Sunday, October 02, 2016

ANTES O DESPUÉS

Vivimos tiempos donde la evidencia no existe porque no se toma en cuenta, tampoco la prueba de la demostración. Un cuento de Carl Sagan ilustra esa oposición característica del momento actual entre el pensamiento fundado y el pensamiento ilusorio. Uno de los personajes de la historia afirma que en su garaje vive un dragón que escupe fuego. El otro le pide que se lo enseñe. Van al garaje y además de algunos trastos viejos no se ve al dragón. Quien vive allí dice que si está pero que es invisible. El invitado propone cubrir de harina el piso para que se marquen las huellas. El dueño de la casa opina que no servirá pues el dragón flota en el aire. Entonces el invitado sugiere usar un censor infrarrojo que detecte el calor del fuego que escupe. No, porque el fuego invisible no genera calor, explica el dueño de la quimera. La última sugerencia: pintar al dragón con spray para volverlo visible. El afirmante responde que la criatura es incorpórea y que en ella no podrá fijarse la pintura. Al leer el cuento en clave epistemológica, el filósofo chileno Otero Bello afirma que la instancia que separa drásticamente a uno y otro de ambos personajes es la petición de prueba o demostración: uno la propone insistentemente y el otro la rehúye sistemáticamente. Quien afirma la existencia del dragón representa el pensamiento ilusorio y su afirmación sólo descansa en el hecho de que él mismo la formule. Así el sujeto queda convertido en el criterio de verdad de sus propias afirmaciones. La distinción entre el a priori y el a posteriori es necesaria para conocer lo verdadero, lo que contiene realidad común, generalizable, para separarlo de lo falso particular aunque sea compartido por multitudes. El pensamiento ilusorio establece de antemano la verdad de su afirmación, la cual debe aceptarse acríticamente; no ofrece ningún otro criterio de prueba que la mera opinión, la creencia infundada o la credulidad. Exactamente como es ahora cada vez más. El horror de Trump efectivamente se sostiene en la mentira, y aun en la mentira de la mentira, pues afirma cosas falsas que luego podrá contradecir sin rubor alguno ante auditorios que ya saben eso pero actúan como si lo ignoraran, o peor, como si no les importara. Habla de lo que no conoce y presume su ignorancia entre voluntarismos epistemológicos, quiebres de lógica y lenguaje orwelliano: las tristes setenta palabras por persona de nuestro lenguaje actual, en su caso ominosas, literales, agresivas. Simplifica y desvía los asuntos, ejemplificando constantemente con anécdotas yoicas y autorreferenciales. Reduciendo el complejo asunto de gobernar a sus categorías empresariales. Y preludiando la rotunda puesta en práctica del a priori voluntarista tal vez desde la presidencia del todavía imperio global. La irrupción de este fenómeno cultural y geopolítico ha de leerse como un signo de los tiempos, desde su alcance bíblico hasta su dimensión filosófica y su semiótica antihumana. ¿Puede decirse que el infierno es un a priori? Parece que sí. Tuvo razón Sartori cuando predijo la muerte de la democracia a manos de la televisión. El escenario mediático es un contenido en sí (el medio es el mensaje, diría el viejo Mcluhan, aquel visitante literalmente aterrado en los años setenta del siglo pasado por el futuro mexicano que miró venir) y en él se ganan o pierden las melifluas, peligrosas e inesperadas presidencias de la posmodernidad. La meteórica carrera política de Hitler fue una sorpresa que modificó formas y discursos, inesperada en el país más culto entonces de Europa, el cual acabó adherido, por omisión o por comisión, a la aberración política autocrática que destruiría el continente. Hace meses no se apostaba nada por quien más parece un payaso que un estadista, y ha de sorprender hasta dónde llegó. ¿Qué percibirá el Dalai Lama para haberse burlado durante una entrevista del copete, el cual imitó con la mano, y de la boca de Trump, él, tan cordial y compasivo budista, obligado a respetar con mansedumbre a los demás? Acaso la transgresión de la regla, seguramente única en la historia del Dalai, algo significa, algo quiere transmitir. Seguiremos viviendo tiempos donde será necesario cada vez más habilitar, como cada cual pueda, como cada cual entienda, las “islas de estabilidad” que intentó el físico Werner Heisenberg: preservar valores humanos tolerantes, cooperativos y sensibles en medio de un ambiente con el que se tiene que convivir. Fernando Solana Olivares