LA MUTILACIÓN DE RULFO.
“Yo busco las notas que se amen”, escribió Mozart. Juan Rulfo también buscó las palabras que se amaban para hacer su literatura. Y las encontró. Cada término, cada oración y cada frase de su obra representan una perspectiva intencional y específica en el bosque profundo del lenguaje, son partes orgánicas y necesarias de una construcción lingüística. El arte literario de ese autor logró la integridad, la reunión estética entre la forma y el fondo de sus textos, una virtud que define a la literatura y un atributo que será inmodificable mientras esos textos existan. O que debiera serlo.
Este es uno más de los graves y constantes maltratos de la SEP al lenguaje, a los autores de la memoria cultural mexicana, a la cultura misma (el odio posmoderno a la cultura vuelto cultura) y a los derechos de autor, cometido en la época puesta al revés donde se mutilan y mediatizan, argumentándose que así se vuelven más accesibles, las obras superiores: la “adaptación” del cuento de Juan Rulfo “Es que somos muy pobres” del El llano en llamas, que suprime y altera partes sustanciales de esa narración canónica en una Prueba Enlace para educación media superior de 2013, según informa Roberto Ponce en Proceso (1977).
Si se observa desapasionadamente no es extraño que tal amputación ocurra ahora, cuando todo se abrevia, se vacía de sustancia, se descafeína, se simplifica y uniforma hacia abajo, aunque no deja de ser otro hecho escandaloso y triste, esperpéntico: bien hace la familia de Rulfo en demandar por ello a la SEP. El territorio del combate civilizacional sigue estando en el lenguaje, tal vez ahora más que en otro lugar.
Cioran descarta a Heidegger. No le gusta. Tampoco a Jung. Los dos desconfían de quien tenga la pretensión de fabricar raros neologismos de innecesaria y oscura complejidad en su pensar, lo que consideran más un aislamiento que una posibilidad reflexiva. Al hablar de Paracelso, Jung menciona que cuando quería imponerse al adversario manifestaba un lenguaje especial, un síntoma que se observa no sólo en la clínica siquiátrica sino también en ciertos filósofos modernos: las “palabras de dominación” o la antigua magia de las palabras.
La onomatopeya, la alteración de los nombres, su barbarización fonética llevan al gruñido, a la animalización. De ahí se sigue, simplemente, el silencio: borrar el lenguaje. Suprimir líneas brillantes de purísima literatura, como se hace con Juan Rulfo. La razón de síntesis y economía que la burocracia tecnocrática y mutilante aducirá es otra más de las costumbres impuestas en el infierno de lo idéntico. A Paracelso se le atribuyó el lema que ahora a Rulfo precisamente se le niega: “No sea otro, quien pueda ser sí mismo”.
El cielo es su propio médico, como “el perro lo es de sus heridas”, dice Paracelso. A Rulfo lo cambian, pretenden que deje de ser él mismo para volverse un producto de consumo. Además positivo. La mano invisible que osó suprimirlo quitó de su narración las partes atrevidas, cuando las hijas se hacen putas por vocación, por naturaleza. ¿Qué fue lo que molestó al censor unificante y reductivo? ¿Lo políticamente incorrecto de que estas dos jóvenes mujeres ---“todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima”--- decidan por sí mismas su destino clásico en Rulfiana? ¿Ese mismo destino hostil cuando la positividad no acepta negatividad alguna? ¿O los giros verbales y las construcciones rítmicas fuera de sentido por bellos y diferentes? No hay justificación lógica, sólo la ruin destrucción de lo genial ajeno con unas pinches tijeritas propias.
“Así de despropositada está la vida”, ha dicho mi mujer cuando constata circunstancias tan aberrantes como las mencionadas. Aceptando analogías, el Tarot de Jodorowsky, aparato hermenéutico, señaló que el país era una mesa perfectamente puesta a la que llegaban escasas viandas desde la muy surtida cocina, pues el mesero ---o sea los intermediarios históricos: políticos, financieros, empresarios oligarcas, ministros, funcionarios, criollos, cabilderos, etc.--- no entrega todo lo que debería entregar. En el trayecto lo desvía, lo reduce.
Lo que se entiende por pronunciación clara, aquello que desata los nudos, es lo opuesto del murmullo maligno que ata, impide, aprieta, según escribe Elémire Zolla. La supresión del texto es la supresión del mismo acto de la pronunciación. El aleteo de una mariposa puede producir un huracán. Ojalá la supresión de Rulfo lo provoque.
Fernando Solana Olivares.
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