Friday, December 28, 2012

A CINCO DÍAS.

Sí: la hipótesis sabiamente paranoica de que ya estamos muertos, de que el fin del mundo por fin ocurrió. No: la continuidad invariable que encuentran los sofistas de lo que sucede, los comentaristas de la anécdota, los creyentes de que todo lo real es racional y de que todo lo racional es real. Sí: la certeza de que las cosas cambiarán desde los pequeños formatos humanos, y que los partidos y las estructuras políticas son parte del problema, para nada la solución. No: el optimismo voluntarista que confunde el deseo con la persona, al deseante con su ansiedad, al sujeto con el objeto. Sí: la cacería de signos culturales que señalan la abundante existencia de otras maneras de ver, de sentir, de hacer. No: la reiteración de la costumbre, el abandono ante la creencia, la cesión frente al pensamiento de moda que nos piensa. Sí: la búsqueda de los máximos bienes profanos que enumera Zolla: la tierra como ente inconfundible, la salubridad del aire, un papel social no angustiante, un trabajo razonable, ropas y utensilios con estilo, alimentos puros. No: la obsesión sexual omnipresente, casi absoluta, que todo lo toca y todo lo somete, haciendo del tiempo un mero proxeneta y de la civilización un burdel desorbitado. Sí: el dicho tibetano que define a la esencia de la liberalidad como una mente privada de apegos y espontánea en dispensar dones, la que advierte que mientras las cosas regaladas muestran el camino hacia la iluminación, las cosas retenidas indican el camino de la condenación. No: la literatura de moda (Larsson, Winslow, etc.) cuyos protagonistas ya no poseen lo que antes se llamaba psicología del personaje, aquellas peripecias ficticias que los conducían al reconocimiento interno y con ello a la transformación. Sí: la literatura de moda que sólo utiliza la acción a manera de único horizonte narrativo y así permite entender con precisión quirúrgica cómo se ha hecho el mundo actual, por ejemplo el narcoestado mexicano en El poder del perro de Don Winslow. No: el aburrimiento continuo de Pétrus Borel, precursor de Baudelaire, quien objetó que las hojas fueran verdes en lugar de violetas o azules, y con ello anunció la infección imaginativa que enajenaría a la modernidad en su sociedad del espectáculo. Sí: el tedio del instante, compartido por hombres y animales, el cual detiene súbitamente el paso del tiempo y provoca un silencio sagrado, un breve lapso donde la conciencia percibe la eternidad. No: la dispersión entre opciones múltiples, impulsos inacabables, productos efímeros y rápidamente obsoletos que conducen a la desorientación paralizante, un método de control de la conducta perfeccionado por la ingeniería social. Sí: la concentración focalizada que lleva a cumplir perseverantemente con el yoga más difícil que existe, el yoga de lo cotidiano, la humilde acción diaria que se lleva a cabo con plena atención. No: la carcajada histérica de una felicidad que se simula gregariamente y es un lamento disfrazado más que un gozo cabal. Sí: la alegría serena y estable que proviene de la atención a lo existente, aquella que aprende que todo pensar es un agradecer. No: la nostalgia imaginaria de lo que fue y ya no será, la mirada retrospectiva y paralizante donde la memoria, una comparación arbitraria entre el hoy y el ayer, no conduce a ningún conocer. Sí: el recuerdo legítimo como una forma de sentido de la conciencia humana que se sabe episódica pero en sustancia permanente conforme quería el poeta: recuerda, cuerpo. No: el poder y el prestigio que se buscan en el mundo de la competencia moderna como realización personal, el poder sobre los otros, tan transitorio e irreal. Sí: el poder sobre uno mismo, el autoconocimiento, el autocontrol, único alcance verdadero que existe, el poder sobre el poder. O la invulnerabilidad. El método es la crítica de la necesidad falsa, del consumo forzado, de la represión de la naturaleza. Después, afirma Zolla, lo que quedará es la configuración de la propia vida según otro orden anterior o posterior a la época actual. La inteligencia es la facultad que se abstiene, y antes de aceptar algo debe saber lo que negará. “Una vez apagada la sed de prestigio, de riqueza, de seguridad, se desvanecen todas las enfermedades que lleva aparejadas”. Curarse a uno mismo consiste en una desagregación, en realizar el sacrificio de una operación correcta, en aprender a decir no. Fernando Solana Olivares.

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