Friday, September 28, 2007

POBLACIONES NO RENTABLES

Hace no muchos meses el sociólogo belga Francois Houtart, presidente del Foro Social Mundial, afirmó en un encuentro que el capitalismo destruye las dos fuentes que sostienen su opulencia: el hombre y la naturaleza. Dijo que en la historia universal de las mentiras nunca habían adquirido éstas la importancia que ahora tienen en tantos campos de lo humano. No valdría la pena extenderse para demostrarlo, pues solamente otras mentiras refutarían el dicho de Houtart, quien entonces denunció que el mundo asiste a la creación en todas partes de “poblaciones no rentables”, que no pueden comprar y que tampoco producen algún valor capitalizable. Los prescindibles.
Reiteró el planteamiento de Carlos Marx acerca de que el capitalismo es vulnerable y que alguna vez perecerá, pues una de sus contradicciones básicas consiste en la disminución obsesiva de los costos de producción y la consecuente mengua de clientes que eso significa. El capitalismo produce demasiado ---y destruye demasiado al hacerlo--- para una población que no puede comprar tantos productos. El 20% de los más ricos absorben el 84 % de los recursos del mundo; los servicios de deuda externa imposibilitan incrementar la inversión pública; la riqueza se transfiere del Sur al Norte y las ganancias van a dar a las manos de unas pocas empresas multinacionales más poderosas que los mismos estados nacionales.
La lógica económica en curso es tan despiadada y cínica ---Marx describió las heladas aguas del cálculo egoísta--- que en Costa de Marfil, por ejemplo, debido a los subsidios que los países ricos destinan a su agricultura, resulta más barato comprar carne europea que producirla ahí. Y en México, a partir del mes de enero de 2008, se abrirán las fronteras para el maíz, el frijol, el azúcar y la leche en polvo extranjeros. Pensar que nuestro gobierno proconsular (término que empleaba José Vasconcelos para describir la mentalidad colonizada de los gobernantes locales educados por el imperio capitalista anglosajón) atenderá, cuando menos, lo que se avecina en las muy precarias poblaciones rurales mexicanas que viven de esos productos, es inútil. Son poblaciones no rentables. Son gobiernos proconsulares.
Empleando una dura imagen sobre la situación actual del mundo, el filósofo Peter Sloterdijk sugiere la idea de un barco modernísimo que surca un mar de ahogados y a bordo del cual se suceden angustiosas conferencias en cuanto al estado económico, político y social que guardan las cosas. Como el mal siempre es banal, quizá Sloterdijk yerra al creer que dichas conferencias son angustiosas. Aquellas mentes lúcidas que no participan del poder sin duda se sentirán preocupadas por tantos signos del ocaso que nos rodean, pero los políticos, tontos jugadores de un poker ajeno, se muestran tan vacíos ante la realidad como son, intelectual y moralmente tan por debajo de lo que la hora actual exige.
Una lógica popular creciente va desde la exigencia argentina “¡Que se vayan todos!”, pasa por el exabrupto lopezobradorista del “¡Al diablo con sus instituciones!”, proviene hasta del zapatismo insurrecto, cruza entre los levantamientos cimarrones al modo de la APPO y se concreta en fenómenos masivos sucedidos aquí y allá. Una y otra vez surge la lección sloterdijkiana de que cuando los grandes órdenes se fracturan solamente pueden regenerarse en pequeños formatos. ¿Cuáles son éstos que surgen ahora, de qué se componen, en dónde están? ¿Cuánto y cómo son distintos al horror capitalista ante el que resisten?
Acaso consistan, nada más y sobre todo, en el ingreso de la persona a una dimensión espiritual. Es decir, de cambios interiores producidos por diversas vías en la mente humana que le permitan considerar de otra manera al mundo exterior, diferente a aquella de la ansiedad, la frustración y la prisa que la ideología capitalista del consumo construye y propaga sin cesar. Todo cambio espiritual es un cambio cognitivo cuya expresión se realiza en lo cotidiano: comer despacio, mirar despacio, respirar profundo y despacio.
En el fondo, el antídoto es tan simple como ralentizar la realidad. O simplificarla en épocas harto complejas, pues abrir una dimensión espiritual en la mente significa que la persona pone su atención en todo aquello, humilde y pequeño pero extraordinario, de lo cual está compuesto su vida diaria y que antes no percibía. ¿La pobreza capitalista permite obtener esos bienes cognitivos? Neurofisiólogos occidentales acaban de demostrar mediante pruebas científicas que hay más felicidad humana entre los habitantes de las postapocalípticas barriadas lacustres filipinas que entre los ricos y neuróticos ciudadanos de la postmoderna Hong Kong. Cuando los bienes son escasos la atención se concentra, cuando los bienes sobran la atención se hace difusa y la mente es presa de la subjetividad.
Aunque a las consideraciones anteriores falte la mención del método, pues éste es producto de la experiencia y no hay mucha al respecto, las poblaciones prescindibles serán dejadas a su suerte en el Outback del capitalismo, ese temible desierto australiano donde sólo resisten los sobrevivientes. Son quienes cambiaron de adentro hacia fuera y no al revés. Gente que se refugia en su interior, pues de otra forma no se enteraría de nada, que escapa del ruido y de la compulsión, del fetichismo de los objetos, del consumo demencial. Las retaguardias de hoy que serán las vanguardias de mañana, cuando luego del capitalismo el mundo continuará.

Fernando Solana Olivares

Friday, September 21, 2007

LA DISCRECION DE AGOTA

Se inventa lo que se recuerda, se encuentra lo que se busca. Yo andaba detrás de ella sin percatarme y en febrero pasado la conocí. Quizá no sabía todo de su vida pero ya intuía lo esencial. Aquella mañana de sábado viajaba de regreso a mi casa situada en la provincia. Como siempre, la inabarcable ciudad me había puesto en la condición mental que habitualmente induce, cuando uno siente ser otro para los otros. Pero también como siempre la ciudad me compensaba con las modestas adquisiciones de mi predilección: libros, suplementos, películas, discos.

Abrí una que iba a mi lado en el asiento del ómnibus y su nombre resonante se desplegó ante mis ojos: Agota Kristof, pues Babelia, el suplemento español, publicaba una entrevista donde ella se refería a su vida. En 1956, junto con su esposo y su hija recién nacida, cruzó a pie la frontera de su patria húngara y primero fue a Austria y luego a Suiza, donde se quedó. Huía con su familia de la derrota de la revolución húngara contra el régimen prosoviético de la época en la cual había participado su marido. El entrevistador, Javier Rodríguez Marcos, hizo entonces una observación precisa sobre la escritora: “habla como escribe: yendo al grano, sin circunloquios, sin subrayados.” Y así es.

De ese tema platiqué anoche con mis hijos. Veníamos de charlar sobre otro tópico, la pauta sentimental de la alcoholización, y habíamos derivado al asunto de los adjetivos como expresiones sentimentales que atribuían a las cosas algo que no había en ellas, cuando salió a colación Agota Kristof y su lacónica manera de escribir negando cualquier concesión emocional, suprimiendo todo efecto bonito, superando la adjetivación.

Durante cinco años Agota Kristof trabajó en una fábrica de relojes, pensando que hubiera sido preferible que su esposo purgara dos años de condena en la cárcel húngara a que ella viviera la prisión de un trabajo monótono en un país desconocido donde nadie hablaba. Agota no sabía francés, quien sí lo estudió fue su marido. Lo mismo la hija en la escuela, y junto con ella lo aprendió. Después de un lustro de silencio y repetición, años en los que Agota escribía mentalmente en su puesto de trabajo poemas en húngaro que llegando a su casa traducía al francés, consiguió un empleo como secretaria del consultorio de un dentista. De las no palabras pasó al ruido verbal.

Pero tal aprendizaje –la literatura es el arte de la restricción, afirmó Stendhal– la llevó a escribir con este nivel de parquedad y belleza, de discreción sin adjetivos: “Dejé en Hungría mi diario de escritura secreta, y también mis primeros poemas. También dejé a mis hermanos, mis padres; sin avisarles, sin despedirme de ellos, sin decirles adiós. Pero sobre todo, ese día, ese día de finales de noviembre del año 1956, perdí definitivamente mi pertenencia a un pueblo.” No dice a mi pueblo sino a un pueblo. Todo escritor verdadero debe perder a tiempo esa pertenencia para reemplazarla por la escritura, el único pueblo que posee.

Al respecto estos son sus escuetos, esenciales consejos: “En primer lugar, hay que escribir, naturalmente. Luego, hay que seguir escribiendo. Incluso cuando no le interese a nadie, incluso cuando tenemos la impresión de que nunca interesará a nadie. Incluso cuando los manuscritos se acumulan en los cajones y los olvidamos para escribir otros.” Durante mucho tiempo eso hizo. Y treinta años después de haber abandonado Hungría, en 1986, una de sus novelas, El gran cuaderno, publicada en francés por Seuil, resultó un éxito fulminante que le dio premios y traducciones.

Tener hijas es una bendición del cielo: Agota aprendió francés gracias a la suya; yo leo La analfabeta (Obelisco, Buenos Aires, 2006) su corto pero poderoso relato autobiográfico, gracias a la mía, quien amorosamente lo buscó por meses y al fin dio con él. Lo leo una y otra vez porque la prosa de sus ochenta páginas no lleva ningún adorno, no presenta ninguna queja, no ocupa ninguna sentimentalidad. Y cada lectura es diferente aunque las tan precisas imágenes literarias que ofrece sean las mismas.

“No me interesa la literatura”, confesó Agota a su sorprendido entrevistador. Tiene 71 años aunque aparenta diez o quince menos, vive sola en un “escueto departamento” del centro histórico de Neuchâtel en la Suiza francófona, que más parece el de una estudiante que el de una laureada escritora. Por el libro autobiográfico que mi hija puso en mis manos, a Kristof en Alemania le otorgaron el premio de los críticos y diez mil euros que no fue a recoger pues el estado de sus piernas no lo permite. “Para mí la escritura –dijo en la entrevista– es demasiado para hacer algo que no me guste. Y no creo que me salga ya nada mejor de lo que escribí. ¿Para qué empeñarse?”

Lejos de las fiestas, de la promoción y de los homenajes. En la literatura mexicana se conoce la de Juan Rulfo, una reflexión idéntica. Agota pasa ahora sus días leyendo novelas policiacas de las que olvida el nombre y a narradores que no adornan las cosas. Que no utilizan adjetivos. Los escritores románticos desconfían del lenguaje como instrumento de su expresión, por ello incurren en el ornamento como delito. Los narradores clásicos saben que el lenguaje es capaz de describir con sobriedad cualquier cosa y no habrá nada adjetival por agregarle. Acaso sólo estas discretas líneas de Agota Kristof: “He aquí la respuesta a la pregunta: uno se hace escritor escribiendo con paciencia y con obstinación, sin perder nunca la fe en lo que se escribe.”

Fernando Solana Olivares

Friday, September 14, 2007

LAS PIELES DE OVEJA

Dice la endecha castellana que la rueda de la fortuna nunca deja de girar. A un año de los turbulentos y dudosos comicios presidenciales, la reforma electoral que se discute en el Congreso condensa una lucha formal entre el amplio y diverso grupo que actuó no tanto a favor de Calderón como en contra de López Obrador, y aquellas otras fuerzas que directa o indirectamente resultaron derrotadas mediante las muchas malas artes de sus adversarios. En gran medida está ocurriendo una lucha política contra el dinero, contra los monopolios de la oligarquía y su avasalladora influencia, pero también contra la perversión del sentido de lo público y el artificioso e indebido papel protagónico en la vida nacional que los medios masivos electrónicos se han atribuido a ellos mismos.
Ahora, como explican los sociólogos, es el mundo del homo videns donde las orwellianas, las omnipresentes pantallas de televisión y las redes de araña de los programas radiofónicos construyen consensos masivos e inducen preferencias ideológicas y opiniones políticas a escala planetaria. Su arrogancia es proporcional a su influencia, la cual, paradójicamente, no es tan profunda socialmente como se pretende. Eso fue llamativo por evidente en la confrontación televisada que tuvo lugar el martes 11 de septiembre entre los senadores que discuten, además de otras reformas, la reducción del financiamiento a los partidos y sus gastos en medios electrónicos, y diversos comunicadores y representantes del duopolio televisivo mexicano, quien decidió hacer una cadena “voluntaria”, según después sus noticieros le llamaron al enlace de frecuencias, para mostrar tan singular encuentro al país.
Desde luego nuestros senadores ---con honrosas y precisas excepciones--- no son sujetos muy recomendables, pero cumplen una representación pública que les fue asignada por la ley. Desde luego entre nuestros comunicadores ---con honrosas y precisas excepciones--- también habrá sujetos no muy recomendables, pero la función que cumplen no les fue asignada por ningún mandato popular. Dicha función es autoasignada, y ningún rating y ninguna encuesta bastan para convertirla en equivalente a la que cumple una legislatura constitucional.
Sin embargo, los términos están adulterados. Enarbolando un amago de censura a la opinión pública en los medios ---producto de la redacción ambigua de un artículo del proyecto de reforma, redacción aclarada ahí mismo por el senador Monreal, conforme se entendió---, ciertos comunicadores como un retador señor Ferriz de Con, sobreactuado y antigramatical, cantinflesco y de voz tipluda ---“la voz es el espejo del alma”---, se atrevieron a comparar su importancia opinativa con la importancia política del Senado mismo, apelando a una supuesta fuente popular común. Y si nos vamos a las mediciones entre el público consumidor, habrá dicho el vehemente Ferriz, nosotros ganamos. También habló un señor Azcárraga de edad avanzada, dueño de un sinnúmero de estaciones radiofónicas, argumentando que ese proyecto de reforma legal suponía una expropiación, él, un monopolista, es decir, un expropiador.
Participó luego un sobresaltado asesor de Televisa, incendiario y hasta grosero. A continuación una locutora de espectáculos preguntó si llamar guapo, feo o desviado a un gobernador la volvería perpetradora de un delito. “Intervención prístina”, diría de ella horas más tarde un analista de otro canal televisivo. El locutor estelar de TVAzteca convocaría la defensa de la libertad y su exceso mejor que su restricción; López Dóriga advertiría sobre la tentación autoritaria de la censura gubernamental contra la expresión crítica; Sarmiento mentaría la aburrición y el sesgo informativo de los tiempos oficiales en televisión. Etcétera.
Un martes en cadena nacional voluntaria y el mundo al revés. Los conspicuos representantes de los monopolios informativos, aun aquellos de elemental y precario lenguaje, demandaban de los senadores el respeto inequívoco e integral a la libertad periodística. Demanda inobjetable de la sociedad abierta que era hecha de tan enfática manera como si sus demandantes fueran ejemplo del respeto y la custodia a esa libertad. Y sin embargo no dejaba de parecer todo ello un escenario donde la realidad se editaba.
Por otro lado, la monopólica televisión mexicana ha envilecido a la sociedad. La estupidización mental colectiva que representa debiera ser un asunto de seguridad nacional, y el mercantilismo extremo que practica supone una máxima enajenación social: que ya no existan ciudadanos sino consumidores. De ahí que debe aplaudirse el discurso de respuesta del senador Pablo Gómez, cuando recordó a los visitantes que utilizan medios de comunicación que son bienes públicos tutelados por el Estado mexicano, el cual se los concesiona.
Los griegos le llamaban Ta Megala a la discusión de cuestiones importantes en el ágora pública. Lo hizo este digno senador con oratoria de tribuno. Y aun García Cervantes, representante panista, encaró a algún desmesurado asesor del monopolio televisivo mayor y señaló que mentía. Entretanto el EPR realiza atentados contra ductos petroleros y provoca pérdidas millonarias. El país se inunda y públicamente se discuten las reformas políticas. Los poderes fácticos pelean, el segundo Estado cruje y en su parte oscura asesina, el dinero danza. Río revuelto para pescadores. Lobos con piel de oveja, ruedas de la fortuna que no están quietas.

Fernando Solana Olivares

Friday, September 07, 2007

ACASO ASÍ

“El esfuerzo es realizador”, leo en un texto hindú del siglo IX. La frase me parece cargada de sentido, como si me estuviera ofreciendo una revelación. Tal vez es uno de los pequeños signos que muy temprano por la mañana convoqué presenciar el día de hoy. Esa técnica psicofisiológica se llama crear el día y consiste en decirse a uno mismo al final de la meditación, estando sereno y concentrado, que quiere trabarse contacto mental con el nivel subatómico de cada cual. Desde luego debe aceptarse que en dicho nivel existe una manifestación de la conciencia que también es parte íntima ---y quizá la más importante pues resulta la más pequeña y la más extraordinaria, y ahí es el lugar donde acaso resida aquello que se denomina el observador. Para decirlo tan claro como abstracto: ese nivel donde todos y todo somos Uno.
¿A quién le solicité esto? Si fuera creyente diría que a Dios, pero desde hace tiempo nada más creo en el valor de la intención formulada y sostenida en mi propia mente, y no en los ruegos dirigidos a ninguna instancia metafísica superior. Entonces venía contando que la frase leída me significa un instante especial, pues estoy convencido que tal lectura es una coincidencia. Dicha palabra, cuyo prefijo alude a cosas que ocurren juntas, la entiendo al revés del sentido dominante que ahora se le da. Por ese significado etimológicamente correcto ---que representa no lo arbitrario sino lo que ocurre bajo formas y razones no percibidas por nuestros sentidos--- fue que el filósofo Schopenhauer mencionó que todo encuentro casual es una cita.
Así me topo con la frase, como si estuviera esperándome para que incidamos juntos, para que coincidamos. Puede verse claramente que aquello que durante lo cotidiano se encuentra está en el orden de lo pequeño, pero también de lo inesperado. La técnica de crear el día no es otra cosa que la disposición a incursionar, desde la mente concentrada, en la física de las posibilidades sobre la vida diaria, en la física cuántica que constituye a cada quien. Acudo a un ejemplo que se utiliza en las teorías de la comunicación para aclararme: si pateo una piedra le transfiero energía, si pateo a un perro le transfiero información. El animal reacciona por su propio metabolismo e interpreta mi acción como un mensaje, en cambio la piedra rueda inerte hasta que agote la fuerza de mi patada y según las condiciones de la superficie donde está y de la forma que tiene.
Simplificando: así como los conceptos de materia y energía fueron determinantes para la ciencia y el pensamiento del siglo XIX, la tardomodernidad cibernética ya considera otros diferentes y complementarios: la configuración y la información. De tal manera pienso en aquella frase leída hace un instante apenas, el esfuerzo es realizador. Al meditar, lo cual significa hacer un esfuerzo mental y físico sistemático de silencio interior e inmovilidad, cambia la configuración de la mente y ésta puede pensar la información que permita hacerle conocer la técnica personal de crear el día. La mente se enseña a sí misma pues ---así suene esto a cualquier bombástica afirmación New Age--- está conectada con la totalidad de lo existente, la mente es manifestación de esa totalidad.
Hace tiempo que ya no discuto estas cuestiones con quienes solamente hablan de aquello que pueden ver, medir o contabilizar. La realidad se compone por muchísimo más que eso, hay muchos mundos y están en éste. Lo afirman los budistas, los caldeos, los poetas, los físicos cuánticos, los místicos, los hindúes, los hermeneutas, los neognósticos, los prestidigitadores, los neurofisiólogos, los jardineros. Lo afirma mi soberana imaginación. Acaso así es indispensable para enfocar sostenidamente la conciencia en un solo propósito. Tal sitio, la mente difusa, es el de nuestra desgracia humana: sostenemos en promedio la atención, la enfocamos en un objeto no más de entre seis y diez segundos. De tal forma que si se aprende a mantener fija la mente en una intención no obsesiva, que contenga sentido y moral, es posible para cualquiera crear el día.
Y estar dispuesto a percibir sutiles noticias provenientes del silencio, del nivel invisible donde la mente y el cuerpo también están y son. Coincidencias, sincronicidades, fenómenos inexplicables, paranormalidades. O el mundo de lo extraño, del misterio tremendo que quería la reflexión medieval. Algo, si se quiere, parecido a la técnica literaria de las epifanías: buscar instantes donde ocurren los pequeños milagros diarios. Cada quien debe hacer la lista de los suyos, que no son ensoñaciones ni deseos yoicos, sino esas inesperadas cosas que todos los días suelen suceder. Por eso lo pequeño es hermoso, según propuso un economista influenciado por el pensamiento budista al cual el capitalismo ignoró.
Hay otros requisitos para emplearse en la técnica de crear el día: aceptar que uno es lo que piensa; aceptar que uno puede suprimir, primero, y cambiar, después, lo que piensa, si realiza todos los días algún ejercicio estructurado que signifique intervenir voluntaria y psicofisiológicamente en el flujo de la conciencia. Paradojas, dificultades, simplezas, porque la mente se educa a sí misma pues es del todo plástica, porque la mente aprende a serenarse junto con el cuerpo, el cual se fortalece y sana. Coexistencia de posibilidades que luego se manifiestan como un guiño simple pero extraordinario donde encuentro una frase reveladora que me lleva al fantástico dios de las pequeñas cosas. Y me cautiva su circuito de retroalimentación.

Fernando Solana Olivares

Wednesday, September 05, 2007

VIAJE A OAXACA / y III

Viernes 10 por la tarde. Me persigue la sensación de atestiguar el esplendor de la decadencia: tanta creatividad individual y de grupo, tanto refinamiento espiritual en bastantes como para considerarlos una masa crítica, germen de otra forma nueva de pensamiento humano, tanta belleza física y arquitectónica, aquel exquisit taste que deslumbra a propios y embauca a extraños, tanto de todo ello en Oaxaca mientras las ancestrales estructuras del mal gobierno gangsteril y mafioso crujen por todas partes, así conserven su ilegítima capacidad represiva, y el desencanto y la cólera de las mayorías populares vienen hirviendo desde hace mucho tiempo en un caldero: luna cáustica de mezcal.
Ese es el problema externo, y quizá interno también, de la triste Oaxaca: sus escenas arrebatadoras. Puras fachadas detrás de las cuales existe una realidad compleja, corrompida, cuya imagen vislumbró el escritor inglés D. H. Lawrence cuando hace ochenta años vivió ahí durante unos meses: “La población de origen español forma como una capa que se pudre encima de la oscura masa de los salvajes.” Duras palabras hoy que los gentilicios de los que dominan han cambiado pero están más podridos que aquellos criollos de antaño, los vallistos, tenderos de prosapia cuyas señoras se juntaban a hacer la costura y criticar al prójimo una vez por semana.
Estos de ahora son señores istmeños o mixtecos de horca y cuchillo, enriquecidos hasta la demencia, audaces e inescrupulosos. Señores oscuros, medianías sangrientas, caciques responsables de la descomposición política, económica y social que Oaxaca padece cada vez más acusadamente desde hace cuatro sexenios. Cada gobernador ha sido peor que el otro hasta llegar al último, Ulises Ruiz, el peor de todos. Y como somos occidentales y estamos condenados a recibir la revelación mediante el libro, encuentro uno interesante y otro extraordinario en una tradicional librería del centro oaxaqueño, luego de ver los legendarios árboles verdinegros que se salvaron del ecocidio con el cual comenzó esta revuelta encabronada. El libro interesante es amargo, el libro fuera de lo común es épico. Uno sirve para saber, el otro para sentir.

Sábado 11. Las cosas se destruyen, las cosas se sostienen. Dado que las costumbres de la tribu no se cambian, asisto a una boda. Se casan dos bellos jóvenes confiados en que el futuro seguirá igual. Hago votos por su permanencia pues de pronto comprendo que la normalidad es el antídoto contra la crispación. Si la burbuja financiera mundial no estalla antes de unos años, si Oaxaca no se colapsa por otra violenta insurrección dentro de algunos meses, si el gobierno logra ganar pronto su hasta hoy impune guerra de baja intensidad, entonces esta pareja contará con tiempo extra para vivir amablemente. Hasta que ocurra lo que nos ocurre: a toda la gente le tocan malos tiempos históricos.
Pero aquí no parecen enterarse, pues los invitados bailan coreográficamente como si hubieran sido entrenados para ello en algún lugar. “Es en las mismas bodas donde aprenden”, según me ilustra mi mujer. Como hace veinte años que yo no iba a ninguna, mi capacidad dancística resulta nula y no es el momento para ponerme a practicar. Si alguna vez regreso al mundo quisiera bailar como los dioses, hoy no. Mi cabeza se ocupa de lo que estoy leyendo: las líneas profundas de la umbría Xashaca, nada más. Oaxaca: ínsula de rezagos, de Cuauhtémoc Blas López (Editorial Siembra), y Oaxaca sitiada, de Diego Enrique Osorno (Editorial Grijalbo). Este último es el libro acerca de todo lo que ha ocurrido, un tejido narrativo flotante y múltiple, una crónica de meses hecha desde el sitio al mejor modo literario, pues el periodismo de corresponsal escrito como está ahí se vuelve un alto género. La veloz, poderosa y diversa prosa de sus páginas dan cuenta de una victoria moral, que eso han sido siempre los levantamientos populares contra los tiranos, así cometan excesos y heroismos como aquí están nítidamente contados. Es confortante saber que la historia inmediata así se consigna, pues entonces, pase lo que pase, está salvada para la memoria común, la única que existe. ¿Quién recordará en cambio al oscuro Ulises? Y el otro volumen es un trabajo riguroso que explica y pone en claro, con nombres, estadísticas y apellidos, el corrupto poder político de décadas que ha llevado a Oaxaca al índice 0.716 de desarrollo humano correspondiente, conforme a Lorenzo Meyer en su prólogo al importante libro de Osorno, a las islas de Cabo Verde en el occidente de África. Sí, no es el mezcal, es Oaxaca.


Domingo 12. Aquí fue el alcohol. O sea, estamos chupando tranquilos. Por logística arbitraria y propia de la boda nos toca regresar de Oaxaca con unos cuantos borrachos en el camión, que están así desde la fiesta de ayer. “¡Apláudanme güeyes!”, grita un hombre alto y rudo que los comanda y alebresta en la parte trasera. El ruido altisonante, la estridencia corporal macha, la pauta sentimental y el dictum: no tanto estamos chupando tranquilos sino sobre todo estamos chupando. Y ocurre lo de siempre, llega la animalidad. No es Oaxaca, es el alcohol. La carretera también hierve, como el caldero oaxaqueño. Detrás queda el asunto, pero no. Más bien está delante y ejemplifica lo que vendrá. Deseo equivocarme y después pienso que para qué. Si Dios quiere, dicen por aquí. Vivo al día, como todos, mirando que el futuro se confunde cada vez más. Cuestión de resistir lo que venga, la aristocracia es espiritual. De ser de nuevo Oaxaca, aunque sea moral y escrituralmente, como ahora, yo también me insurreccionaré.

Fernando Solana Olivares

Viaje a Oaxaca/II

Miércoles 8 por la tarde. Desencanto y tristeza es lo que percibo entre amigos y conocidos. También rabia, pero no lástima ni autoconmiseración. Esa disposición recuerda a algún autor de antaño: la ira y la befa son señoriales, el llanto y la jeremiada no. Junto a las siete regiones étnicas oaxaqueñas existe otra más: la octava. Está compuesta por extranjeros de todas partes que han llegado acá para hacer su vida, casi todos artistas de una u otra manera, así solamente sea en cuanto a su experiencia cotidiana.

Estos gringos —como son llamados por los racistas oaxaqueños hasta los idénticos vecinos del poblado más próximo— forman un caldero inusual. Una amiga comenta haberse enterado de que Murat y otros políticos están comprando en la ciudad propiedades a precio de remate. Otra dice que los impuestos estatales al comercio han aumentado 130 % desde el conflicto. Alguien acota mencionando la temible voracidad oaxaqueña, su histórico afán —ciudad mercado— de lucrar.

Pero no hay turismo y no hay dinero. El gobierno se roba lo que puede y la corrupción oaxaqueña suele parecerse a la de Haití. Sin embargo hay una capa económica que prolifera y funda, en incomprensible afán imitativo, hoteles y restaurantes y negocios y antros con dinero dudoso, según se especula allí. A diferencia de Proust, cuyo protagonista se iba a dormir temprano, nosotros nos desvelamos contándonos las cosas que sucedieron y están por suceder.

Y me doy cuenta entonces que estoy en un laboratorio social en el cual surgen nuevas capilaridades, nuevas formas colectivas de expresión. Me lo confía un amigo que arrojó proyectiles contra las fuerzas policiacas invasoras en la épica batalla de Cinco Señores. Es el disco que contiene los casi mil esténciles y pintas y grafitos e imágenes que el movimiento, a través de colectivos cuyos miembros son anónimos, y anarcas varios de ellos, plasmó en las asombrosas paredes de Oaxaca, logrando una renovación profunda de la expresión plástica y la opinión popular: un Juárez punk u otro maoísta, una línea escrita como latigazo –“En Oaxaca no pasa nada excepto la revolución”–, una caricatura del tirano en abstracto inesperado o en realismo genial.

Por sus artistas se conoce a las insurrecciones. Surge la historia del Piedra, un lavavidrios adolescente que se integró a la brigada de basuqueros de la APPO y plantó su aguerrida base de proyectiles en una esquina. Los días de la batalla le significaron capilaridad social o pertenencia pública. Nadie ha vuelto a verlo a partir de entonces, cuando fue feliz. Todos están de acuerdo en que los sucesos políticos recientes están cruzados por sentidos múltiples, intereses inconfesables, versiones contrapuestas. De la poliédrica ebullición de pintas meses atrás, ahora sólo descubro dos de ellas escondidas en la periferia: “Sad City” e “Ira”, dicen.

Jueves 9. Ya estoy viejo para perder el tiempo con quienes son personajes de sí mismos. Ya estoy viejo para perder el tiempo. Pero aquí lo gano, o lo disuelvo, cuestión que me gusta más. Vuelve a surgirme la idea de que estoy delante de otras cosas además de las que ven mis ojos. Para explicarme encuentro dos ejemplos: la Viena del fin de siglo y los pequeños formatos. Viena simplemente por la intensa variedad de intercambios humanos que en ella ocurrieron, similares en algo a los que aquí pasan ahora mismo: quince o más galerías plásticas abiertas al unísono, varios museos y bibliotecas, presentaciones de libros y revistas, eventos musicales de primer nivel, conferencias y encuentros, paseantes y conversadores. Tal vez, como en Viena, son los cantos de cisne de la ley histórica: a mayor decadencia política, mayor creatividad individual.

Una regla dicta que hay que estar fuera de un sistema para poder observarlo. Entre la gente de la octava región predomina un sentimiento de interdependencia que lleva a sus miembros a afectar positivamente su propio espacio y construir una casa, pues entienden que la misma es una máquina de residir. Acaso por ello la desesperanza actual, cuando el lugar parece irse a pique, a pesar de su gigantesca belleza física. Pura compensación indiferente: no es Oaxaca sino Ulises y el ulisismo los verdaderos problemas de la coyuntura.

Una amiga narra sus peripecias para sacar a una joven militante de la APPO de la ciudad. Consiguió un coche lujoso, la vistió a la moda y pasó con ella todos los retenes: astucia de clase. Otro conversa sobre la tortuosa mecánica asambleística de la organización insurrecta, en la cual son mayoría los estalinistas —pues además de eso se trata todo esto: del presente del pasado mexicano que aquí sigue vivo. ¿Por qué no votaron en las elecciones inmediatas? Porque los estalinistas en la APPO quieren exacerbar las condiciones y enredaron la discusión al respecto, porque a 7 de cada 3 electores les importa un pito el resultado, porque el ulisismo impuso la cooptación y el miedo: todos los candidatos a diputado de todos los partidos eran de alguna manera suyos.

Viernes 10. Así como el ecocidio gubernamental de los laureles en el zócalo de Oaxaca fue el antecedente del levantamiento ciudadano, así también la muerte de Oseas, un venerable loco que secretamente creía ser dueño del lugar, quien fue incendiado por vándalos cobardes y anónimos estando en el jeep que le prestaban para dormir, anunció el horror inminente. Hoy los escorpías que Lowry alucinó dominan Oaxaca. Todo es transitorio. Y esta gente cree que sucedió un asalto en el combate. Como la calma chicha en el mar.

Fernando Solana Olivares