EL PERSONAJE MUTILADO.
La revolución narrativa de Shakespeare, según Harold Bloom, radicó en la creación de personajes literarios que tenían una cualidad antes desconocida: se escuchaban casualmente a sí mismos.
La narración se distingue porque en su transcurso necesita imágenes, una “escenografía” interior. La terminación del individuo (la buena muerte, diríamos) sólo es posible, como afirma Byung-Chul Han, dentro de una narración, pues nada más en ella, en la peregrinación de la vida que se va viviendo como un suceso narrativo, puede entenderse el final de la existencia como consumación. La vida es un camino rico en semántica, en significados potenciales, en sentidos a descifrar.
¿Cómo? Narrándola para uno mismo. “La narración ejerce una selección”, escribe el autor, considerando que la memoria está sometida a una constante reordenación e inscripción, a una reelaboración creativa del recuerdo. En cambio, los datos del anecdotario “permanecen iguales a sí mismos”, no están estratificados como si lo está la memoria, quedan unos sobre otros y no pueden ni recordarse ni olvidarse.
Observa este pensador alemán de origen coreano que “en las experiencias encontramos al otro, por el contrario, en las vivencias nos hallamos a nosotros mismos en todas partes”. La experiencia provoca transformaciones. Y en esto radica la distancia entre la experiencia, que otorga la fuerza existencial para cambiar, y la vivencia, que aun siendo espectacular, truculenta o memorable, deja intacto lo ya existente.
Así por ejemplo Lisbeth Salander, el icónico personaje de la exitosa trilogía Millennium de Stieg Larsson, termina con cicatrices profundas en el cuerpo luego de las feroces batallas a muerte que sostiene, pero esencialmente igual a sí misma en el alma. La saga concluye cuando la feroz guerrera deja entrar de nuevo en su vida a Mikael Blomkvist, el otro personaje central de la obra, un giro literario circular y eterno-retornista que al no concluir el final lo cierra mediante la unilateralidad del personaje, idéntico a aquel quien era cuando la historia comenzó. Salander nunca se escucha, ni siquiera casualmente, a sí misma.
La hegemonía de la vivencia en el mundo global está vinculada al predominio del homo videns tardomoderno, aquel que ve sin comprender. Los personajes literarios, lo mismo que los sujetos reales, solamente tienen vivencias asumidas como anécdotas externas a su interioridad. Todo el culto mediático a la acción produce y reproduce tal mentalidad, cuya patología o enfermedad emblemática es la depresión.
En la actual sociedad del rendimiento, reemplazante de la anterior sociedad disciplinaria, el individuo vive la violencia de la positivad, del consenso único que conduce al agotamiento por la sobreabundancia, la superproducción, el superrendimiento, la supercomunicación, la sobresocialización. Su plural afirmativo, individual y colectivo, afirma Byung-Chul es “Yes, we can”.
En esta sociedad de obligación, “donde cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados”, la pérdida de la capacidad contemplativa conocida como reconocimiento ---un acto de observación sin pensamiento discursivo--- es responsable de la absolutización de la vida activa, histérica y nerviosa de la actualidad, del infierno de lo igual convertido en globalización impuesta por todas partes. El odio a la contemplación recorre la modernidad hasta desembocar en la atención mediática contemporánea, difusa y superficialmente múltiple, que acerca al individuo de hoy a la febril atención múltiple propia del animal salvaje, incapaz de recogimiento interior. A pesar de que el alma humana, como señala Byung-Chul Han, necesite esferas mentales “en las que pueda estar en sí misma sin la mirada del otro”.
La sociedad positiva contemporánea se aparta de la reflexión dialéctica ---una consideración de los contrarios--- lo mismo que de la reflexión hermenéutica ---un ejercicio sobre el sentido y la interpretación de lo real---, abandonando así las operaciones cognitivas características de la época anterior. Tampoco acepta ningún sentimiento negativo: “Se olvida de enfrentarse al sufrimiento y al dolor de darles forma”, anota Byung-Chul. De ahí las perturbaciones psíquicas de estas horas debidas al exceso de positividad: agotamiento, cansancio y depresión. Y con ello la destrucción y el envilecimiento del lenguaje, la incapacidad para nombrar el mundo y transformarlo. O las “verdades históricas” dictadas por agobiantes y agobiados funcionarios.
Fernando Solana Olivares
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