Tuesday, February 11, 2014

EN FEBRERO.

Leo de nuevo Alternativas de Iván Illich, un radicalismo humanista el suyo que cuarenta años atrás prefiguró lo que vendría, lo que ya estaba sucediendo como un cambio cultural inevitable: “nuestra imaginación ha sido arrinconada”. El poder de las instituciones creadas en la modernidad ha modelado las preferencias y la visión de lo posible predominantes en todo. Algunos ejemplos: no podemos hablar de medios de transporte sin considerar automóviles y aviones, no podemos tratar el problema de la salud sin implicar la prolongación indefinida de la vida enferma, no podemos hacer una educación eficiente y con alcance general que ofrezca un futuro pertinente. Illich comprende que el horizonte de la facultad de invención humana ha sido bloqueado por gigantescas instituciones burocráticas y privadas que producen carísimos servicios obligatorios. La visión del mundo circulante se limita a los marcos creados por instituciones que ahora han vuelto a la gente su prisionera. En sólo cien años la sociedad industrial ha convencido a todos de que las necesidades humanas convertidas en dogma de fe han sido configuradas por el Creador, como si fueran “demandas para los productos que nosotros mismos inventamos”. El ciudadano actual agota sus energías y sus finanzas procurando continuamente los artículos de primera necesidad que requiere, y todo lo demás, incluido el medio ambiente, se convierte en un subproducto de sus hábitos de consumo. “Las fábricas, los medios de comunicación, los hospitales, los gobiernos y las escuelas producen bienes y servicios especialmente concebidos, enlatados de manera tal que contengan nuestra visión del mundo”, escribe Illich. Uno de los mantras, o tal vez el mantra que mueve al mundo, es el progreso, el desarrollo. Pero el mundo también se desliza hacia un punto de inflexión (o ya está en él) donde convergen dos procesos: un mayor número de personas con un número cada vez menor de alternativas básicas, y una explosión demográfica cuyo significado excede la fatigada imaginación actual. “Por cosificación entiendo traducir la sed por la necesidad de tomar una Coca-Cola”, escribe Illich, una cosificación que surge cuando las necesidades humanas primarias son manipuladas por aparatos burocráticos monopólicos que imponen su control sobre la imaginación de los consumidores. Para Illich, la educación debiera entenderse de otra manera: despertar la conciencia de que existen otros y nuevos niveles de posibilidades humanas, formas hasta ahora inexploradas para utilizar el saber tecnológico, y despertar la imaginación creadora para evitar la capitulación de la conciencia social ante las soluciones prefabricadas y los diseños ideológicos. Ya en 1970 Illich escribía que “la adopción de los estándares internacionales de educación condena para siempre a la mayoría de los latinoamericanos a la marginalidad, a la exclusión social, al subdesarrollo progresivo”. Subdesarrollo que entiende además como un estado de la conciencia, no sólo en términos de escasez económica o de abismo cultural. Autobuses como alternativa ante el enjambre automovilístico, vehículos diseñados para transporte colectivo ante el transporte individualizado, agua potable ante las costosas cirugías, ayudantes de médico ante la necesidad insatisfecha de doctores y enfermeras, almacenamiento comunal de alimentos ante equipos de cocina individuales y onerosos. Por qué no es posible, se pregunta Illich, posibilitar la construcción de habitaciones familiares con estructuras prefabricadas para que cada ciudadano aprenda obligatoriamente durante un año de servicio social cómo construir su propia casa. La investigación epistemológica propuesta por este pensador austriaco consiste en buscar alternativas a todos los productos que hoy dominan el mercado de consumo, desde la Némesis médica y su compromiso con la enfermedad, hasta las escuelas y el conocimiento escolarizado, el cual resulta no mucho más que una preparación para convertirse en consumidor titulado y usuario irreflexivo del mismo sistema, en una conciencia determinada por él. El ejemplo de Vietnam, “un pueblo armado con bicicletas y lanzas de bambú que llevó a un callejón sin salida a la mayor concentración de centros de investigación y producción conocidos en la historia”, condensa para Illich la sabiduría de la sobrevivencia propia del Tercer Mundo, donde la espontaneidad humana es más sagaz que el poder mecánico. Aprender a reírnos de las soluciones aceptadas, para poder cambiar las demandas que las hacen necesarias. Tan simple método: buscar alternativas. Fernando Solana Olivares.

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