Friday, August 14, 2015

AURAS EVAPORADAS.

El tradicionalista más cercano al pensamiento posmoderno, el más próximo a nosotros, Elémire Zolla, indaga en Auras (Paidós, Barcelona, 1994) el significado y el destino de ese término. Un resplandor, dice, cuyas metáforas de la brisa y el halo luminoso se hallan radicadas en el fondo de la mente. O sea, son arquetípicas. Desde las cavernas, donde aparecen seres divinos ceñidos por una aureola, o la pintura oriental en la que los vestidos y las cabelleras de los seres sobrenaturales ondean, hasta los vórtices de viento, los nimbos coronando la cabeza, las almendras sagradas alrededor del cuerpo o el deslumbramiento en la playa de una piel “a contraluz (que) genera un halo del color de la miel”, el aura produce la profunda fascinación que su término en griego y latín significa. Durante el siglo XIX era una palabra de uso frecuente: se hablaba del aura del semen como causa de la fecundación, así se le llamaba al efluvio de puntas metálicas cargadas de electricidad, al aviso que precedía el ataque epiléptico, al extravío y al gozo de la posesión. “Luego ‘aura’ ---escribe Zolla---se ha convertido en una palabra desusada, y ha ocurrido de repente porque nos hemos dado cuenta que hoy se vive entre personas y cosas en serie, que por antonomasia no irradian nada”. Las llamará las sutiles mortificaciones, los inexorables declives que apagan los lugares y las gentes. Aunque rechaza “desensartar el rosario de las auras pasadas”, en esta época vacía de ellas e indiferente, Zolla menciona un mundo que desapareció hace no mucho tiempo. “Lejos de la contaminación, lejos del cadáver de Europa corre la mente”, escribe sin clemencia alguna para “un continente espiritualmente muerto”, como lo llama, y recorre una geografía existente hasta 1914, luego violentamente evaporada: reinos intactos en África, tribus preservadas en las Américas, la Siberia chamánica, el mundo sufí desde Constantinopla a Samarcanda, la China taoísta, una Oceanía no convertida y, “en el centro del mundo, detrás del baluarte de las cimas más altas, el Tíbet”. Consigna Zolla que aquella inmensa extensión fue dividida por murallas impenetrables, se aislaron los territorios y murió la vida espiritual. En las tierras donde Gurdjieff aprendió, en el Cáucaso, Irán o Afganistán, ahora “el ángel de la desolación ha depositado, uno tras otro y meticulosamente, sus sellos”. Un mundo de inversiones: por eso el Anticristo es el Adversario, y esta globalización uniforme es su reino. Al usar el término “tradicionalista” para situar a Zolla puede inducirse una equivocación, la de un pensamiento abismado en lo que ya fue. En el caso de Zolla, como en el de otros pocos, el término designa un pensamiento dedicado a lo que está siendo, pues lo espiritual, como el espacio tiempo, también se expande y va cambiando, no puede ser estático ni museográfico, conforme lo pretenden las religiones. Zolla hace una observación que Morris Berman comparte. En el caso de éste al señalar que la pérdida de la cortesía es una muestra de la decadencia social, como lo dirá George Steiner acerca del ruido contemporáneo. “La buena crianza enseñaba máximas suaves ---escribe el autor---: Tener razón es desagradable; Tener conciencia de sí mismo es odioso; Compadecerse a uno mismo es infame”. Tres preceptos que impiden la neurosis si están bien implantados. La cortesía, que garantiza “soledades y silencios, islas de felicidad”, estaba vinculada a la santidad, como se repetía en el siglo XVII francés. “La santidad es cortesía consagrada”, dirá San Francisco de Sales, citado por el autor. Así, la santidad y la amabilidad, virtudes emparentadas, derivan en el estoicismo, porque imponen la sonrisa en cualquier situación. La superación del sujeto histórico, del horror de la época, es resuelta por Zolla conforme al pensamiento al que pertenece: “La caída de las ficciones no constituirá para el metafísico motivos de desesperación: él ejercerá la metafísica libertad de eliminar todo lo que sea limitado y transitorio”. El metafísico, una descripción de cómo actuar en estos días. Debe entenderse en qué consiste la metafísica libertad: una opción siempre personal. Metafísica, concluye Zolla, “enseña a no transformar las catástrofes en cuentas de culpas”. Desaparecen pero allí siguen: son la brisa, el halo, los resplandores. Las auras multisurgentes. Fernando Solana Olivares.

EL DESPLOME

O es disfuncional el gobierno por incapaz o es cómplice por acción. Las nubes negras se multiplican en el horizonte nacional inmediato: la caída del precio del petróleo, el no crecimiento económico, la devaluación del peso frente al dólar, la corrupción y su consecuente impunidad como métodos políticos, el ensimismamiento autista de Los Pinos, el descenso en picada de la credibilidad presidencial, la violencia incesante y dirigida, la voraz cleptocracia insaciable, la inepta y deshonesta clase política, la miseria nacional creciente, la manipulación mediática cotidiana. Tal es el grave estado del país. El asesinato del fotógrafo y periodista Rubén Espinosa, colaborador de la agencia Cuartoscuro y de la revista Proceso, y de cuatro mujeres con las que estaba reunido en la colonia Narvarte, entre ellas la activista Nadia Vera, podría ser una provocación, un ajusticiamiento y un escarmiento de este momento salvaje y desarticulado. Un atentado antidemocrático contra la libertad de expresión y el derecho público a la información, el cumplimiento de un contrato dictado en Veracruz contra su vida como represalia por sus tareas informativas y las de los medios críticos en los que trabajaba, una advertencia más para todo el gremio periodístico libre. Si se debe a una suma arbitraria del sangriento karma de nuestros días dantescos: depredadores que sacrificaron al periodista y a las mujeres un fin de semana del horror urbano, el hecho es máximamente malo. Si es producto de otros intereses, un fascismo criminal está actuando contra la sociedad abierta y contra sus mediadores, los periodistas, a través de células de asesinos. Las cifras son escalofriantes: más de cien periodistas mexicanos muertos en unos cuantos años, más que en Bagdad o Siria, zonas de guerra. Esa estadística muestra un exterminio selectivo de relativamente pequeña escala ahora que las cantidades de muertos son incontables en el osario mexicano, pero de consecuencias mayores para cualquier sociedad. Es atroz aniquilar a los ciudadanos, atropellarlos, y es doblemente atroz evitar a sangre y fuego que se informe sobre ello. Seguirá ocurriendo el horror porque se castiga su visibilización pública. Un doble cerrojo que las mafias político-criminales quieren cerrar, haciéndole tragar la llave a la gente. En algún memorable “Inventario” José Emilio Pacheco narró el espanto con el que Marshall McLuhan regresó a su país después de una visita a México en 1975. Pronosticó inviabilidades y desdichas para una sociedad cuya publicitaria democratización del deseo era propia de burguesías ahí inexistentes, en la desigualdad crónica de una tierra de maharajás, para la cual pronosticó una inevitable insurrección del rencor. El país luce ahora, desde esa perspectiva, como un inmenso campo de concentración. ---La falta de integridad del mexicano es altísima ---dice mi mujer. Estamos platicando de la burbuja autoreferencial en que vive el presidente, y de cómo, no habiendo responsables de nada, todos son irresponsables de todo. Los actos en este país no tienen consecuencia alguna. Recordamos la lapidaria sentencia final del oráculo de Jodorowski: México es el país que se crucifica a sí mismo para dar lugar a otro momento. Nos preguntamos cuál es. Comentamos cifras leídas apenas: siete de cada tres mexicanos tiene obsesidad o sobrepeso, somos campeones mundiales en ello. ¿Estábamos tan enfermos antes de la televisión y su publicidad lobotomizante, éramos más inteligentes como sociedad? La crucifixión nacional consiste en experimentar los efectos devastadores de una doctrina neoliberal del shock económico- político, de una apertura comercial desigual y despiadada, privatizaciones gansteriles, desregulaciones arbitrarias y dramáticas disminuciones del gasto público. Los efectos de la destrucción social, de su “modernización” tatcheriana: no hay sociedad, solamente hay individuos, la mayoría de los cuales son prescindibles. La metáfora de estas horas malas es la inauguración presidencial de un estadio de futbol vacío. Los vacíos siempre se llenan. El Logos mexicano está roto. Tantos años de sentimentalismo: “no le digas, porque se va a sentir”, de doble vínculo, de doble país: el real y el formal, han dado paso a un momento extraño, sin síntesis otra vez, más oscuro que antes. Como si las sombras se traslucieran advirtiéndonos algo. Fernando Solana Olivares.

PEQUEÑAS JOYAS.

El valor del texto es duradero, si se acepta esta determinación tan evanescente e imprecisa en una realidad donde nada perdura. Pero ciertas cuentas cronológicas, las que se dan los hombres para imaginar que quedan fijos en el tiempo, duran mucho más que otras. Ocurre a su modo con los libros, cuya vida propia es intermitente: otra forma de la duración, un ir y venir. El libro se ha ido cuando está cerrado y regresa cuando se le abre otra vez. Tengo una querida y sabia maestra y amiga, Carmen Castellote, que escribe con excelencia. Me envió dos de sus libros: De Pushkin a Tolstoi y Mayakovski (Universidad Obrera de México, México, 1987), un libro de ensayos, y Ristra de magdalenas (Edición de autor, México, 2015), una selección de cuentos. Como se ha dicho, el ensayo es una prueba entre elementos que ya son conocidos pero que van a ser interpretados, contados de otra manera: se va a ensayar con ellos una nueva combinación de palabras, de aproximaciones. Todo es un texto, una permutación. En algunas líneas de gran fortuna, como sucede a lo largo del libro, mostrando siempre su autora el dominio prosístico de un estilo que logra no parecer serlo, así de bueno es, al hablar de Gogol y su esencial obra El Capote ---narración, como ella indica, de importancia trascendental en la literatura rusa, “que sintetizó Dostoievski en aquello de que ‘Todos salimos de El Capote’, frase y derrotero literario”---, Carmen Castellote escribe: “Ese Gogol ucraniano, ruso y universal, que contribuyó, con los otros grandes escritores rusos, a hacer de la literatura la ley fundamental de su país, la primera Duma”. La tarea asignada a la literatura es descomunal pero posible. Sólo el genio de los rusos, analizado por la autora y en el cual radica un horizonte histórico que representa, anticipa y elabora un proceso de tantas direcciones como vendrá a suceder: una literatura como una democracia cognitiva ---y lírica y trágica: cargada de sentido a la máxima posibilidad--- de donde surgirá el nuevo paisaje de la época, el mainstream cultural determinante. Una muestra. Señala Carmen Castellote que el uso del diálogo por Dostoievsky, quien en sus obras reemplazó al monólogo hasta entonces predominante, fundó la novela polifónica que años más tarde, un crítico literario genial, Mijail Bajtin, explicará como la estructura propia de ese agitado océano en el que se multiplican los modos de narrar y las voces narrativas. La polifonía, una categoría descriptiva y operacional que abarca todo lo existente, supera el hiato, proponiendo un modo para ello, del conflictivo misterio de la condición humana: la separación entre el sujeto y el objeto. De esa manera la crítica ensayística literaria ha venido explicando cómo el mundo de la posmodernidad moderna se va haciendo antes de hacerse. En mucho lo ha elaborado al anticiparlo. La polifonía, un mero cambio básico de las voces actuantes: pasar de la una a las varias. Surge el coro social, cultural y cognitivo, el único antídoto y la profunda fuerza en tensión contra su contrario predominante: la voz aislada, única del soliloquio del individuo encapsulado, para obtener en su lugar una sinfonía de solistas donde las voces interactuando hacen surgir otro nivel de lo real verdadero, otro estado colectivo del ser: desde lo sabemos todo entre todos hasta la cultura como aceptar que el otro también tiene, puede tener razón. No se pierde, se multiplica la voz personal. Al final, este delicioso y sapiente libro ofrece, traducida por Carmen Castellote ---es notable, como todos, el texto “Las mujeres en la literatura rusa”, tan femenino y entrañable---, la obra poética de Mayakovski, el adelantado autor quien, según la ensayista, “sus versos originales, extravagantes, agitados, ni el poeta mismo los pudo matar con el revólver que puso fin a su vida. Están en todos los idiomas, como látigos mojados azotando a los enemigos, internos y externos de su patria socialista”. Extraña perfección del lenguaje, más allá del patriotismo. Los cuentos de Carmen Castellote merecen uno o más textos independientes. Ristra de magdalenas, un título resonante de Proust, contiene el cuento “Aglaya” que honrosamente me está dedicado. Hice el experimento de saber si eso enturbiaba mi criterio. La belleza es evidente por ella misma, encima del aprecio emocional. Y un soberano factor, de escala polifónica y pequeño formato: edición de autor: “El verso/con el fragor del combate”. (Mayakosky.) Fernando Solana Olivares

ENCRUCIJADAS.

Estas ruinas. Las tres grandes autopistas, como las llama Juan Carlos Monedero, que nos han traído al momento actual: el capitalismo, el Estado nacional y el pensamiento moderno, están en ruinas. No muertas todavía, señala, sino en circunstancia terminal. Las cuestiones planteadas por la modernidad siguen vigentes: la libertad, la igualdad, la fraternidad, pero no las respuestas que la época ofreció para resolverlas. La modernidad ha sido un monólogo, un saber monista que comete epistemicidios con todas aquellas formas de conocimiento y experiencia que quedan fuera, o por debajo o por encima, de su enajenante ensimismamiento. Como diría el cáustico: la tecnología es la respuesta pero ¿cuál era la pregunta? Las supresiones. El éxito del modelo neoliberal, afirma el Nobel de economía Joseph Stiglitz, consiste en haber destruido la posibilidad de pensar cualquier alternativa al mismo modelo. Tal uniformidad perversa y antinatural ha hecho funcional la globalización. Paradojas del momento: cuando los cosmólogos postulan el concepto del multiverso en oposición al universo para aludir a la multiplicidad que constituye lo existente, el pensamiento único cancela la existencia de todo lo que sea distinto a él. Al comentar el pensamiento alternativo de Boaventura de Sousa, Monedero habla de una progresión indispensable para la conciencia: doler, saber, querer, poder y hacer, que sólo empieza cuando a la razón le duele el dolor. La amnesia intencional acerca del pasado humano y sus experiencias, el partido del olvido opuesto al de la memoria, impide elaborar la desolación del reconocimiento, la construcción del espanto lúcido para entender por qué y cómo se ha llegado a este extremo del deterioro. Hoy está prohibido que a la razón le duela el dolor: es la patológica positividad social de la que habla Byung-Chul Han. De ahí que nunca como ahora hayan crecido la infelicidad y el desasosiego, el sinsentido vital. Una batalla arquetípica. Krishnamurti, ese maestro espiritual inclasificable, afirmaba que es en el hiato, en la grieta existente entre el sujeto y el objeto donde se asientan los misterios de la condición humana. La modernidad ha consistido en la gradual cosificación de todo y de todos, en la construcción de un yo personal cada vez más maltratado y absorto en sí mismo, cada vez más ajeno a un mundo y a un universo que hostilmente percibe afuera de él. La evolución del ser humano, el proceso de su desarrollo, según Ken Wilber y Howard Gardner entre tantos otros autores, consiste en una continua disminución del egocentrismo. Pero el pensamiento materialista, el consumismo contemporáneo y las coartadas ideológicas modernas como el principio del placer freudiano se esmeran en la justificación de un individuo narcisista e incapaz de empatía con los otros y con lo otro. El usuario terminal de sí mismo posmoderno es un niño egocéntrico e insaciable, tan ávido como ahíto de cosas por adquirir. Doble engaño entonces del tener que no conduce a la realización de la persona y del carecer que la lleva a la infelicidad. Y ello en este presente perpetuo, sin pasado debido a la erosión de la memoria y sin futuro porque sólo existe el ahora virtual. ¿El largo plazo? Son los próximos diez minutos, no más. Los descendentes. La modernidad, según Ken Wilber, y su secuela, la tardomodernidad, están “casi completamente atrapadas” en una visión plana de la realidad: el mundo sensorial, empírico y material en el que no existen dimensiones ni superiores ni más profundas ni tampoco estadios de evolución de la conciencia. Éste es el mundo puramente descendente, el mundo chato y desvaído de las formas sensoriales ininterrumpidas, de las superficies monótonas que resultan ser iguales aunque tecnológicamente simulen ser distintas, y cuya única realidad comúnmente aceptada es “lo que puede verse con los ojos, percibirse con los sentidos, registrarse con los sentimientos o venerarse con las sensaciones”. Y sin embargo. La solución, dirán los maestros verdaderos, es desaprender, liberarse de la basura mental e ir más allá del pensamiento recibido, del pensamiento sobresocializado de la época. De Sousa propondrá aprender a “pensar lo impensado”, desarrollar una disposición a la sorpresa conceptual, al a-sombro que surge con la atención. Pensar es agradecer, afirmaba el pietismo antiguo, porque toda atención profunda es lo contrario del egocentrismo: pensar significa evolucionar. Luego vendrá la superación del pensamiento mismo, pero eso ya es otra cuestión. Fernando Solana Olivares