Friday, July 25, 2008

LOS CUERPOS DEL CUERPO / y II

Hay que ir hacia atrás, se dice el hombre, durante ese momento que todavía dura y donde ya no le da un vuelco el corazón. La familiaridad revelada. Hay que ir hacia atrás, piensa el hombre, hacia una hipótesis tan improbable como verdadera: los cinco cuerpos y las técnicas para moverse en ellos. Es una historia órfica y agrícola, presocrática, esenia, oriental, secreta, latente, arcaica, actual: la doctrina gnóstica del viaje del alma. Mientras el sol hace lajas de las sombras, un follaje con delgadas manchas oscuras que suavemente reverbera, y el agua es alborotada por un soplo de viento, el hombre lee sobre Giordano Bruno, a quien Morris Berman describe como practicante del viaje del alma: “proclamaba ser un profeta del nuevo movimiento hermético por haber tenido la experiencia de ascensión”.
El hombre sabe que él también conoció la experiencia, aunque acepta que ese que la conoció no fue el que es ahora, quizá la memoria de su cuerpo, tal vez. Entonces deduce que su sentimiento de proximidad puede ser algo por suceder todavía, una anticipación.
Bruno realizó la ascensión gnóstica, tuvo la experiencia hermética y se divinizó. Estos contenidos mentales del hombre provienen de su lectura: la revelación de la alberca. No podría impedir que el sol partiera los gajos de ese mediodía. No querría hacerlo. El cuerpo número cuatro es el mágico. Lo sabrá después. Ahora el hombre yace en el centro del instante. Una silente comprensión florece.
Y recapitula. Los cuerpos son cinco: 1) El cuerpo físico. 2) El cuerpo de la mente. 3) El cuerpo del inconsciente. 4) El cuerpo mágico. 5) El cuerpo espiritual. Cinco estancias, cinco moradas, cinco espacios donde toda conciencia humana, aun sin saberlo, está colocada para existir. Este hombre, como cualquier otro, es lo que comprende, y en seguida, es la voluntad que aplica a tal comprensión. Así que viendo al sol tejer urdimbres fantásticas sobre el agua de la alberca, con el libro revelador en el regazo, a este hombre no le importa ya lo que piensen sus contemporáneos ni lo que digan las glosas ideológicas en curso sobre lo que es verdad y lo que supuestamente no es tal.
Vuelve a repetirse a sí mismo alguna enseñanza que tomó por ahí: el universo no es únicamente eso que nos muestran los sentidos, la escena exterior que a través de ellos se percibe, sino la combinación del interior y el exterior de uno mismo (Berman diría: de nuestros cinco cuerpos) con dicha escena. Y convoca entonces, como si los giros del sol alrededor del agua fueran la luz de la comprensión, cierta referencia de un autor muerto hace más de medio siglo, Maurice Nicoll, sobre la vida al revés de todo aquel que vive volcado hacia fuera y aplastado bajo el dominio de sus sentidos, creyendo que éstos preceden a la mente:
“...En última instancia, tratará con todo por medio de la violencia. Pues si se toma el objeto sensorio como la ultérrima y suprema realidad, se le puede aplastar, dañar, violar o matar. Por este motivo es que, psicológicamente, el materialismo es cosa tan peligrosa. No sólo cierra la mente y su posible don de desarrollo, sino que a todo le da vuelta al revés, al extremo de que explica la casa por los ladrillos, el universo por sus átomos y su contenido mediante una serie de razones de bajísima calidad. (...) La vida no nos nutre porque la vemos habitualmente. La vemos por medio de unos cuantos hábitos del pensamiento. Nos limitamos a reconocer, y a muy poco más. Y es a esto a lo que damos el nombre de saber; a veces hasta le llamamos la verdad”.
Es inhabitual la noción de los cinco cuerpos en el cuerpo: de tal sorpresa inesperada provino el vuelco que este hombre hace un instante sintió en el corazón. Conocer es recordar. Así que el hombre se estremece íntimamente ante esa lectura donde encuentra lo que de algún modo, sin saber cómo, ya intuía: la existencia de una antigua técnica cultural e histórica para ascender desde el cuerpo matérico hasta el cuerpo espiritual, desde la mente común hasta la mente extraordinaria.
Formular la existencia de cualquier otra realidad posible es acercarse a su consecución. Y si son cinco los estados mentales habitables, o diez o veinte o trescientos, este hombre con un libro a la orilla de la alberca decide que en adelante deberá aprender a nutrirse de su propia vida para alcanzarlos. Establece una paradoja de la proximidad: con él, desde él, en torno a él están todos los elementos necesarios para lograr su transformación, la única tarea personal que vale la pena emprender. Y acaso la única posible, aquella que le da sentido al vivir. Para creer es necesario afirmar. El acuerdo del hombre consigo mismo es una afirmación existencial.
Digamos que el hombre goza del sol y sus juegos luminosos. El agua es franciscana y el instante respira plenitud. Súbitamente escucha la respuesta de otro bañista vecino a quien un mesero le ofrece algún bocadillo: “Con todo, menos sin cebolla”. La críptica y contradictoria frase le reitera su epifanía: en todo está una posible revelación. Los cuerpos del cuerpo son lenguaje, con todo, menos sin nada. Y están aquí.
Digamos que el hombre sonríe. El sol traza un follaje opulento sobre el agua de plata y el mundo le resulta amistoso y bueno. “¡Ah!”, exclama satisfecho en voz muy baja. Acaba de comprender. El hombre es lo que comprende y su voluntad se aplica a su comprensión. Apenas se deshace el mediodía, mientras el agua de la alberca danza con el sol.

Fernando Solana Olivares

Saturday, July 19, 2008

LOS CUERPOS DEL CUERPO / I

Digamos que el hombre está recostado sobre un camastro cubierto por un parasol a la orilla de una alberca. Lee un libro y de pronto percibe una revelación. Todo es lógico esa mañana: la tardomodernidad occidental, cuyos vínculos con las fuentes primordiales fueron cegándose hasta desaparecer, obliga a sus habitantes a percibir las iluminaciones mediante los libros. Las líneas que lee lo estremecen como si fueran un mensaje sólo para él, como si para él hubieran sido escritas.
Está leyendo las razones argumentales que Morris Berman aduce para explicar un accidente histórico insólito y determinante, que cambió la faz del mundo y tuvo vocación de universalidad: la aparición y el desarrollo del cristianismo. La primera de ellas es la severa opresión impuesta por los romanos a los judíos, una historia de sangre y dolor. El volumen que ahora está en sus manos es una combinación de extraña brillantez, Cuerpo y Espíritu (Editorial Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1992), que le cuenta cómo la ocupación militar romana agudizó entre el pueblo sometido la brecha síquica Sí Mismo/Otro, eso que el hombre vive como una imposibilidad básica que lo limita y determina, una delgada línea que en la vida diaria negocia todo el tiempo.
Los brillos del sol son lajas detenidas. La superficie del agua respira con serenidad, y al hombre le parece vivir de pronto un momento similar al pánico de los antiguos, cuando el Rey del Mundo rezaba y todo se interrumpía.
El hombre lee que esa situación agudizó además el síndrome apocalíptico de un libertador y dividió a los judíos en la observancia de la ley. La trama sacerdotal no pudo impedir la tumultuaria herejía: vivir a Dios directamente, sin intermediarios, apostatando de la costumbre por la experiencia gnóstica del aquí y el ahora. Ese fue el segundo factor esencial: la revuelta individual y colectiva de los herejes, que querían ir hacia lo divino sin obtener dicho encuentro por el camino horizontal de la institución ritual sino por el camino vertical de la experiencia empírica y somática.
El hombre lee que esas condiciones propiciaron una fase de despegue hacia una actividad espiritual “autosustentada”: la energía colectiva tuvo eventos como la glosolalia ---una visita del espíritu que da a quien no lo pide un don repentino: las lenguas---, o los ritos de iniciación energéticos y misteriosos que acompañaron al cristianismo en sus primeros años.
De cualquier modo, el hombre cavila que la implantación de la nueva fe no se explica solamente con lo que el mismo autor llama “una arqueología erudita y dinámica”. Tampoco la naturaleza superior del mago esenio que fue Jesucristo, muy otro de la deidad victimada y disuelta posteriormente por la Iglesia a su alrededor. Lo mismo que para tal implantación no bastaba la genial capacidad política de Pablo, el estratega que negoció, aceptando lo que ofrecían algunas de las múltiples sectas de ese momento, las alianzas centrales de un imperio destinado a perdurar.
Como si se tratara de la suya propia, el hombre lee que la puerta del cielo pudo ser forzada porque Cristo elaboró una nueva síntesis entre el camino horizontal que se ocupa del tiempo lineal, del dogma y sus rituales, y el camino vertical, discontinuo, visionario, extático, en el cual ocurre un proceso de ascensión psíquica para el alma individual, que mediante ciertas disciplinas “puede ascender al cielo, descubrir a Dios, encontrarse con la muerte, conocer el curso de la historia y regresar a relatarlo al mundo”. Cuando Berman menciona un término propio del conocimiento esotérico, la práctica de los cinco cuerpos, el corazón le da un vuelco. Lee ávidamente que era común la creencia de que el espíritu podía ascender al cielo y un flujo de poder sagrado descender a la tierra. “El culto a Yaveh en el periodo helenístico se centraba en el curso del muerto y el tránsito del alma entre el cielo y la tierra. La tradición esotérico-rabínica se puede trasladar fácilmente a la teoría de los cinco cuerpos: el alma (cuerpo número tres) abandona el cuerpo (cuerpo número uno) mediante prácticas que ‘congelan’ la mente (cuerpo número dos) y asciende al cielo (cuerpo número cinco), tras lo cual desciende y reingresa al cuerpo”. Al leerlo un vuelco le da el corazón.
Como si él mismo lo hubiera hecho y por eso lo supiera, el hombre repasa varias veces el párrafo. Todo conocimiento es un recuerdo. Su alma abandona el cuerpo, congela su mente y asciende al cielo. Los caminos espirituales parecen coincidir en la práctica de los cinco cuerpos para saltar los límites de un plano existencial y llegar a otros, se dice, mientras una certeza lo inunda, un satori de lo leído, y su cuerpo supiera que todo era verdad. Los brillos de navaja que el sol traza en las aguas, más los lentes oscuros que el hombre toma de la mesita que tiene al lado. Dos acciones que se le antojan parte del gran acuerdo general del momento. Su cuerpo número tres abandona su cuerpo número uno, congela su cuerpo número dos y asciende al cuerpo número cinco.
¿Y el cuerpo número cuatro?, se pregunta al ir leyendo a Berman, quien continúa su búsqueda sobre las causas de la universalización cristiana y la expansión de su mensaje, “una revelación, a escala global, de Dios en la historia”. Y el hombre piensa que ese término abstracto tan incómodo para él y sus incrédulos contemporáneos: Dios, un inagotable campo semántico, debe entenderse más allá de todo tópico religioso, más allá de cualquier devocionalidad.

Fernando Solana Olivares

Friday, July 11, 2008

EN EL MISMO SACO

Las generalizaciones son tan riesgosas como el empleo de los adjetivos de magnitud: tanto unas como otros conducen a esa variante de la infelicidad producida por lo inexacto. Los más recientes dichos de esta columna acerca de la extendida ineficacia y la ostensible corrupción de la clase política mexicana han merecido objeciones de algunos lectores que reclaman su ausencia de proporción y su falta de perspectiva: no todos los políticos son iguales, señalan, y entre los mismos algo debe distinguirse.
Avelino Sordo, uno de ellos, escribió lo siguiente: “Me parece importante hacer énfasis en los matices. Creo que es muy fácil desentendernos de la cosa pública bajo el argumento de ‘todos son iguales, por lo tanto no hay remedio’. A pesar de eso, la cosa pública va a seguir siendo pública y todas las pendejadas que hagan esta bola de necios van a acabar por afectarnos. En la cosa pública todos tenemos algo de responsabilidad. Muchas veces me pregunto, aterrorizado, si nuestra clase política es la única que podemos producir; esto es, hasta qué punto nuestra indolencia ha permitido que los ulisesruiz, emiliosgonzález, mariosmarines y demás sujetos de tal calaña existan y hagan lo que les gusta tanto hacer. Creo que, volviendo a la importancia de hacer notar los matices, si reconocemos la existencia de una muy pequeña diferencia, para bien ---o para mal--- contribuiremos a mejorar esa clase política. Los pelajes de estos seres, querámoslo o no, e independientemente de que la corrección política nos impulse a descalificarlos a todos por igual, tienen texturas y colores diferentes. En suma, hay que comprometernos y jugárnosla. Es la única salida que tenemos”.
Aceptando, sin conceder del todo ---pues la reflexión de estos textos sobre nuestra lastimosa clase política generalizó en cuanto a las consecuencias y los resultados de sus tareas de gobierno al día de hoy, cuando el país parece estar en caída libre---, que las diferencias específicas entre los políticos profesionales requieren señalarse para contribuir a la mejoría de su desempeño y acaso para responder de otra manera a esa pregunta efectivamente aterrorizante: ¿nuestra clase política es la única que podemos producir?, debe entonces reconocerse la acción de Marcelo Ebrard al aceptar la renuncia tanto del jefe policiaco Joel Ortega como del procurador Rodolfo Félix Cárdenas por el trágico operativo del New´s Divine. Pero no porque suponga un comportamiento ético inusual entre los responsables de los asuntos públicos, sino porque representa un control político de daños más tajante y atrevido del que suelen acostumbrar.
Sin embargo, los problemas colectivos del presente mexicano son estructurales, y los políticos, matices más, matices menos, forman parte constitutiva de ellos. Parafraseando a un ácido crítico vienés del sicoanálisis: nuestros políticos son parte de la misma enfermedad nacional que pretenden curar. Es cierto que la condición humana moderna es una desazón que va en aumento, que el desarraigo existencial contemporáneo ---oculto y visible--- se acrecienta más allá de toda medida. La desmesura es el signo de las cosas y el sujeto concreto ha dejado de contar. Algunos le llamaron a ese traslado de valores el “olvido del ser” y advirtieron su condición de viaje sin retorno. Vista en tal contexto, la crisis nacional no es más que un episodio planetario de una historia pesadillesca que desde hace varias décadas es global.
Sólo que aquí también, como entre los políticos, hay especificidades. Como si una caracterología karmática mexicana estuviera actuando para agudizar aún más las aberraciones del momento, pues si bien en otras partes del mundo la clase política puede resultar tan siniestra como la autóctona, ahí cuando menos existen instituciones cuya función garantiza un poco más y un tanto mejor los derechos del ciudadano frente a los atropellos del poder. Basta leer cualquier periódico para constatar la idiosincrática inermidad de los mexicanos frente a sus instituciones, basta realizar un trámite público para confirmar la dolorosa inexistencia personal, basta ser cliente de cualquier empresa privada para constatar su completa impunidad.
¿Cambiará todo esto, una cultura común, cuando cambiemos a nuestras clases políticas? ¿Y cómo hacerlo, si todas la de ahora caben en el mismo saco general y cuando están en funciones aceptan ser descritas no por lo que las distingue sino por lo que las unifica, a saber, la defensa de sus intereses grupusculares? ¿Podremos los mexicanos construir instituciones más dignas que las actuales ---un IFE que no provoque risa con sus tontas persecuciones a quien se autodenomina “presidente legítimo”; una Suprema Corte de Justicia que no exonere pederastas y desestime sin rubor ni sensibilidad algunos la razón popular fundada en millares de amparos; un PEMEX cuyo director general no defienda la atroz corrupción sindical que lo corroe, etcétera---, con ciudadanos solamente decentes y eficaces a su cargo, así no sean especialistas, tecnócratas o doctos togados?
Como diría Avelino Sordo, muchas veces me pregunto, aterrado, si mi generación lo verá. Pero no hay mal que dure cien años, ni país tan indolente como el nuestro que lo aguante. De ahí que cada siglo, más o menos, reviente nuestra realidad nacional. Mientras eso llega, propongo una revolución todavía no política, quizá existencial. Luego entonces habrá una pequeña masa crítica activa que esté actuando entre nosotros: uno nunca sabe lo que a fin de cuentas se vaya a ofrecer.

Fernando Solana Olivares

Friday, July 04, 2008

LO DE SIEMPRE IGUAL

“La gente no cambia nunca, nunca, nunca: esa es la gran calamidad”. La frase es de D. H. Lawrence y la emitió desde Oaxaca en 1924, cuando comunicaba a un destinatario las condiciones prevalecientes en esa región incomprensible para él pero que percibía tan decadente como la Europa de la cual venía huyendo: “de todos modos, el mundo pertenece a los tontos y la gente me aburre cada vez más”, concluía.
En efecto, y aliterando sólo un poco dicha afirmación, la clase política mexicana no cambia nunca, nunca, nunca: esa es la gran calamidad nacional. De todos modos, el país pertenece a los cínicos y el previsible comportamiento de los políticos aburre cada vez más. También encabrona, si es que uno conserva todavía su capacidad civil de indignación.
Si se acepta que la política es el arte de lo posible (Bismarck), entonces todo aquello que sea imposible no corresponderá a la política. Es imposible que los políticos mexicanos se comporten con dignidad moral, es imposible que trabajen por el bien común, es imposible que hablen con la verdad, es imposible que se asuman como servidores públicos, es imposible que dejen de estar cegados por el poder, es imposible que no se corrompan. Y cualquier excepción, como lo exige el lugar común, confirmará la regla miserable que los subordina y asemeja a todos: panistas, priístas, perredistas, socialdemócratas, et al.
Los pragmáticos dirán que así ha sido siempre y que la condición humana es inalterable, no se diga la política uncida al poder. Los historicistas tomarán en cuenta que la tara nacional del mal gobierno corrupto y de los ciudadanos sometidos viene desde muy lejos en el tiempo, quinientos años atrás. Los ontólogos pacianos (en tesis que Paz leyó de Salazar Mallén sin reconocerlo: otra venalidad idiosincrática) recorrerán sus solitarios laberintos para argumentar que somos hijos de la chingada pues nuestra madre Malinche traicionó a los suyos y fue envilecida en el lecho del conquistador. Los seguidores del mago Jodorowsky recordarán su legendaria consulta del Tarot en diciembre de 1985, poco después del devastador terremoto capitalino, para saber por qué México era tal y a dónde iba: “...es el país que va a crucificarse para que el mundo avance”. Los racistas afirmarán que nuestro problema es el mestizaje indigestado, los nacionalistas jurarán que nuestro demonio radica en la geografía, en ese vecindario imperial desafortunado que el destino nos deparó.
Razones puede haber las que se quiera para explicar nuestra fatalidad social: una derecha tonta, voraz y desvergonzada, una izquierda y un centro que no se distinguen de aquella pues actúan igual. De ahí que el reclamo multitudinario originado en el hartazgo argentino contra sus políticos: que se vayan todos, aquí también se pueda formular. Es la crítica circular sobre la estupidez que dirige la cosa pública, pero ¿y si se van ellos, quiénes van a llegar en su lugar? ¿Los que ya están llegando sin decirlo, el narco que domina más del 50 % de los ayuntamientos mexicanos al financiar las campañas políticas de los alcaldes y sobornar a sus funcionarios, según declaró hace días Edgardo Buscaglia, asesor de la ONU en temas de la feudalización política obtenida por la delincuencia organizada? ¿Los que propongan y apliquen una antidemocrática y represiva mano militar-policiaca para rescatar a nuestro país de su sexto lugar entre las naciones de mayor criminalidad en el mundo, sólo detrás de Afganistán, Irak, Paquistán, Nigeria y Guinea Ecuatorial? ¿Los mismos de siempre, los clones de los clones: Peña Nieto, Ebrard, Mouriño, Martínez, Cordero, Beltrones, Yunes? ¿Qué horror es peor? ¿O a fin de cuentas son meras variantes de lo mismo porque provienen de la misma descomposición?
Abandonar las ilusiones acerca de la realidad mexicana supone abandonar una realidad que requiere ilusiones. Entonces, ¿todo empeorará? Depende de donde uno coloque tanto el pesimismo de su inteligencia como el optimismo de su voluntad. Ciertas reflexiones son terapéuticas, por ejemplo, reconocer que, matices más, matices menos, la cuestión última del momento es global y que el proceso del mundo, visto en su conjunto, “tiene más puntos en común con una fiesta de suicidas a gran escala que con una organización de seres racionales en busca de su autoconservación” (Sloterdijk). Es cierto que para nosotros, los individuos de las grandes ciudades, los habitantes de la sociedad del ego, los usuarios terminales de sí mismos, es harto difícil aceptar que algo más allá de lo visible por fin se terminó.
La noche histórica viene y es mejor obedecerla, actuar en concordancia con su aparente opacidad. Simplificar, componer, nombrar. Sólo se desilusionan los ilusionados. Y el agua amarga de la rectificación de las denominaciones sobre lo real acaba siendo un poderoso tónico que quizá permita desmentir a Lawrence, porque el único milagro que existe, según aseguran ciertas corrientes muy antiguas, es el cambio de actitud. La gente puede cambiar siempre, esa es su facultad, la libre elección de su espíritu. Aunque nunca los políticos: ahí está el homicidio idiota del New’s Divine y sus secuelas esperpéntico-mediáticas a cargo de quienes utilizan lo que sea, la muerte de los otros incluida, creyendo que así ellos seguirán vivos. Pero la estafa no existe, de una manera o de otra toda acción se retribuye. Aunque el país real nunca lo cobre, aunque los hombres del poder fallezcan en sus camas. Cada cual será mañana lo que hoy hace. Aun creyendo que no habrá nunca tal mañana.

Fernando Solana Olivares

EL HOMICIDIO IDIOTA

La vida es atroz, y lo sabemos. El hombre es el lobo del hombre y todo lo demás. La época es terminal y en ella ocurren los fenómenos morbosos de un momento que agoniza y de otro que apenas muestra el rostro de su inhóspita condición. Nuestra capacidad de asombro desfallece todas las noches para recuperar su entrecortado aliento apenas despunta la nueva e inquietante mañana. La realidad va color de muerto, diría el poeta Eliseo Diego. Sí. Pero en medio de este caos tardomoderno que algunos pensadores definen como una transición permanente, donde deben ser utilizados nuevos métodos de adaptación basados en el aprovechamiento del desorden y en la profundización de una “lógica de la conflictividad” (Umberto Eco), suceden eventos insoportables por su profunda y escandalosa estupidez, por el idiotismo criminal que representan, como la ingrata masacre recién sucedida en el antro News Divine.
Aceptando aquella idea paradójica que dice que todo desorden es parte de un orden que aún no se percibe, uno puede entender que la delincuencia organizada mate y se mate a balazos, pues a fin de cuentas ello resulta coherente con su perversa actividad. El infierno ahora está aposentado en la tierra y legiones de sus demonios acechan en las esquinas henchidos de apasionada intensidad. Uno puede resignarse ante la violencia finisecular y esperar que todo esto sea como el mal tiempo, el cual más tarde o más temprano terminará. Pero lo que resulta incomprensible es que dicha violencia provenga de la misma policía y sea totalmente gratuita, es decir, sin ninguna razón visible excepto la irresponsable estupidez.
“Operativos”, le llaman los melifluos y cantinflescos funcionarios a la cobarde y multitudinaria irrupción policiaca para impedir tristes bailes de cientos de adolescentes de secundaria apiñados en sórdidos antros donde festejan el fin de cursos. Sórdidos antros que la misma corrupción vertical, horizontal e inquebrantable de las autoridades permite operar precisamente para eso: para que una aciaga tarde, sabiendo sobre la reunión masiva que ahí se celebra, los guardianes de la ley detengan a los adolescentes enfiestados. Los narcos efectúan levantones selectos, pero la policía los realiza a diestra y siniestra pues levanta a cientos de adolescentes para llevarlos a la barandilla ministerial donde ellos serán vejados, ellas hostigadas y todos extorsionados. ¿Su delito? Reunirse para celebrar.
Y vendrán los melifluos y cantinflescos funcionarios a declarar que así preservan a los jóvenes de ser corrompidos por quienes les venden bebidas alcohólicas y drogas y los confinan en lugares sin salidas de emergencia ni cupo suficiente para gozar de una sana diversión. Que esta vez murieran aplastados nueve de los preservados y tres de los preservadores en el “operativo” de salud pública debido a fallas “logísticas”, sólo se trató de un lamentable error: no había suficientes camiones para trasladar a los jóvenes, un botín tan suculento de levantados que no se podía desperdiciar.
¿Dejarlos salir del antro para irse a su casa, como sin duda lo mandaría la moral, lo establecería el sentido común y lo permitiría hasta la Constitución mexicana? Imposible, pues algún insensato reglamento debe establecer en uno de sus incisos que para efectos de una tardeada donde se presuma la comisión de un delito de corrupción de menores, los menores presumiblemente corrompidos serán detenidos también. Faltaba más. Así es aquí, en el país real. ¿Las leyes? No estén chingando, primero van a pasar a la Delegación con el licenciado. Mientras llegan los camiones, enciérrenlos, pareja. Ya dijo el mando superior que nadie sale de aquí. La vida es atroz, la policía es atroz, sus funcionarios son atroces. Y estúpidos, corruptos, despiadados. Falta un adjetivo: son cínicos también.
“No voy a permitir (sic), y se los digo con absoluta responsabilidad (sic), que un hecho como éste (sic) empañe (sic) una trayectoria en la que he actuado siempre con honestidad y verdad (sic)”, afirmó sin rubor alguno Joel Ortega, Secretario de Seguridad Pública, ante diputados locales al explicar lo inexpicable. Por lo visto, este país nunca presenciará ningún acto de dignidad o autocrítica de ningún funcionario, sea cual sea su nivel, sea cual sea su partido, sea cual sea su extracción. Mentirosos, racionalistas, sentimentales, lo primero y lo último es salvar el propio pellejo, conservar el puesto, sobrevivir.
Desdramaticemos, pues nadie pagará por la inútil y aberrante muerte de los aplastados, la cual, en suma, ni siquiera se podría pagar. La politización de la tragedia disolverá sus mismas consecuencias: Ebrard seguirá ocupándose del 2012 y tratará de que Los Pinos no aprovechen la coyuntura para golpearlo o someterlo, la consulta sobre el petróleo será el eje de los costos políticos a cubrir, el panismo hipócrita lanzará sus denuestos interesados en ganar la ciudad electoralmente, el perredismo revisará estrategias, el priísmo se frotará las manos, etcétera.
Mientras tanto, el caldero nacional sigue hirviendo sobre un fuego que está cada vez más exacerbado. Su combustible lo provee la ineptísima e irremediable clase política de todo signo que nos ha tocado. No. Que hemos elegido para que nos gobierne e impunemente lleve a cabo sus “operativos” económicos, legislativos, policiacos, mediáticos, sociales. Sus memorables obras históricas, pues. ¿Y los ciudadanos? Que no estén chingando. Así es aquí, en el país real.

Fernando Solana Olivares