ANOTACIÓN DEL TIEMPO.
La poshistoria implantada por el capitalismo salvaje ha asesinado al tiempo, entendido éste como una sucesión de intervalos, lapsos y ritmos, de días y noches. Ahora es un presente incesante. El colapsante libro de Jonathan Crary (El País, 24/05/15) 24/7 --- título que abrevia el término 24 horas al día, 7 días a la semana--- lo muestra: “un rasgo destacado del mundo actual es la irrelevancia de cualquier noción de preservación o conservación”, escribe en un ensayo vinculado al libro.
La frenética orgía ininterrumpida, como la designa Crary, de saqueo y acumulación, de expropiación de recursos que tiene lugar en el planeta las 24 horas de los 7 días de la semana, sin dar tiempo a la regeneración de los sistemas vivientes y los entornos, deriva también en una ilusión de tiempo instantáneo existencial según la demanda del deseo propio, una demanda que al no interactuar con otros no desarrolla el “sentido de responsabilidad” que significa ese trato.
Toda forma de democracia, razona el autor, requiere la paciencia mínima de escuchar a los otros y de esperar el turno para hablar. Pero el sistema 24/7 debilita la paciencia y la deferencia hacia el prójimo. Esperar es todo un dilema, “una incompatibilidad” esencial del capitalismo del 24/7 con cualquier práctica social de compartir, de ser recíprocos y cooperativos. Lo que se exalta es una cultura vacía de autopromoción y autoabsorción.
Crary ubica en el sueño la única zona relativamente libre que queda del control avasallante del sistema. Sin embargo, los estadounidenses actuales duermen seis horas frente a ocho de la generación anterior y diez de la otra, los pájaros de las ciudades se despiertan más temprano y trabajan más que los del campo. El tiempo es continuo. Y se infiltra a la mente, donde sucede, según la idea de Henry Jenkins, una convergencia mediática posmoderna de las industrias narrativas del momento: los videojuegos, las teleseries y la telerrealidad, esos elementos con los que la persona del 24/7 crea su mitología imaginaria y propia, escasamente susceptible de objetividad.
El cuento es una operación sobre el tiempo, lo mismo que la novela. Hay técnicas diversas como los enlaces, las parábolas, las capas de la cebolla o reventar los puentes. Todas llevan a un mismo resultado: la condensación. Ellas contienen un tiempo detenido, una sucesión. Cuando el tiempo es asesinado desaparecen todos los actos, hábitos y pequeños gestos con los que la persona va entrando a los umbrales del día.
La cortesía es una expresión del tiempo: el detenimiento atento en el tiempo del otro ---una virtud no tan antigua así ahora parezca un anacronismo: fulano es muy atento, se decía hasta hace poco. La atención es tiempo que sostiene toda virtud que es energía. Crary advierte al final del texto que apenas están apareciendo las tareas preliminares, una “preparación rudimentaria” para las serias luchas políticas que ya ocurren y no tardarán en extenderse, “en medio de la intensificación de la catástrofe ecológica, la polarización económica y la guerra imperial” que percibe alrededor.
Menciona el principio político de que cualquier resistencia eficaz supone “inventar al mismo tiempo nuevas maneras de vivir”. Crary es uno más de quienes señalan que la única opción es el rechazo a la mortal y destructiva cultura del dinero y todas sus fantasías tóxicas, dejar de comprar lo que no se necesita, vencer el deseo, regularlo cuando menos. Los mixes oaxaqueños le llaman verdadera riqueza a la reducción drástica de la necesidad.
El espacio de este inventar otras manera de vivir está en la mente y por ella comienza. Todo trabajo personal de cambio tiene una palanca primordial: saber que uno no es lo que piensa, y ejercitar esa decisión mentalmente tantas veces como sea necesario para dejar de pensar lo que se piensa. Esa interrupción voluntaria del flujo mental es lo que los textos llaman yoga. Una intervención superior y organizada sobre el tiempo mental que se suspende, cambia, se multiplica.
De ahí que una resistencia política eficaz delante de la supresión del tiempo es aprender a liberar el pensamiento propio. Borges escribió: “Convertir el ultraje de los años en una música, un rumor, un símbolo”. El ultraje de los años es el tiempo. Entonces darse tiempo es una forma superior de resistencia, una contra narrativa que contiene el tiempo otra vez hecho de tiempos que después de esta oscuridad vendrá. La dicha inicua, diría Leduc, de perder el tiempo.
Fernando Solana Olivares.
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