ELLA MIRÓ HACIA ADENTRO.
“Mi única fuerza es mi Lenguaje. Y todo mi lenguaje está en el Libro que me fue dado. Soy la que lee, la intérprete. Ese es mi privilegio”. De este modo María Sabina, la chamana ágrafa de la sierra mazateca, definía la extraña naturaleza de su sabiduría: “Yo había alcanzado la perfección. Ya no era una simple aprendiz. Por eso, como un premio, como un nombramiento, se me había otorgado el Libro. Cuando se toman los niños santos, se puede ver a los Seres Principales. De otra manera, no. Y es que los hongos son santos, dan Sabiduría. La Sabiduría es el Lenguaje”.
Todos los orígenes de las culturas se funden en ese punto: la palabra. Y tal como la arcaica revelación de la modesta sacerdotisa de Huautla, sabiduría y fuerza que son lenguaje, modelos de pensamiento tan distantes de ella como el cristianismo, el psicoanálisis o la deconstrucción posmoderna han hecho del Verbo la primera condición de lo sagrado, del conocimiento o de la expresión depositada entre libros que prometen revelar los secretos de la trascendencia, de la visión cognitiva determinante, de la transformación iluminativa.
La fantasía borgesca del universo contenido en una biblioteca a su proporción y medida no hubiera resultado ajena a la sabia que hablaba por Dios; tampoco El Aleph, cifra y síntesis de todo lo existente, porque los Nixti-santo, los hongos, le habían dado el suyo, un instrumento de cura, de penetración y consuelo.
La vida de María Sabina es una metáfora doble: historia de una iniciación mistérica cuyas reglas inmemoriales se pierden en los tiempos donde el tiempo era único y continuo, en una ascesis común a las culturas antiguas desde Laponia hasta los magos de Zoroastro; e historia secular, repetida, del despojo colonialista de las culturas indígenas por el etnocentrismo occidental. Nueva cuanto vieja relación de los vencidos, en ella está contenida la funesta suerte de millones de seres humanos y la irreparable secuela étnica de miseria, degradación y desesperanza, esas putas ---parafraseando a Pound--- que la modernidad capitalista ha llevado a Eleusis.
“Y aunque soy la mujer limpia, porque soy la Payasa principal, la maldad ha existido contra mí”, contó alguna vez María Sabina al ser entrevistada. “Viene mucha gente a visitarme. Unos dicen ser licenciados, otros dicen tener puestos importantes en la ciudad; toman mi imagen con sus objetos parándose junto a mí y me dan algunas monedas cuando se van”. Además de su imagen fotográfica, un icono de la contracultura sesentera, la poeta chamánica fue despojada de las magras limosnas con que se le pagó su fama, entre ellas un tocadiscos donde escuchaba la grabación de sus propios cantos ceremoniales, decomisado una tarde por agentes judiciales que la amenazaron con acusarla por tráfico de drogas. Y lo que conservó, algunas láminas de zinc para el techo de su cabaña y un par de colchones regalados por el gobernador oaxaqueño, nunca puso alivio a su miseria ancestral.
La metáfora doble contiene, además, la crónica de un misterio develado y la destrucción de un sacramento, la extinción de un orden mental diferente, esos altos precios que suele cobrar el “progreso” de la modernidad. El 29 de junio de 1955 dos extranjeros visitaron a María Sabina. Esa noche la mujer aerolito, la mujer remolino, la mujer de luz, la mujer limpia, la mujer altiva, la nadadora sagrada ofició una velada con hongos para ellos. Desde entonces Robert Gordon Wasson, uno de los dos extraños, micólogo amigo de Robert Graves y estudioso de los testimonios de los frailes españoles del siglo XVI sobre el misterioso teonanácatl indígena, el hongo psicoactivo cuya ingesta se entendía como carne de Dios, haría saber al mundo sobre la recuperación de un mito perdido que al encontrarse paradójicamente volvía a perderse: re-velación.
“Desde el momento en que llegaron los extranjeros a buscar a Dios, los niños santos perdieron su pureza. Perdieron su fuerza, los descompusieron. De ahora en adelante ya no servirán. No tiene remedio”. A dicho epitafio sabinesco de una cultura milenaria se sumaría el de Apolonio Terán, otro viejo sabio mazateco: “Lo terrible es que el hongo divino ya no nos pertenece. Su Lenguaje sagrado ha sido profanado. Ha sido descompuesto y es indescifrable para nosotros… ¡Ahora los hongos hablan nguilé (inglés)! La lengua que hablan los extranjeros”.
Alguna vez volverá el tiempo sagrado. Nosotros, los de ahora, no lo veremos. Nosotros, entonces, seremos otros y sí lo veremos.
Fernando Solana Olivares.
1 Comments:
Afortunadamente, por la naturaleza misma del hongo sigue conservando su toque místico, natural y poco comercial que lo hace diferenciarse de las drogas "del narco", esperemos permanezca así. Fernando Madrigal. Gdl.
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