Saturday, November 29, 2008

ALEGATO SOBRE LAS DROGAS/ I

El que esté libre de adicción que tire la primera piedra. Adicciones hay muchas, son incontables y, desde luego, consustanciales a este estado de conciencia que llamamos humano. Adicción a uno mismo, en primer lugar, y después una serie sin fin de conductas incontroladas y dependientes: adicción al poder, al dinero, al sexo, a la política, a los carbohidratos, al internet, al juego, a los fetiches, a las enfermedades, al celular, a las compras, a la catástrofe, a los refrescos, a las películas, al ejercicio, a los barbitúricos, a la anorexia, a la seducción, a las emociones: adicción a la adicción.

Somos adictos a muchas cosas pero penalizamos las drogas. ¿Qué son las drogas? Simplemente aquello que se designa como tal: esas sustancias anatematizadas sobre las que se construye un consenso público, inducidamente histérico y manipulado, que declara y promulga su nocividad. Las pruebas objetivas para acreditar dichos consensos no le hacen falta a un sistema hegemónico que controla mentes, fomenta miedos e inventa leyes mediante sus elásticas e interesadas versiones de la verdad.

Hace unos años escribí las siguientes líneas que parecen todavía actuales, a pesar de asegurar la existencia de un proceso mundial de legalización de ciertas drogas que luce interrumpido ahora, y de afirmar que ningún partido político mexicano se preocuparía por el asunto, afirmación sobre la cual pido disculpas, pues este oportuno foro convocado por el diputado Víctor Hugo Círigo y un sensible grupo de asambleístas del PRD, afortunadamente ha puesto en claro mi equivocación. Aquí vuelvo a decir aquellas líneas.

Si la tendencia europea es irreversible y la norteamericana se afianza como hasta hoy, el consumo de mariguana será paulatinamente legalizado en el primer mundo. ¿Qué va a pasar en México, donde la cultura de su uso es tan prominente desde hace tiempo? No parece imaginable que alguno de los partidos políticos del país, tan similares entre sí, se interesen por el tema. A excepción de algunos legisladores aislados y audaces que el surrealismo nacional pueda hacer surgir, la discusión del tópico molesta los intereses creados, espanta la doble moral y afecta la cultura alcohólica, uno de los sostenes de ese corte de comunicación con el logos vegetal que llamamos mundo moderno, o sea: “un planeta que agoniza bajo el peso de la anestesia moral” (McKenna).

No existen protocolos de investigación médica veraces que justifiquen las razones por las que en el siglo pasado se prohibió el uso de la mariguana. Así como el capitalismo inventa enfermedades o propaga ideas y comportamientos, sistemáticamente engaña al ciudadano. La prohibición de la mariguana fue una operación expropiatoria inducida en 1930 en Estados Unidos por compañías químicas y petroleras interesadas en eliminar la competencia del cáñamo para la producción de lubricantes, comida, plástico y fibras. La prensa amarillista desató la histeria pública llamándola “hierba de la muerte” o “marijuana”, la vinculó al submundo de piel oscura, a los greasers latinos, y logró su proscripción.

Esta es la historia funcional, pero además hay otra. Los valores burgueses modernos no pueden tolerar, a riesgo de evaporarse como el humo de un toque, el suavizamiento del ego, el atemperamiento de la competitividad y la interiorización que la mariguana provoca. La cultura predominante prefiere utilizar otras sustancias, drogas del ego como el alcohol, drogas planas como la heroína y la televisión, para mantener su diseño de mundo. La mariguana permite alcanzar una sutil disolvencia de los límites personales sin llevar al usuario al abandono de la sociedad común. Al hacerlo se cumple un anhelo arcaico e innato del sujeto que el control social inhibe porque considera potencialmente amenazante.

Sin embargo, el cáñamo es una de las plantas que más tiempo ha estado al lado de los seres humanos. Sus restos se han encontrado en los primeros estratos arqueológicos y hoy en día es el cultivo personal más grande que existe. De Asia Central viajó a África y adaptado al frío cruzó los helados puentes hasta llegar a América. “A causa de su pandémica extensión y adaptabilidad ambiental, la cannabis tuvo un gran impacto en las formas sociales humanas y en las autoimágenes culturales” (McKenna). Múltiples nombres en cientos de lenguas se han utilizado para nombrarla: la primera denominación conocida hasta ahora en un papiro asirio es kunubu, la última será la que aparezca mañana. El registro de su venerable antigüedad está depositado en el lenguaje.

La desproporcionada reacción de los medios y los poderes públicos que ocurrió en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado por la longitud del cabello de los varones, cuando ascendió en todo el mundo occidental el consumo de mariguana, mostró la percepción de peligro del poder político y económico ante la restauración de signos sociales fraternos, incluyentes y no sexistas, que desmoronaban la condición de consumidor egoísta. “El uso de la cannabis se considera herético y muy desleal con los valores dominantes y la estratificada jerarquía masculina. Esta es la causa de que la legalización de la mariguana sea un tema peliagudo, puesto que implica legalizar un factor social que puede mejorar o incluso modificar los valores egodominantes” (McKenna).

(Nota: Este texto, y su continuación, fueron leídos en un foro sobre la regulación del uso de la cannabis convocado por el grupo perredista de la Asamblea Legislativa del DF.)

Fernando Solana Olivares

CINCO CUENTAS

La pasión de la envidia, su nauseabunda adicción. Todos los textos que llevan a algo coinciden en ello: el sujeto que quiera vivir de una mejor manera no debe envidiar a nadie, no debe envidiar nada. Claro que hay cosas envidiables, pero no hay por qué envidiarlas. Lo anterior queda dicho para introducir a un sujeto cercano que anda buscando la felicidad.

Hace días consiguió un papelito que decía: “Para lograr la felicidad. 1. Libera tu corazón del odio. 2. Libera tu mente de las preocupaciones. 3. Vive de forma simple. 4. Da más. 5. Espera menos”. Se aprendió de memoria estas cinco cuentas y decidió practicarlas desde ya.

Primero se planteó un problema: ¿las cinco cuestiones eran suscesivas o simultáneas? Una por una, se dijo. No, todas juntas, se contestó. De ser una por una tendría que organizarse del lunes hasta el viernes, y le quedaría el fin de semana, cuando podría poner las cinco en práctica a la vez. Le pareció bien dicho arreglo, y al siguiente lunes comenzó. No le costó tanto trabajo liberar su corazón del odio durante ese día, pues no era muy afecto a tales sentimientos, por temperamento o karma, váyase a saber.

Pero el martes naufragó y cuando regresó a casa, imposibilitado de liberar su mente de agobios imaginarios, de cálculos indebidos sobre el futuro, de puras antesalas de la razón, recordó a su madre, quien mucho se lo decía: cómo eres preocupón. El miércoles, en cambio, recuperó el ritmo del lunes y simplificó un poco más su forma de vivir. Este hombre estaba ejerciendo la reducción drástica de la necesidad. Requería poco, aunque no se privaba ni de lo esencial ni de lo placentero. Fulano, de vida simple, habrían de decir de él los demás. Los demás fueron el tema del jueves: darles más. ¿Más qué? Compasión, por ejemplo, y decidió aplicársela a una compañera de trabajo en el laboratorio, una envidiosa profesional.

No era por misoginia ni por ganas de creer en su fantástica existencia, pero este hombre pensaba que de que hay brujas las hay, y esa colega era. Intrigaba contra él donde podía y con quien encontraba. Habían sido amigos pero muy pronto lo dejaron. Su vínculo se evidenció como un error. La amistad entra por los sentidos y él forzó los suyos para intimar un poco con ella: ¿cómo estás, cómo te va? Rápidamente supo que todo eso era un equívoco.

Por la noche regresó otra vez derrotado: era muy difícil dar más a los otros, quienes representan el infierno, afirmó Sartre. El viernes, en cambio, mejoró su circunstancia un poquito, como se suele decir. No esperar nada, o esperar menos, según su receta, no era una actitud tan inalcanzable para él.

Eso pensaba, pero después de un rato de autocontrol se sorprendió a sí mismo esperando el surgimiento de pequeñas circunstancias durante todo el día: que lo saludaran de cierta manera, que llegara un paquete, que los laboratoristas a su cargo prestaran interés a la lección, que el tráfico de regreso a casa no estuviera a reventar, que el cielo no cayera sobre su cabeza. Siempre esperando minucias, concluyó.

El sábado y el domingo resolvió no preocuparse y no odiar, lo mismo que adoptar la simplificación, el desprendimiento y la indiferencia como actitudes invariables. No lo perturbarían ni el calentamiento global, ni la escasez inminente de recursos, ni la crisis económica cuyos efectos apenas comenzaban, ni las desviaciones de la época, ni los atentados accidentales contra políticos encumbrados, ni la violencia narca y su control del territorio mexicano, ni los ochenta años de Carlos Fuentes. No preocupación.

Eran buenos deseos porque su mente se atareó en otro tipo de consideraciones sobre la preocupación. Su investigación publicada, ¿llegaría a sus manos o no? No es que esa preocupación fuera acerca de morir ahora y entonces no verla nunca, correspondía más bien al arrepentimiento por haber elegido un editor equivocado: era una preocupación por el acto ya cometido y anterior.

Y luego cogitaba: si no me preocupo, ¿entonces con qué lleno mi cabeza? Y si no pienso vengativo en la bruja del trabajo, ¿cómo desfogo mis bajos instintos mentales? El asombro lo paralizó porque se dio cuenta de que estaba a punto de tirar por la borda su intención de alcanzar la felicidad a través de un método razonable, como el que creía tener.

¿De dónde había salido el papelito? No lo sabía, estaba en la bolsa de su saco puesto ahí por una mano desconocida. Ese misterio le daba al método un pequeño aire metafísico, puesto ahí con un por qué. Si lo dejaba pasar, quizá perdiera una oportunidad única, así no sepa aún para qué diablos sirve la felicidad.

Si el lector lo nota, el final del texto fue la línea anterior. Pero hoy es lunes y este hombre sale a la calle con el precepto número uno pues hoy toca. Sin odiar nada ni nadie: a ver. La prueba se vuelve dura cuando la bruja hace de las suyas: a sus oídos llega otra maledicente difamación. El hombre se consuela pensando en la tarea del próximo viernes, la número cinco, sin duda más fácil y más compensatoria que ésta de no odiar a los imbéciles: no esperes nada salvo lo que habrá.

Un viernes para lograr la felicidad. Viernes, día de Venus. Puede ser. Aunque quizá sería más práctico obtener otra cosa: la ataraxia, la ausencia de complicación, una variante más estable del estado mental que este hombre se empeña en elaborar. Así vuelve al comienzo: la bruja, la envidia, la felicidad.

Fernando Solana Olivares

Friday, November 14, 2008

CON ÉL A MI LADO

Cruzo por la calle y me acompaña. Por fin nos conocemos. Llevo años de leerlo intermitentemente y hasta ahora creo estar entendiéndolo. Hace un rato lo encontré en una librería, a la cual entré como suelo ser atraído por dichos sitios: en automático. Estaba sobre una mesa de novedades y su rostro hirsuto y desmelenado dominaba la portada del volumen, desde ella sus ojos penetrantes e irónicos me miraron y su expresión me fascinó.
Crucé por el día y siguió conmigo. Me pasaron cosas, asistí a una presentación, el auditorio fue nutrido, generoso, y sentí una extraña y poderosa energía colectiva cuando dije términos como Edad Oscura. Más adelante, mientras el día iba por la media noche y él permanecía a mi lado, o muy cerca, mi mujer, utilizando a Jung, me lo explicó: cuando ya la idea está silenciosa en muchas mentes, basta que alguien la diga para que sea como si la dijeran todos.
Después hubo una fiesta crepuscular y bien alegre. Se cumplieron los ritos profanos del baile ---una mediación tardomoderna de la mediación con lo sagrado--- y la embriaguez fue ligera como mariposa en medio de los otros seres queridos que no son si uno no existe, de los otros que le dan a uno existencia plena, como escribiría don Paz.
Tratamientos eventuales contra la misantropía propia: a cada capillita le llega su fiestecita. Pero en cambio no a él, el gran misántropo que llamaba bípedos a los seres humanos y comía todos los días en un café donde pagaba doble para que nadie se sentara a su lado. Y ahí estaba puesto en carne y hueso el gran Schopenhauer, el filósofo occidental más importante ---primero dicho por él y luego por legiones--- a continuación de Platón y Kant. Me pareció no una coincidencia (el mismo pensador hosco y solitario dice que toda casualidad es una cita) sino una confirmación, pues solamente hace unas semanas había dado un libro de ese autor para principiantes a mis alumnos, porque si uno quiere hablar de cultura moderna y Nietzsche, Freud, Nabokov o un largo etcétera, primero debe conocer al pensador del cual tantos tomaron ideas originales.
Y lo que me encuentro es una novela de Irvin D. Yalom, Un año con Schopenhauer (Emecé, 2004), que leo con avidez y cuya aparición entiendo como ya me lo explicó mi mujer: las ideas flotan y se concretan, así siento que me la encontré. La historia que cuenta Yalom es engañosamente simple: un analista recientemente desahuciado por un melanoma, Julius, decide buscar a un antiguo paciente al cual años atrás no curó de su adicción al sexo, Philip, y lo invita, mediante un trueque de beneficios mutuos, a su grupo de terapia. Ahora vuelto filósofo, Philip se ha curado gracias a la lectura de Schopenhauer e introduce su increíble terapéutica a las sesiones.
Se habla de sexo, por ejemplo, pues el filósofo despreciativo y mordaz, quien ponía todos los días al comer una moneda de oro en el asiento de enfrente con la promesa de dársela a un comensal inteligente, y todos los días la guardaba en su bolsillo al retirarse metódica y rutinariamente del club al que asistió por años, fue el primero en definir al sexo desde una perspectiva filosófica como la fuerza existencial determinante. O una de ellas, pues también propuso la restricción del deseo como único medio de liberación.
Y se habla de vida en altos registros de eficiencia emocional. Philip se cura a sí mismo mediante la amarga y restrictiva forma de vida de un filósofo, su predecesor, al cual, guardando las proporciones necesarias pero haciendo la operación imaginativa debida, se parece tanto como si fuera una reedición contemporánea. “Deseamos, siempre deseamos ---escribe Yalom parafraseando a Schopenhauer---. Por cada deseo satisfecho que asoma a nuestra conciencia, hay cuando menos otros diez que no lo son y que quedan envueltos en velos inconscientes. La volición nos impulsa sin tregua pues cada deseo colmado cede al instante su puesto a otro, y otro, y otro, y así durante toda la vida”.
La solución a tal hastío, dice el filósofo, sólo puede provenir del interior del sujeto. Ribott afirmó que Schopenhauer resultaba un budista extraviado en Occidente, y ciertamente las cuatro nobles verdades budistas ---la esencia de esa doctrina--- están en su reflexión sobre el mundo y la realidad humana: 1. El sufrimiento, 2. Su origen, 3. Su cesación, 4. El camino que conduce a su cesación. O en otros términos: 1. La causa de la enfermedad, 2. El diagnóstico, 3. La instrumentación curativa, 4. El tratamiento.
A punto de terminar sus páginas dejé de leerla. No quiero llegar todavía al final de la novela de Yalom. A pesar de las taras traduccionales (¿por qué los españoles traducen tan espantoso?), la historia es magnética. Todo se cuenta, inclusive la saga biográfica del terrible filósofo alemán, desde la hoguera primordial del círculo terapéutico, un cuadrilátero hecho para narrar.
Él sigue a mi lado. Observo su rostro de frente muy alta y me parece hermoso. Tengo la impresión de que entre nosotros ya se rompió el hielo de la intermediación. Y luego entonces es lo que sigue: la cura Schopenhauer, comprobada como eficaz antídoto por su inventor. Terapéuticas así no funcionan de otra manera: el guía ya viajó por el territorio de la transformación. El genial filósofo budiatra sólo muestra el camino que él mismo recorrió. Arrieros somos y en Schopenhauer andamos. Cómo no.
Primero conocí a los nietos, luego a los hijos y ahora hablo con el padre de ellos. No hay ningún arbitrio: todo encuentro casual es una cita. Los escalones para eso están.

Fernando Solana Olivares

LA ESCRITURA INVISIBLE

Conocí a un niño que un mes antes de entrar a la escuela enfermó y tuvo que guardar cama. Tenía al lado su nueva mochila con los nuevos útiles y durante esos treinta días se dedicó a leerlos todos. Cuando llegó al salón de primer grado deslumbró al maestro, incomodó a sus condiscípulos y así quedó determinado su destino intelectual. Se hizo escritor. Su primer cuento trató de unos infantes que subían corriendo alegremente una florida colina y luego bajaban, tan alborozados todos menos uno, quien había encontrado en la cima la tumba de su mamá.

Gulp. Cuando se lo enseñó a la suya, ésta se estremeció ligeramente y le sugirió cambiar ese tipo de temas. Aquel niño, hoy un hombre, aún debe estar explorando el arquetipo de la madre muerta pero estando viva que presidió desde el origen su por qué escribir. Ojalá tenga buena fortuna en tan difícil empeño.

Lo anterior está dicho para ejemplificar la invisibilidad de la escritura en dos sentidos: a) lo escrito significa también otra cosa: se le llama subtexto o enunciación a aquello que está sumergido en el enunciado de cualquier frase; b) lo escrito puede ser vuelto invisible por el sistema de recepción en esta época capitalista tardía donde todo es una meliflua mercancía.

No hay espacios vacíos en nuestra cultura que no contengan mensajes comerciales, y el gobierno mundial de corporaciones internacionales y mercados ha emergido en todas partes callada y orgánicamente: representa ese “totalitarismo por default”, según lo llama Benjamin Barber, citado por Morris Berman, que ha significado el apoderamiento por Mc World del ámbito mental en una escala global. La “extraña dictadura” económica y cultural, usando la definición de Viviane Forrester, que se impuso urbi et orbi como pensamiento único y, entre otros de sus incalculables daños, también determinó la inutilidad mercantil de la lectura seria, aquella que de reducirse a la nada significaría, como piensa Don DeLillo, que eso que llamamos identidad humana habrá llegado a su fin.

En medio de las continuas descargas de adrenalina colectiva, del mundo de mierda promocional/comercial interminable que describe Morris Berman, las cinco o seis empresas que monopolizan el mercado editorial mundial han impuesto la trivialización del contenido literario, la desatención cognitiva respecto al contenido, su evaporación, en esta política de estupidización sistémica del consumidor contemporáneo, único ente social que el capitalismo reconoce.

Libros para hacerse rico, volverse guapo o vivir feliz llenan los estantes de las pocas librerías existentes, reciben promoción y son vendidos. Los otros, volúmenes que por su condición creativa e intencional son clasificados como “complejos”, “difíciles”, generalmente no consiguen editor, y si llegan a publicarse un manto de invisibilidad pública los cubrirá sin duda. Son una escritura invisible.

Y la oscuridad avanza. Platicando de esto hace unos cuantos meses con otros miembros de la república mexicana de las letras, dos queridos y antiguos colegas, concluimos que la contaminación era omnipresente: vistosos premios literarios concedidos a obras muy menores, oportunidades editoriales casi nulas para libros serios, editores analfabetas a cargo de grandes casas, diccionarios de escritores actuales totalmente sectarios y desinformados, en suma, un odio cultural convertido en vida cultural. El entretenimiento hasta en el acto íntimo, concentrado y silencioso de la lectura. La distracción, entonces, la anti lectura.

Alguno contó la anécdota de un influyente escritor y hombre público, dueño de una editorial, quien decidió no aceptar autores cuyas ventas no estuvieran garantizadas de antemano por su popularidad previa: había olvidado ya que alguien, años antes, le obsequió una oportunidad que él ahora, en cambio, no le daría a nadie más. Otro mencionó un dictamen hecho sobre uno de sus libros: el problema del texto, consignaba el hilarante reporte negativo, es que para ser leído requiere ponerse atención.

Viene la noche y es mejor obedecerla, advierte el griego Homero en una de sus líneas inmortales. La edad oscura ya comenzó. Pero en épocas así también se activa la doctrina de la aparición simultánea: junto al veneno está el antídoto, la contrarrestación. Tal actitud y conducta tiene nombres diversos: monjecopismo, le llaman quienes advierten similitudes entre este tiempo y el medioevo; zonas de inteligencia, las denomina Berman, como discreta tarea de preservación y transmisión culturales; aristocracia de los sensibles, los considerados y atrevidos, los actuales nim (nuevos individuos monásticos) de los que habla Fusell, presentes en cualquier parte y por encima de clases y jerarquías; o cultura de la resistencia ante el conformismo de nuestras vidas y los juegos apocalípticos del nihilismo capitalista, diría Sontag.

En fin. La mera publicación de un libro es un acto de esperanza humana porque reitera, mediante el lenguaje y la lectura, la continuidad de la galaxia Gutemberg. El tercer nivel de la escritura invisible actúa en campos intangibles, en otras dimensiones. Publicar un libro aquí afecta positivamente allá, aunque allá todavía no se sepa dónde está.

Sólo moviéndose contra la pendiente, en resumen, haciendo nada más por el valor de hacer. Buscando sustancias en esta época de tantas sombras tecnobrillantes, tan energéticamente crepusculares como si siempre fueran a durar.

Fernando Solana Olivares

Tuesday, November 04, 2008

CUARENTA Y NUEVE MOVIMIENTOS

Cada vez que tengo que hablar de lo que escribo me ocurre exactamente lo mismo: no sé qué decir. Si no me lo preguntan, lo comprendo; si me lo preguntan, no lo sé. Entre tantas tareas misteriosas para mí está la escritura. La frecuento desde hace muchos años, trato de serle fiel y mantenerme a su altura. No es un atributo mío sino al contrario, yo soy deudor de él. Cuando Joyce dijo: “Escríbelo, escríbelo, maldita sea, ¿acaso sirves para otra cosa?”, fijó los términos del trato fáustico que todo aspirante a amanuense debe aceptar: escribe, en lugar de vivir. Con el tiempo uno llega a entender que la escritura es otra manera, multiplicada y abundante, de vivir. Con el tiempo, acaso, uno llega a entender que la escritura conduce a la liberación interior.
Sólo por una razón: el pensamiento es lenguaje, y la escritura, cuando se logra, es lenguaje cargado de sentido a su máxima posibilidad, pensamiento puro. ¿Qué es la escritura? Como enseñaría Alfonso Reyes, antes que otra cosa una intención, una voluntad, y luego, aunque de hecho al mismo tiempo, un uso técnico del lenguaje, una constante frecuentación. Quien enseña a escribir es el mismo lenguaje cuando se convierte en pensamiento intuitivo y va educando a su practicante. El Logos se manifiesta en palabras, así que el lenguaje es espíritu: en dicha zona no lineal y de múltiples dimensiones suelen ocurrir otras formas de la didáctica y el aprendizaje.
O eso digo, para evadir el tema: hablar de lo que ya escribí. Pequeños gestos componen las cosas mayores, y el epígrafe de este libro, proveniente de una cita de Paul Válery, menciona aquella política de las cosas donde el espíritu crea el orden y también el desorden para procurar el cambio de la realidad. Sus textos son cuarenta y nueve, de ahí el título, y forman un mural de fragmentos cuyos contenidos versan sobre los cambios que introduce el espíritu en un contexto dado, contenidos que cronológicamente conciernen un poco al pasado y al futuro pero sobre todo al presente, a esta época sin síntesis, edad obscura, le llaman algunos, que nos ha sido dada para vivir.
Los cuarenta y nueve textos están escritos en diversos géneros: crónica, cuento, diálogos, nota periodística, estampas teatrales, ensayo. Esa condición múltiple no es deliberada: cada texto ocupa, según diría la remetaforización alteña, una manera de escribirse. Quien la determina no ha sido su autor sino lo que quiere contarse a través de él, su mera subjetividad o bien esa sustancia transpersonal llamada lenguaje.
La cifra de cuarenta y nueve, un cuadrado de siete, tiene la misma significación cíclica para el budismo tibetano que el número cuarenta para judíos, cristianos y musulmanes. Es el plazo que necesita el alma de un muerto para alcanzar su nueva morada, la terminación del viaje. Siete es el número, conforme a la antigüedad, del acabamiento cíclico y de su renovación. Por eso este libro, Cuarenta y nueve movimientos, termina con la mención de una pareja, sobreviviente de la cultura tardomoderna e integrante de esas retaguardias de ahora que serán las vanguardias de mañana. Como ese mañana ya está entre nosotros, dicha terminación es entonces un comienzo.
Diversos tópicos se ilustran, se narran o se ensayan en este volumen, que en su origen desmedido proviene de algo que fueron setenta y siete textos: la budiatría occidental y contemporánea, los ciclos de la tradición perenne, el orientalismo a través de ciertos autores recurrentes ---quizá el más citado es René Guénon, ese extraño hombre de vida integral y sencilla: el crítico lapidario de la modernidad---, la ingeniería espiritual, la meditación, el budismo zen, las sectas contrainiciáticas, las desviaciones contemporáneas, la cábala, la persecución cátara, el 11-S, el arte y la abstracción, el haikú, los beatniks, el budismo histórico, el chamanismo pagano, los contactos entre Oriente y Occidente, un par de pérdidas amorosas, algunos asuntos sobre el cuerpo. En fin. Y un protagonista cuyo nombre es B, el cual aparece y desaparece entre las páginas, cambiando de apariencia, de género, de tiempo y de lugar.
Sobre todo es un libro que aborda la espiritualidad desde una perspectiva diferenciada por movimientos, a la manera de una composición. O cuando menos eso intenta. O cuando menos eso dice su autor. Para saber en qué consiste preferí acudir a otro tipo de valoración, así fuera extraliteraria y esotérica, pues en estas cuestiones peco de soberbia gremial y mejor le hago caso a aquella recomendación de Ezra Pound: no tomar en cuenta la crítica de quien no ha fabricado, cuando menos, una obra de voluntad o capacidad equivalentes. El I Ching refirió hace dos años, cuando fue consultado, el hexagrama 30, Li, Lo Adherente, El Fuego, para definir lo que este libro pueda significar. No he terminado de entender el alcance de este oráculo y su cabal sentido, tampoco el de la mutación en la que deriva: El Oscurecimiento de la Luz. Sólo el tiempo me lo permitirá conocer, pues es en el tiempo donde estos diagnósticos ocurren. (...)
Invitación. El próximo martes 4 de noviembre a las 19 hrs. en la librería Rosario Castellanos del FCE (Tamaulipas esquina Benjamín Hill, colonia Condesa) se presentará este libro con otros más de La Escritura Invisible ---todo un contenido literario y editorial el nombre---, una nueva serie de escritura creativa publicada por Terracota. La entrada es libre. Los asistentes serán bienvenidos. Los lectores también.

Fernando Solana Olivares