ANDA QUE TE CUENTEN
Y que los denuncian (y algunas versiones afirman que los mismos denunciantes los detienen). Y que lo confiesan. Y que los convencen. ¿Y si no son? O dicho de otra manera: aunque fueran, de todos modos no son. El acto terrorista del 15 de septiembre en Morelia pudo haber sido perpetrado por cualquiera de las fuerzas formales o informales que hoy se enfrentan a sangre y fuego en el país. Todas ellas son actores de la puesta en escena que se llama “Diseñemos el contexto e induzcamos la posibilidad”, primera parte.
A la manera de una obra de teatro donde no hubiera director y tampoco un guión único sino agendas grupales, meras voluntades ciegas, ambiciones organizadas y maldad incontenible, montones de dinero, inercias históricas como la corrupción o el mal gobierno seculares, el drama mexicano ---compuesto de muchas tragedias a la vez--- tiene múltiples lecturas. Un alumno, entre ingenuo, reaccionario y presuntuoso, me lo dijo en una clase: “esto que está pasando es una criba”.
Dado que los contendientes en la ferocísima disputa son quienes se ven y también quienes no aparecen, el anverso y el reverso de un espejo mexicano que sin lírica alguna está tan oscuro como el de Tezcatlipoca, busqué la palabra, cuyo sonido se me antojó bíblico y agrícola, y encontré definiciones que podrían darle sentido a lo que ocurre ahora si este inestable y tan crítico periodo hacia quién sabe dónde así quiere entenderse: como una criba, un filtro, un seleccionador cuya escala resulta tremenda pues es aplicable a la generalidad de la gente y a toda la geografía nacional. Entonces la obra de teatro sin libreto ni director en el fondo responde a otro campo semántico histórico y global, mucho mayor, de colapsos ecológicos, sociales, políticos, económicos y culturales. Los crónicos accidentes en cadena de la tardomodernidad, diría un teórico de este desastre cuando el mundo vive esperando a Godot.
Aunque mal de muchos es consuelo de tontos, “Criba”, según el Diccionario de Símbolos publicado por Herder, representa la separación del bien y del mal, de los buenos y de los malos, del espíritu crítico, de la elección inexorable, del juicio imparcial y sin amor. Es un principio de la mecánica aplicado a la apreciación de los actos morales y de las creaciones espirituales. La criba es la prueba de la solidez, de la calidad del grano despojado de todo polvo.
Significa tanto la prueba de la persecución como del castigo, considerando su operación de dos modos: el cedazo que retiene el cascajo de los pecadores para dejar pasar la arena fina de los justos, o el filtro que retiene el grano de los justos mientras el polvo de paja se elimina. La criba o harnero simboliza además el discernimiento, el sentido de los valores. Considerada un instrumento de adivinación, actúa como un indicante: “cuando se pronuncia el nombre de un culpable, la criba, suspendida por tenazas y sostenida por el dedo medio de dos asistentes, se pone a girar”. El diccionario afirma que dicha virtud adivinatoria ligada a los objetos en rotación contiene un carácter misterioso y a menudo diabólico. La criba es el emblema de la distribución de las recompensas y las penas, el símbolo de la discriminación.
Está bueno, entonces: los tiempos nos están cribando. ¿Pero hay una pauta moral en las acciones de criba, existe alguna autoridad metafísica que administre la puesta en marcha del harnero, la definición justa del bien y del mal y sus recompensas correspondientes? Mientras escribo estas preguntas toca a mi puerta don Bernabé, un apicultor local que atiende unos treinta cajones de abejas donde vivo. Está un tanto desconsolado por la cosecha obtenida, esta vez hubo poca. Es cierto que la producción de miel se ha vuelto inestable y el mercado más, pues los consumidores no quieren comprar sino jarabes, y sólo una rotunda minoría aprecia el verdadero valor de la miel pura. La que este hombre recolecta es de flor de mezquite, una miel solar y alteña salvífica.
Don Bernabé, sin embargo, es un pesimista constante. Aunque me doy cuenta que hoy no parece ser el mismo. Platicamos de la descomposición imperante y de la dificultad que la acompaña, platicamos del inevitable tópico multitudinario: ¿qué diablos está pasando? Es un ser simple pero profundo que quedaría entre el grano de los justos y no entre el polvo de paja de los malvados.
Cuando me escucha opinar que esto es más orgánico y abarcante, más amplio y profundo de lo que puede estimarse, su rostro resplandece. “Eso es lo que yo pienso. Por eso le dije a mi hijo luego de los últimos asesinatos, donde les cortaron la lengua y las colocaron en una bolsa con un mensaje, que ya me di cuenta que no entiendo nada”.
Su calma al decirlo, como si soltara un pesado fardo, una disposición tan risueña y serena, súbitamente me hace pensar que antes de que el harnero histórico lo alcance, don Bernabé ha conseguido su propia operación discriminativa consistente en aceptar su fatal precariedad ante las fuerzas hoy desatadas y no perturbarse por ello sino al revés: tranquilizarse. Sin duda lo logró tomando miel y gracias al espíritu de la colmena. Pero lo suyo es pura fenomenología: a las cosas mismas. El método de su contentamiento es la serenidad.
Cuando se fue volví a las preguntas que dejé pendientes: ¿hay diseño y diseñador inteligentes? ¿Quién es el cribador? Y recordé a Válery: el desorden es un orden que nadie puede ver. Casi lo mismo que expresó hace un instante don Bernabé.
Fernando Solana Olivares
A la manera de una obra de teatro donde no hubiera director y tampoco un guión único sino agendas grupales, meras voluntades ciegas, ambiciones organizadas y maldad incontenible, montones de dinero, inercias históricas como la corrupción o el mal gobierno seculares, el drama mexicano ---compuesto de muchas tragedias a la vez--- tiene múltiples lecturas. Un alumno, entre ingenuo, reaccionario y presuntuoso, me lo dijo en una clase: “esto que está pasando es una criba”.
Dado que los contendientes en la ferocísima disputa son quienes se ven y también quienes no aparecen, el anverso y el reverso de un espejo mexicano que sin lírica alguna está tan oscuro como el de Tezcatlipoca, busqué la palabra, cuyo sonido se me antojó bíblico y agrícola, y encontré definiciones que podrían darle sentido a lo que ocurre ahora si este inestable y tan crítico periodo hacia quién sabe dónde así quiere entenderse: como una criba, un filtro, un seleccionador cuya escala resulta tremenda pues es aplicable a la generalidad de la gente y a toda la geografía nacional. Entonces la obra de teatro sin libreto ni director en el fondo responde a otro campo semántico histórico y global, mucho mayor, de colapsos ecológicos, sociales, políticos, económicos y culturales. Los crónicos accidentes en cadena de la tardomodernidad, diría un teórico de este desastre cuando el mundo vive esperando a Godot.
Aunque mal de muchos es consuelo de tontos, “Criba”, según el Diccionario de Símbolos publicado por Herder, representa la separación del bien y del mal, de los buenos y de los malos, del espíritu crítico, de la elección inexorable, del juicio imparcial y sin amor. Es un principio de la mecánica aplicado a la apreciación de los actos morales y de las creaciones espirituales. La criba es la prueba de la solidez, de la calidad del grano despojado de todo polvo.
Significa tanto la prueba de la persecución como del castigo, considerando su operación de dos modos: el cedazo que retiene el cascajo de los pecadores para dejar pasar la arena fina de los justos, o el filtro que retiene el grano de los justos mientras el polvo de paja se elimina. La criba o harnero simboliza además el discernimiento, el sentido de los valores. Considerada un instrumento de adivinación, actúa como un indicante: “cuando se pronuncia el nombre de un culpable, la criba, suspendida por tenazas y sostenida por el dedo medio de dos asistentes, se pone a girar”. El diccionario afirma que dicha virtud adivinatoria ligada a los objetos en rotación contiene un carácter misterioso y a menudo diabólico. La criba es el emblema de la distribución de las recompensas y las penas, el símbolo de la discriminación.
Está bueno, entonces: los tiempos nos están cribando. ¿Pero hay una pauta moral en las acciones de criba, existe alguna autoridad metafísica que administre la puesta en marcha del harnero, la definición justa del bien y del mal y sus recompensas correspondientes? Mientras escribo estas preguntas toca a mi puerta don Bernabé, un apicultor local que atiende unos treinta cajones de abejas donde vivo. Está un tanto desconsolado por la cosecha obtenida, esta vez hubo poca. Es cierto que la producción de miel se ha vuelto inestable y el mercado más, pues los consumidores no quieren comprar sino jarabes, y sólo una rotunda minoría aprecia el verdadero valor de la miel pura. La que este hombre recolecta es de flor de mezquite, una miel solar y alteña salvífica.
Don Bernabé, sin embargo, es un pesimista constante. Aunque me doy cuenta que hoy no parece ser el mismo. Platicamos de la descomposición imperante y de la dificultad que la acompaña, platicamos del inevitable tópico multitudinario: ¿qué diablos está pasando? Es un ser simple pero profundo que quedaría entre el grano de los justos y no entre el polvo de paja de los malvados.
Cuando me escucha opinar que esto es más orgánico y abarcante, más amplio y profundo de lo que puede estimarse, su rostro resplandece. “Eso es lo que yo pienso. Por eso le dije a mi hijo luego de los últimos asesinatos, donde les cortaron la lengua y las colocaron en una bolsa con un mensaje, que ya me di cuenta que no entiendo nada”.
Su calma al decirlo, como si soltara un pesado fardo, una disposición tan risueña y serena, súbitamente me hace pensar que antes de que el harnero histórico lo alcance, don Bernabé ha conseguido su propia operación discriminativa consistente en aceptar su fatal precariedad ante las fuerzas hoy desatadas y no perturbarse por ello sino al revés: tranquilizarse. Sin duda lo logró tomando miel y gracias al espíritu de la colmena. Pero lo suyo es pura fenomenología: a las cosas mismas. El método de su contentamiento es la serenidad.
Cuando se fue volví a las preguntas que dejé pendientes: ¿hay diseño y diseñador inteligentes? ¿Quién es el cribador? Y recordé a Válery: el desorden es un orden que nadie puede ver. Casi lo mismo que expresó hace un instante don Bernabé.
Fernando Solana Olivares
1 Comments:
Hola mi estimado Fernando, soy Mauricio Gómez Morin y me gustaría recontactarme contigo, mi correo es condemugres@gmail.com y mi tel 04455 54 09 52 58
A la espera de tus noticias recibe un afectuoso abrazo
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