LA MADRE MUTILADA.
Javier Sicilia, un padre que perdió a su hijo asesinado ---condición que no tiene término verbal directo para describirse, como él mismo hizo notar en su atroz duelo, porque va contra el orden habitual de las cosas---, conmovió la conciencia y la sensibilidad profundas del país cuando se puso en movimiento con otros familiares de muertos y desaparecidos para así nombrarlos, hacerlos visibles y denunciar el horror nacional, el valle de lágrimas mexicano.
Ahora es el turno de una madre deshecha por el infame asesinato de su joven hija embarazada durante el secuestro del marido, cuyo cadáver sería encontrado horas después. Esto habría sucedido por una supuesta deuda económica del padre del joven yerno con un grupo mafioso, ejecutante de una brutal venganza en lo que más le doliera al hombre. Irene fue acribillada por valiente, por tratar de impedir el plagio del esposo. Un sacrificio excepcional.
“Se cumplen los nueve días del inicio de las misas, de la cremación y del entierro de las cenizas en la iglesia. El templo está repleto. Contraté un grupo de música sacra para que vuelvan el rito más solemne. Lloro en el tono de estos días. Quisiera gritar, pero apenas si puedo sostenerme”, escribe Ester Hernández Palacios en su desgarrador México 2010. Diario de una madre mutilada (Ficticia Editorial, México, 2012).
Cuentan las crónicas que en la presentación del libro, cuando la autora terminó de leer alguno de sus breves capítulos, nadie aplaudió. Tanto es el dolor y tan trágico el testimonio del lacerante diario de 103 páginas ---aforístico, epigramático, fragmentario, opuesto así en la forma breve a lo totalizante de la umbría pena, a la amarga tristeza, al dilatado y oscuro fondo de la pérdida--- que no puede provocar aplausos sino lágrimas, aun siendo, y sobre todo, literatura.
Antonin Artaud, otro ser sufriente por distintas vías, dijo que la literatura era la liberación interior. Esta literatura no retórica, apenas elaborada sin ningún afeite adjetival que degrade el sentimiento de infelicidad consignado, el sentimiento insoportable a disolver y coagular. Resulta una operación contrapuesta de la conciencia, o esencial más bien. Se escribe para quintaesenciar el dolor, para concentrarlo en un aguijón casi insoportable y beberlo cual veneno mortal. Algo perece en quien lo hace, esto es irreparable, pero se sigue viviendo a pesar de no desearlo, pues tal es el destino inescrutable y cruel.
“Después de la comida, como respuesta a un comentario, de pronto encuentra cauce el coraje que no me había salido. Me violento y maldigo. Recuerdo dónde está y para qué sirve mi boca, y maldigo: ---Que a todos los responsables de la muerte de Irene se les mueran sus hijas a los 26 años, que sus muertes sean violentas y que abandonen, infértiles, la tierra. Que mueran de la misma manera todas sus nietas y bisnietas hasta la cuarta generación.”
Luego vendrá un movimiento esencialmente humano: resignación, le llamarían algunos; otros, reasignación. Como sea contiene aquello que la tragedia convoca, el amor solidario de los cercanos, la compasión (padecer con) de los demás: “He perdido la razón: por un instante he enloquecido. Lloro por mi hija asesinada; por mi cordura recobrada, lloro. [… ] Mis amigas recogen mis palabras: ---Para que la fuerza del karma no se vuelva boomerang contra ti ---dicen---, hay que barrer, deshacer las palabras. Se las tragan por mí; no queman: el fuego es ya ceniza.”
En otro momento podría hacerse una sociología del dolor colectivo y de las sumas culturales que este testimonio incandescente muestra. Xalapa, la ilustrada y múltiple ciudad, pone en juego transformaciones insospechadas donde hasta el budismo y sus practicantes locales rearticulan el modo mexicano de asumir las pérdidas, los nuevos bálsamos para la doliente conciencia posmoderna. Por ahora solamente queda citar las lacónicas líneas de su conclusión:
“Cierro los ojos: me duelen, como si fueran de cristal astillado. Probablemente sea por tantas lágrimas. Tomo en las mías las manos de mi nieto. Tienen el tamaño necesario para enhebrar un hilo, la tranquilidad para zurcir y la fuerza para amarrar el nudo.”
Ester Hernández Palacios salió de México y volvió. Ha tornado a zurcirse a sí misma, mujer valiente, Antígona admirable. Algún día los muertos en este país enterrarán a los muertos. Hoy son las madres quienes amortajan a sus jóvenes hijas asesinadas, daños colaterales del espanto. ¿Cuánto y qué vamos obteniendo con tanta aflicción? ¿Cuándo, si alguna vez, terminará el calvario? ¿Cómo cesará el horror?
Fernando Solana Olivares.
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