MISCELÁNEA DEL YO.
1. En su libro Contra el yo (Kairós, Barcelona, 1999) el psiquiatra budista Mark Epstein cuenta una historia de la tradición zen acerca de un profesor universitario que visitó a un viejo maestro con la intención de solicitar sus enseñanzas. El maestro le ofreció té y al servir la bebida desbordó la taza del visitante. Cuando éste comedidamente se lo hizo notar, el maestro le dijo: ---En una mente llena no cabe nada nuevo. Al igual que esta taza, usted está lleno de opiniones y prejuicios. Si quiere encontrar la realización lo primero que debe hacer es vaciar su mente. Sólo entonces podrá aprender.
2. Uno de los dominios mentales que formula Howard Gardner, indispensables en una era como la actual donde la noción de inteligencia ha cambiado radicalmente, es el de la mente creativa, definida como aquella que permite olvidar los conocimientos y las creencias adquiridos, las síntesis sobre la realidad elaboradas a lo largo de la existencia, para desaprender todo ello y elaborar nuevas preguntas cuyo valor no está del todo en la respuesta sino en la propia interrogación, para desafiar los géneros establecidos y reducir o superar los procesos lógicos buscando así crear nuevos significados.
3. La verdad psicológica esencial del budismo es el concepto de vacuidad, la ausencia de identidad inherente a las personas y las cosas. El yo, desde esta perspectiva, es solamente una combinación de fuerzas o energías psicofísicas efímeras y en perpetuo cambio, sin ninguna identidad sustancial, que se dividen en cinco grupos o agregados: la materia (la forma corporal), las sensaciones, las percepciones, las formaciones mentales, la conciencia. No hay un espíritu permanente o inmutable, y la conciencia depende, para existir, de la materia, la sensación, la percepción y las formaciones mentales. El yo es un rótulo para designar la combinación de estos cinco agregados que en forma conjunta integran el llamado “ser” y detrás de los cuales no existe ninguna otra entidad. Una conocida fórmula pali así lo expresa: “Todo lo que tenga por naturaleza el surgimiento, todo eso, tiene por naturaleza la cesación”.
4. El ser es una combinación pasajera y relativa de energías físicas y mentales. Cuando esa combinación de cinco agregados termina, sobreviene la detención total del cuerpo, su muerte. Pero la voluntad, la volición, el deseo, la sed de existir ---que según el budismo es la fuerza más grande, la energía más poderosa que existe--- no cesa con la muerte sino que continúa manifestándose bajo otra forma y da origen a una nueva existencia denominada renacimiento, no reencarnación, porque no hay una entidad permanente que transmigre. La vida es un constante fluir, una corriente, y cada existencia es una manifestación específica de ese fluir. La muerte perturba este patrón pero no suspende la corriente, el Samsara, donde vuelve a ocurrir el proceso una y otra vez: nacimiento, pensamiento, muerte, “como un enmarañado ovillo de hilo” que sólo la iluminación desenreda y cesa.
5. Diversos budistas contemporáneos, el Dalai Lama entre ellos, se han referido al materialismo psicológico predominante en Occidente y a su consecuente búsqueda de la felicidad personal a través de la acumulación de bienes materiales, de experiencias o creencias. La acumulación, como señala Mark Epstein, jamás podrá proporcionar plenitud, pues ésta no se deriva de la adición sino del abandono de las ideas preconcebidas acerca del significado de la felicidad en la vida, de la perfección existencial. La psicoterapia occidental se ha centrado sobre todo en el desarrollo de la sensación de identidad personal. El budismo, una tradición mucho más antigua poseedora de una psicología mucho más profunda, subraya la importancia de desmantelar el yo, “de disgregarnos sin desmoronarnos”.
6. Epstein cuenta que en cierta ocasión algunos discípulos occidentales, sorprendidos por el planteamiento budista acerca de la ausencia de identidad del ego, preguntaron a un lama tibetano: “Si no hay un yo, ¿qué es entonces lo que en el Samsara renace?” “La neurosis”, contestó sonriendo el renunciante. Lo mismo señalan los cuáqueros al afirmar que lo único que se quema en el infierno es el yo.
7. Así entonces se experimenta la libertad derivada del hecho de aceptar la perentoriedad inherente a todo lo que es. La mente es la base universal de la experiencia humana, la creadora de la felicidad y el sufrimiento, de la vida y la muerte que no están en ningún otro lugar. Aceptarlo es abrir “la primera brecha en la armadura”.
Fernando Solana Olivares.
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