LA NUEVA BARBARIE.
Una primera premisa es irrenunciable: la defensa de la libertad de expresión. Podré estar en contra de lo que usted dice pero defenderé invariablemente su derecho a decirlo, estableció Voltaire, el libre pensador que fundó con otros la modernidad, para definir ese valor democrático en el que reposan todas las libertades públicas y privadas. El horror homicida fundamentalista y el fanatismo intolerante musulmán no lo cree así. Luego de la cobarde masacre del 7 de enero cuando fueron atacadas las oficinas parisinas de la revista Charlie Hebdo, a la que seguirían 72 horas de terror en París y sus alrededores donde 17 personas perderían la vida, la reivindicación de la tolerancia, la laicidad y la libre expresión se han multiplicado como reacción pública y defensa legítima occidental ante el terrorismo islámico.
Una segunda consideración posible es la naturaleza de lo que se defiende, el derecho a la burla, el escarnio y la ironía sobre cualquier contenido, incluidas las religiones. Se trata de un humor primario y burdo cuyo valor relativo descansa no en el tratamiento mismo sino en el tema, aunque sea tan reductivo, tan frívolo y tan pornográfico a la mirada como es, pues ocurre sin mediación o lógica alguna. Ocurre sin necesidad. Véase la portada del número especial de Charlie Hebdo ---oportunamente convertido en un producto de 3 millones de ejemplares---, que porfía en una caricatura del profeta Mahoma en su portada y corre el riesgo de inflamar otra vez las pasiones y ofender a los creyentes, aunque utilice la frase “Todo está perdonado”.
Y una paradoja que parece insoluble: la fe y su ridiculización hecha pasar como humor, un contenido que proviene de esa franja imaginaria de la caracterización interesada y maniquea que el mono saber occidental ha hecho del Islam a través de los estereotipos. Esto significa un tercer nivel del asunto. El erudito paquistaní Akbar S. Ahmed afirma en su libro Postmodernism and Islam que será el Islam la única civilización que resistirá la explosión globalizada de los medios de comunicación occidentales en el mundo entero, pues más que tratarse de un choque de culturas o de una confrontación de razas se trata de una lucha abierta entre dos enfoques del mundo, dos filosofías opuestas: una que se fundamenta en el materialismo seglar y otra en la fe, una que rechaza la creencia y otra que la coloca en el centro de su visión. El conflicto entre los preceptos religiosos del Islam y el materialismo y la razón científica de la modernidad occidental es anterior y se ha agudizado hasta llegar al momento actual, que Ahmed considera decisivo para el destino del Islam.
También cambian los ritmos, un cuarto piso del tema. “La prisa es obra del demonio”, advirtió el profeta Mahoma según escribe el autor, destacando la importancia de la paciencia, el ritmo y el equilibrio en el Islam, lo radical contrario de lo promovido por la era postmoderna basada en la velocidad, el cambio, las noticias: el mundo virtual y omnipresente del ruido incesante, los colores estridentes y las imágenes cambiantes de la cultura MTV que intoxica, acosa y hegemoniza al planeta. Hollywood ha vencido donde el Pentágono ha fracasado, asegura y lamenta el pensador pakistaní.
Una quinta instancia del asunto es preguntar por qué el mundo islámico debe dejarse arrastrar a experimentaciones sociales tan equidistantes a sus prácticas de siglos como la profunda y capilar familia, ahora en proceso de creciente desintegración en Occidente, y su tarea de formación moral de la persona, ahora erosionada por la penetración en el hogar de los medios masivos de comunicación, los cuales ---y esta es una sexta consideración--- son un medio de afirmación cultural, de autoridad en la dictadura del consenso, en el infierno de lo idéntico donde esos mismos medios cuestionan constantemente el principio de autoridad.
Acaso todo consista en un equilibrio utópico entre los agravios occidentales al Islam y su capacidad de situarse por encima de ellos porque su Dios, su credo y su profeta son mucho más que todas las obscenas contingencias del materialismo, del escarnio consumista que no concede dignidad a nada y a nadie. Y un último argumento, la reconsideración del humor, no por razones morales solamente sino por causas de eficaz correspondencia entre el tema y su tratamiento: la función de la risa, no de la mueca.
Fernando Solana Olivares.
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