EL IMPERIO PODRIDO / y II
Las cuatro características “post Imperio Romano” que Morris Berman emplea para analizar la situación del imperio terminal estadounidense concluyen con la última de ellas, la creciente pérdida de importancia cultural y económica que va teniendo en el mundo actual. Las otras tres ---a) el triunfo de la fe sobre la razón; b) la crisis de la educación y el pensamiento crítico; c) la legalización de la tortura--- son casi endógenas y responden a razones internas, pues los imperios se destruyen de adentro hacia afuera. La cuarta resulta una mera consecuencia de ese declive.
Mientras este comentario se publica, el sistema financiero estadounidense se abisma en un colapso económico tan grave o más como el que le ocurrió en 1929. Cuatro años antes, Berman escribía en Edad oscura americana que el déficit comercial anual de su país (medio billón de dólares) mostraba una nación “industrialmente débil”, cuya economía se mantenía a flote “mediante enormes préstamos extranjeros (4,000 millones de dólares diarios durante 2003)”. Berman mencionaba un informe del FMI hecho en 2004 y su profética conclusión: Estados Unidos, decía, “se precipitaba a la insolvencia”. Los signos indican que dicha precipitación insolvente ya se inició.
Tal vez el epígrafe de Salman Rushdie que Berman utiliza en “Modernidad líquida”, el capítulo inicial de Edad oscura, represente una frase-látigo donde queda indeleblemente condensada esta historia de declinación y caída, de decadencia y putrefacción : “...Oh, Estados Unidos de ensueño,/ ¿era la misión de la civilización/ terminar en obesidad y trivialidad...?”
Berman menciona que tal nombre, Modernidad líquida, es el título de un libro de Zygmunt Bauman “que la define como la condición de una sociedad que carece de un sentido de orientación claro o del tipo de estabilidad que proviene de una añeja tradición o un conjunto de normas. Para Will Hutton, es una situación en la que toda la vida se vive en un estado de contingencia permanente”. Una sociedad obsesionada por la velocidad sin sentido, la fluidez sin objeto y la fugacidad sin sustancia, obsesionada por el cambio. Esa misma metáfora del tiempo social febril e inasible ---“Estados Unidos es el colmo de la anticomunidad”--- anuncia su término, su eventual conclusión.
Un viejo teórico de las hegemonías culturales, Antonio Gramsci, aconsejaba el pesimismo de la inteligencia junto con el optimismo de la voluntad como actitudes plausibles ante la época tardomoderna si se quiere sobrevivir en ella, o bien, recurriendo a una imagen budista, si se desea cabalgar al tigre de la realidad. Del mismo modo que el moribundo ve delante de sí todo su ciclo biográfico cuando fallece, al final de los ciclos de cualquier sistema- mundo ---sea el imperio asirio, el romano, el azteca o el gringo---, así se juntan todos los tiempos parciales, las cuentas cortas de aquellas cuentas largas que los siglos contienen. Un libro sagrado y milenario de India muestra a Shiva, la deidad, cuando enseña a Arjuna, el hombre, que hay que vivir como si la vida, la batalla, la acción tuvieran sentido, como si de verdad lo tuvieran.
Entonces, el amargo, lúcido ensayo y canto fúnebre de Berman sobre el imperio, dada la globalización de sus prácticas tecnológicas, culturales y económicas, abarca también un proceso de decadencia creciente que va mucho más allá de las fronteras geográficas norteamericanas. El capitalismo no es un sistema interdependiente sino implicado y parasitario que tiende a reproducir en cadena crisis especulativas, caídas de mercado y alzas de precios. El horror económico es global.
No es el caso mencionar que en el brillante texto bermaniano faltó extender (y fundar, como el autor bien lo hace) la hipótesis de que la declinación del imperio estadounidense toca también y sobre todo el límite estructural, humano y ecológico, espiritual además, alcanzado por el capitalismo tardío hasta hoy predominante, ese atroz invento nihilista anglosajón.
La ideología de la vida frenética ---la cual nos hace creer que los bienes y su consumo constituyen la meta última de la gente--- puede ser curada por cuatro características propias de la “persona de excelencia”, que Berman toma como modelo de otro autor: él o ella son ciudadanos del mundo pues saben suficiente sobre él; buscan la salud física tanto como el refinamiento intelectual; tienen gusto musical y conocimiento sobre el arte; son caritativos, “conscientes de que la verdadera fuerza no reside en la fuerza material sino en el poder de dar, perdonar, ayudar y curar”.
Berman acepta que en todas las cuestiones de excelencia propuestas ha habido una involución extrema: el conocimiento es débil, la participación política es mínima, una gran parte de la población es funcionalmente analfabeta, el individualismo representa una honda tara común, etcétera. Sin embargo, siempre existen quienes practican aquella cultura de la resistencia que en tiempos oscuros es la única opción, Berman ya los ha llamado monjecopistas. Y él es uno de ellos, esos hombres ilustrados que abrevian los periodos culturales como éste, cuando la noche social ha llegado y es mejor obedecerla. Como siempre, hablamos de los pequeños formatos: lo grande que se fractura sólo puede quedar restituido en lo pequeño.
Un imperio podrido no pudre a todos, unos cuantos resisten y confían. Esos pocos ---masa crítica sin miedo mental--- son el embrión del mundo que vendrá sobre las ruinas, brillantes todavía y humeantes mañana, del mundo que muere.
Fernando Solana Olivares
Mientras este comentario se publica, el sistema financiero estadounidense se abisma en un colapso económico tan grave o más como el que le ocurrió en 1929. Cuatro años antes, Berman escribía en Edad oscura americana que el déficit comercial anual de su país (medio billón de dólares) mostraba una nación “industrialmente débil”, cuya economía se mantenía a flote “mediante enormes préstamos extranjeros (4,000 millones de dólares diarios durante 2003)”. Berman mencionaba un informe del FMI hecho en 2004 y su profética conclusión: Estados Unidos, decía, “se precipitaba a la insolvencia”. Los signos indican que dicha precipitación insolvente ya se inició.
Tal vez el epígrafe de Salman Rushdie que Berman utiliza en “Modernidad líquida”, el capítulo inicial de Edad oscura, represente una frase-látigo donde queda indeleblemente condensada esta historia de declinación y caída, de decadencia y putrefacción : “...Oh, Estados Unidos de ensueño,/ ¿era la misión de la civilización/ terminar en obesidad y trivialidad...?”
Berman menciona que tal nombre, Modernidad líquida, es el título de un libro de Zygmunt Bauman “que la define como la condición de una sociedad que carece de un sentido de orientación claro o del tipo de estabilidad que proviene de una añeja tradición o un conjunto de normas. Para Will Hutton, es una situación en la que toda la vida se vive en un estado de contingencia permanente”. Una sociedad obsesionada por la velocidad sin sentido, la fluidez sin objeto y la fugacidad sin sustancia, obsesionada por el cambio. Esa misma metáfora del tiempo social febril e inasible ---“Estados Unidos es el colmo de la anticomunidad”--- anuncia su término, su eventual conclusión.
Un viejo teórico de las hegemonías culturales, Antonio Gramsci, aconsejaba el pesimismo de la inteligencia junto con el optimismo de la voluntad como actitudes plausibles ante la época tardomoderna si se quiere sobrevivir en ella, o bien, recurriendo a una imagen budista, si se desea cabalgar al tigre de la realidad. Del mismo modo que el moribundo ve delante de sí todo su ciclo biográfico cuando fallece, al final de los ciclos de cualquier sistema- mundo ---sea el imperio asirio, el romano, el azteca o el gringo---, así se juntan todos los tiempos parciales, las cuentas cortas de aquellas cuentas largas que los siglos contienen. Un libro sagrado y milenario de India muestra a Shiva, la deidad, cuando enseña a Arjuna, el hombre, que hay que vivir como si la vida, la batalla, la acción tuvieran sentido, como si de verdad lo tuvieran.
Entonces, el amargo, lúcido ensayo y canto fúnebre de Berman sobre el imperio, dada la globalización de sus prácticas tecnológicas, culturales y económicas, abarca también un proceso de decadencia creciente que va mucho más allá de las fronteras geográficas norteamericanas. El capitalismo no es un sistema interdependiente sino implicado y parasitario que tiende a reproducir en cadena crisis especulativas, caídas de mercado y alzas de precios. El horror económico es global.
No es el caso mencionar que en el brillante texto bermaniano faltó extender (y fundar, como el autor bien lo hace) la hipótesis de que la declinación del imperio estadounidense toca también y sobre todo el límite estructural, humano y ecológico, espiritual además, alcanzado por el capitalismo tardío hasta hoy predominante, ese atroz invento nihilista anglosajón.
La ideología de la vida frenética ---la cual nos hace creer que los bienes y su consumo constituyen la meta última de la gente--- puede ser curada por cuatro características propias de la “persona de excelencia”, que Berman toma como modelo de otro autor: él o ella son ciudadanos del mundo pues saben suficiente sobre él; buscan la salud física tanto como el refinamiento intelectual; tienen gusto musical y conocimiento sobre el arte; son caritativos, “conscientes de que la verdadera fuerza no reside en la fuerza material sino en el poder de dar, perdonar, ayudar y curar”.
Berman acepta que en todas las cuestiones de excelencia propuestas ha habido una involución extrema: el conocimiento es débil, la participación política es mínima, una gran parte de la población es funcionalmente analfabeta, el individualismo representa una honda tara común, etcétera. Sin embargo, siempre existen quienes practican aquella cultura de la resistencia que en tiempos oscuros es la única opción, Berman ya los ha llamado monjecopistas. Y él es uno de ellos, esos hombres ilustrados que abrevian los periodos culturales como éste, cuando la noche social ha llegado y es mejor obedecerla. Como siempre, hablamos de los pequeños formatos: lo grande que se fractura sólo puede quedar restituido en lo pequeño.
Un imperio podrido no pudre a todos, unos cuantos resisten y confían. Esos pocos ---masa crítica sin miedo mental--- son el embrión del mundo que vendrá sobre las ruinas, brillantes todavía y humeantes mañana, del mundo que muere.
Fernando Solana Olivares
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