Friday, February 28, 2014

DUREZA MUSIL.

Entre la galería múltiple de destinos que hay en El imperio perdido de José María Pérez Gay está la difícil historia literaria de Robert Musil (“mientras a su alrededor la vieja Europa se derrumba, Musil no sabe si el hombre sin atributos debe acostarse con su hermana”, escribe aquél). El viernes 11 de febrero de 1942, un día que fue mortecino y gris según el almanaque, el escritor austriaco refugiado en Suiza escribió a la Compañía de Luz de Ginebra lo siguiente: “Tengo un radiador que me ayuda a mantener la temperatura de la habitación donde trabajo, sin él no podría sobrevivir al invierno. Soy un hombre enfermo y no puedo entrar en calor con ejercicios gimnásticos. Además, mi profesión me obliga a estar siempre en el escritorio. […] Me permito agregar que soy un escritor de cierto prestigio internacional y busco en Ginebra calma para trabajar. En estas circunstancias, a pesar de que siempre cumplo con las restricciones de consumo, el medidor de electricidad ha subido más de la cuenta en las últimas semanas. Aunque sea con ciertas restricciones les solicito me autoricen el uso del radiador, pues para mí tiene una importancia vital”. La casa que ocupaba con su esposa Martha estaba casi vacía. Las paredes desnudas tenían las huellas de cuadros descolgados y el estudio de Musil sólo contaba con una mesa, una silla y un sillón. Caminaban por las mañanas, él escribía después durante seis horas e iban al cine por la noche. Esa rutina se interrumpió el 15 de abril de 1942 cuando un derrame cerebral repentino mató al escritor. Desde años atrás lo perseguía la pobreza, y a partir de 1930 comenzó a bajar por su tobogán. La editorial que publicó el primer volumen de El hombre sin atributos se declaró en quiebra, un premio literario que le otorgaron anunció que no contaba con fondos para entregarse, y en su diario consignó: “Tenemos dinero para vivir unas semanas. Martha me pregunta si lo tengo claro”. Desde ese momento hasta sus últimos días tuvo que pedir ayuda. Un texto que nunca se publicó, No puedo más, confesaba la circunstancia: “Por primera vez escribo sobre mí mismo. Lo que tengo que decir se condensa en el título. Ahora es absolutamente en serio: no tengo dinero. Quien me conozca personalmente sabrá que me resulta muy difícil escribir así”. Pérez Gay observa que Musil nunca supo qué hacer con el dinero, el cual siempre le repugnó por verlo pasar de mano en mano. Durante los años de la inflación perdió la pequeña fortuna heredada pues padecía una afección aristocrática: el fastidio ante los asuntos económicos. Esa condición impráctica y necesitada se oponía al ambicioso proyecto literario que lo ocupaba. Su cuerpo literario, dice el ensayista, un punto de encuentro de varias historias, tramas y personajes de la excepcional novela El hombre sin atributos. Una de ellas es lo que Musil llama La acción paralela, el plano narrativo político-social donde un discurso externo domina la conciencia y la acción de los personajes así victimizados. Otra es la historia del incesto entre dos hermanos gemelos enamorados, Ulrich y Agathe, el paraíso del encuentro entre ambos que los conducirá al fracaso político y erótico, metáfora del derrumbamiento del imperio austro-húngaro. Lo que Musil llama el “sentido de la posibilidad” es el principio que norma la vida de Ulrich y la misma novela. Ese sentido es “la facultad de pensar en todo aquello que podría igualmente ser, y no conceder a ‘lo que es’ más importancia que a ‘lo que no es’ […] Lo posible abarca, sin embargo, no sólo los sueños de las personas neuróticas, sino también las intenciones de Dios que aún no han despertado”. Sentido de posibilidad, pensar lo que igualmente podría ser. Años antes, Musil había hablado de la vida flotante, “entre el amor intellectualis y la literatura”. En un pasaje de sus diarios quedó anotado: “El hombre sin atributos, / la vida sin una forma fija: / dos caras de la misma moneda”. Musil creyó en la literatura como expresión del movimiento y las relaciones entre los hombres, como una lucha estética contra la idea de que existen modos de vida fijos y seguros. Las gélidas temperaturas al final en su pobreza servirán de resumen a un credo de la multiplicidad literaria, mental. Una vida la suya tan dramática como la de cualquiera, pero con un viático específico: la creatividad. No hay tumba de Musil porque Martha esparció sus cenizas en el bosque de Saléve cerca de Ginebra. A la ceremonia sólo fueron siete invitados. Fernando Solana Olivares.

Sunday, February 23, 2014

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BÁSTELE SU AFÁN.

La oración es bíblica: bástele a cada día su afán. Puede imaginarse un día circular, completo, integrado. Pero para ello el tiempo debiera ser continuo y generalmente no transcurre así. Más bien es sobresaltado, intermitente. Los sociólogos hablan del “ahoritismo” contemporáneo: momentos existenciales intensos y en medio de ellos el vacío del nada sucede que debe llenarse con entretenimiento. Dice un personaje literario: “Y por aquí, nada de particular, sólo este tedio que enerva los sentidos carentes de sensaciones”. “Me lo sé todo de memoria”, se quejaba Valéry citado por Calasso, hablando de la enfermedad más tediosa: la “ciclosis”, la “ciclomanía de nuestra esencia”, la repetición. Ante una mesa que llevaba 39 años repitiéndose ante sus ojos, el poeta francés confesaba: “He nacido, a los veinte años, exasperado contra la repetición, es decir, contra la vida. Levantarse, vestirse, comer, eliminar, acostarse, y siempre estas estaciones, estos astros. ¡Y la historia!” El último elemento de la mitología freudiana fue “la coacción a repetir”. Varias circunstancias llevaron a Freud a integrar esa hipótesis en su interpretación de la psique y la conducta. Hablando de personas no acorazadas contra las tentaciones de la superstición, él mismo, quien en un viaje hecho a Grecia en 1909 se obsesionó con la idea de que moriría a los 62 años y encontró esa cifra una y otra vez, Freud teorizó sobre dicha coacción o compulsión a repetir, que según él se impone al principio del placer. Se trata de un paralelo entre las manifestaciones incesantes y repetidas que construye la naturaleza en sus formas y la vida psíquica, la vida de la mente, de la percepción y sus emociones, también determinada por la repetición. Una de sus formas errabundas, pues éstas van y vienen, son las señales casuales que se amontonan en la vida diaria, aquellas coincidencias repetidas a menudo. Dice Calasso que la repetición de una señal del mundo exterior la convierte en presagio, en algo que alude a un significado desconocido, donde está el destino que también desconocemos. Y como nos perturban los significados no producidos por nosotros, tales presagios son perturbadores. La sospecha más intolerable para Freud, la sospecha de que entre el mundo externo y la psique existe una complicidad, la confirmó en el espacio donde se mezclan las aguas del inconsciente y las del mundo, espacio mostrado a Freud por efecto de la repetición. No es fortuito que se utilice la metáfora del agua para nombrar ese encuentro, pues simbólicamente el inconsciente es un líquido que toma la forma de aquello que lo contenga. Otra manera de pensar considera la repetición no como un imperativo inconsciente sino como la perseverancia de una incorrecta elección, por ejemplo, caminar por el mismo lado de la acera. Una técnica de desdoblamiento llamada correlato objetivo sirve para conseguir lo que su manera de pensar propone: cambiar de acera. O sea, reimaginarnos tal cuales somos pero siendo otros, desaprendernos, desprendernos. Otra manera de pensar más, vinculada con esta última, hace de la repetición una simplificación. Los varios votos e impedimentos del renunciante, la ritualidad a la que se ve impuesto, le sirven para reducir considerablemente la distracción. Simplificar repitiendo. La repetición, además, tranquiliza. El mediocre cuadrito costumbrista de las casas familiares trata de significar un tiempo ideal e inalterable, repetido igual que los días anteriores. La repetición es el sostén de la memoria asociativa y, contradiciendo a Freud, puede creerse que en ella se funda el principio del placer, que quiere una duración permanente. Es el “¡Detente, instante: eres tan hermoso!” de Fausto, la demanda para que no deje de ser, para que otra vez se repita. La única forma de conocer una ciudad es perdiéndose en ella. Una propuesta creativa para no caer en la repetición: conocer mediante lo que se va descubriendo. Acaso se trate de una táctica similar a la variación del itinerario personal en previsión de secuestros. El secuestro de la repetición. Es una tarea casi imposible mirar las cosas sin la causa contaminante de la repetición cuando las miramos. Ver las cosas solamente en ellas mismas. Por eso de noche todos los gatos son pardos, repitiendo el lugar común. El afán que le basta al día. Fernando Solana Olivares.

ASOCIACIONES.

Cierta tranquilidad reinaba en el panorama cultural existiendo Pacheco: quizá su templanza literaria, ese su justo medio de perfección alcanzada, y su comportamiento amable y generoso entre navajeros del ego lo hacían un referente objetivado, concreto. Imaginario, sí, todo es imaginario. Pero actuante en una psique común. Una vez más: lección de impermanencia. Lacan afirma que el sitial está vacío y que ese es el problema de la época: la legitimidad de la autoridad. Autoridad legítima, autoridad ilegítima, no autoridad. Aun en tiempos tan arbitrarios y amorales como los nuestros, una zona de lo real sigue sosteniendo el valor ético del viejo precepto cervantino: nadie es más que otro si no hace más que otro. Y tal es la verdadera autoridad. Así no se sepa, pues se trata, entre otros, de poetas, los legisladores secretos de la humanidad, como dijo Shelley, poeta. ¿Cómo pasar de eso a las autodefensas? Pasando. Es un fenómeno extraño, vuelto del todo mexicano. La autoridad dice que los absorberá, mientras tanto marcha a su lado. Las armas de esos grupos han salido de quién sabe dónde: armamento pesado. Ya se han contradicho entre ellos: el doctor Mireles, primer líder visible de la insurrección regional, afirma que los miles de millones destinados a Michoacán por el gobierno federal desviarán un porcentaje al crimen organizado. Un comandante autodefénsico emergente, Papá Pitufo (sic), desautoriza al otro y afirma que dejará de ser vocero del movimiento. Una senadora es imputada de tener relación con los templarios criminales: las fotos de las redes sociales la denuncian. La sociedad michoacana no es consultada para diseñar el plan tecnocrático gubernamental de un rescate que le atañe, propuesto por el mismo tipo de pensamiento que provocó el hacerla llegar hasta esta situación. Salvo posibles avances al respecto en la asamblea legislativa de la capital, el tema de la legalización de la hierba, aludido permisivamente hasta por Barack Obama, es otro de los pendientes nacionales mediáticamente silenciados. Pensar que el robótico Peña Nieto atenderá el asunto ---presente en países, legislaciones, movimientos públicos y médicos, incontables actos empíricos individuales y de grupo, series televisivas y películas---, es como creer que este gobierno entreguista podría oponerse a la política ancilar y esclava de intereses transnacionales que lo caracteriza como caracterizó a los anteriores. La consulta del Tarot hecha por Jodorowsky para México concluye diciendo que se trata del país que se crucifica a sí mismo para dar lugar a un nuevo momento global. La inmolación nacional ya está en curso y se necesitan una catástrofe mayor o un gobierno cesarista autoritario para suprimir a las clases criminales. La guerra de las drogas no fue, en su origen, más que una decisión impuesta al país por los cálculos geopolíticos nixonianos. Ahora esa guerra es nuestra y no tiene para cuántas generaciones terminar. Legalizar las drogas, comenzando por la mariguana, no es el experimento social que algunos piensan, sino al contrario: el experimento social ha sido la prohibición. Dictada desde el siglo XIX por los mismos intereses, anglosajones en su origen, que han monopolizado la industria mundial de la droga, siempre ilegal y vinculada al poder político y a las finanzas, los motivos prohibicionistas han sido todos cristiano-moralizantes, meras racionalizaciones que esconden otro factores: la tutela moderna del estado leviatánico sobre el individuo, la inocultable simbiosis entre la política y el delito, el temor social atávico al reconocimiento y tolerancia de los estados alterados de conciencia que las drogas logran, el material tremendista necesario para los contenidos de la semiótica social del miedo. ¿Cuáles son las causas de este creciente avance hacia la despenalización de la mariguana? ¿La evidencia y el sentido común? ¿El reconocimiento parcial del fracaso de la guerra dictada por el imperio? ¿Una autocorrección estratégica todavía posible en el sistema mundo contemporáneo? ¿Un cálculo de ingeniería social entre un porcentaje no mayor al 10 % del total de la población como máximo, los consumidores de hierba? ¿Una absorción de flujos monetarios hasta hoy informales? Quizá todo eso o una inercia positiva que se mueve como un inconsciente cultural zigzagueante en la historia. El extenso alcance práctico y simbólico de la legalización de la droga será una restitución de la libertad. A veces la historia transcurre por el lado correcto, aun inesperado. Fernando Solana Olivares.

Tuesday, February 11, 2014

EN FEBRERO.

Leo de nuevo Alternativas de Iván Illich, un radicalismo humanista el suyo que cuarenta años atrás prefiguró lo que vendría, lo que ya estaba sucediendo como un cambio cultural inevitable: “nuestra imaginación ha sido arrinconada”. El poder de las instituciones creadas en la modernidad ha modelado las preferencias y la visión de lo posible predominantes en todo. Algunos ejemplos: no podemos hablar de medios de transporte sin considerar automóviles y aviones, no podemos tratar el problema de la salud sin implicar la prolongación indefinida de la vida enferma, no podemos hacer una educación eficiente y con alcance general que ofrezca un futuro pertinente. Illich comprende que el horizonte de la facultad de invención humana ha sido bloqueado por gigantescas instituciones burocráticas y privadas que producen carísimos servicios obligatorios. La visión del mundo circulante se limita a los marcos creados por instituciones que ahora han vuelto a la gente su prisionera. En sólo cien años la sociedad industrial ha convencido a todos de que las necesidades humanas convertidas en dogma de fe han sido configuradas por el Creador, como si fueran “demandas para los productos que nosotros mismos inventamos”. El ciudadano actual agota sus energías y sus finanzas procurando continuamente los artículos de primera necesidad que requiere, y todo lo demás, incluido el medio ambiente, se convierte en un subproducto de sus hábitos de consumo. “Las fábricas, los medios de comunicación, los hospitales, los gobiernos y las escuelas producen bienes y servicios especialmente concebidos, enlatados de manera tal que contengan nuestra visión del mundo”, escribe Illich. Uno de los mantras, o tal vez el mantra que mueve al mundo, es el progreso, el desarrollo. Pero el mundo también se desliza hacia un punto de inflexión (o ya está en él) donde convergen dos procesos: un mayor número de personas con un número cada vez menor de alternativas básicas, y una explosión demográfica cuyo significado excede la fatigada imaginación actual. “Por cosificación entiendo traducir la sed por la necesidad de tomar una Coca-Cola”, escribe Illich, una cosificación que surge cuando las necesidades humanas primarias son manipuladas por aparatos burocráticos monopólicos que imponen su control sobre la imaginación de los consumidores. Para Illich, la educación debiera entenderse de otra manera: despertar la conciencia de que existen otros y nuevos niveles de posibilidades humanas, formas hasta ahora inexploradas para utilizar el saber tecnológico, y despertar la imaginación creadora para evitar la capitulación de la conciencia social ante las soluciones prefabricadas y los diseños ideológicos. Ya en 1970 Illich escribía que “la adopción de los estándares internacionales de educación condena para siempre a la mayoría de los latinoamericanos a la marginalidad, a la exclusión social, al subdesarrollo progresivo”. Subdesarrollo que entiende además como un estado de la conciencia, no sólo en términos de escasez económica o de abismo cultural. Autobuses como alternativa ante el enjambre automovilístico, vehículos diseñados para transporte colectivo ante el transporte individualizado, agua potable ante las costosas cirugías, ayudantes de médico ante la necesidad insatisfecha de doctores y enfermeras, almacenamiento comunal de alimentos ante equipos de cocina individuales y onerosos. Por qué no es posible, se pregunta Illich, posibilitar la construcción de habitaciones familiares con estructuras prefabricadas para que cada ciudadano aprenda obligatoriamente durante un año de servicio social cómo construir su propia casa. La investigación epistemológica propuesta por este pensador austriaco consiste en buscar alternativas a todos los productos que hoy dominan el mercado de consumo, desde la Némesis médica y su compromiso con la enfermedad, hasta las escuelas y el conocimiento escolarizado, el cual resulta no mucho más que una preparación para convertirse en consumidor titulado y usuario irreflexivo del mismo sistema, en una conciencia determinada por él. El ejemplo de Vietnam, “un pueblo armado con bicicletas y lanzas de bambú que llevó a un callejón sin salida a la mayor concentración de centros de investigación y producción conocidos en la historia”, condensa para Illich la sabiduría de la sobrevivencia propia del Tercer Mundo, donde la espontaneidad humana es más sagaz que el poder mecánico. Aprender a reírnos de las soluciones aceptadas, para poder cambiar las demandas que las hacen necesarias. Tan simple método: buscar alternativas. Fernando Solana Olivares.