LOS HORIZONTES ENOJOSOS.
Un ligero libro, erudito y encantador, El canon intangible de Alberto Vital (Terracota, México, 2008), refiere una anécdota de Alfonso Reyes que proviene de las Memorias de Gabriel Figueroa:
Sucede que el hombre de letras visitaba a Graciela Olmos, La Bandida, para jugar dominó en su legendaria casa de mala nota ---“una casa mala (no tan mala)”, diría Figueroa en su recuento---. Ella se sentía orgullosa de recibir a tan reconocido maestro y los dos amenamente conversaban. Un día, cuando el uno y la otra elogiaban sus respectivas virtudes, Reyes aprovechó para salir de una duda:
“---Mire, dígame una cosa, Graciela, ¿de dónde sacó usted esa figura poética tan hermosa que puso en el ‘Siete leguas’, donde dice: ‘En la estación de Irapuato / cantaban los horizontes’?
“---Ay, don Alfonso. Los Horizontes eran un trío de cancioneros que estaban ahí en la estación.”
El mismo Reyes le contaría a Figueroa que al escuchar dicha respuesta se puso de pie, tomó su boina vasca y salió indignado de la casa para no volver nunca más.
Es difícil saber por qué reaccionó tan airadamente el maestro: ¿lo perturbó darse cuenta que esa imagen, única gracias a un inesperado plural en medio de algo casi siempre puesto en singular, provenía de una mirada observante (“estaban ahí en la estación”), modo literario que supera el relato y obtiene la fijación del instante?; ¿lo puso fuera de sus casillas que lo poético (“cantaban los horizontes”) llegara a quienes no lo buscan y lo encuentran?; ¿se molestó al constatar de nuevo que lo inesperado frecuentemente es una intervención abusiva del espíritu?
Reyes sabía que según Mónimo el Cínico, citado por Marco Aurelio, sólo se puede sacar provecho de lo verdadero y no de lo falso: ¿le pareció falso el hallazgo poético y quien lo había tenido? Acaso existe un orden de arbitrariedad hasta tolerable, pero ver surgir una poética de alta expresión en una casa de putas fue dislocador.
El maestro escribiría después que “Todo lo sabemos entre todos”. Tal línea en su obra podría ser una corrección posterior al incidente y se contradice con la verdad. No conocemos lo que ocurrió con La Bandida instantes después de la abrupta salida del escritor. Conjeturamos que se quedó sentada y en silencio. Luego apuró la copa de brandy que estaba a su lado, miró la de Reyes dejada a medias y suspiró. Estos hombres, pudo a continuación decirse: su experiencia femenina.
A fin de cuentas, cuando se mira con seriedad, el mundo y la realidad son misteriosos, mucho más de lo que pensamos, mucho más de lo que podemos pensar. No sólo es misterioso por la existencia de un lado paralelo de lo real, un cambio del punto de encaje, una puerta multidimensional ---el velo de Maya hindú a descorrer, la caverna platónica de la cual salir, la cosa en sí kantiana a conocer--- también porque aquí mismo está su manifestación: se percibe donde uno está.
Dicha certeza verdadera (si no está aquí entonces es un falso problema) radica en los elementos metafísicos de la cuestión. Mera ley de analogías. La poesía proviene de arriba. Siendo más precisos: adviene de arriba. Es un instrumento de otro estado del ser manifestado en, con el lenguaje: “cantaban los horizontes”. Reyes podría creer que ese estado lo enviaba aquello que llamamos divino. Era un don elevado, una deferencia, una elección que a él se le regateaba. Un rechazo así de un dios puede provocar una aflicción que lleve a retirarse de inmediato. Por eso el maestro se marchó.
O acaso pensó que siendo la vida tan breve y dependiendo en nuestros mejores momentos de los humores y hallazgos ajenos, no valía la pena quedarse un instante más. O nada de todo lo anterior es cierto y se marchó descortésmente debido a un impulso neurocerebral incontrolable, una biología que de pronto se activó. Extraer alguna lección sobre todo esto impone un cliché: las cosas suceden. Asumir, además, que Reyes contó el encuentro sin sombra de contrición aligera las hipótesis. Y un factor final debe mencionarse: los dos platicaban elogiándose. Un momento así pudo desencadenar una revelación: no sobre la forma misma sino sobre su estructura. Es decir: el cambio consistía en una letra. Dicha pequeñez mutaba hacia un orden distinto, diríase que superior.
Milagro de las mínimas cosas, de lo ínfimo. Lo sintió como un rayo y de golpe se puso de pie. Ya habrá un estudioso que observe el cambio literario en Reyes a partir de esa tarde bandidesca. Su tesis deberá explorar el sentido de los acontecimientos, al mismo tiempo su accidentalidad.
Fernando Solana Olivares.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home