Friday, July 26, 2013

DEVUELTOS AL IMPERIO / y III.

6. A pesar de que Joseph Roth no es un intelectual de facetas tan diversas como Broch, Musil y Kraus, su vínculo orgánico con el imperio austro-húngaro va más allá que el de cualquiera de ellos. José María Pérez Gay afirma que La marcha de Radetzky, novela de Roth, es el gran canto de amor por una época y una dinastía perdidas. Su decidida filiación monárquica, ingenua pero inequívoca, lo sitúa en una zona de relación directa que los otros ni aceptan ni exploran: su intelectualidad los defiende de tal entrega sin reservas. Entre las fantásticas historias que El imperio divulga, ésta es singular: el destino final de un emperador longevo y su imperio trastornado se deposita en la pluma febril de un humilde judío, vienés por adopción, que encadena palabras para vivir y narrar y no para ofrecer sentidos vitales trascendentes. Pérez Gay cuenta que Roth es el gran mitómano, el fabulador de orígenes imaginarios, pero también aquel a quien Friedl, la esposa, increpa en sus crisis sicóticas por no haber conocido a su propio padre. Uno de sus personajes practica la pregunta de la identidad: ¿cuántos eres: uno o muchos? El imperio demuestra que Roth es tantos como su inspirado impulso para salir de sí mismo lo permite, y que todo narrador fabrica destinos incesantes. Paradoja: narrar es mentir para crear verdades. “Nadie puede ayudarnos a liquidar nuestra culpa. De nada sirve que uno sea un escritor crítico. Públicamente uno es un escritor, pero un pobre diablo en la vida privada. Sólo el tiempo, no el talento, puede darnos la distancia necesaria”. Estas desesperanzas de Roth escritas en 1933, cuando levanta un inventario de lo que hasta entonces ha sido su vida, gravitan alrededor de un término capital en los destinos que El imperio cuenta: la culpa, y después, el castigo que trae consigo. Es cierto que Roth se acusa del sombrío, esquizoide fin de su mujer. Pero el sentimiento de una deuda personal rebasa su vida amorosa para situarse en el centro de su interioridad. Austria-Hungría y sus hijos se convierten en el universo de una culpa histórica fatal e ineluctable: tal atmósfera de agravio y castigo construirá doctrinas a su alrededor y levantará grandes cuerpos literarios. 7. La Viena de fin de siglo reunió una cantidad nunca antes vista de creatividad y genio. El papel de Karl Kraus en ello no es el mismo que el de los demás. “Ahorcadlos con sus propias citas” fue su consigna, y se convirtió en la temible, inflexible conciencia crítica de su época. Nada dejó pasar por alto: periodismo, filosofía, literatura, sexualidad, religión, pintura, política, música, marxismo, y así fue el contrapunto en esa expansión de la conciencia que abrigó Viena, su severísimo e inteligente juez, su ácido e incorruptible jurado. ¿Dónde se origina tan formidable fuerza moral? El ensayo que Pérez Gay le dedica se convierte en una arqueología de fuentes primarias cuyo principio queda depositado en un horizonte ético individual sobrepuesto a la erosión del momento histórico: los destinos únicos como el de Kraus. El imperio detalla una galería heroica de adversidades o la aciaga historia del ser en el mundo. Pero la de Kraus y su legendaria publicación unipersonal Die Fackel (La antorcha) son una biografía aún más temeraria que la de Broch, Musil y Roth. Dado que Kraus es la conciencia pública manifiesta sin reserva alguna y que su perspectiva corresponde a los sucesos de la época, esa mundanidad significará una profecía autoencarnada, la lucidez de un deterioro que terminará arrastrándolo. ¿Puede diferenciarse la suerte de Kraus de la de Broch, Musil y Roth, aceptando que Kraus recoge en sí mismo y en su obra toda la luz y toda la sombra del imperio austro-húngaro, de la quiebra de la modernidad? No, al hundirse un imperio se hunden también sus súbditos: la tragedia ---factor horizontal e indiferenciado--- es el amargo pan que a todos se reparte. A pesar de lo anterior, El imperio es un libro solar, de mediodía. Es cierto que todos sus desenlaces son tristes y que la tristeza es crepuscular, que sus páginas condensan una época malograda, la bitácora de preliminares históricos demoniacos, la suma de destinos vueltos a la nada. Pero este libro es luminoso porque recuerda. Y todo ejercicio de la memoria ---lo diría Canetti, el testigo que cierra sus extraordinarias páginas--- es una victoria de la vida contra la muerte, contra el olvido. Mientras se lea, El imperio estará vivo. También su autor, José María Pérez Gay. Fernando Solana Olivares.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home