Saturday, September 07, 2013

PORTAL MUERTE.

Alejandro Córdoba murió el 29 de agosto junto al mar en el Puerto de Veracruz. ¿Qué sucedió entonces? Se evaporó para siempre, pero antes confirmó en un instante de conciencia que no había nada después de morir. O pasó de una forma a otra, su último pensamiento sería el primero de una serie que ahí inició, como lo afirma la tradición budista theravadha a la cual estaba adscrito. O ese día penetró al bardo, al intervalo dharmatha que máximamente durará 49 días, donde todo se multiplicará por siete según el budismo tibetano y la mente, cubierta por un cuerpo construido por ella misma, vivirá el dramático escenario de un paraíso, de un purgatorio o de un infierno, para retornar al Samsara hasta encontrar una oportunidad perdida en eones de tiempo y salir del círculo y no volver. La primera hipótesis es la más frágil de las tres. No estaba en la conciencia de Alejandro, un explorador espiritual considerable que provenía de la medicina psiquiátrica y el psicoanálisis ---el más dúctil de todos: el frommiano---, y que descubrió para él y para muchos otros el budismo histórico e intelectual (concepto para esa tradición muy distinto al de la discursividad occidental) theravada, el budismo temporalmente más cercano al Buda que durante 2,500 años no ha cambiado. Sin embargo lo anterior ya no es exacto. Precisamente contactos profundos como los de Alejandro, un viaje espiritual y cultural que irá de los salmos a los sutras, los cuales aumentan desde el siglo diecinueve entre intelectuales, poetas, académicos y científicos occidentales, han hecho que esa tradición de los mayores, los venerables (significado del término thera), vaya sutilmente transformándose. Una tarde dorada de otoño, Alejandro me convocó a una reunión en la Casa Tíbet de la calle de Orizaba. Acudí acompañado de mi mujer y nos encontramos con dos monjes theravadha envueltos en sus mantos azafranes, los venerables U Silananda y U Nandisena provenientes del monasterio de Half Moon Bay, unas ocho mujeres de edad intermedia y Alejandro, su maestro de meditación que iba con ellas. Se trataba de proponer a los monjes la fundación de un monasterio de esa orden en los bosques húmedos de Coacoatzintla, Veracruz. La solicitud era insólita, de hacerse sería el primer vihara consagrado en Latinoamérica, y los monjes realmente no sabían, a pesar de su percepción aguda, si estaban dadas o no las condiciones para atender tal propuesta inesperada. Nos vieron y escucharon como ellos acostumbran: amables, discretamente divertidos, atentísimos. Pronto comenzaron los trabajos de construcción y un par de años después se consagraría el recinto, que desde entonces ha estado en creciente operación. U Nandisena y Alejandro vivieron en casas de campaña mientras la obra se iba levantando, incondicionalmente entregados a ello. Para entonces Alejandro era un meditador vippassana avanzado, había asistido a retiros intensivos que duraban meses y era un lector febril de literatura budista, de procesos cognitivos asociados a la práctica meditativa. Se mantenía como terapeuta, aunque su interés había girado hacia la avanzada psicología budista y sus formas de desarrollo y realización de la mente. Se interesó por la medicina del comportamiento y las técnicas de atención plena al momento presente para la reducción del estrés. A fin de cuentas su vocación era distribuir esos conocimientos entre las personas, sembrando así los gérmenes de otro futuro humano: una hiperpolítica para esta hora terminal. Dicha tarea, que el budismo mahayana considera como la del bodhisattva que posterga su propia liberación haciendo un voto de ayuda a todos los seres hasta que alcancen la suya, acaso impidió que Alejandro se hiciera formalmente monje budista pues no lo necesitaba. Así que debe haber muerto penetrando al portal de la clara luz ---revelación instantánea y fulminante que postula el budismo tibetano---, o bien a través de la sucesión inmediata --- llama de una vela que antes de extinguirse prende otra---, o ingresando al bardo de la impermanencia para volver a la rueda del nacer y del morir. Por la vida de Alejandro Córdoba hablan sus obras, tan generosas e infrecuentes, tan sustancialmente humanas, tan culturalmente anticipatorias y civilizacionalmente adelantadas. Como diría el poeta, nunca fuimos tan nosotros como cuando hemos sido tú. Quienes estuvimos privilegiadamente cerca de Alejandro lo supimos: en mucho, en lo mejor de nosotros, somos por él. Fernando Solana Olivares.

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