DEFINICIONES LÍQUIDAS.
La marca registrada. Cuando me lo contaron consideré que era una estupidez propia de quien lo había dicho: un escritor considerado por mi soberbia como menor y no muy agudo, hace años afirmó que él mismo, su nombre y sus textos ya eran una marca, en suma, una rentable mercancía. Hoy es evidente que su dicho no fue un tonto y cosificante despropósito sino una penetrante anticipación de una mente elemental que intuía correctamente el imperativo categórico de nuestros días: en la sociedad consumista nadie puede convertirse en sujeto sin antes volverse un producto, dedicarse a la “interminable tarea” de ser y seguir siendo un artículo vendible (Zygmunt Bauman). Sin duda lo ha logrado, así su literatura sea tan superficial como exitosa. Nunca estará en el canon literario (si es que tal reliquia del valor estético y no del precio comercial continúa existiendo), pero muy a menudo sus prescindibles libros aparecen en las listas de los más vendidos.
Los equivocados. Aquella sentencia de Elías Canetti: “Escóndete, pues de otro modo no te enterarás de nada”, o la certidumbre de Nietzsche: “El mundo gira en torno a los pensamientos más escondidos”, ahora significan una invisibilidad que, en palabras de Eugène Enriquez, condena al rechazo, a la exclusión y hasta a la sospecha de algún crimen, porque en una sociedad confesional como la posmoderna, compulsivamente auto exhibida en las redes sociales, se han borrado los límites que antes separaban lo privado de lo público: “la desnudez física, social y psíquica está a la orden del día”. Y la muerte social aguarda a todos aquellos anacrónicos que aún insistan en preservar su intimidad.
El asalto neoliberal. Cuenta Zygmunt Bauman (Vida de consumo, FCE, 2007) que el embate de la revolución conservadora contra los principios del Estado social logró implantarse en Gran Bretaña desde el poder político como una descarada apelación literal de Margaret Tatcher sobre los procedimientos de la sociedad de consumo y de las expectativas de los consumidores: “Quiero el médico de mi elección, en el momento de mi elección”. La consolidación del “orden del egoísmo” neoliberal se dio bajo el nombre cifrado de “modernización”, convirtiendo todos los bienes sociales en bienes de lucro para entregarlos al capital privado y “al reinado incuestionable de la mano invisible de los mercados”. Esa invisibilidad ---la única aceptada, a diferencia de la otra inaceptable, la de la persona--- consiste sobre todo, según razona el penetrante sociólogo polaco, en escapar sistemáticamente de las herramientas de intervención política, popular y democrática. A ello deben sumarse las profecías autocumplidas que Tatcher convirtió en nuevos e insuperables dogmas destinados a demoler los lazos sociales y la cohesión comunitaria: el “No hay otra alternativa”, matriz autoritaria del pensamiento único neoliberal, y una atroz declaración de inexistencia histórica: “No existe la así llamada sociedad. Sólo hay individuos y familias”.
Lastre cero. En el “nuevo espíritu del capitalismo”, afirma Bauman citando a Russell Hochschild, los empleadores prefieren a empleados “flotantes, desapegados, flexibles y sin ataduras”. El nuevo término laboral, “lastre cero”, es un sinónimo de no tener compromisos más allá del trabajo ni obligaciones familiares o sentimentales que atender, las cuales elevan el “coeficiente de lastre” y disminuyen el valor de un empleado para la empresa. Se trata de individuos dispuestos a aceptar cualquier tarea, preparados para reajustar instantáneamente sus inclinaciones y prioridades y abandonar las adquiridas también instantáneamente: “una persona que no tenga lazos, intereses ni ataduras emocionales preexistentes y que además las rehúya a futuro”. Así, los posmodernos usuarios terminales de sí mismos deben renunciar a todo aquello que antes constituyó la esencia de la conciencia humana: su memoria, su existencialidad.
La muerte del tiempo. Entre las erosiones de la época está la noción misma del tiempo, que antes fue cíclico o lineal. En la sociedad líquida de los consumidores el tiempo es “puntillista”, sujeto a rupturas y discontinuidades que lo convierten en algo roto, pulverizado en una multitud de “instantes eternos” compuestos por eventos, incidentes, accidentes, aventuras o episodios, “un encadenamiento de presentes, una colección de instantes”: la cronología pierde su énfasis de conexión entre el pasado y el futuro. Por ello, explica Bauman, la vida “ahorista” es una vida “acelerada” donde los significados inmediatos, las anécdotas, el fragmento, sustituyen a los significantes, a la vida entera como conjunto, como narración.
Fernando Solana Olivares.
1 Comments:
Es una delicia escucharlo cada jueves en contrapunto, me entusiasma ahora que encontré su blog poder leerlo. Saludos.
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