AURAS EVAPORADAS.
El tradicionalista más cercano al pensamiento posmoderno, el más próximo a nosotros, Elémire Zolla, indaga en Auras (Paidós, Barcelona, 1994) el significado y el destino de ese término. Un resplandor, dice, cuyas metáforas de la brisa y el halo luminoso se hallan radicadas en el fondo de la mente. O sea, son arquetípicas.
Desde las cavernas, donde aparecen seres divinos ceñidos por una aureola, o la pintura oriental en la que los vestidos y las cabelleras de los seres sobrenaturales ondean, hasta los vórtices de viento, los nimbos coronando la cabeza, las almendras sagradas alrededor del cuerpo o el deslumbramiento en la playa de una piel “a contraluz (que) genera un halo del color de la miel”, el aura produce la profunda fascinación que su término en griego y latín significa.
Durante el siglo XIX era una palabra de uso frecuente: se hablaba del aura del semen como causa de la fecundación, así se le llamaba al efluvio de puntas metálicas cargadas de electricidad, al aviso que precedía el ataque epiléptico, al extravío y al gozo de la posesión.
“Luego ‘aura’ ---escribe Zolla---se ha convertido en una palabra desusada, y ha ocurrido de repente porque nos hemos dado cuenta que hoy se vive entre personas y cosas en serie, que por antonomasia no irradian nada”. Las llamará las sutiles mortificaciones, los inexorables declives que apagan los lugares y las gentes.
Aunque rechaza “desensartar el rosario de las auras pasadas”, en esta época vacía de ellas e indiferente, Zolla menciona un mundo que desapareció hace no mucho tiempo. “Lejos de la contaminación, lejos del cadáver de Europa corre la mente”, escribe sin clemencia alguna para “un continente espiritualmente muerto”, como lo llama, y recorre una geografía existente hasta 1914, luego violentamente evaporada: reinos intactos en África, tribus preservadas en las Américas, la Siberia chamánica, el mundo sufí desde Constantinopla a Samarcanda, la China taoísta, una Oceanía no convertida y, “en el centro del mundo, detrás del baluarte de las cimas más altas, el Tíbet”.
Consigna Zolla que aquella inmensa extensión fue dividida por murallas impenetrables, se aislaron los territorios y murió la vida espiritual. En las tierras donde Gurdjieff aprendió, en el Cáucaso, Irán o Afganistán, ahora “el ángel de la desolación ha depositado, uno tras otro y meticulosamente, sus sellos”. Un mundo de inversiones: por eso el Anticristo es el Adversario, y esta globalización uniforme es su reino.
Al usar el término “tradicionalista” para situar a Zolla puede inducirse una equivocación, la de un pensamiento abismado en lo que ya fue. En el caso de Zolla, como en el de otros pocos, el término designa un pensamiento dedicado a lo que está siendo, pues lo espiritual, como el espacio tiempo, también se expande y va cambiando, no puede ser estático ni museográfico, conforme lo pretenden las religiones.
Zolla hace una observación que Morris Berman comparte. En el caso de éste al señalar que la pérdida de la cortesía es una muestra de la decadencia social, como lo dirá George Steiner acerca del ruido contemporáneo. “La buena crianza enseñaba máximas suaves ---escribe el autor---: Tener razón es desagradable; Tener conciencia de sí mismo es odioso; Compadecerse a uno mismo es infame”. Tres preceptos que impiden la neurosis si están bien implantados.
La cortesía, que garantiza “soledades y silencios, islas de felicidad”, estaba vinculada a la santidad, como se repetía en el siglo XVII francés. “La santidad es cortesía consagrada”, dirá San Francisco de Sales, citado por el autor. Así, la santidad y la amabilidad, virtudes emparentadas, derivan en el estoicismo, porque imponen la sonrisa en cualquier situación.
La superación del sujeto histórico, del horror de la época, es resuelta por Zolla conforme al pensamiento al que pertenece: “La caída de las ficciones no constituirá para el metafísico motivos de desesperación: él ejercerá la metafísica libertad de eliminar todo lo que sea limitado y transitorio”.
El metafísico, una descripción de cómo actuar en estos días. Debe entenderse en qué consiste la metafísica libertad: una opción siempre personal. Metafísica, concluye Zolla, “enseña a no transformar las catástrofes en cuentas de culpas”. Desaparecen pero allí siguen: son la brisa, el halo, los resplandores. Las auras multisurgentes.
Fernando Solana Olivares.
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