Friday, August 02, 2013

SAN GARABATO DOS.

Tensión en la frontera: como el atroz desierto de los tártaros de Buzzati, de pronto las masas se mueven e irán a protestar este jueves a las puertas del centenario monumento histórico del Teatro Rosas Moreno porque dicen que no los dejé hacer una velada del recuerdo musical devocional compuesta de aficionados, algo de peda, mucho sentimentalismo y cera de velas sobre las butacas. Así. Sólo apliqué el reglamento, norma superior a los usos y costumbres endógenos. Vaya problema. Auto-ironía: no te defiendas, sigue la corriente, auméntalo. O también aquella verdadera prudencia de conservar el temperamento personal y asumir siempre sus consecuencias. Es la Iglesia católica del pueblo, tela de araña todavía nada franciscana, añejamente empoderada en los modos mafiosos de la clericatura vaticana, y ésta de por aquí tan política y socialmente activa, tan doble moral, más una capa de fundamentalistas inmóviles que están desorientados y molestos porque su mundo ya se evaporó, otra de nombramientos e intereses a perpetuidad afectados en las semi ilustradas zonas de la cultura local. Más quizá una bola de loquitos periféricos. Si son muchos, acaso ganen. Si no, no. En el fondo, otras cosas se concentran en la indignación que depende de su número. El pueblo hierve de muchos modos: el crimen organizado está ahí desde hace tiempo y va escalando sus acciones, la inseguridad crece, y al mismo tiempo una modernidad global está ocurriendo, en parte por el hasta ahora razonable gobierno que viene haciendo un joven presidente priista, con la inercia priista, en parte por otras fuerzas que desde hace décadas llegaron al sitio y a querer o no han desmontado el escenario chauvinista de mi pueblo super querido porque yo soy el que te quiero más. ¿Edá? Por eso el lema local advierte: parientes todos, enemigos todos. Son complicados, vehementes, lingüísticamente literales. Están petrificados en rituales familiares que celebran a nivel municipal: encierro en lo particular. Luego es una identidad obtenida por medios negativos, tan usual en el mundo actual. ¿Ivètot será Constantinopla? Parece que no. Esto es más bien flaubertiano: los restos históricos del filisteísmo a esta escala, donde se equivoca Schumpeter: lo pequeño no es hermoso. Y curioso: sus próceres culturales que administran como herencia privada del intrigante grupo costumbrista-comerciante de arte y antigüedades-usuario de archivos públicos como privados-ocupante de edificios públicos como propios-líderes de opinión parroquial y curas, todos son liberales. Aun el más intelectual de todos, Don Agustín Rivera, al que el majadero de Porfirio Díaz mandó callar en su ya agobiante discurso del banquete del Centenario, cura culto él. Su divisa: la usura del cálamo: la miseria de la pluma. El poeta gloria local, Francisco González León, quien en veces hace “poesía: lo fatalmente único del lenguaje” y así teje sus delicadezas liberales. El poderoso narrador, Mariano Azuela, mucho más que liberal: novelista revolucionario. ¿Y qué? ¿Desde cuándo los héroes matrios guían los reflejos mentales de sus descendientes? Ante tantos efluvios sentimentales ---“el sentimentalismo es la superestructura de la brutalidad”: Hannah Arendt--- ¿será conveniente recordar que existen reglamentos municipales, estatales y federales, que el teatro centenario monumento histórico, pequeño de 410 butacas, no tiene salida de emergencia pero muchas escaleras de madera y que el sobrecupo, la ingesta de alcohol y el fuego representan un explosivo coctel de riesgos? Pues con la pena: que las leyes dicen que no se puede prestar. Punto muerto. ¿Qué opinan los demás, la mayoría silenciosa? La iglesia católica local afirma que una de sus más caras costumbres es discriminada. Qué viva el Estado laico, aún en vigor. El año pasado les fue muy bien en su festejo, celebrado al lado de la parroquia, el cual esta vez harán en la Casa de la Cultura, un espacio más amplio, apropiado, cuyos dueños son todos y cuyo reglamento acepta la costumbre devocional festiva desde hace algunas décadas. Ánimo entonces, los tiempos cambian. No es cierto: Lévi-Straus dijo en la logia de la Academia de la Lengua que las costumbres de la tribu no se cambian. Lo barrieron los nuevos tiempos porque al asiento de Roger Callois ingresó Nuestra Señora de las Letras Marguerite Yourcenar. Es la única constante existente: la impermanencia, la variabilidad. Sobre todo ahora: fractura de lo particular, final de una reserva de signos rotos: posmodernidad. Fernando Solana Olivares.

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