LA GLORIETA IDIOTA.
Uno. El pueblito tiene sus carreteras deshechas pero el gobierno municipal dispuso construir una glorieta. O quizá ella surgió por sí misma y trajo consigo a los afanosos peones que la van levantando. Está en el peor lugar posible, enfrente de una fábrica que gigantescamente crece y desplaza cada vez más tráilers poco diestros para dar vueltas: el desarrollo. Nadie dice nada, las glorietas son incriticables, pero todos lo comentan: una pendejada gubernamental más. Se quejan del munícipe y de su programa de trabajo consistente en todas las arbitrariedades a las que lo conducen sus ocurrencias. Lleva dos años en el cargo y los vecinos sienten como si hubieran pasado veinte. ¡Oh realidad!
Dos. Hace cien años nació Julio Cortázar, el cual nunca se ha ido: su obra es tan vigente como antes y forma parte canónica de la memoria común. Entre su genio entrañable y múltiple está “Casa tomada”, otra narración perfecta de las muchas que imaginó. Una presencia que el cuento nunca define y sólo alude ---de ahí su condición intensamente perturbadora--- va ocupando la casa de dos hermanos hasta que deben abandonarla en la noche con lo que llevan puesto. Analogía, metáfora: hoy el país está tomado por el priísmo triunfante que prepara su nueva perdurabilidad sexenal. La oposición no existe y sus restos sobreviven divididos. La diferencia, si hay alguna entre el cuento y nuestra circunstancia, es que aquí sí se sabe quién toma la casa y también para qué. Ya tienen todo, pero necesitan más.
Tres. La dictadura del consenso lleva al infierno de lo idéntico. Es el autoritarismo difuso del pensamiento único, perverso logro de la globalización impuesta: hacernos creer que no existen alternativas económicas y políticas, culturales y espirituales, otros saberes diferentes al modelo hegemónico de la positividad, que sin necesitar decirlo prohíbe el reconocimiento de lo negativo, así ésta sea un disenso fundado, una objeción argumentada o una simple diferencia de intereses, razón por la que en Facebook no existe la opción “no me gusta”: el parque mental de diversiones temáticas posmodernas no puede no gustar.
Cuatro. ¿Qué importa más: conservar una amistad de muchos años o dejar sentado (escrito) un precedente crítico, una opinión discordante con un suceso, con una forma de? La amistad es un valor humano, lo otro es una acción moral.
Cinco. El sábado por la noche, mirando una película boba, surgió en la pantalla al cambiar de canal. Llamaban la atención los gestos faciales de los reunidos: la mirada arrogante de una, la actitud embelesada de la otra, el rictus de amargura de aquél, las ceremonias de éste, la familiaridad del de junto, la circunspección del allá. Sonaba la lengua de madera del poder y sus lugares comunes, la oquedad de las preguntas y las respuestas. Cuando mueren las virtudes sólo quedan en pie las sobre socializaciones mediáticas, los actos que se vuelven reales y legítimos porque se transmiten por televisión, ese único “saber mayoritario” actual.
Seis. “Ella tiene el propósito de ser una persona leal y franca, aunque tenga que joder a todo el mundo para lograrlo”, escribe Scott Fitzgerald en su cuaderno de notas. El inciso cuatro presenta la misma diyuntiva. Debe surgir entonces la autocensura, un sacrificio en el altar de esa sombra de una sombra, según los antiguos consideraban a la amistad.
Siete. Que el diccionario pare las balas, que las mentiras parezcan mentiras, canta un rasposo juglar contemporáneo. La historia actual es una intemperie, un mal tiempo generalizado que tendrá que culminar alguna vez. Para tolerarla y sobrevivirla hay que identificar el mal: la constante repetición de lo mismo, el dominio de la mercancía evanescente en un momento histórico donde todo es mercancía. Por eso hay que despensar, desaprender el modelo establecido, organizar el pesimismo y hacer una lectura a contrapelo de la “filosofía del éxito y la victoria”, que desde la antigüedad hasta hoy considera que los logros obtenidos a costa de los otros son necesarios, útiles, justos y morales.
Ocho. Lo anticipó Walter Benjamin en su aviso de incendio histórico para que nadie le hiciera caso: “es preciso cortar la mecha encendida antes de que la chispa llegue a la dinamita”.
Nueve. El budismo zen es supra razonable. Uno de sus patriarcas enseñó que la enfermedad de la mente humana consiste en rechazar lo desagradable y buscar con avidez compulsiva lo agradable. Milenios atrás se diagnosticó la patología de la positividad, que entonces aquejaba a las conciencias individuales y hoy es un inconsciente colectivo, una atmósfera tan invisible como el agua para el pez.
Fernando Solana Olivares.
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