RETURN TICKET.
Sentado a la mesa un hombre sueña con los ojos abiertos. La luz del mediodía apenas toca la taza de café tibio y los libros, bártulos inevitables de su oficio. Cerca de él está un periódico, bitácora con la cual cultiva su cotidiana desesperanza. El mundo ya no es lo que fue, pero ¿qué fue el mundo? Ese sueño aislado en una media mañana trata de saberlo. Aunque se equivocará quien crea que el hombre indaga por algo más allá de su propia mirada suspendida. No. Como buen melancólico que dedica horas inusuales a preguntas inoportunas, el enunciado “mundo” es para él espacio de lo propio, no de lo ajeno. A pesar de una divisa recitada a menudo en el círculo de sus íntimos, al hombre que ensueña desde un café citadino casi todo lo inmediato le es ajeno, nada altera los áridos requisitos de su desencanto. Ni los alegres comensales de las mesas cercanas ni las faldas revueltas de las adolescentes salidas del colegio. Allá eso que se resiste, ingenuamente, a beber el cáliz de la crisis. Algún día la historia tocará a la puerta de adolescentes que dejarán de serlo y de comensales que perderán sus gozos. Entretanto, el hombre no distrae sus íntimos empeños: “Zamorita ---musita en oración literaria---, ¿cuándo se jodió el Perú?”
La luz del Angelus se mueve como avanza su memoria. El sol desplaza las sombras de quienes caminan por la acera. Al tomar el segundo café, el hombre ya tiene establecida una desventaja entre sus recuerdos: nada en su desastre llega a la auténtica tragedia compartida por tantos de sus autores de cabecera. Y piensa que, de vivir entre nosotros, Flaubert no hubiera sido galeote de la escritura sino del salario, y antes de quebrarse la cabeza con la búsqueda de la palabra justa estaría obsesionado por instalar un par de rosticerías en sociedad con su cuñado, muy luchón él. Y que Rimbaud se habría enrolado en el narco luego de publicar un par de plaquettes en editoriales clandestinas. Y que Benjamin sobreviviría dando clases en prepa, abjurando de su propuesta para conocer una ciudad: perderse en ella, de tantas veces como ya se habría perdido en ésta. Y que Pessoa tendría tantas tarjetas de crédito sin pagar como heterónimos se le fueran ocurriendo.
Cerca ya de la doxa, esa trivia que persigue a los seres cuando lo profundo preocupante cruza de arrugas la frente y el entrecejo, el hombre abandona la prolija revisión mental de sus límites existenciales, contenidos de sobra en la metáfora de todos los significados: “¡Pinche país!” El ángulo de luz ofrece la función de siempre: palomas que toleran la persecución de hordas infantiles, madres que cuidan a los suyos de la mansedumbre volátil, beatas que caminan de prisa hacia el santuario próximo. Una sombra se sienta entonces a la mesa del hombre.
---¿Quién eres tú? ---pregunta el fatigado explorador.
---Una versión justa ---responde la sombra.
---¿Versión justa? ¿De qué?
---De mí misma. Lo que llaman “economía de la verdad”. Un valor en desuso.
---¡Dios santo! ¿Y sirve de algo?
---Sí. Para no salir de lo que existe, para estar en lo que hay, para aliviar el acostumbrado terror a lo concreto.
---Que sea menos. Eso me suena a Canetti.
---Y también a Borges en “Los justos”, al Chejov que cuenta que la vida pasa como pasa, no como uno se imagina que pasa. O al conocimiento ignorado por los que aguardan el Apocalipsis sin querer saber que ya ha ocurrido.
---Estamos en cri-sis. No me vengas con agua de borrajas cuando el país se viene abajo y con él nosotros, su inteligencia. Ya no somos más que su soledad en llamas.
---“Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso”. Esto de nuevo es Borges, y la muestra de un sentido del matiz que la crisis, ese término litúrgico, verdad revelada que contiene causas y efectos, te ha hecho perder a ti, tributario inmóvil de ella.
---¿Será? Hace un buen rato que dejé los filos de la cita oportuna. Entre palabras te veas…
---Paradojas de la proximidad o de la ceguera, como gustes. Pero poco encontrarás en la imprecisión de tus sentimientos. Con ellos no irás más que a ti mismo, que es muy poco y no está lejos.
Como la tarde temprana cargada de brumas, la sombra deja el portal con sus mesas y parroquianos. El hombre que sueña cruza la plaza. Piensa en la primera línea que consignará su encuentro. Igual que la vigilia, todo se cifra en un boleto de regreso.
Fernando Solana olivares.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home