EN LA ALTA FANTASÍA / I.
Escribió Hugo von Hofmannsthal: “La profundidad hay que esconderla. ¿Dónde? En la superficie”. Por eso durante sus últimos años Italo Calvino alternó composiciones sobre la estructura del relato con ejercicios de pura descripción, un arte que percibía muy descuidado por la narrativa de su época. El libro que agrupa tales textos, Palomar (Alianza Editorial, Madrid, 1985), aparecido un poco antes de su muerte, es una especie de diario o de registro sobre problemas de conocimiento mínimos, de vías para establecer relaciones con el mundo, de gratificaciones y frustraciones en el uso del silencio y de la palabra, según su propia explicación: “son una batalla con el lenguaje para convertirlo en el lenguaje de las cosas, que parte de las cosas y vuelve a nosotros cargado de todo lo humano que en las cosas hemos invertido”.
Tres tipos de experiencia o interrogación están presentes en Palomar (nombre del protagonista que evoca el toponímico del observatorio astronómico): una experiencia visual que tiene por objeto la naturaleza y donde el texto se configura como una descripción; una experiencia conceptual que implica elementos culturales, lingüísticos o simbólicos y en la que el texto se desarrolla como un relato; una experiencia mental y especulativa relativa al cosmos, al tiempo, al infinito, al yo y el mundo, cuando el texto pasa de la descripción y del relato al ámbito de la meditación. Esta tríada resume las formas cognitivas y sensibles propias de la conciencia humana: la descripción objetiva hasta donde esto es posible, el relato subjetivo en el cual alguien cuenta cómo mira el mundo, la contemplación en que se funden y se transforman tanto la percepción directa como el sentimiento personal ante ella.
Italo Calvino oscila entre los dos extremos de la consideración del lenguaje: quienes creen que las palabras son el medio para alcanzar la sustancia del mundo, quienes creen que antes que un medio las palabras representan esa misma sustancia. El uso justo, el uso exacto del lenguaje es aquel que permite acercarse a las cosas presentes o ausentes con discreción, atención y cautela, con el debido respeto hacia aquello que las cosas presentes o ausentes comunican sin palabras.
De ahí entonces que “Visibilidad”, uno de los ensayos contenidos en las célebres conferencias dictadas en Harvard en 1984 (Seis propuestas para el próximo milenio, Ediciones Siruela, Madrid, 1986), comience citando un verso de Dante en el Purgatorio (XVII, 25) que dice: “Llovió después en la alta fantasía”. Su exposición, como las otras (que solamente son cinco, pues Calvino no alcanzó a escribir la sexta conferencia, “Consistencia”, de la que sólo se sabe que habría versado sobre Bartleby, el escribiente de Herman Melville), todas ellas dedicadas a valores y cualidades de la literatura (“hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar”), pero también sobre la amenazada existencia contemporánea de las personas, partía de una constatación: “la fantasía es un lugar en el que llueve”.
El contexto del verso está dado en el círculo de los iracundos, donde Dante contempla las imágenes que se forman en la mente de aquellos y que “llueven del cielo”, es decir, que provienen directamente de Dios. Son imágenes puramente mentales que se interiorizan en la conciencia sin pasar por los sentidos. Se trata de la “alta fantasía”, la parte más elevada de la imaginación, diferente a la imaginación corporal o somática como la que se manifiesta por ejemplo en los sueños.
“Según Dante […] hay en el cielo una especie de manantial luminoso que transmite imágenes ideales ---escribe el autor---, formadas según la lógica intrínseca del mundo imaginario (‘por sí’) o por voluntad de Dios (‘o por el querer de quien la vierte’)”. Distinguiendo dos tipos de procesos imaginativos: el que parte de la palabra y llega a la imagen visual, y el que desde la imaginación visual alcanza la expresión verbal, Calvino se pregunta sobre la formación de lo imaginario en una época como la nuestra donde la literatura no se remite a una tradición o autoridad en tanto origen o fin, sino que apunta a la novedad, la originalidad o la libre invención, en una civilización de prioridad avasallante de la imagen visual sobre la expresión verbal, de la hegemonía del homo videns sobre el homo sapiens.
Y aún así, se cuestiona el autor, ¿de dónde “llueven” las imágenes de la alta fantasía cuando no puede ya proclamarse, como lo hacía Dante, la inspiración divina?
Fernando Solana Olivares.
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