FRATERNIDAD HORMIGA / I.
En alguna parte de la obra de Tolstoi existe la historia de una rama verde enterrada al borde de una cañada en el bosque de Zakas. Cuando era niño, su hermano Nikolai le contó que en esa rama estaba escrito un insólito secreto: el modo en que los hombres podrían ser felices y cómo alguna vez no existirían más enfermedades ni desventuras y el amor reinaría en el mundo. Durante toda su vida Tolstoi creyó en la existencia de esa rama mágica. Antes de morir en la casa del jefe de la estación de tren de Astapovo, mientras pretendía huir de su hogar en Yasnaia Poliana, pidió ser enterrado cerca de aquella cañada donde hoy reposa.
A pesar de que el secreto nunca les fue revelado, Tolstoi y sus hermanos decidieron llamarse “hermanos hormigas”, cuya fraternidad, en cambio, sí les fue revelada. Cercano a la vejez, Tolstoi explicaba que “el ideal de los hermanos hormigas, apoyándose amorosamente unos a otros, la humanidad en pleno, bajo la vasta cúpula del cielo, ha permanecido intacto en mí”.
La imagen del hormiguero ha recorrido todas las metáforas de los reformadores sociales. En un libro de Melvin J. Lasky, Utopía y revolución (FCE, México, 1985), dedicado al lenguaje de los revolucionarios en los últimos cinco siglos ---que “nace de metáforas arquetípicas bordadas sobre las palabras chispa y fuego, tormenta y remolino, y de temas como los ciclos históricos y la progresión de los planetas”---, aparece la relación de algunos grandes imaginistas de la fraternidad de las hormigas, enfatizada por los proverbios evangélicos: “Vete donde la hormiga, mira sus andanzas y te harás sabio”. En el Fedón, cuando Sócrates contemplaba el futuro de las almas errantes del Hades, asumió que cada una de ellas sería reintegrada al mismo tipo de naturaleza que hubiera tenido en vida. “La gente más feliz”, los ciudadanos ordinarios, contenidos e íntegros, virtuosos por hábito y práctica, “probablemente pasaría a ser otra especie de criatura social y disciplinada, como las abejas y las hormigas”. Esta equivalencia de las virtudes cívicas del hombre como forma de disciplina mirmicoide (la hormiga como modelo) se propagaría en todo el pensamiento occidental.
El poeta inglés Milton, en una diatriba contra quienes pretendían restituir la monarquía en 1660, exaltó a los pequeños insectos, “ejemplos, para los hombres imprudentes, de una democracia frugal que se gobierna a sí misma”. Y a pesar de que ya Hobbes había demostrado en su Leviatán la superficialidad y poca pertinencia de la comparación entre la sociabilidad de las hormigas y la complejidad política de los seres humanos, la forzada metáfora continuó empleándose porque proporcionaba una vía directa hacia la esperanza.
Otto von Bismarck, el canciller de hierro prusiano, quería reencarnar en hormiga dada la “perfecta organización política” de esas criaturas. Cada hormiga ---decía--- está obligada a trabajar, a llevar una vida útil, industriosa, en medio de un orden, subordinación y disciplina únicos: “Son felices porque trabajan”. Y Kwame Nkrumah, el Osagyefo, el Gran Libertador de Ghana, como prefería ser llamado, cuenta en su Autobiografía que en la Costa de Oro, cuando organizaba el movimiento revolucionario africano, se sentó a observar a las hormigas. “Nada las detendrá, pensé, mientras veía a esas minúsculas criaturas corriendo de aquí para allá, siguiendo un plan fijo. Siempre conseguirán su objetivo, porque son disciplinadas y organizadas. Entre ellas no existía ninguna que eludiera su deber”.
En sus Impresiones de verano escritas en 1862, desesperanzado diario de viaje europeo, Dostoievski reclamaba la insensatez del ser humano tan poco dispuesto a sacrificar “un granito” de su libertad personal en beneficio de sí mismo y del bienestar común. “Una tonta hormiguita ---imprecaba el escritor ruso--- es más inteligente que él, puesto que todo es admirable en un hormiguero, tan bien ordenado, en donde nadie padece hambre y todos son felices; en donde cada una sabe lo que tiene qué hacer; en realidad, el hombre todavía tiene que andar un largo camino antes de que abrigue la esperanza de alcanzar la forma de vida de un hormiguero”.
Rehabilitado de las críticas y las calumnias de Esopo y La Fontaine, el hormiguero continuó teniendo abundantes defensores, uno de ellos Maurice Maeterlinck, quien en 1930 escribía que su gobierno era superior a cualquiera que los humanos fueran capaces de establecer: “Hemos perdido el sentido de lo colectivo. ¿Lo recuperaremos?”
Fernando Solana Olivares.
1 Comments:
El colectivismo politico es real no dudes de ello, claro que en conveniencias conjuntas para ellos mientras que aqui en el mundo comun...pues que decir? ALIVIANATE FER que hace falta ese contrapunto en la expansion hertziana. Saludos...Salud pa vos.
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