FRATERNIDAD HORMIGA / y II
La reivindicación del hormiguero como forma ideal de organización humana hecha por Maurice Maeterlinck en 1930, concluía con una temible exaltación. Ante su crítica de la pérdida cultural del sentido de lo colectivo, el autor de La vida de las abejas oponía un anhelo que el tiempo demostraría ser atroz: “El socialismo y el comunismo, hacia los cuales avanzamos, constituyen un paso en esa dirección”.
Henry McCook, formicólogo norteamericano, en 1909 encontró en las comunidades de hormigas un civismo natural, tentadora variante del comunismo colectivista y una suerte de socialismo práctico de la naturaleza. Años antes, un naturalista británico había afirmado que entre los hormigueros de Nicaragua existía uno que resultaba el modelo análogo a la descripción de Utopía hecha por Tomás Moro.
Casi todos los modelos que el hombre ha construido contienen elementos que Melvin J. Lasky llama “insectistas”. La comparación nostálgica con el hormiguero como metáfora para organizar a las sociedades oculta un alto grado de pensamiento totalitario y, como toda utopía, proviene de la esperanza a la vez que de la desesperación.
Arnold Toynbee señalaba que la estructura social de las sociedades humanas imaginarias está inspirada en el modelo de los insectos sociales (la hormiga, la abeja) y en “civilizaciones detenidas” como la de los espartanos, los esquimales y los nómadas. Y en los hormigueros (o en las colmenas) advertía los mismos rasgos de casta y especialización, de adaptación fatalmente perfecta de la sociedad a su ambiente, como los descritos en Un mundo feliz de Aldous Huxley, La república de Platón o las fantasías de H. G. Wells.
Según el autor del Estudio de la historia las utopías aparecen cuando una sociedad se ha quebrantado e inicia una decadencia que concluirá en su caída: “Detener ese tipo de movimiento es lo máximo a que puede aspirar una utopía, ya que una sociedad rara vez comienza a escribirla antes de que sus integrantes hayan perdido la esperanza y la ambición de realizar mayores progresos, y hayan sido intimidados por la adversidad al grado de contentarse con poder conservar las circunstancias que sus padres habían ganado para ellos”.
Las utopías provienen de una esperanza reglamentada, y en casi todas ellas hay una gran rigidez, son autoritarias y su perfeccionismo es paternalista. Siendo la vida tan variada y la imaginación humana tan rica, es paradójico que las fantasías de libertad resulten tan inflexibles (lo mismo, si se quiere, que todas las narrativas sobre los cielos después de la muerte, lugares tan monótonos, aburridos e iguales). Ante tal esterilidad creativa, Lewis Mumford se ha preguntado: “¿Cómo puede estar tan empobrecida la imaginación humana, supuestamente liberada de los apremios de la vida actual? ¿De dónde procede toda la compulsión y la reglamentación que marcan estas comunidades supuestamente ideales?”
La trágica conclusión de las utopías modernas comprueba su admirable y costosa inutilidad. El fracaso proviene de que en ellas nunca se concibió a un hombre libre y diferenciado porque en el trasfondo moral de cada visión reformadora estaba la certeza de que la libertad no proporcionaría nunca un sentido de finalidad, dignidad y significado a la vida humana.
La lengua de todos los utopistas, en cuya escala deben contarse los estadistas y los políticos, ha sido doble: una de ellas de encantador y otra de profeta. Ya advertía Filón de Alejandría en la antigüedad que todo estadista es un intérprete de los sueños de la sociedad, y que ante la confusión, el desorden y la oscuridad de la vida humana debe mostrarle al pueblo “que esto es hermoso, y aquello, lo contrario; esto es bueno, y malo aquello; esto es justo, e injusto lo de más allá”. De reflexiones así han derivado utopías y exaltaciones de la fraternidad de las hormigas, políticas mesiánicas y, sobre todo, abdicaciones de la libertad.
Sin embargo, como entre los hombres “las cosas se convierten en su opuesto”, hoy ya no está en boga la utopía sino lo contrario: hormigueros urbanos enloquecidos donde cada integrante actúa disociado de los demás, profecías masivas de destrucción mediante catástrofes ambientales, plagas de muertos vivientes que asolan ciudades, terrores biológicos o alienígenas terminales. Si las sociedades tienen éxito en tanto sus simbolizaciones imaginarias así lo postulen, ¿qué significa este culto mediático a la distopía, a la destrucción inminente, al final que ya está aquí?
Fernando Solana Olivares
2 Comments:
En las hormigas como en las abejas hay un segmento llamadas reinas. Nacen asi, no se hacen. La condicion humana no nace sino que se hace sea cual sea su individual situacion en la mayoria de casos. Hay limitantes y oportunidades y lo que lastima es el oportunismo que se centra en la conveniencia personal y no colectiva. Saludos.
Resulta que se deja de creer en las segundas oportunidades, es peor cuando se trata de ser outsider, basta poco para enfermarse de urbanidad.
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