Thursday, December 26, 2013

LA VICTORIA DE LA ÉLITE

Con el petróleo ocurrió una operación hegemónica: triunfaron las élites modernas, modernizadoras y privatizantes, los grandísimos y voraces intereses petroleros trasnacionales, la participación de todos los intermediarios, socios, gerentes, funcionarios, legisladores y presidentes comprometidos, la geopolítica anglosajona y global desde el siglo XIX, la operación mediática sobresocializada (“Ya te lo dije tres veces: entonces es verdad”, Alicia en el país de las maravillas). Lo moderno, pues: el inevitable ritmo del mundo actual. Y lo más malo es que es cierto. La avasalladora ola de la energía concentra el poder, y ahí es donde se encuentran la política y el dinero, donde son funcionales entre sí: el oro negro ha hecho la historia moderna y la relativamente barata energía planetaria que hasta hoy sostiene a la sociedad de consumo. Qué güeva y cuán duro. Una muchachita de 14 años, como si fuera vidente, advirtió que después de ello viene la privatización de todo lo que queda. Ella lo sabe: habiéndose privatizado el petróleo mexicano, usen los eufemismos que usen, se privatizó la esencia eficiente de ello. Llevaban décadas en su asedio las petroleras extranjeras y al fin lo lograron. Realizarán la explotación petrolera y nuestro probo sistema económico se encargará, sin duda, sin desvío alguno, de que esa riqueza sea para el bien de la patria, aquel término de la reserva de signos rotos, inoperantes ya. Ocurrió una privatización del poder que elaboró una ley que abrió el sector. ¿Vienen los juegos del hambre ya? ¿O el sistema todavía es capaz de producir bienes para un número suficientemente crítico de gente? Wallerstein opina que existen dos escenarios negativos probables a corto plazo, y uno positivo aunque idealista: a) un neofeudalismo que haya abandonado la patológica acumulación por la acumulación, con una restauración rígida de jerarquías sociales como estabilización política; b) un fascismo “democrático” que divida el planeta entre una élite de 20 por ciento y el resto dominado de 80, y c) un orden mundial descentralizado e igualitario, que no se sabe cómo alcanzar. La variante B fue el proyecto de Hitler. Fracasó porque cometió el error de construir una élite muy reducida. Aquella operación porcentual social ya se ha conseguido. La Mente Colectiva patrocinada por la cultura de las corporaciones y las nuevas tecnologías han impuesto, comenta Berman, un totalitarismo por default. No hay modo aún de detener la Edad Oscura, pero hay que conocerla como primera operación: democracia cognitiva. Y hay mucho más: es episódica, la realidad es y no es, en efecto, pero en la sobrevivencia consciente está lo primero: principio de realidad. ¿Qué más tiene la gente? La medida no garantiza democratización ni bonanza, porque el sistema económico está sostenido en el número de pobres que a su vez mantiene a unos pocos decadentes ricos ahítos. La escena cuenta. López Obrador sufre dos infartos y desaparece inesperadamente del esquema tres días antes de la decisión. Un cerco de acero resguarda el Senado. Unos cuantos ciudadanos lo rodean, muchos de ellos de la tercera edad, sobre quienes la prensa mentirosa dice que están ahí sin saber por qué. Todo es testimonial. Penumbroso. El Senado romano se encierra porque le quitó a la sociedad la toma de decisiones. Nunca se la ha dado, nunca se la dará. En el mejor de los casos se le hace creer a la gente que las decisiones son suyas: que lo que el público pide es lo que sucede. La izquierda que pactó por México se hizo un ahorcamiento: no hay oposición alguna, salvo estos patiños que no resisten y sí apoyan. Bárbara Ehrenreich trabajó durante tres meses ganando el salario mínimo: “Se requeriría de una palabra más fuerte que disfuncional para describir una sociedad donde unos cuantos comen en la mesa mientras que el resto lame lo que cae al suelo”, escribió. “Psicótica, sería más acertado”. La enfermedad del dinero, del petróleo y su privatización. La política es ancilar en todo ello: meros servicios al capital mientras la energía sigue gastándose sin parar. Qué duro y qué güeva. La respuesta neoliberal consiste en culpar a las víctimas para que acepten más políticas similares a las que las han conducido a su situación actual. Un síndrome de Estocolmo planetario recorre el imaginario colectivo y los oprimidos admiran a los opresores porque creen que alguna vez llegarán al mismo bienestar donde están ellos. Victoria de la élite material. Por ahora. Fernando Solana Olivares

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