Friday, August 25, 2017

MIRANDO AL REY LEAR

Los ciclos se cumplen, las edades terminan. Lo soñé o me soñó. Tal vez. Era el rey Lear, aquel gigante tan desdichado de Shakespeare que vino a mí sin aviso alguno, porque así suceden las cosas en los sueños. En nuestro encuentro casual que era una cita hubo ausencias, como la del inexplicable Bufón, quien nunca acudió. Confieso haberlo extrañado. Pero he aprendido a entender las circunstancias que me rodean como los cabalistas suelen leer la Biblia: todas las ausencias son significativas, todas las ausencias son presencias justamente porque no están. No estuvo Cordelia, la hija fiel y asesinada, la del don del paciente silencio y el atento amor. Ni sus perversas hermanas Gonerila y Regania, malévolas odiadoras del padre y enemigas entre sí. No se presentó esa brutal negación llamada Edmundo, el personaje más frío que la imaginación humana hubiera compuesto jamás. Tampoco Edgar, el de la heroica desesperanza, campeón implacable que vengará las atrocidades del hermano cainita. Ni el atormentado conde de Gloucester, a quien le arrancan los ojos y multiplican su aflicción. O el envejecido Kent, que muy pronto se reuniría con su amo en la muerte mayor. Sólo llegó Lear al sueño inhóspito, el viejo rey loco, ese sol crepuscular, aquel padre traicionado que tambaleante llevará en brazos a su Cordelia ahorcada y antes malquerida por él, con la cual, ya muerta, al fin será reconciliado. Quise preguntarle tantas cosas. Él me las dijo o yo las planteé. Tal vez. Su presencia se volvía aplastante en su magnitud pues estaba muy cerca de mí, emocionalmente aún más. Su cabellera era una cauda hostil que ondeaba al viento y su rostro, cruzado por las cicatrices de los días, el abandono y la tristeza, una profunda tristeza, parecía una máscara agrietada por el dolor. Encerraba una desamparada grandeza que se coronaba a sí misma con flores, como un loco sagrado o un viejo atroz. En su furia había una infinita franqueza, no abrigaba ninguna duplicidad. Era demasiado grande para disimular nada: ser tiene menos letras que parecer. Al estar a su lado recordé algunas palabras dichas por un crítico, que esa magnífica generosidad de su espíritu lo hacía amar demasiado y a la vez lo empujaba a pedir demasiado amor. Craso error, ya que uno debe aprender, si puede hacerlo, a amar sin esperar recibir nada a cambio. Amor no recíproco, amor en una sola dirección. Entonces el amor es tarea de santos. Y Lear era humano, a pesar de su majestuosa inmensidad. Quizá fue entonces cuando le pregunté cuál era su auténtica profecía, si contra la naturaleza que nos lleva a la muerte haciéndonos viejos o contra la ingratitud filial, de hijas e hijos, da igual. Sólo puedo suponer que su respuesta alcanzó las dos cuestiones. Él ya había dicho, en el violento expresionismo que su autor pondría en sus labios, “aquí reniego de todo mi cuidado paternal”. Estaba equivocado al dirigir esta sentencia a Cordelia, la hija amorosa aunque inexpresiva, y no a los demonios de las otras dos. Pero acertaba al recusar sin contemplaciones el engañoso mito del idilio familiar. Nunca llegó a la fórmula neognóstica de Borges, uno de sus tantos deudores, para decir que los espejos y la paternidad son abominables porque multiplican el número de los seres humanos, pero habló del “oscuro y vicioso lugar” donde se engendran los vástagos ingratos. Y luego diría: “Nada saldrá de nada: habla otra vez”. Era el gran padre quebrado y su autoridad rota, el dios padre si se quiere, quien caminaba conmigo en aquellas escenas de fantasmales narrativas que los sueños acostumbran presentar. Como el coro de las cosas derrumbándose se escuchó la cáustica voz del Bufón ausente dirigiéndose a Lear, y también a mí: “No deberías haber sido viejo hasta que fueras cuerdo”. Después, sin transición alguna, desperté. He acudido a Harold Bloom, al modo de un diccionario de símbolos, para pasar en limpio mi sueño, cribarlo de impurezas y enterarme que Goethe habría observado que todo anciano es el rey Lear exorcizado por la naturaleza. “La nada engendra la nada”, escribe el riguroso crítico, bien podría ser el lema pragmático de la paternidad en la terrible sabiduría de esta tragedia. Una acción humana que tendría lugar en aquel mundo que la sabiduría gnóstica llamó kenoma: “vacío”. La paternidad retribuida, que debe haberla (y la maternidad satisfecha, condición implícita en todo esto), también sería un aspecto, aunque no el más interesante, del eterno rey Lear. Fernando Solana Olivares

Friday, August 18, 2017

DOS DEMENTES, UN PAÍS

El autócrata y supremacista Trump, un troll de Twitter aposentado en la Casa Blanca, cuya madurez emocional no alcanza la de un niño colérico de doce años, dueño de una gran fortuna y una profunda ignorancia gringa, habituado a satisfacer todos sus caprichos y conseguir sus fines cuesten lo que cuesten sin ningún escrúpulo moral. El esperpéntico y limitado chofer de Chávez, Nicolás Maduro, tan demagógico como su mentor y aún más antidemocrático, incapaz de autocrítica alguna o negociación sensata, dispuesto a bañar en sangre su país con tal de no perder su putrefacto y cada vez más frágil poder. Un diseño imperial de desestabilización geopolítica reconocido desde hace muchos años en documentos y declaraciones que han pasado desapercibidos para la amnesia inducida mediante el lavado de cerebro de las grandes mayorías contemporáneas, pero que puntualmente advierten de los mecanismos destructivos que uno a uno, como si fueran amargas profecías, van sucediéndose sin interrupción. Afganistán, la guerra de Irak y la caída de Saddam Hussein, antes aliado de Estados Unidos ---con el cual, una vez más, tanto el gobierno de entonces como las grandes cadenas televisivas y los “respetables” medios como The New York Times y Washington Post, paladines de la libertad de expresión ante el autoritarismo informativo del gobierno de Trump, recurrieron a las fake news y a la posverdad tan escandalizantes hoy en día, para convencer a la opinión pública de la moralidad y justicia de sus fines---. Después seguirían Siria, Libia, y a continuación Venezuela, países petroleros que representan piezas sacrificables en el ajedrez nihilista del dominio imperial, integrados por “poblaciones prescindibles” que el horror económico del neoliberalismo ha condenado sin piedad. La época de turbulencia a la que el mundo ingresó después de la Segunda Guerra ha sido fomentada por un imperio desestabilizador y adicto a la guerra, matón a sueldo del mundo y autoproclamado guardián de la democracia, cuya política exterior es la devastación de los países en desarrollo, el saqueo de sus recursos naturales, el derrocamiento de sus proyectos autónomos y liberales, la extinción de la soberanía de sus estados nacionales, la proliferación de las drogas en ellos, la enajenación mediática y consumista de sus sociedades y la captura política de sus élites. En breve, aquella distopía orwelliana donde la guerra es paz, la libertad es esclavitud y la ignorancia es fuerza. Siria es un arrasado y brutal territorio de batalla con cientos de miles de muertos y desplazados que ha dado lugar a todo el infierno contemporáneo: la crisis europea de los refugiados, el surgimiento de los populismos nacionalistas de derecha, la salvaje irrupción del Estado Islámico y la proliferación del terrorismo islámico por todo el planeta. A partir de 2003 ese país apareció insistentemente en los discursos oficiales norteamericanos y el régimen de al-Assad fue descrito como “peor que el de Hussein”. Libia, después de la cacería y sodomización del estrambótico y dictatorial líder Kadafi, se ha convertido en el mayor mercado de esclavos del mundo. Irak está irremediablemente balcanizado y la incertidumbre bélica alcanza a la península coreana, crispa a China, amaga a Irán y pone a la expectativa a Rusia. Hoy es Maduro el enemigo designado, el tirano que en nombre de la democracia tutelada por el imperio debe ser depuesto así sea mediante una intervención militar. El gobierno proconsular de México, su mediocre y acobardado presidente junto con el vergonzoso aprendiz de canciller que no aprende nada, aquellos que relanzaron la candidatura de Trump, habrán favorecido este escalamiento bélico al convertir el asunto venezolano en una maniobra de distracción doméstica sobre la corrupción imparable, la violación crónica de los derechos humanos y la criminalización creciente del Estado, así como en un mensaje subliminal hasta ahora ---después será descarnado y directo--- contra la némesis peñanietista que significa López Obrador. La ominosa presidencia del autócrata requiere una guerra para legitimarse, afianzar su poder y hacer negocios; el complejo militar industrial y financiero que desde mediados del siglo pasado domina al mundo y gobierna Estados Unidos también. Dos dementes y en medio otro país a ser crucificado. Como diría el ensayista Pankaj Mishra, asumamos el pensamiento apocalíptico y démonos cuenta que todo esto nos conduce inexorablemente al final. Fernando Solana Olivares

Friday, August 11, 2017

ACERCA DE LO REAL

La insensata observación de Hegel: “Todo lo real es racional, todo lo racional es real”, justifica eso que va ocurriendo aceleradamente: un sistema global de pensamiento único que se considera natural cuando es un artificio inducido, una construcción oligárquica, un proyecto de interés privado y transnacional impuesto mediante la extendida práctica contemporánea de la sobresocialización. Es tan triste como alentador saber que ya lo sabíamos, o cuando menos que las antenas de la raza (escritores, artistas, pensadores, científicos e intelectuales) ya lo habían advertido. En la raíz de la batalla por las ideas existe un diseño conservador y excluyente cuyas huellas son obvias. Los engaños de la sociedad del espectáculo y el aprendizaje social globalizado incluyen la desacreditación de cualquier teoría de la conspiración, de cualquier “visión policiaca” o “causalidad diabólica” que sugiera la existencia de fuerzas ocultas cuyos designios conducen la historia humana. Sin embargo, la sociedad tardomoderna es una formidable empresa de sugestión que ha producido la mentalidad actual. Fabricándola de tal manera que se vea obligada a desconocer la existencia o la mera posibilidad de haber sido fabricada. Éste impedimento es el mayor secreto de todos. El último episodio de la batalla por las ideas empezó en la década de los años setenta del siglo pasado cuando la contracultura liberal dominaba el escenario público y mediático ante el sangriento fracaso de la guerra de Vietnam, la corrupción política y los masivamente rechazados valores del sistema capitalista. Fanáticos religiosos, ideólogos de derecha, financieros y hombres de negocios se comprometieron en un esfuerzo a largo plazo, una “larga marcha” que duraría treinta años hasta capturar el Estado y moldear la mentalidad común. Influyentes y ricas fundaciones ultraconservadoras se empeñaron desde entonces en contrarrestar, a través del dominio de los medios masivos de comunicación y el control de la mentalidad común, la crítica que veían surgir desde los campus universitarios y el pensamiento de izquierda. Sobrevendría el “fin de la historia” proclamado por uno de los tantos intelectuales orgánicos de esa revolución conservadora, que a partir de 2001 alcanzaría la hegemonía planetaria como si hubiera sido un hecho espontáneo, natural y benéfico para toda la humanidad. Los mensajes de la ultraderecha han sido cuidadosamente diseñados y difundidos gracias a avanzadas técnicas de marketing, relaciones políticas y gestión pública que insistentemente, como observa Eric Laurent, se repiten hasta ser asumidas como propias por las mayorías. Desde la negación de la existencia del bien común para reemplazarlo por la disolvente noción del interés individual, hasta la afirmación tajante de que los sistemas de seguridad social, los derechos laborales o las escuelas públicas ya no funcionan porque frenan la “competitividad”. Desde la abolición de las obligaciones históricas de los Estados nacionales y sus soberanías hasta la interesada exacerbación del crimen y la inestabilidad colectiva, los mensajes se inoculan en la conciencia de la gente desde múltiples medios simultáneos. Esta sobresocialización responde a la técnica llamada Mighty Wurlitzer por la CIA: propaganda incansablemente pertinaz para que se considere como la verdad. Un estudio de la organización People for the American Way citado por Laurent dice que “el resultado de esta estrategia invisible en extremo es una amplificación extraordinaria de los puntos de vista de la derecha sobre una gran variedad de temas”. A partir de entonces lo real, así fuera manipulado, nihilista y destructivo como suele volver el neoliberalismo lo que toca, se volvería incuestionablemente racional. Tienen razón porque han vencido. Han vencido porque tienen razón. La filosofía de la victoria se torna así una creencia sacramentada, devocional. La historia enseña, sin embargo, que las derrotas sobrevienen cuando las élites suponen que han dominado para siempre la existencia de los demás. Cuéntese a la naturaleza en esa falsa nómina del éxito contra el fracaso. Cuéntese aquello que es infra y supra racional: los campos mórficos o un cosmos que no obedece a ninguna linealidad, las insondables profundidades de la conciencia humana o los espacios semánticos, los horizontes metafísicos que no sabemos todavía nombrar. Toda acción de resistencia es un paso lateral. Fernando Solana Olivares

Friday, August 04, 2017

LA CASA DE PLUTÓN

La propuesta fue asumida como una extravagancia más entre tantas otras que sin cesar surgían durante aquella mutación sangrienta. Y aunque siglos después unos cuantos la advertirán como un símbolo del mundo que entonces comenzaría, en ese momento sirvió para salvar la cabeza de Jean-Jacques Lequeu, arquitecto. Llevaba varios años en París, donde había llegado antes del estallido revolucionario gracias a una beca que la destreza adquirida en el taller de ebanistería familiar y luego en la academia local de su pueblo le hizo merecer. Su fama profesional lo volvía sospechoso ante el Comité de Salud Pública, así sus obras expresaran una irreverente sublevación contra la moral de la Iglesia y el falso pudor del ancient regimen, casi tan revolucionaria como las frondas de aquellos años terribles. Nadie hasta entonces se había atrevido a utilizar partes íntimas femeninas en el diseño arquitectónico, ni había ideado una “arquitectura parlante” que mostrara el uso de cada edificio a través de su aspecto. La tarde era tan desvaída y glacial como la ascética oficina donde el temido Robespierre conducía con puño de hierro las impetuosas riendas del momento histórico. Con un pavor que le costaba dominar, Lequeu se encontró ante un hombre esbelto, de estatura regular y limpias facciones, que lucía una peluca blanca y el rostro empolvado. Un grave contraste con el gorro frigio de Lequeu, demagógico atuendo a la moda según el otro pensaba. Con gesto adusto lo invitó a desplegar sobre una atiborrada mesa los planos que traía consigo. Lequeu le mostró primero el proyecto de la Puerta de París. La descomunal escultura de la diosa de la Razón que coronaba el triunfal arco propuesto no mereció ningún comentario. Tampoco el segundo proyecto que el arquitecto le mostró, la Entrada a la casa de Plutón. Robespierre, como consignaría un biógrafo fascinado, no tenía modelos. Operaba en una terra incognita y todo debía improvisarlo: ideología, acción, táctica, y aun el tiempo, tan inconstante. De ahí su insaciable prisa. Alguna vez expresaría que “el reinado del pueblo es de un día; el de los tiranos abarca la totalidad de los siglos”. Por eso el día revolucionario debía durar lo suficiente para volverse una época y contener un futuro. Acaso el silencio del Incorruptible sosegó esa tarde a Lequeu, arquitecto tachado de perverso y pornógrafo por las buenas conciencias. La historia consigna que terminaría sus días muchos años después, trabajando como un oscuro burócrata y muriendo de viejo en el burdel donde vivía. Robespierre, en cambio, sería devorado por la revolución y su cabeza segada por la guillotina. Ni la puerta a la ciudad ni a la casa de las potencias infernales se construirían jamás. Pero bastaban sus símbolos ---paradigmas de la significación y posibilitadores de que las cosas sean, puentes entre el existir y el Ser, elementos atemporales y supraconceptuales--- para preludiar la imagen invertida del inferus privador que en adelante someterá a sus mediadores, a los seres humanos invocantes. Entre el revolucionario y el esteta habían abierto un portal sellado. El del infierno en la tierra, ese lugar donde la tradición rabínica afirma que hay un cuarto con una gran mesa redonda en cuyo centro reposa una enorme cacerola con un guiso delicioso, que las famélicas y desesperadas personas a su alrededor, provistas con cucharas de mangos mucho más largos que sus brazos, no pueden llevar a sus bocas. (El cielo, por cierto, es un lugar exactamente idéntico, pero en el cual sus alegres moradores, saludables y satisfechos, han aprendido a alimentarse los unos a los otros). En un hilo continuo que proviene desde el pensamiento griego en el año 500 a. C. hasta el siglo diecisiete inclusive, el tema constante de Occidente había sido la concepción integral de la naturaleza, y el campo semántico inagotable llamado Dios y el Cielo en el cual residía significaban, simbólica y prácticamente, el patrón orgánico que conectaba al Cosmos con el hombre. Al volverse objeto de su voluntad humana, la biósfera y los seres humanos se transformaron en materia inerte, en naturaleza externa susceptible de ser explotada. Aquella propuesta demencial concluyó el primer acto de un proceso que crecería hasta el predominio de los dioses sicóticos invocados a la superficie. De ahí que haya que vivir el tiempo ---incluso hoy en día--- de otra manera. Sobre todo hoy en día, dirá la lucidez. Fernando Solana Olivares