11 PIÑATA GIRASOL
Uno. No somos dueños del tiempo porque el tiempo se nos impone. No somos dueños del espacio pues éste nos determina. Pero somos propietarios de la imaginación que disuelve al tiempo y reconstruye el espacio. ¿Será ello suficiente para tolerar, comprender y encontrarle sentido a la época histórica que nos ha sido dada por el azar o la predestinación a nosotros, los habitantes estupefactos de un período civilizacional que evidentemente ha terminado y de otro que no acaba aún de suceder, cuyo nombre preciso desconocemos, cuyas manifestaciones más tremendas también?
Dos. So musst du sein (“Así has de ser”), afirma un verso de Goethe titulado “Daimon”, aquel genio, demonio o espíritu que según los griegos guiaba el destino de cada quien: “Así has de ser, no puedes escapar a ti mismo”. Tal escapatoria imposible hoy está situada, antes que al interior del sujeto, en la historia presente, la cual por todas partes, con variaciones cada vez más relativas, se manifiesta igualmente ominosa, depresiva, violenta, inflacionaria, ecocida, catastrófica. Acaso ahora debamos corregir al viejo Goethe para decir: “Así has de ser, no puedes escapar a la época donde por ti mismo fuiste colocado”. No existe entonces un daimon innato de los individuos, sólo una fatalidad global sufrida por todos. Para ponernos de acuerdo sobre el momento, llamémosle tardomodernidad. No es una obra común sino una aflicción común.
Tres. La modernidad fue el tiempo cuando los dioses abandonaron por completo el mundo. Sus huellas permanecieron en algunas formas del arte plástico, de la música y de la palabra. Ciertos poetas, pensadores y artistas, muy pocos desde luego, mantuvieron contacto mental y expresivo con las divinidades paganas. Uno de los últimos escritores que dejó constancia de ello fue Nabokov en su Lolita, alusión a las Ninfas actuantes todavía bajo otras ropas quizá oscuras. Y dice Roberto Calasso que la verdad esotérica de dicha novela sólo fue expresada por su autor en una breve frase perdida entre sus páginas como la astilla de un diamante: “La ciencia de la ninfolepsia es muy precisa”. Esa ciencia es la literatura.
Cuatro. Aby Warburg, citado por Calasso, llama “ola mnémica” a la intermitente manifestación de los dioses caracterizada por expansiones y reflujos: son las sacudidas de la memoria que golpean a una civilización en cuanto al vínculo con su pasado. La historia occidental está determinada por esa ola, por su disminución, como ocurrió durante siglos, y por su desbordamiento, como de nuevo empieza a suceder hoy. Aunque Homero advierte que “no a cualquiera se le aparecen los dioses con plena evidencia”. Y su manifestación, según un ilustre lingüista, siempre toma la forma de algo que sucede. Nada más, nada menos.
Cinco. Y el peligro de tal acontecimiento, según Calasso, uno de los cuantos que de ello saben, es que la epifanía de los dioses resulte arrasadora: “el advenimiento de una auténtica ‘revolución’, o tal vez un poderoso sacudimiento del cielo y de la tierra”.
Seis. Que de lo anterior abomine la secta racionalista contemporánea, la que por ser la más simple es la más extendida de todas y a la cual el mundo sólo se le presenta bajo su forma material, no demuestra otra cosa salvo que esa secta ideológicamente hegemónica, responsable del crepúsculo histórico y cultural vigente, nunca podrá saber que la tardomodernidad debe entenderse como el tiempo excepcional preñado de advertencias y señales cuando regresan los dioses.
Siete. Lo constató Ezra Pound: “No habiéndose encontrado nunca una metáfora suficientemente adecuada para ciertos colores emotivos, afirmo que los dioses existen”. Lo escribió Martin Heidegger: “El caos es lo sagrado mismo; lo sagrado es propiamente lo tremendo”. Epoca caótica, época tremenda, época sagrada.
Ocho. Acaso resulte una cuestión de preferencias inerciales o de posibilidades estrictas. Acaso entrañe la distinción entre “creer”, esa actitud compuesta por los prejuicios serviles de la razón predominante en esta época histórica, y “tener que creer”, aquella facultad intemporal que se define como la predilección del espíritu libre, del yo superior, y a la cual va unido el reconocimiento, el recuerdo de uno mismo, la firme y estable confianza en la verdadera naturaleza de lo real.
Nueve. ¿Y qué es lo real verdadero: lo que vivimos o lo que imaginamos que vivimos? ¿Es fatal la historia de estos días e infranqueable al modo de una pesadilla de la que no se puede despertar? ¿O es meramente una construcción susceptible de ser abandonada por otro espacio-tiempo, si no tangible de inmediato en una dimensión física cuando menos activo en un plano mental?
Diez. Se observa que en una época complicada (compuesta de fragmentos sin sentido, como la nuestra), siempre hay que simplificar. Ésta, aunque no lo parezca, es una acción propia del pensamiento complejo (aquello formado por múltiples partes que se influyen entre sí); por ejemplo, imaginar que la auténtica riqueza supone la reducción drástica de la falsa y superflua necesidad.
Once. Por tal motivo, transitar por el tiempo o envejecer no sólo es ir retirando cosas, sino sobre todo hacer limpieza en la conciencia personal. Llamados o no llamados, los dioses están presentes en el mundo otra vez. El momento es como una piñata que gira al sol. Diría Jünger que a los habitantes del Olimpo les resultan ajenos los récords. Si todo ángel es terrible, todo dios también.
Fernando Solana Olivares
Dos. So musst du sein (“Así has de ser”), afirma un verso de Goethe titulado “Daimon”, aquel genio, demonio o espíritu que según los griegos guiaba el destino de cada quien: “Así has de ser, no puedes escapar a ti mismo”. Tal escapatoria imposible hoy está situada, antes que al interior del sujeto, en la historia presente, la cual por todas partes, con variaciones cada vez más relativas, se manifiesta igualmente ominosa, depresiva, violenta, inflacionaria, ecocida, catastrófica. Acaso ahora debamos corregir al viejo Goethe para decir: “Así has de ser, no puedes escapar a la época donde por ti mismo fuiste colocado”. No existe entonces un daimon innato de los individuos, sólo una fatalidad global sufrida por todos. Para ponernos de acuerdo sobre el momento, llamémosle tardomodernidad. No es una obra común sino una aflicción común.
Tres. La modernidad fue el tiempo cuando los dioses abandonaron por completo el mundo. Sus huellas permanecieron en algunas formas del arte plástico, de la música y de la palabra. Ciertos poetas, pensadores y artistas, muy pocos desde luego, mantuvieron contacto mental y expresivo con las divinidades paganas. Uno de los últimos escritores que dejó constancia de ello fue Nabokov en su Lolita, alusión a las Ninfas actuantes todavía bajo otras ropas quizá oscuras. Y dice Roberto Calasso que la verdad esotérica de dicha novela sólo fue expresada por su autor en una breve frase perdida entre sus páginas como la astilla de un diamante: “La ciencia de la ninfolepsia es muy precisa”. Esa ciencia es la literatura.
Cuatro. Aby Warburg, citado por Calasso, llama “ola mnémica” a la intermitente manifestación de los dioses caracterizada por expansiones y reflujos: son las sacudidas de la memoria que golpean a una civilización en cuanto al vínculo con su pasado. La historia occidental está determinada por esa ola, por su disminución, como ocurrió durante siglos, y por su desbordamiento, como de nuevo empieza a suceder hoy. Aunque Homero advierte que “no a cualquiera se le aparecen los dioses con plena evidencia”. Y su manifestación, según un ilustre lingüista, siempre toma la forma de algo que sucede. Nada más, nada menos.
Cinco. Y el peligro de tal acontecimiento, según Calasso, uno de los cuantos que de ello saben, es que la epifanía de los dioses resulte arrasadora: “el advenimiento de una auténtica ‘revolución’, o tal vez un poderoso sacudimiento del cielo y de la tierra”.
Seis. Que de lo anterior abomine la secta racionalista contemporánea, la que por ser la más simple es la más extendida de todas y a la cual el mundo sólo se le presenta bajo su forma material, no demuestra otra cosa salvo que esa secta ideológicamente hegemónica, responsable del crepúsculo histórico y cultural vigente, nunca podrá saber que la tardomodernidad debe entenderse como el tiempo excepcional preñado de advertencias y señales cuando regresan los dioses.
Siete. Lo constató Ezra Pound: “No habiéndose encontrado nunca una metáfora suficientemente adecuada para ciertos colores emotivos, afirmo que los dioses existen”. Lo escribió Martin Heidegger: “El caos es lo sagrado mismo; lo sagrado es propiamente lo tremendo”. Epoca caótica, época tremenda, época sagrada.
Ocho. Acaso resulte una cuestión de preferencias inerciales o de posibilidades estrictas. Acaso entrañe la distinción entre “creer”, esa actitud compuesta por los prejuicios serviles de la razón predominante en esta época histórica, y “tener que creer”, aquella facultad intemporal que se define como la predilección del espíritu libre, del yo superior, y a la cual va unido el reconocimiento, el recuerdo de uno mismo, la firme y estable confianza en la verdadera naturaleza de lo real.
Nueve. ¿Y qué es lo real verdadero: lo que vivimos o lo que imaginamos que vivimos? ¿Es fatal la historia de estos días e infranqueable al modo de una pesadilla de la que no se puede despertar? ¿O es meramente una construcción susceptible de ser abandonada por otro espacio-tiempo, si no tangible de inmediato en una dimensión física cuando menos activo en un plano mental?
Diez. Se observa que en una época complicada (compuesta de fragmentos sin sentido, como la nuestra), siempre hay que simplificar. Ésta, aunque no lo parezca, es una acción propia del pensamiento complejo (aquello formado por múltiples partes que se influyen entre sí); por ejemplo, imaginar que la auténtica riqueza supone la reducción drástica de la falsa y superflua necesidad.
Once. Por tal motivo, transitar por el tiempo o envejecer no sólo es ir retirando cosas, sino sobre todo hacer limpieza en la conciencia personal. Llamados o no llamados, los dioses están presentes en el mundo otra vez. El momento es como una piñata que gira al sol. Diría Jünger que a los habitantes del Olimpo les resultan ajenos los récords. Si todo ángel es terrible, todo dios también.
Fernando Solana Olivares
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