ANTÍGONA VIVE AQUÍ
“Aquellos que dicen la verdad expresan sombras”, escribió alguna vez el poeta Paul Celan. Conforme a la grave enfermedad social que aqueja a nuestro país (¿desintegración?, ¿descomposición?, ¿desgobernación?), quienes ahora dicen la verdad mexicana son aquellos que señalan el profundo malestar, la acuciante zozobra y la insondable corrupción imperantes: las sombras que nos rodean, pues. Y nuestros políticos equivalen a esos guías ciegos, descritos por el evangelista, que espantan al mosquito pero se tragan al camello.
El país está muy enfermo, y al igual que en las enfermedades humanas infecciosas, cuatro escenarios posibles deben ser considerados: a) destrucción de los organismos invasores que provocan la enfermedad; b) infección crónica; c) destrucción del enfermo; d) simbiosis, el establecimiento de una nueva relación perdurable y mutuamente benéfica entre el huésped enfermo y el organismo invasor.
El escenario b) desemboca en el c): si el país sigue infectado de la violencia criminal crónica que hasta hoy sufre, la sociedad mexicana que conocemos, y también la que muchos de sus ciudadanos, quizá la mayoría, aspiramos a construir: una sociedad abierta, democrática, justa y habitable, perecerá como tal. Especular acerca de aquello que la sustituya sería propio de una ficción pesadillesca que en mucho, por desgracia, se antoja cada vez menos imaginaria y más próxima a lo real: el segundo Estado de los poderes fácticos convertido en el primero, es decir, la sociedad narca y criminal ejerciendo directamente, y no vicariamente como ahora lo hace, el poder real. Habrá sobrevenido una nueva y atroz dialéctica de la intimidad y de lo público, de lo doméstico y de lo social, y no se afirmará entonces, como en otros tiempos históricos de rupturas estructurales, que “nació una terrible belleza”, sino que ha surgido una espantosa fealdad.
El escenario a), la destrucción de los organismos que provocan la enfermedad, es el que aparentemente han elegido el gobierno calderonista y sus aliados para enfrentar la incontenible marea criminal que abarca todo el territorio de la república, la inseguridad que flagela cualquiera de sus rincones, la violencia que se esparce por aquí y por allá. El fracaso de dicha estrategia es evidente pues quienes la aplican resultan ser también, y acaso antes, aquella infección purulenta que pretenden curar.
Los desmanes del narcotráfico y del crimen organizado son una resultante orgánica de la impunidad corrupta que caracteriza a la clase política mexicana y a buena parte de las élites criollas. Preguntarse cómo es posible que a la firma de un ampuloso show mediático ---ya se sabe que cuando mueren las virtudes sólo quedan en pie los ritos---, bautizado como Acuerdo Nacional por la Seguridad y la Justicia, acudan gobernadores impresentables y dudosísimos (Marín, Ruiz, Herrera, et al.), líderes sindicales impresentables y dudosísimos (Gordillo, Romero Deschamps, et al.), funcionarios acaso todavía presentables pero cuando menos dudosos (Soberanes, Mouriño, Téllez, et al.), encargados de la cuestión a tratar flagrantemente ineficaces (Medina Mora, Campa, García Luna, et al.), políticos oportunistas e inútiles (Ebrard, Martínez, Navarrete, et al.), sería preguntarse por las axiomáticas razones que han llevado al país a estar dónde y cómo está: todos ellos llevan años de ocupar un cargo tras otro, de gozar de impunidad tras otra en sus yerros, en sus ocurrencias, en sus arbitrariedades y, muchos, en sus crasos delitos.
De tal manera que el primer escenario tendría que significar la eliminación de un proceso infeccioso nacional del cual forman parte los mismos políticos y aquellos enormes intereses económicos que representan y tutelan, tanto como los aparatos de control ideológico que promueven la cultura de la violencia y aun postulan como modelo de vida para todo público a la sociedad narca ---así algún canal del sistema Sky propiedad de Televisa anuncia por estos días el inminente estreno de una serie televisiva sobre los carteles de la droga y sus antihéroes, la cual promete acción, entretenimiento y mensajes masivos que de tan obvios ya ni siquiera requieren ser subliminales.
El cuarto escenario, la simbiosis, es socialmente imposible, pues la violencia criminal y su imperio del terror significan la destrucción de las pautas de convivencia y sentido común en cualquier colectividad. ¿No hay salida, entonces? ¿La enfermedad mexicana será mortal? No por fuerza, si otra personificación colectiva aparece, como comienza a suceder, entre nosotros. Antígona ha vuelto a salir a las calles. Ella, que defiende el derecho de un muerto a la sepultura, es quien defiende el derecho de la vida, el hemisferio del ser frente al otro, el del no ser: la corrupción, la impunidad, la mentira política, la violencia criminal. La madre que ayer habló dramáticamente para pedir la libertad de su hija secuestrada desde hace un año es Antígona. Nosotros, quienes estamos hartos de vivir secuestrados por el miedo a ser secuestrados, somos Antígona. Si lo femenino avanza nos salvamos. Acaso en ello consista esa endeble metáfora esotérica sobre el destino nacional: la mujer dormida debe dar a luz.
Las nuevas Antígonas mexicanas se muestran. ¿Cómo serán? Ya lo veremos. A fin de cuentas la catarsis que toda tragedia trae consigo permite lograr una purificación. Antígona vive aquí y será victoriosa, tarde que temprano, a pesar de su dote de dolor: Dios, como diría el poeta, no puede obrar contra Dios.
Fernando Solana Olivares
El país está muy enfermo, y al igual que en las enfermedades humanas infecciosas, cuatro escenarios posibles deben ser considerados: a) destrucción de los organismos invasores que provocan la enfermedad; b) infección crónica; c) destrucción del enfermo; d) simbiosis, el establecimiento de una nueva relación perdurable y mutuamente benéfica entre el huésped enfermo y el organismo invasor.
El escenario b) desemboca en el c): si el país sigue infectado de la violencia criminal crónica que hasta hoy sufre, la sociedad mexicana que conocemos, y también la que muchos de sus ciudadanos, quizá la mayoría, aspiramos a construir: una sociedad abierta, democrática, justa y habitable, perecerá como tal. Especular acerca de aquello que la sustituya sería propio de una ficción pesadillesca que en mucho, por desgracia, se antoja cada vez menos imaginaria y más próxima a lo real: el segundo Estado de los poderes fácticos convertido en el primero, es decir, la sociedad narca y criminal ejerciendo directamente, y no vicariamente como ahora lo hace, el poder real. Habrá sobrevenido una nueva y atroz dialéctica de la intimidad y de lo público, de lo doméstico y de lo social, y no se afirmará entonces, como en otros tiempos históricos de rupturas estructurales, que “nació una terrible belleza”, sino que ha surgido una espantosa fealdad.
El escenario a), la destrucción de los organismos que provocan la enfermedad, es el que aparentemente han elegido el gobierno calderonista y sus aliados para enfrentar la incontenible marea criminal que abarca todo el territorio de la república, la inseguridad que flagela cualquiera de sus rincones, la violencia que se esparce por aquí y por allá. El fracaso de dicha estrategia es evidente pues quienes la aplican resultan ser también, y acaso antes, aquella infección purulenta que pretenden curar.
Los desmanes del narcotráfico y del crimen organizado son una resultante orgánica de la impunidad corrupta que caracteriza a la clase política mexicana y a buena parte de las élites criollas. Preguntarse cómo es posible que a la firma de un ampuloso show mediático ---ya se sabe que cuando mueren las virtudes sólo quedan en pie los ritos---, bautizado como Acuerdo Nacional por la Seguridad y la Justicia, acudan gobernadores impresentables y dudosísimos (Marín, Ruiz, Herrera, et al.), líderes sindicales impresentables y dudosísimos (Gordillo, Romero Deschamps, et al.), funcionarios acaso todavía presentables pero cuando menos dudosos (Soberanes, Mouriño, Téllez, et al.), encargados de la cuestión a tratar flagrantemente ineficaces (Medina Mora, Campa, García Luna, et al.), políticos oportunistas e inútiles (Ebrard, Martínez, Navarrete, et al.), sería preguntarse por las axiomáticas razones que han llevado al país a estar dónde y cómo está: todos ellos llevan años de ocupar un cargo tras otro, de gozar de impunidad tras otra en sus yerros, en sus ocurrencias, en sus arbitrariedades y, muchos, en sus crasos delitos.
De tal manera que el primer escenario tendría que significar la eliminación de un proceso infeccioso nacional del cual forman parte los mismos políticos y aquellos enormes intereses económicos que representan y tutelan, tanto como los aparatos de control ideológico que promueven la cultura de la violencia y aun postulan como modelo de vida para todo público a la sociedad narca ---así algún canal del sistema Sky propiedad de Televisa anuncia por estos días el inminente estreno de una serie televisiva sobre los carteles de la droga y sus antihéroes, la cual promete acción, entretenimiento y mensajes masivos que de tan obvios ya ni siquiera requieren ser subliminales.
El cuarto escenario, la simbiosis, es socialmente imposible, pues la violencia criminal y su imperio del terror significan la destrucción de las pautas de convivencia y sentido común en cualquier colectividad. ¿No hay salida, entonces? ¿La enfermedad mexicana será mortal? No por fuerza, si otra personificación colectiva aparece, como comienza a suceder, entre nosotros. Antígona ha vuelto a salir a las calles. Ella, que defiende el derecho de un muerto a la sepultura, es quien defiende el derecho de la vida, el hemisferio del ser frente al otro, el del no ser: la corrupción, la impunidad, la mentira política, la violencia criminal. La madre que ayer habló dramáticamente para pedir la libertad de su hija secuestrada desde hace un año es Antígona. Nosotros, quienes estamos hartos de vivir secuestrados por el miedo a ser secuestrados, somos Antígona. Si lo femenino avanza nos salvamos. Acaso en ello consista esa endeble metáfora esotérica sobre el destino nacional: la mujer dormida debe dar a luz.
Las nuevas Antígonas mexicanas se muestran. ¿Cómo serán? Ya lo veremos. A fin de cuentas la catarsis que toda tragedia trae consigo permite lograr una purificación. Antígona vive aquí y será victoriosa, tarde que temprano, a pesar de su dote de dolor: Dios, como diría el poeta, no puede obrar contra Dios.
Fernando Solana Olivares
1 Comments:
Es nostálgico ver y sentir como un sistema invidente, se nos adhiere en la piel, en la mente, y en el espíritu, hasta contagiarnos la ceguera; guiándonos hacia un destino donde la existencia se exilia a causa de la miseria y sus derivados.
Sr. Fernando
Seria un placer que visitara nuestro taller de literatura en el instituto Cervantes en Paris, si en algún momento decide venir estaremos a su disposición.
solana_aguirre@hotmail.com
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