Friday, July 19, 2013

DEVUELTOS AL IMPERIO / II

4. “Una estructura irracional sustenta al oficio de escritor; se forma antes de los siete años”. Esta frase de Hermann Broch, escrita seis meses antes de morir, nunca es descifrada por él mismo a lo largo de su obra. Broch es el único de los autores analizados en El imperio perdido que aún a los 63 años sigue indagando por los nudos esenciales de su biografía emocional, al acudir a psicoanálisis para tratar, específicamente, la problemática que tuvo con su padre. Tal anclaje en los años infantiles actúa como un sustrato estético que determina la obra de Broch y la distingue de la de Joseph Roth, por ejemplo, mitómano incorregible que se inventa múltiples pasados personales. Hay una sentencia definitoria de Broch que El imperio recupera para situar su inusual temperamento ético: “La bondad es la forma más alta de la inteligencia”. Visto así, Broch es la antítesis del ánimo crítico de Karl Kraus, no porque evite penetrar profundamente en la observación de la sociedad de su tiempo sino porque su aproximación nunca es hecha enfáticamente desde lo inmediato, como sí es la de Kraus, y porque en Broch hay una voluntad permanente de comprensión, de caridad al prójimo. Sin embargo, en el ensayo que Pérez Gay dedica a este autor entristecido se afirma que la de Broch es una política de la incertidumbre: jamás salvará al mundo, pero sin ella el mundo nunca valdrá la pena de ser salvado. Otro destino inhóspito, trágico, que vive el mundo aunque lo sabe irremediable. Escéptica sabiduría que acaso no se habría dado sin la conversión de Broch al catolicismo. También una respuesta del nihilismo vienés ante el espíritu de la época y su desasosiego ontológico. En la crónica deslumbrante y conmovedora de Pérez Gay, los años finales de Broch corresponden con aciaga simetría a un guión de abandonos, exilios y soledades. Igual que los otros tres autores, Broch muere solo y miserable. Pero a diferencia de ellos, que sólo se amparan en su oficio de escritores, Broch litiga contra la literatura y la rechaza. Queda a la intemperie de sí mismo, atribulado por un bien que ya no considera necesario. Pérez Gay demuestra que esta opción negativa no es un silencio moral. Broch encuentra el límite del lenguaje para describir el mundo, la utilidad relativa de la palabra ante algo inabarcable. Silencio por una exigencia desmesurada, lienzo vacío que algunos místicos postulan para representar aquello que escapa a cualquier representación. Operación literaria de la frase hermética: “El que habla no sabe, el que sabe no habla”. 5. El alma es exacta o puede serlo. Quizá por ello el capítulo de El imperio dedicado a Robert Musil se llama así: “La exactitud del alma”. Esta nomenclatura es una cifra: en ella radica toda la búsqueda de una perfección formal y expresiva con la que Musil pretendió hacer de lo que se vive una continua, omniabarcante escritura. En el ensayo sobre ese autor, Pérez Gay menciona que una constante de su obra es el asomarse a una ventana para mirar los transcursos del día y la noche, del mundo todo. En una mirada tal, que siempre reposa en un punto de observación ligeramente distanciado, la perfección es indispensable, o cuando menos el anhelante imperativo hacia ella, la contundente devoción por la exactitud del alma narrando el paso del tiempo. “Me voy hundiendo en el destierro cultural, imperan otra vez las maldiciones arcaicas: el que no trabaja no come. El tiempo de los dioses está cerca”. Estas amargas líneas de los diarios de Musil resumen el anonimato creativo que padeció durante toda su existencia. Musil ---dijo Broch--- pasó su vida despidiéndose. Murió en el exilio, pobre y desconocido, pero vislumbrando, aunque fuera precario, un cierto futuro para su obra impar. El imperio rescata ---y al hacerlo resuelve--- los anales de un inexplicable e injusto olvido, la ignorancia (el ninguneo) de una literatura que se adelantó a su época con el retrato multidimensional más elaborado y lúcido de los decadentes estertores de Austria-Hungría, la potencia histórica en su enfermedad terminal. “Esta búsqueda del tiempo perdido fue y es ---anota Pérez Gay--- una parte esencial del escritor: arrebatar al olvido lo que nos pertenece, atrapar otra vez el vértigo de lo que hemos vivido, mirar hacia el pasado invisible para hacerlo transparente. Y este fue el verdadero trabajo de Robert Musil”. Acción de todos ellos en El imperio, Pérez Gay incluido: rehabitar el pasado, poblar el presente, germinar el futuro. Fernando Solana Olivares.

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