LA REALIDAD SILENCIADA.
Como señala Boaventura de Sousa Santos en su análisis sociológico contemporáneo, una abstracta y orwelliana política del pensamiento y del saber impulsada por la ideología dominante ha logrado ocultar amplias zonas de la realidad. Hoy, cuando casi todos estamos informados, paradójicamente casi nadie tiene la menor idea de lo que verdaderamente pasa. No solamente debido a la triple división del mundo descrita sin ambages no hace mucho por Nicholas Murray Butler, integrante de uno de los centros operativos del poder anglosajón globalizado: “un pequeñísimo número de personas que producen los acontecimientos, otro grupo un poco más grande que vigila su ejecución y asiste a su cumplimiento, y, en fin, una vasta mayoría que jamás sabrá lo que en realidad ha acontecido”, sino porque la hegemonía del capitalismo ultraliberal ha destruido la mera posibilidad de pensar, difundir y mucho menos intentar cualquier alternativa social, económica y política a sus tóxicos postulados monoculturales.
A partir de una reflexión de naturaleza parecida ---si algo no aparece consignado en los medios masivos de comunicación, acreditado a través de una abundante bibliografía autorizada, o simplemente no forma parte del “saber mayoritario”, entonces no existe, nunca ocurrió---, el economista argentino Walter Graziano narra una perturbadora historia iniciada mientras asistía a la exhibición de “Una mente brillante”, película que cuenta la atribulada vida del matemático John Nash, Premio Nobel de Economía debido a sus descubrimientos acerca de la Teoría de los Juegos.
Un detalle del filme llamó la atención de Graziano: el momento en que Nash asevera haber descubierto que Adam Smith, el padre de la economía moderna a través de su libro clásico La riqueza de las naciones, estaba equivocado al afirmar que el máximo nivel de bienestar social se genera cuando cada individuo persigue solamente su bienestar individual, y mediante abstrusos desarrollos matemáticos así lo demuestra a un azorado decano de la Universidad de Princeton, para concluir declarando que entonces más de un siglo y medio de teoría económica errónea se desvanecía.
Pero no hubo tal desvanecimiento. Graziano se puso a investigar si dicha afirmación de Nash era otra más de sus extravagancias mentales, abundantemente documentadas en el guion cinematográfico, y concluyó que era absolutamente cierta pero que había sido ignorada por toda la teoría y la práctica económica predominantes hasta entonces. Que no lo supiera la gente común y corriente no le pareció llamativo, pero sí que fuese obviada por una disciplina que pretende basarse en procedimientos científicos, racionales y objetivos. Según Graziano, Nash descubrió que “una sociedad maximiza su nivel de bienestar cuando cada uno de sus individuos acciona en favor de su propio bienestar, pero sin perder de vista también el de los demás integrantes del grupo”.
Un comportamiento puramente individualista, como el que se propone y exalta sin descanso en las construcciones publicitarias y conductuales que modelan la mentalidad contemporánea, deriva en una “ley de la selva” en la cual los integrantes del grupo obtienen mucho menos bienestar del que potencialmente podrían alcanzar. Con tales premisas, explica Graziano, Nash profundizó en la Teoría de los Juegos descubierta en la década de los años 30 y ayudó a generar un aparato teórico mucho más capaz para describir la realidad que la teoría económica clásica aceptada como verdad absoluta y obedecida como dogma de fe.
Ejemplificada, la diferencia es muy simple: Adam Smith propone un equipo de futbol donde cada uno de los integrantes juega para sí e intenta brillar con luz propia. El razonamiento matemático de Nash, en cambio, demuestra que una oncena en la que sus integrantes apliquen la estrategia lógica de jugar armónicamente entre todos sin duda logrará ganar. De tal manera, un descubrimiento fundamental que habría atemperado el sistema económico e impedido la dictadura de la globalización financiera depredadora, el brutal dolor social de esta edad oscura de la desigualdad extrema, de la rentabilidad cosificante y del cortoplacismo nihilista, no tuvo difusión alguna y fue ignorada por las tecnocracias gubernamentales y por los círculos académicos.
“Puede resultar extraño, pero probablemente no lo sea”, concluye Graziano. Y no lo es. Lo extraño, en todo caso, es que la sociedad acepte con tanta facilidad ser engañada. Aunque tampoco: eso es lo posmodernamente usual.
Fernando Solana Olivares.
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