ENTRE CESIONES.
Uno. Jon Kabat-Zinn cuenta que en la India existe una forma simple e inteligente de capturar a los monos. Los cazadores recortan en un coco un agujero lo suficientemente grande para que los animales puedan introducir la mano abierta en él. Después lo atan a la base de un tronco y colocan un plátano en su interior. Los monos descienden de los árboles, meten la mano en el coco y cierran el puño para tomar el fruto. Quedan atrapados porque se resisten a soltarlo, bastaría que lo dejaran para escapar.
Dos. No es casual aquella observación de Cioran al visitar el zoológico: todos los animales se comportan con decencia excepto los monos, tan próximos al ser humano, antepasados del deseo que se aferra, que esclaviza, que perturba y embrutece. Quien cede permanece intacto, quien suelta obtiene.
Tres. Una historia sucedida hace mucho en el Tíbet consigna la visita de un venerable lama a un reino remoto. Con él viajaba un cocinero descuidado y grosero que lo atendía a destiempo, con desidia. Un día que el venerable se marchó durante unas horas para visitar un monasterio vecino, el rey ordenó que el mal cocinero fuera sustituido por otro que hiciera bien su tarea. Cuando el lama regresó, enterado de la disposición, pidió al rey que el cocinero reemplazado volviera a su servicio. “Es mi maestro de paciencia”, explicó, “eso es lo que me enseña y lo necesito”.
Cuatro. Dicen los sabios que la unificación del conocedor y de lo conocido es el culmen de la existencia. El conocedor debe aniquilarse a sí mismo para unirse a lo conocido. Así, paradoja suprema, podrá aniquilar el aniquilamiento. El arte verdadero tan infrecuente, el amor sucedido durante efímeros instantes o ciertas drogas inusuales (psicodélico significa “revelador de conciencia”) permiten atisbar tal condición. La muerte es la única circunstancia accesible a todos donde ello ocurre y resulta la máxima experiencia. Lástima que de la misma sólo podamos hablar quienes estamos vivos, comentaristas sentimentales y vicarios de algo que todavía ignoramos.
Cinco. Ante la obsesión moderna e ilustrada que lleva a dividir todo evento entre racionalidad e irracionalidad, Elémire Zolla cita lo que llama el canto de tranquila certeza de una mística tibetana nacida alrededor de 1005, Ma gcig Lab sgron: “La raíz de todos los demonios es la propia mente. Cuando al percibir un fenómeno cualquiera sentimos atracción y luego deseo, hemos sido capturados por los demonios. Cuando en la mente se aferran los fenómenos como si fueran objetos exteriores, nos vemos contaminados. Hay demonios de cuatro categorías: los demonios tangibles (cuya base son los objetos exteriores), los intangibles (cuya base son las representaciones mentales), los demonios de la satisfacción (cuya base es el deseo de obtención) y los demonios del orgullo (cuya base es la discriminación dualista). Pero todos los demonios están incluidos en los del orgullo”.
Seis. Zolla también escribe sobre el “gran fraude de Hegel” que ensalzó al hombre como centro de cualquier acontecimiento. Schopenhauer, su contemporáneo, trató de conseguir una plaza de filosofía en la Universidad de Berlín para impartir lecciones sobre “la totalidad de la filosofía”. De la enseñanza de Hegel decía que en lugar de pensamientos sólo albergaba palabras, que se integraba por tres cuartos de puro sinsentido y un cuarto de ocurrencias corruptas. A su curso se inscribieron cinco alumnos. En el de Hegel, impartido a la misma hora en un salón próximo, se contaban trescientos asistentes. Quien fracasó, hoy ha triunfado. ¿Pero entonces?
Siete. Séneca, uno de los grandes filósofos latinos, propone el recurso que llama premeditación: la reflexión anticipada sobre las penas espirituales o corporales que la diosa Fortuna puede infligirnos repentinamente. “Piensa en todo, espéralo”, es una norma de la conducta estoica. Sin embargo, ¿cómo evitar caer en la desdicha anticipada, cómo no hacerse infeliz antes de tiempo? Sólo imaginando que el acontecimiento que se teme ha de realizarse inevitablemente. Significa una llegada a la tranquilidad por otro camino: la disposición para aceptar lo inevitable. Ese talante hoy tan desaconsejado antes se llamaba libertad.
Ocho. Que la muerte lo hallara plantando coles, indiferente a ella y a las imperfecciones de su jardín. Este deseo de Montaigne, el estoico de nuestra época, no importa si se cumplió. Bastaba con enunciarlo: decir correctamente es una forma suprema del hacer. Cuando se acepta que la vida al mismo tiempo es y no es.
Fernando Solana Olivares.
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