ASESINATOS PSÍQUICOS / I.
A mediados del siglo XIX el doctor Schreber, pedagogo alemán, escribió una serie de obras sobre educación infantil que se popularizaron rápidamente y fueron traducidas a varios idiomas. La recomendación repetida en ellas siempre era la misma: por su propio bien, y a más tardar a los cinco meses de vida de un niño, los padres debían empezar a vencer su terquedad natural y enseñarle que ellos eran sus amos. “A partir de entonces ---escribía Schreber---, bastará con una mirada, una palabra o un solo gesto amenazador para controlarlo. No olvidemos que con esto le estamos haciendo un gran beneficio al propio niño, ahorrándole muchas horas de inquietud y liberándolo de todos aquellos tormentos interiores que proliferarían con suma facilidad, convirtiéndose en enemigos vitales cada vez más serios y difíciles de superar”.
La terrible metodología de la violencia convertida en sistema educativo volvió a mostrarse en un afamado caso terapéutico descrito por Freud, el del hijo del propio Schreber, un paranoico destruido mental y emocionalmente por la pedagogía negra del padre. Los maltratos hacia los niños han sido moneda corriente en un gran número de sociedades, y la visión idílica de la infancia como paraíso irrecuperable a menudo esconde el ciego horror de los infiernos domésticos donde el infante es golpeado y castigado para corregirlo, una norma cultural que lo obliga a agradecer la violencia que recibe. Según postulan algunos psicoanalistas de la infancia, la situación del niño agraviado resulta peor que la de un adulto en un campo de concentración: el niño está obligado a olvidar y perdonar el maltrato y no puede darle a su experiencia la auténtica dimensión trágica que le permitiría salvarse de los costos inmediatos y futuros de su dolor.
En Por tu propio bien, un libro de la analista alemana Alice Miller (Tusquets Editores, Barcelona, 1986), la educación queda desenmascarada como un acoso irreductible a la vitalidad infantil en la cual no se aceptan ni el odio o la cólera de los pequeños agredidos hacia sus agresores ni la mecánica psíquica del duelo para elaborar lo que se sufre, comprenderlo, y superar la pulsión que inexorablemente los llevará a ejercer esa violencia con otros más al llegar a la edad adulta.
La soledad interior del niño maltratado es absoluta. A diferencia del adulto torturado, que nunca aceptará que sus sufrimientos le fueron infligidos para su beneficio personal, el niño no es libre, ni siquiera al interior de su propio yo, para aborrecer a sus padres torturadores. El cuarto mandamiento mosaico, una castración emocional, recorre toda la cultura judeocristiana y hace de la indefensión infantil un imperativo anclado en los sustratos más íntimos de la moral colectiva. Ante el obligatorio “Amarás a tus padres” muy pocas libertades y rebeldías se han permitido: entre las tragedias griegas ---entendidas siempre como alegorías y símbolos--- y el viejo e inaceptado dicho de la Inglaterra isabelina: “Good mother is a death mother”, predomina la doble moral milenaria que justifica al padre o madre que maltratan y obliga al niño a perdonar.
Las secuelas del agravio infantil, como afirma Alice Miller, están presentes en los grandes (y siendo así también en los pequeños) procesos de exterminio y destrucción colectivos. Queda por hacerse todavía la psicohistoria del totalitarismo a partir del binomio niño torturado-adulto torturador, niño dominado-adulto dominador, pero algunos ejemplos de la autora apuntan al levantamiento de un escenario donde las sociedades que exterminaron a otras, o a grupos sociales dentro de ellas, fueron casi siempre integradas por niños educados en la pedagogía negra de ese horror cotidiano aceptado como normalidad.
Siguiendo una hipótesis conductual corroborada mediante abundantes pruebas: todo comportamiento aberrante tiene su prehistoria en la infancia temprana (equivalente al enunciado que años atrás anticipara el mexicano Santiago Ramírez: infancia es destino), Alice Miller demuestra que las secuelas tardías de la guerra y del régimen nazi en la generaciones alemanas siguientes obligaron a éstas a reproducir inconscientemente el destino de sus padres, con tanta mayor intensidad cuanto menos a fondo lo conocieron.
Sumas cerradas o partes alícuotas. La brutal violencia civilizacional que se padece no es más que una reproducción cuyos efectos descansan en las causas que les dieron origen. Un hijo desdichado será un adulto que provocará desdichas.
Fernando Solana Olivares.
1 Comments:
Gran articulo,gran verdad!
Post a Comment
<< Home