Friday, November 14, 2008

CON ÉL A MI LADO

Cruzo por la calle y me acompaña. Por fin nos conocemos. Llevo años de leerlo intermitentemente y hasta ahora creo estar entendiéndolo. Hace un rato lo encontré en una librería, a la cual entré como suelo ser atraído por dichos sitios: en automático. Estaba sobre una mesa de novedades y su rostro hirsuto y desmelenado dominaba la portada del volumen, desde ella sus ojos penetrantes e irónicos me miraron y su expresión me fascinó.
Crucé por el día y siguió conmigo. Me pasaron cosas, asistí a una presentación, el auditorio fue nutrido, generoso, y sentí una extraña y poderosa energía colectiva cuando dije términos como Edad Oscura. Más adelante, mientras el día iba por la media noche y él permanecía a mi lado, o muy cerca, mi mujer, utilizando a Jung, me lo explicó: cuando ya la idea está silenciosa en muchas mentes, basta que alguien la diga para que sea como si la dijeran todos.
Después hubo una fiesta crepuscular y bien alegre. Se cumplieron los ritos profanos del baile ---una mediación tardomoderna de la mediación con lo sagrado--- y la embriaguez fue ligera como mariposa en medio de los otros seres queridos que no son si uno no existe, de los otros que le dan a uno existencia plena, como escribiría don Paz.
Tratamientos eventuales contra la misantropía propia: a cada capillita le llega su fiestecita. Pero en cambio no a él, el gran misántropo que llamaba bípedos a los seres humanos y comía todos los días en un café donde pagaba doble para que nadie se sentara a su lado. Y ahí estaba puesto en carne y hueso el gran Schopenhauer, el filósofo occidental más importante ---primero dicho por él y luego por legiones--- a continuación de Platón y Kant. Me pareció no una coincidencia (el mismo pensador hosco y solitario dice que toda casualidad es una cita) sino una confirmación, pues solamente hace unas semanas había dado un libro de ese autor para principiantes a mis alumnos, porque si uno quiere hablar de cultura moderna y Nietzsche, Freud, Nabokov o un largo etcétera, primero debe conocer al pensador del cual tantos tomaron ideas originales.
Y lo que me encuentro es una novela de Irvin D. Yalom, Un año con Schopenhauer (Emecé, 2004), que leo con avidez y cuya aparición entiendo como ya me lo explicó mi mujer: las ideas flotan y se concretan, así siento que me la encontré. La historia que cuenta Yalom es engañosamente simple: un analista recientemente desahuciado por un melanoma, Julius, decide buscar a un antiguo paciente al cual años atrás no curó de su adicción al sexo, Philip, y lo invita, mediante un trueque de beneficios mutuos, a su grupo de terapia. Ahora vuelto filósofo, Philip se ha curado gracias a la lectura de Schopenhauer e introduce su increíble terapéutica a las sesiones.
Se habla de sexo, por ejemplo, pues el filósofo despreciativo y mordaz, quien ponía todos los días al comer una moneda de oro en el asiento de enfrente con la promesa de dársela a un comensal inteligente, y todos los días la guardaba en su bolsillo al retirarse metódica y rutinariamente del club al que asistió por años, fue el primero en definir al sexo desde una perspectiva filosófica como la fuerza existencial determinante. O una de ellas, pues también propuso la restricción del deseo como único medio de liberación.
Y se habla de vida en altos registros de eficiencia emocional. Philip se cura a sí mismo mediante la amarga y restrictiva forma de vida de un filósofo, su predecesor, al cual, guardando las proporciones necesarias pero haciendo la operación imaginativa debida, se parece tanto como si fuera una reedición contemporánea. “Deseamos, siempre deseamos ---escribe Yalom parafraseando a Schopenhauer---. Por cada deseo satisfecho que asoma a nuestra conciencia, hay cuando menos otros diez que no lo son y que quedan envueltos en velos inconscientes. La volición nos impulsa sin tregua pues cada deseo colmado cede al instante su puesto a otro, y otro, y otro, y así durante toda la vida”.
La solución a tal hastío, dice el filósofo, sólo puede provenir del interior del sujeto. Ribott afirmó que Schopenhauer resultaba un budista extraviado en Occidente, y ciertamente las cuatro nobles verdades budistas ---la esencia de esa doctrina--- están en su reflexión sobre el mundo y la realidad humana: 1. El sufrimiento, 2. Su origen, 3. Su cesación, 4. El camino que conduce a su cesación. O en otros términos: 1. La causa de la enfermedad, 2. El diagnóstico, 3. La instrumentación curativa, 4. El tratamiento.
A punto de terminar sus páginas dejé de leerla. No quiero llegar todavía al final de la novela de Yalom. A pesar de las taras traduccionales (¿por qué los españoles traducen tan espantoso?), la historia es magnética. Todo se cuenta, inclusive la saga biográfica del terrible filósofo alemán, desde la hoguera primordial del círculo terapéutico, un cuadrilátero hecho para narrar.
Él sigue a mi lado. Observo su rostro de frente muy alta y me parece hermoso. Tengo la impresión de que entre nosotros ya se rompió el hielo de la intermediación. Y luego entonces es lo que sigue: la cura Schopenhauer, comprobada como eficaz antídoto por su inventor. Terapéuticas así no funcionan de otra manera: el guía ya viajó por el territorio de la transformación. El genial filósofo budiatra sólo muestra el camino que él mismo recorrió. Arrieros somos y en Schopenhauer andamos. Cómo no.
Primero conocí a los nietos, luego a los hijos y ahora hablo con el padre de ellos. No hay ningún arbitrio: todo encuentro casual es una cita. Los escalones para eso están.

Fernando Solana Olivares

2 Comments:

Blogger Monseñor said...

Si sabe, sabe si me hace ordinario...mas me toca la ignorancia a cada párrafo y no sabe, sabe...no me hace extraordinario.

Que complicado, pero lo que viene va.

1:50 AM  
Blogger Unknown said...

Maestro Fernando Solana... menos mal que tiene blog, oiga!... quisiera enviarle un paquetito... ¿se podrá? mi mail: maralado@gmail.com
saludos,
Mariana Alatorre
p.d. perdón por usar este medio, pero no encontré otro.

4:52 PM  

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