Monday, April 27, 2015

EN LA ALTA FANTASÍA / y II.

Actualmente, cuando no puede ya proclamarse la inspiración divina de aquella alta fantasía observada por Dante, para alcanzarla se establecen vínculos con el inconsciente individual o colectivo (la escritura automática surrealista), con el tiempo recobrado de las sensaciones que súbitamente llevan a la conciencia hasta el pasado (Marcel Proust), con las epifanías inesperadas donde se concentra el ser y la multiplicidad de lo existente en un solo punto visual (James Joyce, Jorge Luis Borges), o con el empleo de técnicas de visualización, ese método de delirio que no interesaría más que a los insensatos, practicado así por Marguerite Yourcenar: “Las reglas del juego: aprenderlo todo, leerlo todo, informarse de todo, y simultáneamente, adaptar a nuestro fin los Ejercicios de Ignacio de Loyola o el método del asceta hindú que se esfuerza, a lo largo de años, en visualizar con un poco más de exactitud la imagen que se construye en su imaginación”. Italo Calvino revisa algunos de los modos en que el asunto de la imaginación “llovida” en la conciencia desde otra parte distinta a la razón se planteó en el pasado, y emplea un ensayo publicado en 1970 por Jean Starobisnski, “El imperio de lo imaginario”, para señalar que es desde la magia renacentista de origen neoplatónico de donde surge “la idea de la imagen como comunicación con el alma del mundo”, una perspectiva adoptada más adelante por el romanticismo y el surrealismo. Esta concepción contrasta con la de la imaginación como un instrumento del conocimiento científico que se subordina a él en la formulación de sus hipótesis. Aceptar la distancia entre las dos concepciones significa consagrar la separación de lo cognoscible, “dejando a la ciencia el mundo exterior y aislando el conocimiento imaginativo en la interioridad individual”. Un par de oposiciones similar a la del psicoanálisis freudiano, creyente en la interioridad subjetiva, y la psicología jungiana que atribuye validez universal a los arquetipos del inconsciente individual y colectivo, compartiendo la idea de la imaginación como participación en la verdad profunda, en el alma del mundo. El signo positivo de la posmodernidad es la reunión de los contrarios. Sincretismo actual le llama un autor a esta operación que acerca lo separado y trastoca el orden jerárquico excluyente y cartesiano (ya no “pienso, luego existo” sino “existo, luego pienso”). Por ello, Calvino explica su procedimiento escritural como una unificación de “la generación espontánea de las imágenes con la intencionalidad del pensamiento discursivo”. Ante la imaginación como fuente de conocimiento o como identificación con el alma del mundo, el autor de Las ciudades invisibles se decide por las dos tendencias al mismo tiempo, asumiendo que la imaginación es un “repertorio de lo potencial, de lo hipotético, de lo que no es, no ha sido ni tal vez será, pero que hubiera podido ser”. Y entre las plagas que asolan hoy al lenguaje (ese sistema inmunológico del espíritu), Calvino considera la creciente pérdida del poder de evocar imágenes en ausencia, provocada por “el diluvio de imágenes prefabricadas” que la cultura visual de masas produce. La inclusión de la visibilidad en la lista de valores a salvaguardar es una advertencia sobre el inminente peligro de perder una facultad humana fundamental: “la capacidad de enfocar imágenes visuales con los ojos cerrados, de hacer que broten colores y formas del alineamiento de caracteres alfabéticos negros sobre una página blanca, de pensar con imágenes”. Para que esa pedagogía de la imaginación permita que la existencia de las visiones interiores de la conciencia y de la literatura sigan siendo posibles ante la creciente inflación de imágenes, Calvino ve dos posibilidades: a) reciclar las imágenes ya usadas en un nuevo contexto que transforme su significado, o b) hacer el vacío para volver a empezar de cero, “como en un mundo después del mundo”. A pesar de todo, en la alta fantasía continuará lloviendo así las mayorías no lo sepan, no se mojen en ella, no la puedan ver. Ciertos conocimientos se vuelven inaccesibles e inadvertidos en épocas de oscuridad tan densa como la nuestra. Seguirán estando ahí, pero no se muestran. Son las visiones poliformas de los ojos y del alma, “en una superficie siempre igual y siempre diferente, como las dunas que empuja el viento del desierto”. Sólo se trata, diría Calvino, de saber qué y quién no es infierno, de hacerlo durar y darle espacio. Visibilidad. Fernando Solana Olivares.

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