez en una arqueología de la vida sucedida como aquella flor de la harina que el polen simboliza en latín. El paso de la palabra a la realidad, dicen los hindúes, es el sphota, la abertura o el brote. Y los nombres, afirma el poeta, no son ni los hermanos ni los hijos sino más bien los padres de los objetos sensibles. Siempre se habla en el nombre de algo, y al enunciar con el lenguaje se entiende que una cortina de fuego demarca lo perecedero de lo imperecedero. De ahí entonces que el acertijo homérico de Ulises, el tramposo lingüistico: “Mi nombre es Nadie”, haya bastado para derrotar al cíclope, pues lo que no tiene nombre no tiene sustancia tangible, no guarda ninguna responsabilidad. Quizá apenas entonces es cuando comenzaban a abrirse las zonas selladas de su psique. Buscó sentido a esa corazonada, lo mismo que una lúcida arbitrariedad: terminar era comenzar, de ahí que la vejez no significara la caducidad sino la persistencia, aquello durable que participaría de la eternidad. Paradoja de lo próximo o el niño que se oculta en toda ancianidad, ese polen germinal del tiempo ensanchaba un espacio que prometía concluir expandiéndose y que anunciaba expandirse al concluir. Un lapso que no se crea, no se destruye, sólo se transforma. Y su materia era la palabra. De tal manera que entrar a la muerte con los ojos abiertos, y antes a su prefacio, los últimos años de la vida humana, era una mera perspectiva del lenguaje, un modo concluyente, preciso y distinto del decir. Pensó que eso era envejecer con dignidad. Fernando Solana Olivares