Friday, July 25, 2008

LOS CUERPOS DEL CUERPO / y II

Hay que ir hacia atrás, se dice el hombre, durante ese momento que todavía dura y donde ya no le da un vuelco el corazón. La familiaridad revelada. Hay que ir hacia atrás, piensa el hombre, hacia una hipótesis tan improbable como verdadera: los cinco cuerpos y las técnicas para moverse en ellos. Es una historia órfica y agrícola, presocrática, esenia, oriental, secreta, latente, arcaica, actual: la doctrina gnóstica del viaje del alma. Mientras el sol hace lajas de las sombras, un follaje con delgadas manchas oscuras que suavemente reverbera, y el agua es alborotada por un soplo de viento, el hombre lee sobre Giordano Bruno, a quien Morris Berman describe como practicante del viaje del alma: “proclamaba ser un profeta del nuevo movimiento hermético por haber tenido la experiencia de ascensión”.
El hombre sabe que él también conoció la experiencia, aunque acepta que ese que la conoció no fue el que es ahora, quizá la memoria de su cuerpo, tal vez. Entonces deduce que su sentimiento de proximidad puede ser algo por suceder todavía, una anticipación.
Bruno realizó la ascensión gnóstica, tuvo la experiencia hermética y se divinizó. Estos contenidos mentales del hombre provienen de su lectura: la revelación de la alberca. No podría impedir que el sol partiera los gajos de ese mediodía. No querría hacerlo. El cuerpo número cuatro es el mágico. Lo sabrá después. Ahora el hombre yace en el centro del instante. Una silente comprensión florece.
Y recapitula. Los cuerpos son cinco: 1) El cuerpo físico. 2) El cuerpo de la mente. 3) El cuerpo del inconsciente. 4) El cuerpo mágico. 5) El cuerpo espiritual. Cinco estancias, cinco moradas, cinco espacios donde toda conciencia humana, aun sin saberlo, está colocada para existir. Este hombre, como cualquier otro, es lo que comprende, y en seguida, es la voluntad que aplica a tal comprensión. Así que viendo al sol tejer urdimbres fantásticas sobre el agua de la alberca, con el libro revelador en el regazo, a este hombre no le importa ya lo que piensen sus contemporáneos ni lo que digan las glosas ideológicas en curso sobre lo que es verdad y lo que supuestamente no es tal.
Vuelve a repetirse a sí mismo alguna enseñanza que tomó por ahí: el universo no es únicamente eso que nos muestran los sentidos, la escena exterior que a través de ellos se percibe, sino la combinación del interior y el exterior de uno mismo (Berman diría: de nuestros cinco cuerpos) con dicha escena. Y convoca entonces, como si los giros del sol alrededor del agua fueran la luz de la comprensión, cierta referencia de un autor muerto hace más de medio siglo, Maurice Nicoll, sobre la vida al revés de todo aquel que vive volcado hacia fuera y aplastado bajo el dominio de sus sentidos, creyendo que éstos preceden a la mente:
“...En última instancia, tratará con todo por medio de la violencia. Pues si se toma el objeto sensorio como la ultérrima y suprema realidad, se le puede aplastar, dañar, violar o matar. Por este motivo es que, psicológicamente, el materialismo es cosa tan peligrosa. No sólo cierra la mente y su posible don de desarrollo, sino que a todo le da vuelta al revés, al extremo de que explica la casa por los ladrillos, el universo por sus átomos y su contenido mediante una serie de razones de bajísima calidad. (...) La vida no nos nutre porque la vemos habitualmente. La vemos por medio de unos cuantos hábitos del pensamiento. Nos limitamos a reconocer, y a muy poco más. Y es a esto a lo que damos el nombre de saber; a veces hasta le llamamos la verdad”.
Es inhabitual la noción de los cinco cuerpos en el cuerpo: de tal sorpresa inesperada provino el vuelco que este hombre hace un instante sintió en el corazón. Conocer es recordar. Así que el hombre se estremece íntimamente ante esa lectura donde encuentra lo que de algún modo, sin saber cómo, ya intuía: la existencia de una antigua técnica cultural e histórica para ascender desde el cuerpo matérico hasta el cuerpo espiritual, desde la mente común hasta la mente extraordinaria.
Formular la existencia de cualquier otra realidad posible es acercarse a su consecución. Y si son cinco los estados mentales habitables, o diez o veinte o trescientos, este hombre con un libro a la orilla de la alberca decide que en adelante deberá aprender a nutrirse de su propia vida para alcanzarlos. Establece una paradoja de la proximidad: con él, desde él, en torno a él están todos los elementos necesarios para lograr su transformación, la única tarea personal que vale la pena emprender. Y acaso la única posible, aquella que le da sentido al vivir. Para creer es necesario afirmar. El acuerdo del hombre consigo mismo es una afirmación existencial.
Digamos que el hombre goza del sol y sus juegos luminosos. El agua es franciscana y el instante respira plenitud. Súbitamente escucha la respuesta de otro bañista vecino a quien un mesero le ofrece algún bocadillo: “Con todo, menos sin cebolla”. La críptica y contradictoria frase le reitera su epifanía: en todo está una posible revelación. Los cuerpos del cuerpo son lenguaje, con todo, menos sin nada. Y están aquí.
Digamos que el hombre sonríe. El sol traza un follaje opulento sobre el agua de plata y el mundo le resulta amistoso y bueno. “¡Ah!”, exclama satisfecho en voz muy baja. Acaba de comprender. El hombre es lo que comprende y su voluntad se aplica a su comprensión. Apenas se deshace el mediodía, mientras el agua de la alberca danza con el sol.

Fernando Solana Olivares

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