EL HOMICIDIO IDIOTA
La vida es atroz, y lo sabemos. El hombre es el lobo del hombre y todo lo demás. La época es terminal y en ella ocurren los fenómenos morbosos de un momento que agoniza y de otro que apenas muestra el rostro de su inhóspita condición. Nuestra capacidad de asombro desfallece todas las noches para recuperar su entrecortado aliento apenas despunta la nueva e inquietante mañana. La realidad va color de muerto, diría el poeta Eliseo Diego. Sí. Pero en medio de este caos tardomoderno que algunos pensadores definen como una transición permanente, donde deben ser utilizados nuevos métodos de adaptación basados en el aprovechamiento del desorden y en la profundización de una “lógica de la conflictividad” (Umberto Eco), suceden eventos insoportables por su profunda y escandalosa estupidez, por el idiotismo criminal que representan, como la ingrata masacre recién sucedida en el antro News Divine.
Aceptando aquella idea paradójica que dice que todo desorden es parte de un orden que aún no se percibe, uno puede entender que la delincuencia organizada mate y se mate a balazos, pues a fin de cuentas ello resulta coherente con su perversa actividad. El infierno ahora está aposentado en la tierra y legiones de sus demonios acechan en las esquinas henchidos de apasionada intensidad. Uno puede resignarse ante la violencia finisecular y esperar que todo esto sea como el mal tiempo, el cual más tarde o más temprano terminará. Pero lo que resulta incomprensible es que dicha violencia provenga de la misma policía y sea totalmente gratuita, es decir, sin ninguna razón visible excepto la irresponsable estupidez.
“Operativos”, le llaman los melifluos y cantinflescos funcionarios a la cobarde y multitudinaria irrupción policiaca para impedir tristes bailes de cientos de adolescentes de secundaria apiñados en sórdidos antros donde festejan el fin de cursos. Sórdidos antros que la misma corrupción vertical, horizontal e inquebrantable de las autoridades permite operar precisamente para eso: para que una aciaga tarde, sabiendo sobre la reunión masiva que ahí se celebra, los guardianes de la ley detengan a los adolescentes enfiestados. Los narcos efectúan levantones selectos, pero la policía los realiza a diestra y siniestra pues levanta a cientos de adolescentes para llevarlos a la barandilla ministerial donde ellos serán vejados, ellas hostigadas y todos extorsionados. ¿Su delito? Reunirse para celebrar.
Y vendrán los melifluos y cantinflescos funcionarios a declarar que así preservan a los jóvenes de ser corrompidos por quienes les venden bebidas alcohólicas y drogas y los confinan en lugares sin salidas de emergencia ni cupo suficiente para gozar de una sana diversión. Que esta vez murieran aplastados nueve de los preservados y tres de los preservadores en el “operativo” de salud pública debido a fallas “logísticas”, sólo se trató de un lamentable error: no había suficientes camiones para trasladar a los jóvenes, un botín tan suculento de levantados que no se podía desperdiciar.
¿Dejarlos salir del antro para irse a su casa, como sin duda lo mandaría la moral, lo establecería el sentido común y lo permitiría hasta la Constitución mexicana? Imposible, pues algún insensato reglamento debe establecer en uno de sus incisos que para efectos de una tardeada donde se presuma la comisión de un delito de corrupción de menores, los menores presumiblemente corrompidos serán detenidos también. Faltaba más. Así es aquí, en el país real. ¿Las leyes? No estén chingando, primero van a pasar a la Delegación con el licenciado. Mientras llegan los camiones, enciérrenlos, pareja. Ya dijo el mando superior que nadie sale de aquí. La vida es atroz, la policía es atroz, sus funcionarios son atroces. Y estúpidos, corruptos, despiadados. Falta un adjetivo: son cínicos también.
“No voy a permitir (sic), y se los digo con absoluta responsabilidad (sic), que un hecho como éste (sic) empañe (sic) una trayectoria en la que he actuado siempre con honestidad y verdad (sic)”, afirmó sin rubor alguno Joel Ortega, Secretario de Seguridad Pública, ante diputados locales al explicar lo inexpicable. Por lo visto, este país nunca presenciará ningún acto de dignidad o autocrítica de ningún funcionario, sea cual sea su nivel, sea cual sea su partido, sea cual sea su extracción. Mentirosos, racionalistas, sentimentales, lo primero y lo último es salvar el propio pellejo, conservar el puesto, sobrevivir.
Desdramaticemos, pues nadie pagará por la inútil y aberrante muerte de los aplastados, la cual, en suma, ni siquiera se podría pagar. La politización de la tragedia disolverá sus mismas consecuencias: Ebrard seguirá ocupándose del 2012 y tratará de que Los Pinos no aprovechen la coyuntura para golpearlo o someterlo, la consulta sobre el petróleo será el eje de los costos políticos a cubrir, el panismo hipócrita lanzará sus denuestos interesados en ganar la ciudad electoralmente, el perredismo revisará estrategias, el priísmo se frotará las manos, etcétera.
Mientras tanto, el caldero nacional sigue hirviendo sobre un fuego que está cada vez más exacerbado. Su combustible lo provee la ineptísima e irremediable clase política de todo signo que nos ha tocado. No. Que hemos elegido para que nos gobierne e impunemente lleve a cabo sus “operativos” económicos, legislativos, policiacos, mediáticos, sociales. Sus memorables obras históricas, pues. ¿Y los ciudadanos? Que no estén chingando. Así es aquí, en el país real.
Fernando Solana Olivares
Aceptando aquella idea paradójica que dice que todo desorden es parte de un orden que aún no se percibe, uno puede entender que la delincuencia organizada mate y se mate a balazos, pues a fin de cuentas ello resulta coherente con su perversa actividad. El infierno ahora está aposentado en la tierra y legiones de sus demonios acechan en las esquinas henchidos de apasionada intensidad. Uno puede resignarse ante la violencia finisecular y esperar que todo esto sea como el mal tiempo, el cual más tarde o más temprano terminará. Pero lo que resulta incomprensible es que dicha violencia provenga de la misma policía y sea totalmente gratuita, es decir, sin ninguna razón visible excepto la irresponsable estupidez.
“Operativos”, le llaman los melifluos y cantinflescos funcionarios a la cobarde y multitudinaria irrupción policiaca para impedir tristes bailes de cientos de adolescentes de secundaria apiñados en sórdidos antros donde festejan el fin de cursos. Sórdidos antros que la misma corrupción vertical, horizontal e inquebrantable de las autoridades permite operar precisamente para eso: para que una aciaga tarde, sabiendo sobre la reunión masiva que ahí se celebra, los guardianes de la ley detengan a los adolescentes enfiestados. Los narcos efectúan levantones selectos, pero la policía los realiza a diestra y siniestra pues levanta a cientos de adolescentes para llevarlos a la barandilla ministerial donde ellos serán vejados, ellas hostigadas y todos extorsionados. ¿Su delito? Reunirse para celebrar.
Y vendrán los melifluos y cantinflescos funcionarios a declarar que así preservan a los jóvenes de ser corrompidos por quienes les venden bebidas alcohólicas y drogas y los confinan en lugares sin salidas de emergencia ni cupo suficiente para gozar de una sana diversión. Que esta vez murieran aplastados nueve de los preservados y tres de los preservadores en el “operativo” de salud pública debido a fallas “logísticas”, sólo se trató de un lamentable error: no había suficientes camiones para trasladar a los jóvenes, un botín tan suculento de levantados que no se podía desperdiciar.
¿Dejarlos salir del antro para irse a su casa, como sin duda lo mandaría la moral, lo establecería el sentido común y lo permitiría hasta la Constitución mexicana? Imposible, pues algún insensato reglamento debe establecer en uno de sus incisos que para efectos de una tardeada donde se presuma la comisión de un delito de corrupción de menores, los menores presumiblemente corrompidos serán detenidos también. Faltaba más. Así es aquí, en el país real. ¿Las leyes? No estén chingando, primero van a pasar a la Delegación con el licenciado. Mientras llegan los camiones, enciérrenlos, pareja. Ya dijo el mando superior que nadie sale de aquí. La vida es atroz, la policía es atroz, sus funcionarios son atroces. Y estúpidos, corruptos, despiadados. Falta un adjetivo: son cínicos también.
“No voy a permitir (sic), y se los digo con absoluta responsabilidad (sic), que un hecho como éste (sic) empañe (sic) una trayectoria en la que he actuado siempre con honestidad y verdad (sic)”, afirmó sin rubor alguno Joel Ortega, Secretario de Seguridad Pública, ante diputados locales al explicar lo inexpicable. Por lo visto, este país nunca presenciará ningún acto de dignidad o autocrítica de ningún funcionario, sea cual sea su nivel, sea cual sea su partido, sea cual sea su extracción. Mentirosos, racionalistas, sentimentales, lo primero y lo último es salvar el propio pellejo, conservar el puesto, sobrevivir.
Desdramaticemos, pues nadie pagará por la inútil y aberrante muerte de los aplastados, la cual, en suma, ni siquiera se podría pagar. La politización de la tragedia disolverá sus mismas consecuencias: Ebrard seguirá ocupándose del 2012 y tratará de que Los Pinos no aprovechen la coyuntura para golpearlo o someterlo, la consulta sobre el petróleo será el eje de los costos políticos a cubrir, el panismo hipócrita lanzará sus denuestos interesados en ganar la ciudad electoralmente, el perredismo revisará estrategias, el priísmo se frotará las manos, etcétera.
Mientras tanto, el caldero nacional sigue hirviendo sobre un fuego que está cada vez más exacerbado. Su combustible lo provee la ineptísima e irremediable clase política de todo signo que nos ha tocado. No. Que hemos elegido para que nos gobierne e impunemente lleve a cabo sus “operativos” económicos, legislativos, policiacos, mediáticos, sociales. Sus memorables obras históricas, pues. ¿Y los ciudadanos? Que no estén chingando. Así es aquí, en el país real.
Fernando Solana Olivares
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