EVAPORACIONES.
Dos de mis viejos amigos parecen haberse evaporado. Los he buscado y no los encuentro, nadie me sabe dar razón de ellos.
Pietro, La Piedra, ha sido un heroico fotógrafo de prensa en las zonas calientes del globo: durmió durante semanas en la vacía Beirut intensamente bombardeada, acompañó a los sandinistas en sus guerras de la montaña y reportó el horror uniformado de los sombríos militarismos centroamericanos, viajó a la milenaria Bagdad martirizada por Bush e informó de su inmolación, penetró en Corea del Norte para tomar imágenes de los últimos chamanes y conocerlos. Durante seis meses al año, porque el resto del tiempo suele vivir en su granja del norte de Italia como campesino propietario de varias hectáreas.
A lo largo de los años La Piedra me ha visitado en los lugares donde he vivido. El último que conoció, éste donde estoy ahora, dijo que era el correcto. En Oaxaca percibió con claridad que la ciudad estaba a punto de incendiarse, lo que ocurrió poco después. Es un monje laico que actúa con precisión frugal todos los días: deja de beber líquido a una hora temprana de la tarde, viaja con lo mínimo indispensable y perturbando todo lo menos posible, es encantador y solidario, se interesa por los otros con espontánea gracia, logra sentirse bien en cualquier espacio gracias a la profunda interioridad que habita en él.
Nunca lo hemos hablado ---la amistad también es una serie de entendidos tácitos--- pero La Piedra sigue a su manera los cuatro preceptos: no espera nada ajeno al empeño que esté cumpliendo, a la tarea que emprende, pero aun en ella no espera nada; sufre la injusticia sin quejarse pues casi siempre logra hacer lo que se propone, y si no, le basta el mero intento sostenido y sistemático; se adapta a toda circunstancia, es flexible mentalmente y físicamente diestro como un junco; sigue el camino de su vida mirándolo admirado como un hombre libre de auto imágenes, sigue su dharma personal sin auto conmiseraciones de ningún tipo. Además observa la época, la escudriña críticamente, está seguro de que es terminal. Como otros pocos, logró salir del horror histórico, pero él yendo precisamente hacia donde tal horror está.
Alejandro, el Swamy Tiranetas, mi otro amigo desvanecido, es un destacado y generoso maestro espiritual contemporáneo al cual muchos debemos incontables bienes de la conciencia desarrollada y de la cognición superior, un budólogo o budiatra, como se define a sí mismo con humor y alegría, artífice entre nosotros de la divulgación del budismo theravada, el budismo histórico hasta hoy inalterado que formó el canon pali donde se recogen directamente las enseñanzas de Siddhartha Gautama, y responsable principal de la audaz fundación del primer monasterio o vihara de dicho linaje budista en Latinoamérica, ubicado en los bosques húmedos de Coacoatzintla, Veracruz, tan sincrónicamente parecidos a los del sudeste asiático del cual proviene.
Médico psicoanalista de formación, alumno de Erich Fromm en su última etapa, el Swamy ha sido uno de los conductores de almas occidentales cuya refinada y excepcional sensibilidad (o buen karma, según dirían los budistas) lo llevó a realizar aquella acción de encuentro conceptual y contacto operativo entre Oriente y Occidente que autores como Huxley o Toynbee consideraron la tarea histórica y cultural más importante a emprender, acaso la única posible, ante la atroz y definitiva crisis civilizacional posmoderna.
Ante la falta de contacto con Alejandro, llegué a pensar lo mismo que Eliade creyó de Coomaraswamy cuando éste le avisó en 1947 sobre su regreso definitivo a la India al cumplir setenta años de edad: que a partir de ese momento renunciaría a escribir, a publicar, a impartir terapia o a enseñar meditación, que rompería todo contacto con el mundo y la cultura para entrar en la última etapa que conoce la tradición hindú: vanaprastha, el retiro, el aislamiento ‘en la selva’, la preparación final.
Esta oscura desbandada quizá pueda cifrarse como querría Kojève: sin el hombre el ser quedaría mudo, estaría ahí, pero no sería lo verdadero. Mediante La Piedra y el Swamy el ser estuvo, realizó la acción, emitió la palabra y así alcanzó aquello esencial: irse haciendo. ¿Para qué hay algo y no más bien nada? Para que dos seres como éstos, entrañables e intactos, verticales y memorables, sean en el mundo. La estética de su evaporación sólo es un juego entre varios, una más de tantas metamorfosis: vivir se llama.
Fernando Solana Olivares.
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