REGRESANDO AL TEMA
Decía Heráclito que aunque el Logos es común a todos, cada uno actúa y se comporta como si fuera dueño de una lógica particular. Cada quien cree lo que puede creer sobre las cosas que suceden en este lugar que llamamos realidad. La propuesta del diputado Víctor Hugo Círigo para legalizar la mariguana ha causado varias y hasta contrapuestas reacciones opinativas: burlas, algunas agudas y otras no; rechazos, algunos histéricos y otros no, pero también análisis que consideran el problema del narco como el más serio, entre tantos graves, enfrentado ahora por el país entero.
Subyace en el asunto una consideración moral, poco práctica, autoritaria y rígida. Las drogas nunca van a ser erradicadas del contexto humano. Cultura y estados de conciencia alterados por drogas son partes indisociables de una misma cuestión. El asunto estriba, en todo caso, en la administración de esas sustancias, en su control. Y hay algo más por definir: ¿qué son las drogas? Todo aquello que causa dependencia más o menos incontrolable. Vaya entonces, porque cualquier cosa puede caer en dicha clasificación: eso es una droga.
Si la sustancia definida como tal (definición abusiva, ya se dijo, porque clasifica arbitrariamente lo que es y lo que no es droga) sigue siendo lo que se considera prioritario, se pierde de vista que el verdadero peligro no es la sustancia sino sus vendedores ilegales y la criminalización que suelen poner en práctica para realizar sus negocios. No es la droga sino el narco lo que se debe, tajantemente, erradicar. Más que aniquilarlos, alcance que se percibe imposible, a los narcotraficantes debe quitárseles el monopolio de la producción, distribución y venta de todas aquellas sustancias definidas como drogas ilegales por la ley vigente.
Nada malo le pasará a la sociedad mexicana con la legalización de la mariguana, al contrario. Además de todo aquello involucrado en el tema, además de que un paso como ése iniciaría la solución a un conflicto que muchos no quieren resolver, la prohibición de la mariguana concentra otros problemas culturales. Un versado autor en el tema, Terence McKenna, así lo formula: “La cannabis es un anatema para la cultura dominante al descondicionar o alejar a sus usuarios de los valores aceptados. Por su efecto subliminalmente psicodélico, la cannabis, cuando se convierte en una forma de vida, pone a la persona en contacto intuitivo con pautas de comportamiento menos orientadas a fines, así como menos competitivas. Por estas razones, la mariguana está mal vista en el ambiente de las modernas oficinas, mientras que una droga como el café, que refuerza los valores de la cultura industrial, es a la vez bienvenida y alentada. El uso de la cannabis se considera como herético y muy desleal con los valores dominantes y la estratificada jerarquía masculina. Esta es la causa de que la legalización de la mariguana sea un tema peliagudo, puesto que implica legalizar un factor social que puede mejorar o incluso modificar los valores egodominantes”.
Lo mismo, aunque distinto, ilustra el conocido chiste del borracho, el cocainómano y el mariguano que se quedaron encerrados en un cuarto sin posibilidad alguna de salir. El borracho lo tomó con etílica filosofía. “No hay pedo, vamos a terminarnos el pomo”, propuso. El cocainómano se mostró irritado y claustrofóbico, golpeó la puerta y dio de gritos: “¡Puta madre! ¿Cómo carajos vamos a salir de aquí?”, vociferó. El mariguano estuvo callado un rato, luego se les quedó viendo a los otros dos y sugirió en voz baja: “¿Y si nos hacemos chiquitos y nos salimos por la cerradura?”
Legalizar la mariguana es corregir una historia iniciada a principios de 1930 en Estados Unidos, cuando hasta entonces el uso de la cannabis no era popular ni estaba estigmatizado. Harry J. Anslinger, comisario de narcóticos ---“que actuó al dictado de las compañías químicas y petroquímicas interesadas en eliminar el cáñamo como competidor en las áreas de lubricantes, comida, plásticos y fibras”---, desató una campaña pública que calificó de “hierba de la muerte” a la mariguana, la prensa amarillista asoció su uso a un subproletariado de piel oscura y así se obtuvo su prohibición.
A pesar de ello, el uso de la cannabis ha aumentado desde esa época y puede que hoy sea, según afirma el autor, el mayor producto agrícola particular. Todas las lenguas tienen nombre para llamarlo y el cáñamo aparece citado en tablillas y registros de hace miles de años. Sus características, contrarias a los valores burgueses contemporáneos, corresponden a una “recuperación arcaica”: el cáñamo rebaja el poder del ego, atempera la competitividad, cuestiona la autoridad y relativiza los valores sociales.
McKenna cree que todavía no estamos listos para discutir la posibilidad de adicciones autoadministradas y hacer una elección inteligente de las plantas con las que nos aliamos. Entiendo que el diputado Víctor Hugo Círigo cree, en cambio, que es hora de discutirlo seriamente. Yo también, así las burlas, la falsa moral, los intereses involucrados y el miedo impidan un movimiento estratégico para la seguridad nacional: comenzar por la mariguana la legalización de las drogas.
O cuando menos iniciar la discusión del tema, que merece un foro nacional tan amplio y plural como el que le fuera asignado al petróleo. Un foro no sobre el narco ---su aberrante y decadente y mortífero efecto--- sino sobre la ilegalidad misma de las drogas y la exclusión del Estado en su control lícito, la verdadera causa del mal.
Fernando Solana Olivares
Subyace en el asunto una consideración moral, poco práctica, autoritaria y rígida. Las drogas nunca van a ser erradicadas del contexto humano. Cultura y estados de conciencia alterados por drogas son partes indisociables de una misma cuestión. El asunto estriba, en todo caso, en la administración de esas sustancias, en su control. Y hay algo más por definir: ¿qué son las drogas? Todo aquello que causa dependencia más o menos incontrolable. Vaya entonces, porque cualquier cosa puede caer en dicha clasificación: eso es una droga.
Si la sustancia definida como tal (definición abusiva, ya se dijo, porque clasifica arbitrariamente lo que es y lo que no es droga) sigue siendo lo que se considera prioritario, se pierde de vista que el verdadero peligro no es la sustancia sino sus vendedores ilegales y la criminalización que suelen poner en práctica para realizar sus negocios. No es la droga sino el narco lo que se debe, tajantemente, erradicar. Más que aniquilarlos, alcance que se percibe imposible, a los narcotraficantes debe quitárseles el monopolio de la producción, distribución y venta de todas aquellas sustancias definidas como drogas ilegales por la ley vigente.
Nada malo le pasará a la sociedad mexicana con la legalización de la mariguana, al contrario. Además de todo aquello involucrado en el tema, además de que un paso como ése iniciaría la solución a un conflicto que muchos no quieren resolver, la prohibición de la mariguana concentra otros problemas culturales. Un versado autor en el tema, Terence McKenna, así lo formula: “La cannabis es un anatema para la cultura dominante al descondicionar o alejar a sus usuarios de los valores aceptados. Por su efecto subliminalmente psicodélico, la cannabis, cuando se convierte en una forma de vida, pone a la persona en contacto intuitivo con pautas de comportamiento menos orientadas a fines, así como menos competitivas. Por estas razones, la mariguana está mal vista en el ambiente de las modernas oficinas, mientras que una droga como el café, que refuerza los valores de la cultura industrial, es a la vez bienvenida y alentada. El uso de la cannabis se considera como herético y muy desleal con los valores dominantes y la estratificada jerarquía masculina. Esta es la causa de que la legalización de la mariguana sea un tema peliagudo, puesto que implica legalizar un factor social que puede mejorar o incluso modificar los valores egodominantes”.
Lo mismo, aunque distinto, ilustra el conocido chiste del borracho, el cocainómano y el mariguano que se quedaron encerrados en un cuarto sin posibilidad alguna de salir. El borracho lo tomó con etílica filosofía. “No hay pedo, vamos a terminarnos el pomo”, propuso. El cocainómano se mostró irritado y claustrofóbico, golpeó la puerta y dio de gritos: “¡Puta madre! ¿Cómo carajos vamos a salir de aquí?”, vociferó. El mariguano estuvo callado un rato, luego se les quedó viendo a los otros dos y sugirió en voz baja: “¿Y si nos hacemos chiquitos y nos salimos por la cerradura?”
Legalizar la mariguana es corregir una historia iniciada a principios de 1930 en Estados Unidos, cuando hasta entonces el uso de la cannabis no era popular ni estaba estigmatizado. Harry J. Anslinger, comisario de narcóticos ---“que actuó al dictado de las compañías químicas y petroquímicas interesadas en eliminar el cáñamo como competidor en las áreas de lubricantes, comida, plásticos y fibras”---, desató una campaña pública que calificó de “hierba de la muerte” a la mariguana, la prensa amarillista asoció su uso a un subproletariado de piel oscura y así se obtuvo su prohibición.
A pesar de ello, el uso de la cannabis ha aumentado desde esa época y puede que hoy sea, según afirma el autor, el mayor producto agrícola particular. Todas las lenguas tienen nombre para llamarlo y el cáñamo aparece citado en tablillas y registros de hace miles de años. Sus características, contrarias a los valores burgueses contemporáneos, corresponden a una “recuperación arcaica”: el cáñamo rebaja el poder del ego, atempera la competitividad, cuestiona la autoridad y relativiza los valores sociales.
McKenna cree que todavía no estamos listos para discutir la posibilidad de adicciones autoadministradas y hacer una elección inteligente de las plantas con las que nos aliamos. Entiendo que el diputado Víctor Hugo Círigo cree, en cambio, que es hora de discutirlo seriamente. Yo también, así las burlas, la falsa moral, los intereses involucrados y el miedo impidan un movimiento estratégico para la seguridad nacional: comenzar por la mariguana la legalización de las drogas.
O cuando menos iniciar la discusión del tema, que merece un foro nacional tan amplio y plural como el que le fuera asignado al petróleo. Un foro no sobre el narco ---su aberrante y decadente y mortífero efecto--- sino sobre la ilegalidad misma de las drogas y la exclusión del Estado en su control lícito, la verdadera causa del mal.
Fernando Solana Olivares
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