Friday, May 10, 2013

PUNTO ILUMINADO.

Permítase citar: “Siempre me resultó un obstáculo en mi vida y en todo lo que emprendí que hasta una edad bastante avanzada no fuera capaz de formarme una idea lo suficientemente clara de la pequeñez y miseria de los hombres”. Esa reflexión de Schopenhauer es compartida por otros autores tan sagaces y misántropos como él. Giovanni Papini ya viejo, casi ciego y sometido una vez más a la conjuración del silencio contra su obra, también lo escribe: “Uno de los motivos principales de la desdicha de los mejores es la espera en los demás: esperan siempre ---afecto e inteligencia--- más de lo que pueden darles los demás. Algunos no dan por avaricia espiritual, o dan menos de lo que podrían dar. La mayor parte son tan pobres que tratan de recibir, pero no pueden dar porque no poseen ni sentimientos, ni inteligencia”. Una edad suficientemente avanzada es la madurez. A partir de ese momento débense conocer las diferencias entre las gentes y aceptar el drama selectivo de nuestros días: ahora han desaparecido los gentilhombres y hasta los hombres; quedan los infrahombres que ahogan a los superhombres. Aunque incluso los seres descendentes pueden ser buenas personas. Papini cuenta la historia de un crápula que por las noches se abandonaba en su camastro diciendo: ---Señor, vuestra bestia está aquí tendida: haced de ella lo que os parezca. Única oración que repetía todos los días. Pero éstas no son buenas personas. Como un pintor manierista que rechazó el premio de adquisición votado por el público para su mal resuelto cuadro, aquejado de efectos, de kitsch. Quería seis veces más. El segundo lugar, tan kitsch como el otro, tampoco aceptó. El tercero en la lista agradeció muy cortésmente la distinción pero explicó que el cuadro era de su esposa y había prometido regresárselo al terminar la exposición colectiva. Otro de los participantes subió al estiércol de denostación feisbuquero el diploma de participación en la muestra tirado como tapete de comida para el perro. Su obra también era mala, pretenciosa, gratuita. Buenas personas en cambio fueron la joven pintora y el joven pintor que obtuvieron los premios de adquisición del jurado. Ella, Eréndira Díaz Barriga, es una artista solar, dueña de una tradición y un dominio que llegarán, si no lo han hecho ya, al genio pictórico. Su cuadro caracteriza una calle del pueblo con una zona de luz en el centro, un punctum que produce la sensación de ingresar directamente a él generando una bilocación, un irresistible efecto magnético. Él, José Antonio Jimenez, es un pintor hiperrealista que retrata olvidadas azoteas rinconeras y su acumulación desidiosa de objetos, pulverizando así la retórica visual narcotizante de la representación bonita gracias al orden superior de la representación descriptiva: lo que hay, como lo hay. Los jóvenes maestros dieron las gracias, aceptaron el premio y se marcharon satisfechos y contentos de dejar su obra en la pinacoteca municipal para ser contemplada por mucha gente durante mucho tiempo. La secuencia luce obvia: talento acompañado de humildad agradecida, más inteligencia, creatividad, aceptación. Dominio técnico pero mediocridad estética y moral ante el falso imperativo de lo bello en sí mismo, lo bello como un fin económico y no como un producto del espíritu. La alegría de unos como camino a la revelación. La neurosis de otros como infierno del yo. Goethe afirmó que quien alcanza la visión de la belleza se libera de sí mismo, Canudo señaló que el secreto de todas las artes es el abandono de sí mismo, Binyon pedía el vaciamiento mental para quien quisiera ser artista. Los budistas primitivos postulaban que el artista debía lograr con el pensamiento los cuatro estados de ánimo infinitos: la amistad, la compasión, la simpatía y la imparcialidad, en una psicología de la imaginación que demanda la supresión del principio de pensamiento en favor de la identificación con el objeto de la obra. La vida impregna nuestros días mediante la voz de las cosas. Bosque de signos, acuerdo de circunstancias. Los aros de hierro que guarnecen a los corazones posmodernos se van cerrando para volverse, como querría Schopenhauer, alimento de irremediable misantropía. ¿La mayor parte de los hombres son malos? No, más bien están por debajo de su naturaleza. La preservación de uno mismo, el cuidado de sí y el autoconocimiento cumplen como precedente de una estética de la existencia donde toda felicidad es una obra maestra. Fernando Solana Olivares.

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