Monday, November 17, 2014

CASA TOMADA.

La vida es tan trágica, dice Woody Allen, que sólo negando la realidad se sobrevive. Hacer esto ahora no es posible, o siéndolo, resulta considerablemente más difícil. La historia se agudiza cuando no puede obviarse lo que sucede. Elíjase un día: el lunes pasado, por ejemplo. El país hierve de una indignación que condensa y cifra los agravios nacionales, súbitamente emblematizados por la brutal masacre de Ayotzinapa. El arrinconado presidente Peña Nieto debe defender su inoportuno viaje al extranjero a la manera de un dilema hamletiano: ¿a quién responder? Decide hacerlo proconsularmente, o sea al extranjero, porque es una obligación del país, argumenta, no de él como persona. Ese complejo mexicano de ignorar el candente compromiso con lo propio pero atenderlo con lo exterior (candil de la calle, oscuridad de la casa). Una conducta tecnocrática y globalizadamente neoliberal que también obedece (todo tiene que ver con todo) a la usual operación mexicana de postergar, dilatar, flotar en el acontecimiento para que éste se desgaste por sí mismo. El doble vínculo o doble mensaje que ha modelado los intercambios y los procesos nacionales: a) No hagas; b) La regla a no existe; c) Nunca hables de la existencia o la inexistencia de las reglas a, b y c. Surge una casa cuya propiedad puede serle atribuida pero que la presidencia niega y adjudica a la esposa, esa linda y costosa y frívola señora que lo acompaña en el diseño semiótico con el que la pareja alcanzó el poder. Dicen ellos, quienes aseguran saber al respecto, que en la política no hay casualidades. Si la fina relojería periodística utilizada por Aristegui Noticias para investigar la delirante propiedad de estética narco kitsch coincidió circunstancialmente con estos días aciagos, lo que está en curso entonces es un orden simbólico: se desfonda el régimen. La circunspección y morosidad del procurador al ofrecer un entre falsamente pormenorizado y moralmente divagante e impreciso informe sobre el destino sacrificial de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa, momento crucial en el control de daños intentado por el gobierno, quien abrumado por los hechos cometerá un lapsus por el que será exhibido: decir que está cansado. Literalidades que se impelen a sí mismas pues los controles lógicos sobre el asunto se han resquebrajado (eso me dijo mi lúcido y conmovido sobrino al contarme de la marcha nocturna en la que participó apenas: “me vi impelido”). Y sí: una realidad tan cabrona y cruel como ésta cansa a cualquiera, hasta al enredante procurador en el incendio que lo rodea. Desde Alaska (otro toque incoherente aunque cosmopolita para la mediática construcción de la imagen pública con la cual cree gobernar) el lenguaje presidencial se enfatiza en el gesto y se hace más hueco: palabras ajenas que transmiten una retórica que no siente ni comprende el emitente. Un tropiezo más propio de la distancia de las crisis políticas que también lo son del lenguaje: ellos pueden repetir más o menos un guión pero muy poco improvisar. El origen de todo esto comenzó con Moctezuma, el emperador azteca paralizado y dubitante, ebrio de hongos alucinógenos disueltos en chocolate que no supo dar lo que al comienzo sólo hubiera sido un manotazo para quitarse de encima al puñado de aventureros españoles. Fue entonces cuando una fatalidad imaginaria se aceptó como profecía cumplida, un grillete mental que provocaría ese auto desprecio compensatorio y disminuyente, la mentalidad paralela nacional donde se explica la limitación mecánica de este hombre, cuyo ámbito existencial, de haberlo, no participa en el diseño del funcionario y su relación con los demás. Cuentan mucho las fotografías de la desmesurada casa presidencial y la multimillonaria compra de un avión en la fenomenología política de estos tiempos vertiginosos y dolientes, donde las últimas certezas parecen estar en riesgo de evaporarse. Hay quienes lo dicen en la intimidad: bienvenido lo que venga, pues es cada vez más difícil asistir a una progresiva degradación que retrasa sus ominosas consecuencias. Como es arriba es abajo. El país es un cuerpo colectivo postrado por la enfermedad. La casa está tomada y otro momento se sucede. ¿Será como siempre mediatizado a la mexicana, más mierda acumulada en nuestra historia nacional de la infamia, o las atrocidades de Guerrero cumplirán por fin como una catarsis trágica que contenga la peripecia, la atrocidad, y a continuación el reconocimiento, el uso socialmente transformativo de esa atrocidad? Fernando Solana Olivares.

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