Thursday, January 31, 2013

HAMLET ANTE LA URNA

Tengo días pensándolo y desde entonces concluyo lo mismo: una de las partes lleva razón, la otra tiene la razón. Parecido, pero no. Hablando en cristiano: ¿cómo es posible que en Hermosillo se hayan quemado cuarenta y seis niños hace varios días en una guardería subrogada y que hasta la fecha (17 de junio) no haya un solo consignado de alto nivel, pero tampoco de bajo: no haya ningún responsable indiciado por el sacrificio espantoso de esos niños en un infierno de imprevención? Esto sólo es posible gracias al sistema político mexicano en creciente podredumbre. Había sido venal y arbitrario y faccioso y corrupto desde hace cinco siglos, pero ahora está mucho peor. Como una mafia, una horrible telaraña.
El esperpento de Valle-Inclán, aquel espejo de un tan ácido dramaturgo, lo hizo aquí viéndonos a nosotros, el pueblo, y al irremediable sistema político mexicano, a sus mediocres y tramposísimos actores, así sean caudillos o presidentes por apenas, líderes partidarios y candidatos, legisladores, magistrados, et al. Generalizar no es precisar, pero no conozco un político ahora cuya acción no sea determinada por las encuestas o cuya idea de la acción política no se microsintetice en algo más que en un comercial instantáneamente olvidable. Los viejos mexicanos se quedarían boquiabiertos ante la huera, carísima y muy vacía feria televisiva de vanidades políticas para votar por... ¿quién?
Al menos malo, he oído decir. Supe en cambio de una metáfora de José Antonio Crespo, célebre por precisa: “Es como ir al mercado y comprar la fruta menos podrida”. No la mejor. El problema, entonces, está en el mercado mismo, en lo que ofrece la política mexicana a su público consumidor: fruta en estado de más o menos descomposición. Quienes llevan razón dicen que anular el voto conducirá precisamente a eso: que viéndose seriamente dañada, la incipiente democracia institucional pueda debilitarse aún más.
La anterior es una consideración negativa (el menor de los males), y solamente puede aceptarse desde una lógica formal ---quizá, por otra parte, la única que queda para los bienpensantes del sistema. Pero también equivoca el tiempo real, no ha percibido que la partidocracia no es, en el fondo, ninguna ruta a la consolidación de la democracia. “Las apariencias engañan”. En mexicano subtextual esto quiere decir que nos engañemos con las apariencias, tara pública y secular de nuestra idiosincracia. Es decir, que conservemos nuestra opereta política nacional porque es la única que tenemos. Que salvemos al teatro así en él trabajen los peores actores con los más malos libretos haciendo leyes que afectarán a todos: en sus manos, y esto es literal, está el país.
No hay nada alentador, nuevo o confiable en la democracia mexicana actual y sus partidos, tan a la vista, en sus legisladores y su burbuja de intereses sectarios, capilaridades secretas y desconocidas pero transparentes de todas maneras mediante actos que siempre quedan impunes. Napoleón aseguraba que el robo no existe, que todo se paga, excepto para nuestra clase política, ese vergonzoso estamento o claque, no sé cómo llamarlo, responsable en mucho, si no es que en todo, de la decadente situación nacional actual.
Y encima, todavía hay que ir a legitimarlos mediante el voto, porque los males que pueden caer sobre nosotros si no lo hacemos serían mucho peores que las torpezas, corruptelas e irresponsabilidades de estos “representantes populares”, de estas galerías de desconocidos tan conocidos: el PRI, que acaricia obscenamente la restauración de refundarse, de gobernar de nuevo, en tanto se resuelva la lucha interna por su candidato presidencial, que será a muerte como suelen ser esas luchas, y el retroceso que ese presente del pasado implicaría para la pobre república mexicana; el PAN, que masturba la necesidad de conservar el gobierno, no el poder pues en sustancia nunca lo ha tenido, alentado por el tonillo histérico-tecnocrático-arrogante-tipludo de su insufrible jefe nacional, y las demás gentes filisteas que lo acompañan, incluido un presidente valiente, y el retroceso que ese presente del presente implicaría para la pobre república mexicana; el PRD-PT-Convergencia, que destruye la posibilidad de un gesto vinculatorio con la cultura mayoritaria, la de la gente tolerante, pacífica y decente, pues está embebido en el placer suicida de devorarse entre sí, inmerso en una noche de cuchillos largos inacabable, lumpenizados ya sus miembros sin remedio, y el retroceso que ese presente del futuro implicaría para la pobre república mexicana. O los otros: el insólito partido propiedad de esa nemesis brujeril, Elba Esther Gordillo, o el de los juniors ecologistas que celebran la pena de muerte, o los demás que ni siquiera sé.
Para mí la cuestión es concluyente: no hay por quién votar, ni siquiera por el menos malo ---¿dónde está?--- pues todos los candidatos son parte del mismo problema que prometerán resolver: beneficios para ti. Así que con mi conciencia cívica tranquila y mis obligaciones democráticas intactas votaré el 5 de julio por algunos muertos ilustres, aquellos que sí nos dieron patria, y negaré mi voto a quienes vienen deshaciéndola. Si esa decisión ciudadana, la única que tengo, lleva a otra crisis y debilita la frágil y estrambótica democracia vernácula, si lo aprovechan las agendas ocultas o sirve a los poderes fácticos, no me consideraré responsable pues de cualquier modo, con mi decisión o sin ella, tal cosa iba a pasar.
A veces la inteligencia es la facultad que se abstiene.

Fernando Solana Olivares

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